Los Cátaros

Mircea Eliade, autoridad mundial en el estudio de las religiones, explica que las creencias de los cátaros derivan de dos doctrinas: la de los albigenses del siglo XII, un movimiento herético cristiano que tuvo dos etapas y tenía su centro en la ciudad francesa de Albi, y la del bogomilismo, que apareció en Bulgaria en el siglo X, se asentó luego en Bizancio y se desparramó hacia occidente. Ambos sistemas de creencias coinciden en el gnosticismo y el dualismo; asimismo tienen un origen, una estructura, una mitología propia y una base ética compleja. No es el espacio para desarrollarlas, pero vale una mínima introducción a ellas…

El gnosticismo, considerado revolucionario, no cree que el universo haya sido creado por una causa inteligente y benévola; por el contrario, sostiene que el mundo ha sido creado por un demiurgo ignorante, y que por lo tanto el mundo es malo. Cree que el humano es superior al mundo porque posee un espíritu proveniente de generaciones divinas y legado por un Padre lejano y bueno. Evadirse del mundo es entonces el objetivo de los gnósticos. Para los gnósticos, Jesucristo no tuvo cuerpo físico, es el enemigo del demiurgo y su función es despertar en el hombre la chispa del espíritu que posee. El mundo físico es malo y hay que tratar de prescindir de él lo más posible, sólo lo espiritual es bueno.

El dualismo se basa en la oposición de dos principios, una polarización en todos los niveles: cosmos-hombre, bien-mal. La expresión más característica del dualismo es el maniqueísmo. A diferencia del gnosticismo, el maniqueísmo atribuye la creación del mundo a un demiurgo “bueno”, el Espíritu Viviente. El mundo es tinieblas y luz, existe lo bueno y lo malo; es un dualismo radical.

El catarismo (que adhiere al gnosticismo y al dualismo) surgió como un fenómeno profundamente religioso; fue un movimiento que se fue transformando en una iglesia cristiana diferente a las otras iglesias cristianas de su tiempo. Los cátaros eran afines al maniqueísmo, creían en la existencia del bien y del mal, considerándolos en esferas separadas y opuestas.

Rechazaban los sacramentos, denostaban a la Iglesia de Roma por su fastuosidad y exigían a sus seguidores el “regreso a la pureza” (“cátaro” viene del griego “khatarós”, que significa “puro”), a los ideales y a las prácticas de la iglesia primitiva.

Los cátaros rechazaban el Antiguo Testamento, el bautismo, la transustanciación de la eucaristía, la penitencia y el culto a las imágenes o reliquias. Consideraban al matrimonio como un acto social y sostenían que sacralizarlo era abusivo, ya que Dios nada tenía que ver con eso. De hecho, no creían en la omnipotencia de Dios. Negaban la naturaleza humana de Cristo y sólo aceptaban su naturaleza divina, por lo cual no creían en su pasión ni en su muerte.

Profesaban el ascetismo, el vegetarianismo, creían en la preexistencia del alma, la corporeidad de los ángeles, la existencia de mundos paralelos, el juicio de las almas, la existencia de cuerpos resucitados que no se identifican con los cuerpos físicos.

Los cátaros practicaban “la bendición del pan” en el rito de la “santa oración”, que sería el equivalente a la eucaristía católica. Este rito era efectuado tanto por hombres como por mujeres, que podían ejercer la función “sacerdotal” igual que los hombres, incluyendo predicar en público o la imposición de manos a los enfermos terminales. Muchas de ellas estaban casadas y tenían hijos; otras habían abandonado libremente a su pareja para consagrarse al catarismo.

La importancia de las mujeres en la religión cátara fue mal visto por la religión cristiana de la época medieval, que no aceptaba la intromisión femenina en asuntos sagrados. La Iglesia de Roma consideraba herejes a los cátaros, y consideraba que su principal herejía era su desprecio a la cruz y a los sacramentos, además de la “intromisión” de las mujeres.

Como puede imaginarse, el papa no se quedó quieto ante la “amenaza” que representaban los “herejes cátaros”. Ante lo inútil de sus esfuerzos diplomáticos al respecto, el papa Inocencio III decretó que toda porción de tierra que fuera propiedad de los cátaros podía ser confiscada y que todo aquel que combatiera durante cuarenta días contra los “herejes” sería liberado de sus pecados (uau, qué tentadora propuesta). Esta amable sugerencia logró una enorme adhesión, sobre todo entre los nobles del norte de Francia. Inocencio III encomendó la dirección de la cruzada (se la llamó “cruzada albigense”) al rey Felipe II Augusto de Francia, que no participó del asunto pero permitió a sus vasallos unirse a la cruzada. La llegada de los cruzados (que siempre estaban disponibles para este tipo de changas) produjo una verdadera guerra civil en la región cátara de Occitania (sudeste de Francia, cuya ciudad principal es Toulouse), con la adhesión de los sectores populares, enfrentados con los ricos (muchos de los cuales eran cátaros).

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Expulsión cátara.
Expulsión cátara.

 

 

En ese contexto, la batalla de Béziers fue una matanza en la que los cruzados mataron… a todos (o sea, a diez mil). El delegado del papa, un ex abad llamado Arnaud Amaury, exclamaba, pletórico: “¡matadlos a todos! ¡Dios reconocerá a los suyos!” Los cruzados, ni falta que hacía, le hicieron caso. Después de eso, todas las ciudades cátaras fueron cayendo ante los cruzados, entre ellas Carcassonne, hasta que la cruzada albigense terminó con la batalla de Muret. Los cátaros iban muriendo degollados, arrojados a la hoguera, etc. Cualquier método servía. Y como si faltara algo, en 1229 llegó la Inquisición (éramos pocos y llegaron ellos…).

Perseguidos también por la Inquisición, los pocos cátaros que quedaban se reunían en forma clandestina y se escondían en bosques y montañas. En 1244, luego de ser sitiada durante nueve meses, cayó el último reducto cátaro: el castillo de Montségur (en el sudeste de Francia, cerca de los Pirineos), muriendo en la hoguera los doscientos cátaros que permanecían en la fortaleza-santuario. Así, finalmente los cátaros, al parecer tan molestos para el papa, los católicos y para sus vecinos, fueron finalmente exterminados.

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1 COMENTARIO

  1. En la corriente cátara se observan las huellas históricas que el artículo explica.
    También en el ámbito del pensamiento y la conciencia quedaron huellas indelebles por la coherencia con la que vivieron “els bons hommes” y “les bones dones” mostrando otro tipo de realidad.

    Cabe descubrir unas enseñanzas valiosas en la manera cómo el catarismo formó un campo de vida en el cual la conciencia puede desarrollarse, y cómo demostraron la posibilidad de vivir en el mundo sin ser del mundo.

    Algunos de estos temas puede recogerse en la serie de lecturas ofrecida en twitter.com/ElMar deCristal durante esta semana.

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