El luctuoso año 1820 – Primera Parte

El rechazo a la instauración de una monarquía, el descrédito del gobierno de Pueyrredón más el avance del artiguismo que proponía un gobierno federal y republicano, había desembocado en el enfrentamiento armado de la Batalla de Cepeda. Conocida como la batalla del minuto, las fuerzas artiguistas conducidas por Estanislao López y Francisco Ramírez había derrotado a las tropas directoriales de Rondeau. Éste se había visto limitado en su capacidad de defenderse de las tropas del interior por la desobediencia de San Martín al negarse a traer las tropas del Ejército de los Andes. El Tratado del Pilar propugnaba una forma de gobierno federal que habría de declararse en su congreso convocada en el convento de San Lorenzo, que no llegó a sesionar por las discrepancias que se sucedieron en Buenos Aires.

Fue así que San Luis se separó de Cuyo el 26 de febrero de 1820, y el 1° de marzo se separaron La Rioja de Córdoba y San Juan de Mendoza. El 19 de marzo, Bustos fue elegido gobernador de Córdoba. El 17 de abril, Santiago del Estero se separó de Tucumán. El 19 de mayo, Tucumán, que incluía Catamarca, proclamó su autonomía. El 3 de julio, Tomás Godoy Cruz fue elegido gobernador del estado autónomo de Mendoza. En 1821, Catamarca se independizó de Tucumán (el 25 de agosto) y Corrientes declaró su autonomía el 12 de octubre. Pero si bien las provincias reclamaban sus autonomías todas ellas manifestaban su deseo de seguir perteneciendo, en confederación al mismo Estado.

Como ejemplo de ello, los santiagueños, al separarse de Tucumán, declararon el 27 de abril: “no reconoceremos, otra soberanía ni superioridad sino la del Congreso de nuestros coestados, que va a reunirse para organizar nuestra confederación que esperan se haga según el sistema provincial de los Estados Unidos de América del Norte”. En cambio la meta de Buenos Aires era trabar, por todos los medios posibles, este unánime deseo de las provincias de reunirse en un Congreso que estableciera un régimen republicano y federal para la Nación. Inglaterra y la masonería apoyarán discretamente las tendencias divisionistas de los porteños.

La caída del Directorio y la consiguiente separación temporaria de las provincias no hizo mella en la campaña libertadora. El 20 de abril de 1820 San Martín solicitó su opinión a los jefes y oficiales en Rancagua. Se resolvió que “la patria existe con o sin gobierno” y que debía proseguirse la campaña. El 8 de junio San Martín designó a Güemes jefe del Ejército de Observación del Alto Perú, y el 20 de agosto se embarcó con su ejército hacia el Perú. El Libertador estaba determinado a cumplir la campaña americana y dejar de lado las rencillas internas .

Los conflictos porteños

Luego de regresar el 6 de abril de su largo exilio Dorrego (tiempo en el que se salvó de ser colgado por pirata y fue sostenido económicamente por Azcuénaga mientras vivió en Baltimore estudiando al federalismo norteamericano) había sido rehabilitado mediante un decreto por Sarratea, el cual le restituyó su grado de coronel. Dorrego aceptó desempeñar el cargo solo “en comisión” hasta que su conducta fuera juzgada públicamente por la Junta de Representantes que estaba todavía incompleta pues solamente se habían elegido los representantes de la ciudad.

El 27 de abril se realizaron elecciones para ampliar la Junta con representantes del resto de la provincia, resultando ganadores los logistas porque el general Miguel Estanislao Soler impidió con sus tropas que votaran los partidarios de Sarratea. Aduciendo que este había manifestado deseos de ser reemplazado a causa de su mala salud, la flamante Junta de Representantes le exigió su renuncia el 1° de mayo y Sarratea, sintiéndose amenazado, huyó para refugiarse al lado de Ramírez, el gobernador entrerriano.

Soler, que esperaba ser nombrado gobernador como recompensa a su actitud durante las elecciones, se sintió defraudado cuando el 2 de mayo la Junta eligió para ese cargo al propio presidente de la Junta, Ildelfonso Ramos Mejía.

Luego de renunciar al mando del ejército, el general Soler se trasladó a Luján y días después logró con el apoyo de oficiales adeptos a él, que el Cabildo de dicha localidad lo nombrara gobernador de la provincia.

Mientras tanto la Junta, en Buenos Aires, había nombrado a Martín Rodríguez, conocido directorial y entusiasme revolucionario de las jornadas de mayo, comandante de las tropas en reemplazo de Soler.

La situación hizo crisis el 20 de junio, conocido como “el día de los tres gobernadores”, porque la Junta porteña, sintiéndose con poco apoyo, solicitó la renuncia a Ramos Mejía el cual entregó el bastón de mando al Cabildo y este traspasó el poder a Soler. Ese mismo día falleció en Buenos Aires Belgrano, pobre y desapercibido en medio del torbellino político. En este contexto mejor se entienden sus últimas palabras “Ay mi patria”. Su muerte pasó desapercibida, solo el fraile Castañeda publicó la noticia en su periódico.

Por exigencia de Soler, la Junta se reunió el 23 de junio para confirmarlo como gobernador.

Mientras esto sucedía en Buenos Aires, Carlos María de Alvear y José Miguel Carrera, llevado cada uno por sus propios intereses, se habían acercado a Estanislao López, en Santa Fe, aportándole algunas huestes.

Alvear, que había fracasado en un intento hecho con Juan Ramón Balcarce en contra de Sarratea, ansiaba recuperar el poder en Buenos Aires con ayuda de López; Carrera, por su parte, quería vengar el fusilamiento de sus hermanos y amigos, dispuesto por Monteagudo durante el Directorio de Pueyrredón, y pasar luego a Chile para disputarle el poder a O’Higgins.

A pesar del compromiso contraído por el Tratado de Pilar, el gobierno de Buenos Aires no mandó representante al Congreso que debía realizarse en San Lorenzo. López le escribió a la Cámara de Representantes de Santa Fe: “no ha concurrido el diputado porque Buenos Aires teme perder el monopolio comercial y proyecta quitar a las provincias el poder adquirido a fuerza de fatigas”. Ante esa falta de cumplimiento del Tratado de Pilar, López decidió actuar contra Buenos Aires. Soler, el flamante gobernador porteño, delegó el mando en Dorrego y se puso al frente de las tropas de Buenos Aires. Al llegar a Luján, Soler los mandó al Dr. Gabino Blanco y a Bruno Rivarola a parlamentar con López, el 24 de junio. Pero mientras estos conferenciaban con el gobernador santafesino, Soler atacó traicioneramente a las fuerzas de López en Cañada de la Cruz el 28 de junio. A pesar de lo sorpresivo del ataque, Soler fue derrotado. Abandonando vergonzosamente a sus tropas, Soler huyó a Colonia luego de renunciar al gobierno.

El Cabildo porteño asumió el poder como Gobernador Provisorio y nombró a Marcos Balcarce comandante de armas en lugar del fugitivo Soler, mientras que, simultáneamente, Pagola, uno de los derrotados en Cañada de la Cruz, se atrincheraba en el Fuerte. Alvear, que del campo directorial se había pasado a los federales movido por sus ambiciones personales, el 1° de julio se hizo nombrar gobernador y capitán general de Buenos Aires por el Cabildo de Luján e intimó al Cabildo porteño que lo reconociera en sus nuevos cargos. El Cabildo de Buenos Aires, dispuesto a aceptar a Alvear, mandó representantes a entrevistarlo, pero éste los trató de tan mala manera y con amenazas que los cabildantes decidieron no reconocerlo como gobernador.

En medio de esa confusión y acefalía gubernativa, Manuel Dorrego, comandante de los Colorados del Monte, entró con sus tropas a Buenos Aires el 3 de julio para organizar la defensa de la ciudad llevando como segundo a Juan Manuel de Rosas, Martín Rodríguez, comandante de los Colorados de las Conchas, Aráoz de Lamadrid con algunos tucumanos y Pagola, compañero de exilio de Dorrego en Baltimore, se sumaron a sus fuerzas. El 4 de julio el atribulado Cabildo nombró gobernador interino a Dorrego luego de que Martín Rodríguez rehusara ese cargo.

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CONTINUA EN El luctuoso año 1820 – Segunda Parte

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