Se hace camino al andar: el primer gobierno de Rosas

Juan Manuel de Rosas es -sin duda-, el personaje más controvertido de la historia argentina del siglo XX. Más allá de eso, cuando se habla de “período rosista”, en general mencionan al caudillo porteño por sus 17 años consecutivos como gobernador hasta la derrota en la batalla de Caseros (1852). Pero en este caso, vamos a mencionar algunos aspectos de su vida previa, y, sobre todo, lo que ocurrió durante esos 3 años de su primer mandato al frente de la provincia más importante.

Soslayando su descendencia y algún conflicto familiar cuando era menor de edad, Rosas irrumpió en la escena pública en el luctuoso año 1820, como bien tituló Omar López Mato en alguno de sus artículos de esta misma página. (“El luctuoso año 1820” – Primera Parte, Segunda Parte, Tercera Parte y Cuarta Parte)

En la provincia de Buenos Aires (la ciudad era capital de la misma, tal como sucedió hasta fines de 1880 con la federalización), se habían sucedido gobernadores tras la caída del directorio, y la llamada “anarquía del año 20” hizo estragos. Pero en septiembre de ese mismo año, Juan Manuel de Rosas y sus “colorados del Monte” (por su color de ropaje y su lugar de origen), vencieron a los insurrectos liderados por Manuel Pagola, quienes defendían la continuidad del coronel Dorrego al frente de la provincia.

Este último, había sido vencido por Estanislao López en la batalla de Gamonal, y el fantasma de una nueva sumisión porteña había hecho mella en la ciudad. Así, uno de los estancieros más poderosos, y habilidoso para tratar con sus “empleados” provenientes de la campaña, dada su amplia experiencia como administrador de estancias (primero familiares, y luego propias y/o con socios), logró imponer el orden (quizá, la palabra más representativa de Rosas), y apoyó la candidatura del general Martín Rodríguez, quien asumió el 26/9.

El “Partido del Orden”, unitario y liberal en lo económico, se mantuvo en el poder hasta la presidencia de Rivadavia inclusive. El propio Don Juan Manuel se había beneficiado -en sus comienzos-, con la enfiteusis (grandes extensiones de tierra que el estado arrendaba como garantía del pago de la deuda del famoso préstamo “Baring Brothers” de Londres). En la práctica, esas erogaciones se hicieron a muy bajo precio, mientras que el negocio del grupo de los estancieros que ganaban con la exportación de cueros y la industria saladera, iba en aumento. Rosas era solamente una expresión genuina de ellos.

Sin embargo, hubo 2 cuestiones insoslayables que hicieron que el futuro gobernador cambie de parecer: primero, la ley de capitalización de Buenos Aires, que cedía la ciudad a la nación pero que además dividía la propia provincia en dos (para simplificar, podríamos decir norte y sur). La otra fue la guerra con Brasil, que por una necesidad económica, el presidente quiso cambiar las reglas de juego de la enfiteusis, y estas dos medidas (política y económica, respectivamente), perjudicaba los intereses del grupo en que se encontraba Rosas.

De hecho, le pidió la renuncia a Don Bernardino, quien finalmente renunció a mediados de 1827. Volvió a desaparecer la figura de un gobierno nacional, y la provincia pasó a manos federales, con Manuel Dorrego siendo elegido gobernador después de 7 años. Rosas fue nombrado comandante de milicias de la campaña. Al igual que Rosas, el flamante mandatario provincial provenía de una familia pudiente y tenía buena relación con las clases populares, aunque el tratado de paz con Brasil que le dio la independencia al actual Uruguay, enfureció a buena parte de los oficiales que regresaban del combate.

El más recordado fue Lavalle, quien asesorado por algunos unitarios como Juan Cruz Varela y Salvador María del Carril (exgobernador de San Juan y futuro vicepresidente de Urquiza algunas décadas más tarde), decidió dar un golpe de estado el 1/12/1828 (de ahí, que este movimiento contra Dorrego fue llamado “decembrista”), y fusilar al exgobernador el 13, en los campos de Navarro.

Sin embargo, fuera de la ciudad el héroe de Riobamba no era querido. Tampoco todos los unitarios habían compartido su decisión sobre la situación de Dorrego, y finalmente, Rosas y Estanislao López vencieron a Lavalle en la batalla de Puente de Márquez. Luego vendría el Pacto de Cañuelas (que los unitarios desconocieron), y el pacto o Convención de Barracas, en la que ambos jefes decidieron restablecer la legislatura y nombrar como gobernador provisorio al general Juan José Viamonte.

Solo era cuestión de tiempo el hecho de que Rosas sería el nuevo gobernador. Alguien que no había querido involucrarse directamente en política, pero que dadas las circunstancias, fue nombrado “Restaurador de las Leyes” y principal mandatario provincial por la Sala de Representantes, el 8/12/1829. Cabe recordar además, que desde la disolución del directorio, y en términos prácticos, a partir de la gestión de Martín Rodríguez, el gobernador de Buenos Aires también tenía delegada la conducción de las relaciones exteriores.

En cuanto a su gobierno, si bien no tuvo la violencia del segundo período, impuso con el tiempo la divisa punzó que identificaba a los federales, aunque en este caso para “unir” al país. Todo aquel que no la tuviera (salvo excepciones del decreto), sería considerado un posible enemigo. Así, muchos unitarios iniciaron el camino del exilio.

La situación económica post-guerra en la provincia había mejorado notablemente bajo el orden rosista, que gobernaba con facultades extraordinarias, tal como lo habían hecho otros mandatarios desde la época revolucionaria. 

El mayor inconveniente que tuvo que afrontar Rosas fue la oposición del general Paz, que a diferencia de Lavalle, se había ido con parte de la tropa que volvió de Brasil, hacia su provincia natal, Córdoba. Paz venció en San Roque al también general Bustos (gobernador federal desde 1820), y lo depuso en su cargo. Luego derrotó 2 veces a Facundo Quiroga (junio de 1829 y febrero de 1830), y como consecuencia de eso, fue sumando provincias aliadas (especialmente, en el norte y cuyo), con las que formó la llamada “Liga del Interior”.

Esta unión- políticamente unitaria-, tenía a Paz como Jefe Supremo, así que pasaban por él todas las decisiones militares y civiles. En su apogeo (1830), llegó a tener nueve provincias: Córdoba, Mendoza, San Juan, La Rioja, Tucumán, Salta, Santiago del Estero, San Luis y Catamarca. Estas enviaron a Córdoba sus representantes para firmar en julio de ese año un pacto militar ofensivo-defensivo, y realizar un tratado de paz en pos de lograr la organización nacional mediante un Congreso Constituyente, empresa en la que Rosas siempre estuvo en contra.

Para responder a ese pacto, Buenos Aires, junto a Santa Fe (López era aliado de Rosas desde el Pacto de Benegas firmado en noviembre de 1820), Entre Ríos y posteriormente, Corrientes, firmaron el Pacto Federal el 4/1/1831.

El 10 de mayo de ese mismo año, Paz fue capturado en el este cordobés y llevado prisionero a Santa Fe. Esto hizo que la Liga del Interior perdiese a su máximo referente, y también que algunas provincias aliadas se subleven, dado que muchos soldados de diferentes tropas en realidad habían sido llevados por la fuerza, al igual que los eventuales cambios de gobierno que se habían llevado a cabo en algunas provincias.

Finalmente, Quiroga y Pacheco recuperaron militarmente buena parte del interior, Córdoba quedó en manos de Fragueiro pero pronto la controlará políticamente López, y las provincias miembro de la otrora liga unitaria fueron adhiriendo casi por decantación al Pacto Federal, que se impuso en todo el territorio de la entonces Confederación Argentina.

El inconveniente interno pasó por la resistencia del delegado correntino, Pedro Ferré, celoso de las instrucciones que Rosas le daba a su representante por Buenos Aires, José María Roxas y Patrón, en la Convención del Pacto Federal que se estaba reuniendo en Santa Fe. Ferré quería a toda costa una mayor autonomía y-especialmente-, la organización constitucional. El Restaurador postergó indefinidamente el asunto, y a pesar de que todas las provincias acabaron adhiriendo al pacto, dicha convención que debía ponerse de acuerdo sobre ese y otros temas, se quedó sin representante de Buenos Aires cuando Rosas ordenó que el mismo se fuera de la convención.

Sobre el final del primer gobierno rosista, surgió otro tema de lo que hoy llamaríamos agenda política: la sucesión en el cargo. El Restaurador hacía elecciones todos los años (con lista única, claro está), pero para diciembre de 1832, la Sala de Representantes no quiso otorgarle las facultades extraordinarias, porque entendían que los unitarios (y opositores) ya habían sido vencidos y el orden había sido restaurado.  

Don Juan Manuel se opuso a gobernar sin dichos atributos, pese a que la legislatura intentó convencerlo 3 veces: se negó siempre en cada una de ellas. Finalmente, el 17/12 fue elegido Juan Ramón Balcarce, aunque su gobierno sería tumultuoso y habría que esperar hasta la muerte de Facundo Quiroga en febrero de 1835 para que (otra vez), Rosas sea quien agarre el fierro caliente. Mientras tanto, se hace camino al andar: de aquellos Colorados del Monte a su primera gobernación, y -campaña al desierto de por medio-, entre la primera (menos conocida) y segunda gobernación de Buenos Aires.

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