LOS DELIRIOS DEL CORONEL ESTOMBA

Héroe de las guerras de la independencia, fundador de la ciudad de Bahía Blanca, una calle en Belgrano le concedió memoria imperecedera. Ramón Bernabé Estomba nació en Montevideo el 13 de junio de 1790. Era hijo de un inmigrante español y por parte de madre era tío de Bartolomé Mitre, quien rescató algunas de sus memorias.

Tanto Ramón como su hermano Juan Antonio adhirieron a las luchas libertarias de la patria naciente. Juan Antonio continuaría su carrera militar en la provincia Cisplatina, mientras que Ramón fue arrastrado por las guerras en un complejo periplo por tierras americanas.

En 1810, marchó como teniente del ejército auxiliar a las órdenes de Francisco Ortiz de Ocampo. En el interior del ex virreinato era menester imponer la revolución porteña.

Fue testigo del fusilamiento de Liniers y participó en la batalla de Suipacha, primera victoria de las tropas patrias. Continuó su carrera en el Ejército del Norte a las órdenes de Manuel Belgrano. Conoció la gloria de las victorias en Tucumán y Salta y el amargo sabor de la derrota en Vilcapugio (1 de octubre de 1813) y Ayohuma (14 de noviembre de 1813).

Durante la retirada, el entonces capitán de los dragones del Perú fue herido y tomado prisionero. Aquí comenzaron las penurias del joven Estomba, quien pasó los siguientes siete años de su vida en la Casamatas de El Callao. La suerte de los prisioneros criollos era nefasta, ya que eran considerados traidores a la corona, lo cual acarreaba las peores sanciones por parte de los realistas. Cualquiera que haya visitado las celdas de esta fortaleza solo puede atisbar las penas de estos prisioneros conviviendo en espacios reducidos, sucios, malolientes con ese frío húmedo que caracteriza las costas del Pacifico, bajo el permanente maltrato de sus carceleros. De los 1500 cautivos criollos, solo sobrevivieron 500… Nadie sale indemne de esta experiencia casi inimaginable para nuestras cómodas existencias del siglo XXI. En esta circunstancia es que uno puede comprender la resiliencia del hombre y su adaptación a la adversidad.

Estomba fue liberado el 12 de diciembre de 1820 e inmediatamente se incorporó al ejército del libertador San Martín. Participó de la toma de Lima (10 de julio 1821) y la toma del Callao. Pocos días más tarde, el mismo San Martín le otorgó los despachos del teniente coronel y la Orden del Sol. Continuó su carrera en las distintas contingencias de esta guerra de independencia del Perú con diversas  suertes. Presenció la defección de la división de Los Andes y el sacrificio del negro Falucho, un soldado porteño que se resistió a formar parte de este grupo de traidores, circunstancia que lo condenó a ser fusilado. Murió al grito de “¡Viva Buenos Aires!”. La idea de nación argentina estaba lejos de la mente de estos soldados. No peleaban por abstracciones como lo es un país, ellos luchaban por su patria chica, la ciudad que los había visto crecer. Gracias al testimonio de Estomba, su sobrino Bartolomé Mitre rescató la historia de este liberto a quien convirtió en símbolo de los afroamericanos que lucharon por la independencia americana.

Una vez más cayó prisionero de los españoles, pero logró huir en una audaz fuga en el pueblo de Matucana. Por su fuga los españoles fusilaron a los oficiales Prudán y Millán …

En 1824 pasó a las órdenes de Bolívar. Le cupo la gloria de estar presente en Junín (6 de agosto de 1824) y Ayacucho (9 de diciembre de 1824), las batallas que afianzaron la libertad americana. Sin embargo, Bolívar desconfiaba de los oficiales que habían servido bajo las órdenes de San Martín y en 1826, Estomba fue desterrado del Perú acusado de estar implicado con otros jefes argentinos en una conspiración contra el libertador venezolano. Por esta razón volvió a Buenos Aires, donde se puso a las órdenes del gobierno de Rivadavia. En 1827, marchó hacia Mendoza y San Juan en busca de voluntarios para la Expedición libertadora que enfrentaría al ejército del Brasil, pero la influencia de Facundo Quiroga, opuesto a las políticas del gobierno porteño, hizo  fracasar el propósito de su misión.

Ascendido al grado de coronel por el presidente Rivadavia, marchó frente al 7° de Caballería de Línea a la frontera sur de Buenos Aires, con asiento en el Fuerte Independencia (hoy Tandil). Siguiendo las instrucciones del ministro Balcarce, partió de dicho fuerte con la intención de instalar otra fortificación sobre la costa Atlántica que, con el tiempo, se convertiría en la ciudad de Bahía Blanca. Originalmente se llamó “Esperanza” al pueblo y “Protectora Argentina” la fortaleza. Como el pueblo prosperó, el 3 de mayo por decreto el gobierno nacional se le impuso el nombre de “Nueva Buenos Aires”. El entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, el coronel Dorrego (recordemos que el presidente Rivadavia se había visto obligado a renunciar en medio de un escándalo y el rechazo de la Constitución de 1826), elogió a los encargados de fundar esta nueva ciudad.

A pesar de la posterior caída de Dorrego y su fusilamiento, Estomba permaneció al frente de la frontera sur, lo que indica que aún su conducta era “normal” o tolerablemente normal.

En enero de 1829, Estomba se sumó a las tropas de su antiguo camarada, el general Juan Galo Lavalle, en su lucha contra los caudillos federales. En este nuevo puesto luchó contra los seguidores de Rosas. Antes de llegar a Dolores, que entonces era uno de los pueblos más progresistas de la frontera, comenzó a mostrar conductas anormales que llamaron la atención de sus subordinados. Se mostró cruel y autoritario, aplicando severas sanciones por faltas menores. Todos estaban atentos a estos exabruptos de su superior cuando un día de verano de 1829, Estomba se dirigió a la plaza de Dolores y colocó un cartel donde se leía: “Desde ahora, para siempre, hasta la muerte y más allá de la muerte, dejó el insignificante nombre de Ramón y me llamaré Demóstenes Estomba”.

El cartel, escrito de puño y letra, llegó a manos del general Paz quien ordenó la inmediata internación del coronel en el Hospital General de Hombres de Buenos Aires, de donde huyó creyendo estar preso en las Casasmatas de El Callao.

Falleció el 27 de mayo de 1829. Cayó fusilado en la calle, de donde fue recogido por la policía.

Este signo de megalomanía, al identificarse con el célebre orador ateniense, nos induce a sospecha que Ramón Bernabé Estomba padecía las fases finales de la sífilis, el cuaternario tan común en esos años (la mitad de los casos admitidos en los hospicios). Esta complicación final de la enfermedad venérea puede aparecer 10 a 30 años después de la infección. Es muy probable que la haya adquirido después de su reclusión. También su muerte fulminante pudo deberse a la ruptura de un aneurisma abdominal, otra complicación frecuente de la sífilis .

El delirio más frecuente de estos trastornos es la megalomanía, es decir que suelen creerse seres superiores que reaccionan violentamente si no se reconoce dicha superioridad.

Curiosamente esta tendencia al delirio megalomaníaco y la parálisis general progresiva disminuyeron su incidencia a principios del siglo XX antes de la aparición de Salvarsan, el primer compuesto efectivo para tratar al treponema pallidum, su agente causal. El mismo Emil Kraepelin –el psiquiatra más conocido en la Alemania decimonónica– reconoció  durante su visita a Javs, donde un porcentaje importante de la población estaba infectado por este treponema, que el delirio megalomaníaco era muy raro. Se supone que existió una mutación en el germen y su forma de expresar la enfermedad.

Por sus leales servicios al país, Estomba fue enterrado en el cementerio de la Recoleta, en un lugar que Rosas delimitó para los ciudadanos meritorios, a pesar que Estomba había pertenecido a la fracción unitaria que acompañó a Lavalle en su revuelta decembrista. Como jefe de la frontera sur, el coronel y el Restaurador de las leyes deben haber tenido un trato frecuente, de allí el respeto a este guerrero de la independencia.

En 1995 un grupo de habitantes de la ciudad fundada por Estomba reclamó los restos del coronel para que descansen en Bahía Blanca, pero poco quedaba del coronel, cuyas cenizas se había mezclado con la tierra de su enterratorio. Sin embargo, lo llevaron a la ciudad que fundó, convirtiendo el ánfora del predio de los ciudadanos meritorios en el cenotafio que recuerda la heroicidad del coronel y su locura.  

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