Auguste Comte y el positivismo: un nuevo pensamiento para una nueva era

Auguste Comte, reconocido como el padre del positivismo, es un individuo generalmente descripto como excéntrico que llegó a tener una inmensa influencia en el mundo de la ciencia y la filosofía por la elaboración de un sistema de ideas que ponía al conocimiento científico como base para entender al mundo.

Su tránsito hacia esta concepción, se pude ubicar en su primerísima infancia, dado que nació en 1798, el año de la Revolución Francesa. A pesar de venir de una familia monarquista y conservadora, como muchos de los hombres de su generación en su juventud se dejó imbuir por la idea de que el mundo estaba entrando en una nueva época, más secular y republicana, que se vio solidificada en sus años de formación en la École Polythecnique napoleónica, dónde se destacó rápidamente en las materias científicas.

El cierre prematuro de su curso en 1816 y una disputa familiar lo llevaron a abandonar su Montpellier natal para instalarse sólo en París. Allí, ahora económicamente independiente, sobrevivió dando clases particulares de matemática, trabajando para la prensa y traduciendo textos, pero su actividad más importante consistió en actuar como secretario de un anciano Saint-Simon. En el período que duró esta relación, entre 1817 y 1824, Comte contribuyó en la creación del periódico L’Industrie y se dejó influir por las ideas del socialista utópico, principalmente en relación al desarrollo de una ciencia que estudiara la sociedad. Además, se le ha dado el crédito de haber inspirado en él la teoría de los tres estados – por la cual, según él sostenía, de forma progresiva, la humanidad fue dejando de entender al mundo de manera puramente teológica para hacerlo de forma “positiva”, es decir, comprendiéndolo con bases científicas -, piedra fundamental del pensamiento positivista que tan famoso hará a Comte.

En este punto, especialmente luego de publicar el primer libro en el que asentó estas ideas, Plan des travaux scientifiques nécessaires pour réorganiser la société (1822), se produjo la separación con Saint-Simon, pero sin abandonar los círculos intelectuales que ambos frecuentaban. En este período, entonces, pudo contar con el apoyo de personajes como Olinde Rodrigues y Prosper Enfantin que le permitieron publicar de forma seriada en su medio, Le Producteur, dos tratados de gran importancia: Considérations philosophiques sur les sciences et les savants y Considérations sur le pouvoir spirituel (escritos entre 1825 y 1826).

El prometedor futuro intelectual, sin embargo, se vio empañado por su complicada vida personal. Comte no sólo sufría de problemas económicos crónicos – agudizados por la presión de mantener a su mujer, una exprostituta llamada Caroline Massin -, sino que también su obsesión por el trabajo afectó severamente su salud mental. Por eso, no es raro ver que a partir de este punto las internaciones psiquiátricas y los intentos de suicidio se volvieron partes regulares de la vida del filósofo.

Batallando contra todo esto, igualmente, para la década del treinta pudo desarrollar en profundidad las ideas que cimentarían su legado. En principio, se dejó inspirar por la Revolución de 1830 y decidió dar cursos gratuitos – especialmente de astronomía – a obreros que, aunque no cumplieron exactamente con su objetivo, atrajeron bastante atención a sus actividades. Con esta publicidad, si bien no triunfó como seminario presencial, Comte fue publicando entre 1830 y 1842 los seis tomos de su Cours de philosophie positive. Con buena pero lenta recepción dentro de los círculos académicos, eventualmente el filósofo fue viendo mejorada su posición económica especialmente luego de que el británico John Stuart Mill le consiguiera apoyos financieros a inicios de la década del cuarenta.

En este punto, sumado a su renovado reconocimiento profesional, la vida de Comte dio un vuelco en lo personal cuando, luego de nuevas crisis de locura, su mujer lo abandonó. Sumido ahora en un momento de profunda reflexión donde la cuestión se empieza a volver más border y a afectar la seriedad de su pensamiento, en 1844 Comte conoció y se enamoró de una mujer llamada Clotilde de Vaux. En una relación que básicamente se sostuvo por correspondencia y que jamás llegó a consumarse – viéndose eventualmente finalizada por la muerte prematura de la muchacha en 1846 – él se dejó llevar a fondo por su admiración romántica, al punto que llegaría a pensar en Clotilde como una suerte de deidad. Esto, que no podría haber pasado de un delirio personal, tuvo su corolario en la constitución de su amada muerta en una parte fundamental de lo que él concibió como la Religión de la Humanidad.

Clotilde de Veaux

 

Clotilde de Veaux caracterizada como la virgen del postitivismo.
Clotilde de Veaux caracterizada como la virgen del postitivismo.

 

Nacida de las bases, inicialmente populares y seculares, de la Sociedad Positivista, un club político creado en los albores de la Revolución de 1848, con esta religión Comte desarrolló una suerte de alternativa atea a los cultos tradicionales. Aunque pueda parecer un contrasentido de las ideas positivistas que él sostenía, sentía que parte del peligro de la era moderna era que, viendo que el mundo se podía entender simplemente a través de la aplicación del método científico, nadie inteligente podría creer en Dios. Esto, que en sí no está nada mal en su estructura de pensamiento, igualmente implicaría la desaparición de las religiones y del ordenamiento moral que ellas proveen, potencialmente generando un caos social. En un intento por resolver la cuestión, Comte se decidió a hacer una suerte de veneración atea a la Humanidad – representada con los rasgos de Clotilde de Vaux – que, tomando prestado de las creencias tradicionales, tendría un calendario de fechas a conmemorar, espacios de culto y hasta sacramentos.

Todo esto, que Comte detalló en los cuatro tomos de Système de politique positive (publicados entre 1851 y 1854) y Catéchisme positiviste (1852), ciertamente no ayudó a mantener un interés serio en su filosofía. Plagado por obstáculos prácticos y económicos que trató de superar mandando cartas delirantes a los grandes líderes mundiales, su religión no prosperó y ahuyentó a varios de sus seguidores. Así, progresivamente sus discípulos lo fueron abandonando y, aunque nunca llegó a caer en desgracia, cuando Comte murió de algo que parece haber sido cáncer de estómago el 5 de septiembre de 1857, quedó claro que su influencia se había limitado bastante en la última década de su vida.

El espíritu excéntrico de Comte, de todos modos, encontró una segunda vida. Por su contribución en el desarrollo de la sociología y por su atención al rol de la ciencia en la comprensión del mundo, el positivismo perduró y encontró ecos favorables, notablemente, en varios países latinoamericanos. En el contexto argentino, por ejemplo, la filosofía fue central en el desarrollo de personajes de calibre como Florentino Ameghino, José Ingenieros o José María Ramos Mejía que, muchas veces, buscaron aplicar un marco científico o seudocientífico a su pensamiento para cuadrar con las ideas positivistas. El mayor grado de influencia, de todos modos, se dejó sentir por estas latitudes en Brasil. En este país, toda una generación de personalidades de la segunda mitad del siglo XIX se vio influida por las ideas de Comte para declarar el fin del Imperio y la instauración de la República en 1889, al punto de incluir la famosa frase del filósofo “orden y progreso” en el emblema nacional. No sólo eso, sino que también, sorprendentemente, la Religión de la Humanidad ganó varios adeptos en el contexto brasilero y, aunque considerablemente disminuida, su presencia todavía se deja sentir en los cinco templos que aún pueden encontrarse en distintas ciudades del país.

Templo Positivista en Porto Alegre.jpg

 

Templo Positivista en Porto Alegre.
Templo Positivista en Porto Alegre.

 

 

 

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