El corazón de Favaloro

Pocos médicos lograron la trascendencia de René Favaloro en el acervo nacional. Y hablamos de un país con personajes destacados en la medicina, que van desde Premios Nobeles, profesores de prestigio mundial y científicos de valor, pasando por escritores y periodistas que también ejercieron la profesión. No vale la pena hacer nombres para no caer en olvidos incómodos e innecesarios.

Favaloro no solo trascendió por el desarrollo de una de las técnicas que revolucionaron la cirugía cardiovascular, sino por la expresión apasionada y frontal de sus opiniones y, sobre todo, por su trágico final, un grito desesperado ante la crisis de la salud en Argentina. Ese grito aún se escucha y no ha tenido la debida respuesta.

René Favaloro fue el fruto de la Argentina del esfuerzo, de la transferencia social por una meritocracia factible gracias a la educación pública de excelencia.

Médico de alma, de esos que se hicieron en las interminables guardias de practicantes, en la soledad del medio rural, en las noches de estudio, en la atención a sus maestros y el cariño a sus mayores. La tesis doctoral se la dedicó a su abuela Cesárea (“A mi abuela Cesárea, que me enseñó a ver belleza hasta en una pobre rama seca”).

Después de recibido en la Universidad de La Plata (en 1949) ingresó al Hospital Policlínico donde accedió a un puesto de médico auxiliar en forma interina. Cuando después de unos meses lo llamaron para asumir la titularidad, le exigieron la afiliación al partido gobernante. Favaloro no llenó la tarjeta porque pensaba que al hacerlo traicionaba sus principios y fue entonces que decidió hacer el reemplazo del único médico de un poblado en medio del desierto pampeano, Jacinto Aráuz. El reemplazo duró 12 años, experiencia que relató en su libro Recuerdos de un médico rural.

Cuando decidió especializarse en cirugía cardiovascular, viajó a Cleveland donde hizo la residencia y después se incorporó al plantel de Clínica donde estudió la posibilidad de utilizar la vena safena para revascularizar el miocardio afectado por una isquemia coronaria, el bypass que le otorgó prestigio internacional.

Volvió a la Argentina dispuesto a crear un centro de excelencia como los que había conocido en Estados Unidos. Esa era su ambición y también motivo de orgullo y amarguras. Para lograr su cometido trabajó estrechamente con el Dr. Luis de la Fuente quien lo empujó a crear la fundación que lleva su nombre. Algunos pretendieron ver en esta denominación un acto de autopromoción, pero el Dr. De la Fuente fue muy claro al respecto: “Yo fui el responsable, en ese momento él brillaba en el mundo y si queríamos conseguir fondos para hacer la fundación, esa era la forma”. Cuenta que lo pudo convencer después de una prolongada cena: “Esa noche, con cuatro o cinco vinos, aceptó”.

En 1983 fue convocado por el presidente Alfonsín para integrar la CONADEP. Originalmente aceptó el desafío, pero tiempo después renunció cuando se enteró que dicha comisión no tenía atribuciones para investigar los delitos de los grupos terroristas ni de los cometidos por la AAA (Alianza Anticomunista Argentina).

En 1992 inauguró el instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de la Fundación Favaloro, un centro de excelencia que brilló bajo su dirección, aunque los fondos no fluyeron como habían esperado. En la entrada de la Fundación había un muro que esperaba llenar con placas de agradecimiento por donaciones, como existía en los centros de EEUU que había frecuentado. Dicho muro quedó obstinadamente vacío.

En esa época publicó su libro sobre el general  San Martín figura a  la  que evoca de forma canónica, exaltando la ética del Libertador.

En el año 2000, en plena crisis financiera internacional, PAMI y varias obras sociales le debían cifras millonarias a la Fundación, pero entonces, como ahora, las deudas parecían incobrables, los valores se diluían, y las demoras eran eternas, víctimas del eterno “retorno”, que el doctor se resistía a pagar. Favaloro pidió ayuda al gobierno. “En este último tiempo me he transformado en un mendigo”, le escribió al presidente De la Rúa. Las gestiones se prolongaron, la burocracia se enquistó en su laberinto kafkiano  y la noche del 29 de julio del año 2000, el Dr. Favaloro se pegó un tiro en el corazón.

Dejó siete cartas cuyo contenido se reveló parcialmente.

Horas  antes de tomar esta decisión, el Dr. Favaloro escribió: “Cuando inicié la Fundación escribí los 10 mandamientos que debían sostenerse a rajatabla, basados en el lineamiento ético que siempre me ha acompañado. La calidad de nuestro trabajo, basado en la tecnología incorporada más la tarea de los profesionales seleccionados hizo que no me faltara trabajo, pero debimos luchar continuamente con la corrupción imperante en la medicina [….]. Nos hemos negado sistemáticamente a quebrar los lineamientos éticos, como consecuencia, jamás dimos un solo peso de retorno. Así las obras sociales de envergadura no mandaron ni mandan a sus pacientes al Instituto. ¡Lo que tendría que narrar de las innumerables entrevistas con los sindicalistas de turno!”. En la misma carta relata las peripecias para cobrar por los servicios de la Fundación, la resistencia a pagar las “exigencias” de algunos jerarcas, los precios viles y los sistemas burocráticos que abruman la atención médica.

“Es indudable que ser honesto en esa sociedad corrupta tiene su precio: A la larga o a la corta te lo hacen pagar. Yo no puedo cambiar, prefiero desaparecer”. Y el Dr. Favaloro prefirió desaparecer antes que ceder.

Estas palabras escritas hace más de 20 años, no han perdido vigencia … por el contrario, son de acuciante actualidad.

Su suicidio fue un golpe a la sociedad argentina. Con su muerte Favaloro le enrostraba sus fallas, sus excesos, su estructura viciada. ¿Acaso surtió efecto? ¿Fue un vano sacrificio? La respuesta está en el corazón de cada uno…

En esta última carta, el Dr. Favaloro termina diciendo “Quizás mi mayor pecado fue siempre expresar en voz alta mis sentimientos”. Esperamos que algún día sean escuchados.

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Esta nota también fue publicada en Perfil

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