Flora Tristán: el martillo y la rosa

Creciendo bajo la contradictoria influencia del romanticismo, Flora Tristán se inclinó por la lectura de Bernardino de Saint Pierre, Víctor Hugo, Lamartine y convirtió a su vida en digna de la de una heroína romántica: escenarios sórdidos y oscuros, aventuras extravagantes en paisajes exóticos, belleza, amor, tristeza, melancolía, soledad. Y aunque sus ideas sobre la mujer y el socialismo, el feminismo y la clase obrera fueron realmente innovadoras, fue su vida singular la que más ha cautivado la atención de escritores e historiadores.

Su existencia, signada por múltiples avatares y adversidades, pero también su propio relato de esa vida, hacen de Flora Tristán un personaje notable: la Paria, la Mujer-Mesías. Y a pesar de ser “una mujer sola contra el mundo”[1], fue venerada por los trabajadores, a quienes dedicó fervorosamente sus últimos días y quienes le ofrendaron las palabras que rezan sobre su tumba: “A la memoria de la señora Flora Tristán, autora de ‘La Unión Obrera’, los trabajadores agradecidos. Libertad, Igualdad, Fraternidad, Solidaridad.”

Flore Celestine Therèse Henriette Tristán Moscoso nació el 7 de abril de 1803. Su padre fue un coronel criollo de la armada española en el virreinato del Perú y su madre, una francesa que, escapando de la Revolución de 1789, emigra a Bilbao. Allí, sus padres contraen matrimonio ante un sacerdote; trámite que no tendrá validez para las autoridades y las leyes francesas, lo que acarreará una crucial consecuencia en la vida de Flora. En 1804, un nuevo Código Civil reemplaza a las leyes de la Revolución: mientras preserva algunos aspectos del espíritu igualitarista de 1789, insiste sobre el derecho a la propiedad y la autoridad patriarcal del hombre sobre su esposa e hijos. El pater familiae del Derecho Romano recobraba así su potestad, de la mano de Napoleón, que intervino personalmente en la redacción de estas cláusulas: se restringe el divorcio, no se reconoce a los hijos ilegítimos, la autoridad paterna recupera la fuerza que tenía en el Ancien Régime.

Flora Tristán

Instalada la familia en la calle Vaugirard de París, el hogar es frecuentado por Simón Bolívar, el naturalista Aimé Bonpland y por aquel escritor y filósofo apodado Samuel Robinson, que no era otro que Simón Rodríguez, el mentor del Libertador. Esos son los nombres que invoca Flora, ya adulta, para demostrar a su tío Pío de Tristán que, a pesar de la ilegalidad en la que estaba inscripto el matrimonio de sus padres –y, por lo tanto, su propio nacimiento-, es la hija de su querido hermano Mariano. En Peregrinaciones de una Paria reproduce la esquela enviada a su tío en ocasión de su viaje a Perú: “Adjunto mi partida de bautismo. Si le quedan algunas dudas, el célebre Bolívar, amigo íntimo de los autores de mis días, podrá esclarecerlas. Me ha visto educar por mi padre, cuya casa frecuentaba continuamente. Puede usted también ver a su amigo, conocido por nosotros con el nombre de Robinson, así como a M. Bonpland…”[2]

Sangre de santos españoles, papas italianos, militares criollos y emperadores incas corría por las venas de Flora. Su corta vida no impidió que conociera la comodidad en Vaugirard y las dificultades en Burdeos, el honor en París y el desprecio en Arequipa, la esclavitud en Praia y aquella otra moderna esclavitud asalariada en Londres. Y cada una de estas experiencias fue delineando su propio pensamiento, transformando a esta mujer autodidacta en “La Paria”, empujándola a convertirse en una profeta pagana del socialismo y la emancipación femenina.

Sangre de santos españoles, papas italianos, militares criollos y emperadores incas corría por las venas de Flora.

La vida de Flora Tristán transcurrió en el tiempo que mediaba entre dos revoluciones: catorce años separan a su nacimiento de la gran Revolución Francesa de 1789 y muere apenas cuatro años antes de la Primavera de los Pueblos de 1848, la rebelión que recorrió Europa pero que tuvo como epicentro a Francia y, como protagonista, al mismo proletariado al que le dedicó sus últimos años de vida. En cierto modo, su existencia estuvo signada por estos acontecimientos: una revolución burguesa que ya no es, una revolución proletaria que todavía no puede llegar a ser. Contrapunto que, además, es una metáfora de la contradicción que la atravesaba personalmente: por un lado, el denodado esfuerzo por recuperar el lugar perdido en la aristocracia, después de la muerte de su padre; por otro, el afanoso anhelo de conquistar colectivamente la emancipación del proletariado, de aquellos parias de los cuales también se sentía parte.

Y si las premisas objetivas para la revolución obrera eran aún inmaduras, su obra será, en todo, un producto de esa época, de ese período de transición entre el “ya no más” de la revolución burguesa y el “todavía no” de la revolución proletaria. Por eso puede señalarse que Flora Tristán se sitúa a mitad de camino entre el socialismo utópico y el socialismo científico: sus artículos y folletos no pueden encuadrarse, sin esfuerzo de conciliación, con sus maestros e inspiradores; pero tampoco puede incluírsela entre los segundos, fundamentalmente por su desconocimiento de la economía política y su consecuentemente insuficiente análisis de clase, aun cuando adelante alguna de las ideas fundamentales que, pocos años más tarde, Marx y Engels darán a conocer al mundo a través del Manifiesto Comunista.

Ni francesa ni peruana; ni burguesa ni proletaria. ¿Cuál era su lugar de pertenencia? Su búsqueda de un lugar en el mundo la conduce al reconocimiento de que no tiene lugar en él: “… resolví ir al Perú y refugiarme en el seno de mi familia paterna, con la esperanza de encontrar allí una posición que me hiciese entrar de nuevo en la sociedad.”[3] El desgarramiento que atraviesa su existencia se resuelve sólo a través de este viaje a las lejanas y desconocidas tierras americanas que es, en realidad, una travesía al interior de sí misma, su auto-reconocimiento como paria, pero también su conversión en una luchadora social, en una exquisita polemista, en una publicista innovadora. Allí, en Perú, advierte la posibilidad de trascendencia para su vida miserable a través de la obra literaria; pero se tratará de una escritura rebelde que denunciará la opresiva situación que recae sobre las mujeres, parias del mundo, sometidas violentamente a las cadenas del matrimonio que compara con las de la esclavitud, también descubierta durante este itinerario. “¿Existe acción más odiosa que la de esos hombres que en las selvas de América, van a la caza de negros fugitivos para traerlos de nuevo bajo el látigo del amo? La esclavitud está abolida, se dirá, en la Europa civilizada. Ya no hay, es cierto, mercados de esclavos en las plazas públicas; pero entre los países más avanzados no hay uno en el cual clases numerosas de individuos no tengan mucho que sufrir de una opresión legal: los campesinos en Rusia, los judíos en Roma, los marineros en Inglaterra, las mujeres en todas partes. Sí, en todas partes en donde la cesación del consentimiento mutuo y necesario a la formación del vínculo matrimonial no es suficiente para romperlo, la mujer está en servidumbre.”[4]

Ni francesa ni peruana; ni burguesa ni proletaria. ¿Cuál era su lugar de pertenencia? Su búsqueda de un lugar en el mundo la conduce al reconocimiento de que no tiene lugar en él.

Hasta ese viaje ¿quién había sido Flora Tristán? Sólo una mujer que, con tan sólo dieciocho años, aspiraba a convertirse en “una mujer perfecta”, que pretendía “ser buena con todo el mundo, ser filósofa, pero en una forma tan dulce, tan amable, que todos los hombres desearán una mujer filósofa.”[5] Una niña que había visto nacer a su hermano al mismo tiempo que moría su padre; que de tener un hogar frecuentado por célebres escritores, militares y políticos, pasará a vivir sola con su madre en un sórdido barrio de París. Una joven que a los quince años es rechazada por el padre de su pretendiente, por considerarla bastarda. Una mujer condenada por esta situación de ilegalidad del matrimonio parental, estigmatizada como hija ilegítima por las leyes francesas que le reservaban un destino de miseria, y cuya situación es resuelta con un matrimonio arreglado con el litógrafo André Chazal. Flora era, entonces, una obrera en el taller de este artista algo mayor, donde se incorporó como aprendiza. “El 3 de febrero de 1821 comparecen los novios ante el Ayuntamiento del distrito XI de París, y se casan civilmente. Ninguno de los dos ha hablado de unirse ante la Iglesia.”[6]

No había opciones para las mujeres de aquella época: el convento o la prostitución eran las únicas alternativas para escapar a un matrimonio de conveniencia. El Código napoleónico rezaba que la esposa “sólo puede interponer demanda de divorcio en el caso de que el esposo introduzca una amante permanente en el hogar.” Flora era, entonces, una mujer a la que la unión matrimonial sólo sumó nuevas desgracias: ante la violencia de André Chazal, descubre raudamente que ni siquiera contaba con el derecho a abandonarlo, a divorciarse, a romper ese supuesto “mutuo consentimiento” en el que se había establecido el vínculo. Así y todo, se atreve a abandonarlo, con dos pequeños hijos a cuestas y pocos meses de un tercer embarazo, en cuya convalecencia descubre el feminismo a través de las páginas de Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft.

¿Cómo sobrevivir en una sociedad donde las mujeres dependían económicamente de sus padres o de sus maridos? ¿Cómo buscar un empleo, con dos hijos y otro en camino, estando separada, en una nación cuyas leyes no permitían el divorcio? Flora trabaja en una confitería haciéndose pasar por viuda. Luego deja a sus hijos al cuidado de otras personas, pero ya no regresa al hogar conyugal y acepta un trabajo como ama de llaves de una familia inglesa, con quienes recorre Suiza, Alemania, Italia e Inglaterra, entre 1826 y 1828. Entretanto, no sólo ha leído las novedosas ideas de Mary Wollstonecraft, sino también a Saint Simon, a Charles Fourier y a George Sand… ese atrevido “escritor” detrás de cuyo seudónimo se escondía una mujer que también ansiaba la libertad.

Flora va acumulando, en su memoria, las experiencias de una vida desgraciada que la convertirán luego en la escritora que denuncia los flagelos de una sociedad basada en profundas inequidades. “Sin madre, sin hijos, sin nombre, sin marido: paria auténtica ya, antesala de su propio destino.”[7] Sin embargo, todavía estas vivencias sólo atormentan a su espíritu, antes de convertirse en folletos y libros encendidos que provocarán las más variadas reacciones en los círculos progresistas de la época.

Después de su vida como ama de llaves de una familia burguesa londinense, Flora Tristán regresa a París y demanda a su marido ante los tribunales. Reclama la separación de bienes del matrimonio; pero la justicia que le niega el derecho al divorcio también falla en su contra ante este pedido: André Chazal, según la sentencia, carece de bienes y medios de subsistencia. A ella le corresponde, entonces, afrontar sola la manutención de sus hijos.

Al poco tiempo, muere su primer hijo. Sin embargo, como si la providencia no quisiera abandonarla completamente, conoce a un oficial de la marina mercante que en sus viajes a Perú ha trabado relación con Don Pío de Tristán, nada menos que su propio tío. El padre de Flora le había dicho en su lecho de muerte: “Hija mía, te queda Pío.” Y la búsqueda de contacto con ese tío allende el mar, había sido infructuosa durante años: decenas de cartas, enviadas por su madre a aquel encumbrado cuñado criollo, no habían obtenido respuesta. Ahora se presentaba una oportunidad única, la de enviarle una carta, a través del marino Zacarías Chabrié, de esta sobrina que había sido encomendada a él por su padre en el lecho de muerte.

Flora Tristán ya había entrado en contacto con los discípulos de Saint Simon, quienes habían constituido una asociación de fraternidad y vida en común. Sus ideas sobre el amor y la familia, la fidelidad y las mujeres eran enormemente revolucionarias; pero estaban bastante encontradas con la propia práctica del grupo. Ingenieros, médicos, poetas que declamaban sobre el progreso y el socialismo habían conformado una asociación en la que no participaban las mujeres, a excepción de Clara, la esposa de Saint Amand Bazard, uno de los dirigentes junto con Prosper Enfantin. Estos “Padres Supremos” –como eran denominados en la secta- mantenían divergencias entre sí: Bazard abogó por las reformas políticas, mientras Enfantin se inclinó por la predicación y el cambio moral, criticando especialmente la “tiranía del matrimonio” y abogando por el amor libre. Finalmente, éste condujo a sus seguidores hacia el misticismo, en la búsqueda de una Mujer-Mesías que esperaba encontrar en Oriente.

Que no tendrían ningún papel en la construcción del futuro socialismo o que eran reveladoras del nuevo orden moral, tales eran las divergentes concepciones sobre las mujeres que dividían a estos “padres”, perseguidos por las autoridades francesas. “La mujer es la igual al hombre, será su igual: hoy en día es su esclava, es su amo quien debe liberarla. No es por protestar ni por negación que se podrá llamar a la mujer; no se puede apelar a ella más que afirmándola, expresando qué es lo que se quiere para ella, cómo se concibe, cómo se espera el porvenir para ella.”[8]

¿Flora podría convertirse en esta Mujer-Mesías que anhelaba Enfantin? Quizás. Por lo pronto, no comparte las opiniones de los discípulos de la escuela societaria, aunque esta idea mesiánica de la mujer predestinada a convertirse en profeta del mundo nuevo, la seduce enormemente. Como lo señalan diversas biógrafas de Flora Tristán, el misticismo es la forma en que se va configurando su propio proceso de individuación, en el que asume la tarea que se encomienda de modo casi profético.[9]

En 1832, dos obreras socialistas –desplazadas de la participación en la asociación creada por los discípulos de Saint Simon- lanzan el periódico La femme libre, que luego se titulará La Femme Nouvelle y La Tribune des Femmes. Desde esas páginas, Suzane Voilquin peticionará por el derecho al divorcio, cuando se involucra amorosamente con otra sansimoniana. Al año siguiente, Eugenie Niboyet funda, en Lyon, Conseiller des Femmes, el primer periódico feminista publicado fuera de París. Eugenie, que había integrado las filas del sansimonismo, rompía con la organización y se adhería a los fourieristas. A diferencia de los discípulos de Saint Simon que se debatían entre la libertad sexual y la defensa de la fidelidad, que derivaban de los principios socialistas de su maestro un cierto misticismo religioso, los fourieristas se concentraban en los cambios económicos para el desarrollo de los “falansterios”, donde el trabajo –incluso el doméstico- sería realizado por todos los miembros de la comunidad en igualdad.

Charles Fourier había señalado que la situación de las mujeres era la medida del progreso social y esta idea encarna en Flora, que mantiene distancia de los sansimonianos y se inclina más por las ideas de Victor Considérant, un discípulo de Fourier que abogaba por la constitución de los “falansterios” que su maestro había proyectado, esas comunidades que se organizarían cooperativamente para reformar pacíficamente el orden socio-económico que era fuente de todas las injusticias. “Se observa que el nivel de civilización a que han llegado diversas sociedades humanas está en proporción a la independencia de que gozan las mujeres.”, escribirá Flora, parafraseando a Fourier, en las primeras páginas de Peregrinaciones de una Paria.[10] Lo mismo harán Marx y Engels, Lenin, Trotsky… desde el corazón mismo del socialismo utópico se traza un camino que, como un fino hilo, llega hasta la actualidad del marxismo revolucionario: “Una revolución no es digna de llamarse tal si con todo el poder y todos los medios de que dispone no es capaz de ayudar a la mujer –doble o triplemente esclavizada, como lo fue en el pasado- a salir a flote y avanzar por el camino del progreso social e individual”.[11]

Mientras tanto, Flora recibe la respuesta de su tío desde Perú. Una respuesta parca y distante que desmorona sus esperanzas de encontrar ayuda en su familia criolla. “Cuando recibí esta respuesta, a pesar de la buena opinión que tenía de los hombres, comprendí que no debía esperar nada de mi tío.”[12] Pero las esperanzas reaparecen de la mano de la revuelta popular. Flora participa activamente en las jornadas conocidas como Las Tres Gloriosas, cuando Carlos X de Borbón decreta la suspensión de la libertad de prensa y disuelve la cámara de diputados recientemente electa y el pueblo de París –que venía de soportar las consecuencias de una importante crisis económica y la suba de los precios de los alimentos- se precipita a las calles, derrotando al ejército y reabriendo los periódicos liberales cerrados por ordenanza real. Obreros y artesanos, reunidos frente al Palacio Real, constituyeron el primer núcleo de la insurrección; en el Ayuntamiento, la Bastilla y los suburbios se levantaron barricadas; las estrofas de La Marsellesa resonaban en las calles de París y eran interrumpidas sólo por el grito de “¡Abajo los Borbones!” La movilización involucró a los estudiantes y clases medias; comerciantes y patrones daban asueto a sus empleados para participar de la revuelta. Finalmente, el 30 de julio de 1830, el rey abdica y la Cámara de Diputados eleva al trono a Luis Felipe de Orleáns, a quien se lo bautiza popularmente como “el rey de las barricadas”.

Profundamente impresionada por las movilizaciones populares, Flora Tristán pronto verá sucumbir nuevamente sus esperanzas: la ley de divorcio se discute en la Cámara, pero no será aprobada hasta 1884. El vínculo que la mantenía esclavizada al odiado André Chazal, no puede disolverse aún. La clase obrera había impulsado el movimiento revolucionario, consiguiendo el triunfo del pueblo; pero la gran burguesía, nuevamente, iba a apoderarse de él.

En tanto, el marido reclama la tenencia de su hijo Ernesto, mientras Flora exige, a cambio, la firma de un acuerdo de separación que confía en que podrá transformarse en divorcio, llegado el momento en que las leyes lo habiliten.Finalmente, agotados todos los recursos para sobrevivir ante tantas desventuras, recurre a Mariano de Goyeneche, un primo arequipeño de su padre, que vive en Burdeos y colabora en la preparación de su definitorio viaje a Perú.

El 7 de abril de 1833, cuando cumplía treinta años, Flora emprende su peregrinación a Perú a bordo del buque “El Mexicano”, comandado por el mismo oficial Zacarías Chabrié que había conocido unos años antes. Serán cuatro meses y medio de travesía, en un barco tripulado por veinte hombres y una sola mujer: ella. En los meses que siguen, la clase obrera francesa conoce los más altos niveles de explotación desde la restauración. Mientras Flora navega hacia su destino, los tejedores de seda de Lyon se levantan contra los miserables salarios y las agotadoras jornadas de dieciocho horas de trabajo. Bajo el lema “Vivir trabajando o morir combatiendo”, los obreros se lanzan a la lucha, soportando la feroz represión de las tropas gubernamentales. La derrota, sin embargo, no pasa en vano. Fortalecidos en su conciencia de clase, los trabajadores avanzan en la construcción de sus organizaciones.

Flora está lejos de estos acontecimientos, encontrándose con el misterioso Perú, la tierra de su padre, recientemente liberado del yugo español y sumido en una lucha entre caudillos militares que pugnan por alzarse con la presidencia de la nueva república. En 1834, la ciudad de Arequipa –de donde es oriunda su familia paterna- se convulsiona ante el derrocamiento del presidente constitucional, general José Luis Obregoso, por la acción de otros generales independentistas, Agustín Gamarra y Pedro Bermudes. El ejército de Arequipa es vencido y la ciudad cae en poder de los usurpadores, aunque después, tras un levantamiento popular, se pone fin a la ocupación. Flora Tristán asiste a estas revueltas en tierras americanas, desde una mirada inédita: si en Francia se había transformado en una trabajadora asalariada, condenada a vivir en la ilegalidad por la prohibición del divorcio impuesta por Napoleón, aquí pertenecía a una de las familias más acomodadas de Arequipa, referente de la reaccionaria oligarquía.

Recién en enero de 1834 conoce a su tío Pío de Tristán. Nada consigue de lo que se había propuesto resolver en este largo viaje a través del océano. Su familia le concede una escasa pensión, pero no le reconoce el derecho a la herencia que ansiaba Flora; la abraza entre los suyos, pero sigue estando condenada por el fallido matrimonio no legalizado de sus padres a ser la hija bastarda sin derechos.

Su travesía, sin embargo, como ya señalamos, la convierte en la Flora Tristán que trascendió en la historia de las ideas socialistas y feministas, la convirtió en aquella mujer que expresó sus memorias de ese itinerario en las célebres páginas de Peregrinaciones de una Paria, en cuya última página escribe: “Me quedé sola, completamente sola, entre dos inmensidades: el agua y el cielo.”[13]

FLORA TRISTAN

De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras

No nos vamos a detener en este viaje iniciático, relatado en Peregrinaciones de una Paria, cuya redacción inicia en 1835, ya de regreso en París. Lo que empieza a escribir durante su viaje de retorno a Europa es su primer ensayo De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras. ¿Cuánto hay aquí de la influencia de Anna Wheeler, quien, según la misma Flora Tristán, es “la única mujer socialista que conoció en Londres”?

Anna, junto con William Thompson había publicado, en 1825, una obra feminista de largo título y gran repercusión: La demanda de la mitad de la raza humana, las mujeres, contra la pretensión de la otra mitad, los hombres, de mantenerlas en la esclavitud política y, en consecuencia, civil y doméstica. Como Flora, Anna Wheeler también había sido víctima de la violencia de su esposo, lo que la obligó a abandonar el hogar conyugal con sus hijos; también era autodidacta, también se vinculó a los utópicos y, especialmente, a Charles Fourier, cuyas obras tradujo al inglés. La diatriba contra el matrimonio, escrita por Wheeler y Thompson, incluye un incisivo análisis crítico del contrato sexual por el cual los hombres se convierten en propietarios del cuerpo de las mujeres.

Flora Tristán señala, en el inicio de éste, su primer ensayo, la necesidad de la unidad de las masas para luchar contra las viejas instituciones: “Por todas partes se oye resonar una voz unánime, que reclama instituciones nuevas que se adapten a las nuevas necesidades, una voz que pide asociarse, unirse para trabajar de común acuerdo en aliviar a las masas que sufren y languidecen sin poder reponerse, ya que, divididas, son débiles, incluso incapaces de poder luchar contra los últimos esfuerzos de una civilización decrépita que se extingue.”[14] Analoga la lucha por los derechos de las mujeres con aquella otra gran revolución que empujó al pueblo contra las vetustas instituciones medievales, en una formidable alianza de toda la sociedad contra el trono. Llama a las mujeres, pero también a los hombres, a aquellos que “sienten que hay que mejorar la suerte de las mujeres”; lo hace bajo el argumento de que no pueden seguir viviendo en el dolor aquellas cuya misión es la de “llevar la paz y el amor en el seno de las sociedades.”

Pero ya en De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras se advierte la diferencia que la distancia de los socialistas utópicos: Flora cuestiona la división entre la teoría y la praxis de los fourieristas; señala que los “falansterios”, y otras formas de vida comunitaria ideadas por los utópicos, son meros sueños que no logran resolver los problemas de las masas, condenadas a la miseria. “Nuestro propósito aquí no es crear también una brillante utopía, describiendo el mundo cómo debería ser sin señalar el camino que nos ha de llevar a cumplir el gran sueño de un Edén universal.”[15]

Para Flora, la utopía es una abstracción, la teoría esbozada por los grandes pensadores del socialismo de la época es meramente discursiva, no permite trazar las perspectivas prácticas para alcanzar el progreso humano. Ella no quiere ser confundida “con aquellos metafísicos que sueñan más de lo debido”.[16] Ni tampoco “salvar” a unos pocos elegidos, predestinados a la vida comunitaria en un mar de penurias: “Los límites de nuestro amor no deben ser los zarzales que rodean nuestro jardín, los muros que cercan nuestra ciudad, las montañas o los mares que bordean nuestro país. Desde ahora, nuestra patria debe ser el universo.”[17] Flora Tristán anticipa aquí una idea acerca del internacionalismo, que la ubica más del lado del socialismo científico que del socialismo de sus propios maestros. Sus viajes le han servido para comprobar, en los hechos, que las parias viven bajo el yugo de la misma a opresión en todas partes.

Más tarde, estas mismas conclusiones le servirán para forjar su idea central de la Unión Obrera, un esbozo de internacional proletaria concebida más de veinte años antes que se fundara la Asociación Internacional de los Trabajadores, más conocida como la Iº Internacional.

En De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras, Flora Tristán busca un lenguaje que le permita acercarse a las masas, argumentos que consigan convencer de las ventajas, para el conjunto de la sociedad, de aquello que propone respecto de las mujeres. Flora empieza a convertirse, en este texto iniciático, en una publicista del feminismo socialista. No se dirige a las mujeres, sino a toda la sociedad; no propone una utopía, ni quiere exponer una mera descripción de las miserables condiciones de existencia de las más desdichadas: intenta trazar argumentos convincentes que conduzcan a sus lectores a emprender la tarea práctica que expone. Como dijera Vargas Llosa, “esta mujer poderosa tiene el talento exquisito de hablar a cada cual en su lenguaje.”

¿Por qué no pensar que los viajes, en sí mismos, son fuente de progreso y de unión entre los pueblos, “apresurando el momento en que tantas naciones rivales lleguen a ser una sola familia”? Para eso es necesario implementar reformas a las leyes e instituciones vigentes que rigen el destino de las parias, con el fin de alcanzar “mejoras progresivas”. Por eso, el folleto no incluye sólo una descripción detallada de los males que aquejan a las mujeres inmigrantes, sino también la propuesta de crear una Sociedad a favor de las Mujeres Extranjeras, mostrando la importancia que tenía, para Flora, la dimensión política práctica. Hacia el final del texto propone un estatuto para dicha sociedad, cuyo lema será “Virtud – Prudencia – Publicidad”.

Sus viajes por distintas ciudades europeas y su reciente travesía por el Perú le permitieron conocer los obstáculos y dificultades que se interponen a una mujer cuando se encuentra en un país que no es el suyo. En búsqueda de trabajo o de una herencia que le fue, finalmente, negada, Flora conoce las peripecias de ser una mujer extranjera, cuya identidad depende del padre o del marido, en el caso de estar casada.

¿Qué sucede con las mujeres que viajan solas a París? “Seguramente, lo primero que se le dirá es: ‘¿Está sola Señora?’ (enfatizando la palabra sola), y cuando conteste afirmativamente, se le dirá al mozo o a la moza que la lleve en la peor habitación de la casa. (…). Sin embargo, se le cobrará por su mala habitación 10 F más de lo que se cobraría a un hombre.”[18] Pero estos “disgustos” no son nada comparados con las habladurías que despertará la extranjera sola, a quien se le endilgan todo tipo de bajas intenciones en su visita a la Ciudad Luz. Pero si estos males son comunes a todas, hay otros que son específicos y tienen que ver con la condición de clase de la mujer viajera. Ya en este trabajo, impresiona su intento de conjugar la clase y el género. Aquí señala tres sectores de mujeres, al momento de describir de qué maneras tan diversas se manifiesta la opresión.

Flora Tristán establece una división entre las mujeres “que emprenden viajes con fines de instrucción o diversión”, entre las que se encuentran las “más distinguidas e interesantes”; después están las que son atraídas a la ciudad “por especulaciones comerciales, juicios u otros negocios de esta índole” y, finalmente, la tercera y más numerosa de las clases, la de las mujeres que parecen “reunir todos los dolores” y ser dignas “de la más profunda compasión”. Las primeras sufrirán las dificultades de recorrer París a solas, bajo la mirada prejuiciosa de los hombres; las segundas, correrán el riesgo de ser engañadas en la búsqueda de sus propósitos y las terceras, acudirán a la gran ciudad para buscar perderse en el anonimato, víctimas de una deshonra, de la desigualdad e injusticia de las leyes que la atan a un destino matrimonial que deploran. Estas últimas son mujeres pobres, ya que “muy pocas mujeres ricas se encuentran en la cruel necesidad de separarse de su marido”, según la autora. Y es el rechazo de la sociedad lo que las condena al “sendero del vicio cubierto con los colores más brillantes”. Para ellas, Flora reclama el principio cristiano de hacer a los demás lo que nos gustaría que nos hicieran a nosotros mismos. No son extranjeras sólo por su patria de origen, éstas son extranjeras de las normas que impone la sociedad injusta, que establece la brutal desigualdad para las mujeres.

Sólo hay un lugar peor que París, para la recepción de las mujeres extranjeras, y es Londres. Pero sobre este asunto, Flora promete detenerse en un próximo trabajo que tiene en mente publicar más adelante: Paseos en Londres. La verdad es que las mujeres extranjeras tampoco son bien recibidas en el nuevo continente, que ella también conoce: “Y en cuanto a América, veremos, cuando publiquemos la pequeña relación de nuestro viaje por esas comarcas, que mientras más avanzan en la civilización europea, más pierden su antigua hospitalidad.”[19] ¿No era, acaso, el progreso el que traería la salvación para las plagas que aquejan a la humanidad? Contradictoriamente, en este texto que se inicia invocando la lucha contra el atraso de las vetustas instituciones de antaño, se señala que el progreso que impone la “civilización”, añade más penurias, bajo sus formas capitalistas: “barbarie de las civilizaciones modernas.”

Para Flora, la tarea de los “visionarios” –los hombres y mujeres que, antes que el resto de la sociedad, avizoran el camino de la emancipación- consiste en unirse, en asociarse en pos de un objetivo común. Describiendo las sociedades que constituyeron los primeros cristianos perseguidos, los judíos durante la Edad Media, los cruzados y los protestantes, pretende demostrar que su fuerza radicó en su espíritu de cuerpo, en su unidad y su propósito de socorrer a los desdichados. Todos sus ejemplos son extraídos de la historia religiosa europea, aunque menciona que lo mismo podría encontrarse en la historia de las revoluciones políticas, si bien no lo desarrolla.

Su sociedad de acogida a las extranjeras, que podrá ser presidida por un hombre o una mujer, nativos o inmigrantes, se propondrá “recibir a las Extranjeras, escuchar sus demandas, satisfacerlas, si ha lugar, presentarlas a la Sociedad, e incluso introducirlas en el mundo; proporcionar a aquellas que vengan a realizar investigaciones eruditas toda la información que puedan necesitar; a las que sean artistas, ponerlas en contacto con artistas; a las que sean extrañas a Francia, ponerlas en contacto con sus compatriotas, si así lo desean; a las que vengan a buscar una ocupación, intentar conseguirles una que sea conveniente a su posición, y también ayudar en todo a aquellas que vengan por negocio, juicio, enfermedad, etc., etc.”[20]

Flora no ahorra en detalles: los miembros cotizarán una cuota para el mantenimiento de la asociación que será del doble de la que deberán abonar las mujeres que integren la sociedad; las quejas que pueda suscitar cualquiera de las extranjeras socorridas por la asociación sólo pueden elevarse en la misma entidad, estando totalmente prohibido hacerlo “fuera de ese recinto”.

Sin embargo, el lenguaje con el que está escrito De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras sigue inflamado por el misticismo que los socialistas utópicos dejaban trascender en sus artículos y discursos: para Flora su propósito es santo y se encomienda a Dios para que inspire, en ella, palabras que encuentren eco en los corazones sensibles dispuestos a escuchar su mensaje.

Petición para el restablecimiento del divorcio

Tres años tumultuosos le siguen a la publicación de su primer ensayo. Con André Chazal se suceden interminables peleas por la tenencia de su hija Aline –quien, más tarde, será la madre del pintor Paul Gauguin-. La pequeña es raptada por el padre y recuperada por su madre en un episodio que culmina con persecución policial y arresto. Nuevamente comparece ante los tribunales, que ordenan que Aline viva en una pensión y que ambos progenitores puedan visitarla. Pero Chazal no se detiene: su venganza contra Flora por el abandono, lo lleva nuevamente a raptar a Aline para impedirle el contacto con su madre. Pero esta vez, la niña escapa del hogar paterno y busca refugio en casa de Flora.

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La alegría dura poco: inmediatamente, Chazal envía a la policía a buscarla. Al poco tiempo, una carta de Aline estremece a su madre: la pequeña le escribe de su miedo al padre y deja entrever que éste ha intentado abusar de ella. No hizo falta ir a buscarla por la fuerza, porque Aline vuelve a escapar de la casa de André Chazal, contra el que Flora presenta una denuncia por intento de violación de la menor. Esta vez, los tribunales acudieron al socorro de la madre desesperada, condenando al acusado a sesenta días de prisión; mientras, éste denuncia a Flora Tristán por adúltera e intrigante. Sin embargo, tendrá que esperar hasta febrero de 1838 para que la justicia se pronuncie sobre la separación de cuerpos del matrimonio.

En tanto, moría Charles Fourier, el gran maestro a quien Flora le había obsequiado un ejemplar de su ensayo De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras, y visita París el tercer pilar del socialismo utópico, el galés Robert Owen con quien también se entrevista. Envuelta en esta atmósfera de violencia conyugal e ingresando al círculo de los pensadores progresistas más reconocidos de la época, Flora envía a varios diputados liberales su Petición para el restablecimiento del divorcio.

Allí, Flora avanza en sus invectivas contra el matrimonio, al que denomina una “institución contra natura”. Pero si esto es así, es porque se basa en la unión de dos seres que no gozan de los mismos derechos ni la misma igualdad social. Por eso, afirma que “es superfluo demostrar que la concordia entre esposos como en toda especie de asociación no puede resultar sino de relaciones de igualdad; que la unión repugnante del despotismo y de la servidumbre pervierte al amo y al esclavo y que tal es nuestra naturaleza, que no hay afección a la que la dependencia no destruya.”[21] No hay posibilidad de matrimonio basado en el amor, mientras perdure la opresión de las mujeres bajo el yugo masculino. Más tarde, dirá en Unión Obrera: “Entre el dueño y el esclavo, no puede haber más que la fatiga del peso de la cadena que los une el uno al otro. Allá donde la ausencia de libertad se hace sentir, la felicidad no puede existir.”[22]

Descarga también sus críticas al Código napoleónico, denunciando que las reformas a la legislación heredada de la Revolución de 1789, prohibieron el divorcio, “el único remedio a las desgracias extremas”. Si el matrimonio entre seres desiguales en derechos conlleva la desgracia, ésta se ve reforzada más aún con su indisolubilidad.

Flora denuncia que ella misma lo ha experimentado, aunque intenta dejar en claro que “el interés personal no es el móvil de la petición que les dirijo a ustedes: he sido llevada por el amor a mis semejantes, convencida por mi propia experiencia, que no puede existir la felicidad en las familias más que bajo un régimen de libertad.”[23]

A diferencia del saintsimonismo, el pensamiento tristaniano se esfuerza por hacer una crítica de la institución matrimonial que espera, en las reformas legales, una solución a las amarguras que genera la imposibilidad de la convivencia bajo el yugo de la opresión. Ella no propugna el amor libre, aunque es conciente del dominio que el marido ejerce sobre la esposa. Reclama el divorcio y que las mujeres puedan elegir libremente a su cónyuge sin la intervención de intereses parentales.

¿Pero qué opina del amor? Según su biógrafa Yolanda Marco, amor y matrimonio son antagónicos en Flora Tristán, que no concibe que el primero pueda asimilarse a los contratos que impone la institución marital y que subordinan a la mujer como objeto de propiedad del consorte. También señala que, en su propia vida, las pasiones fueron sublimadas en un amor genérico a la humanidad, en una pasión social que envuelve a las mujeres y al proletariado, los más oprimidos de la sociedad.

Marco plantea hipotéticamente, una inhibición sexual que demudó en frigidez a raíz de las experiencias sexuales violentas vividas con André Chazal y que llevaron a Flora a no volver a mantener relaciones físicas con ninguna otra persona. Más bien, sus amores –que nunca pasaron de ser relaciones puramente espirituales- sufrieron, en distintas oportunidades, una suerte de “revanchismo” de género, obligados a sufrir decepciones, incertidumbre y falsas expectativas creadas por la inestable Flora.[24] En 1840 escribe una carta a una mujer llamada Olimpia: “desde hace mucho tiempo he sentido el deseo de ser amada apasionadamente por una mujer… quisiera ser hombre para ser amado por una mujer… La mujer tiene tanto poder en su corazón, en la imaginación, tantos recursos en su espíritu. Pero tú me dirás que no puede existir la atracción de los sentidos entre dos personas del mismo sexo… Sí y no, se llega a una edad en que los sentidos cambian de lugar, es decir, en que el cerebro lo engloba todo… Mi alma, por así decirlo, se ha desprendido de su apariencia: vivo con las almas… Desde hace mucho tiempo te poseo, sí, Olimpia, respiro por tu pecho y por todos los latidos de tu corazón… Ves, querida, que para mí, el amor, me refiero al amor auténtico, no puede existir más que de alma a alma.”[25]

… desde hace mucho tiempo he sentido el deseo de ser amada apasionadamente por una mujer… quisiera ser hombre para ser amado por una mujer…

Más allá de estas conjeturas sobre la vida amorosa y sexual de Flora, está claro que su experiencia conyugal, y la de sus padres, es la que la incita a reflexionar sobre la institución del matrimonio y a “solicitar a la Cámara el restablecimiento del divorcio y de instituirlo sobre el principio de reciprocidad y a la voluntad de uno de los cónyuges así como lo habían hecho las leyes anteriores al Código Napoleónico”[26], convirtiéndola en una de las más ardientes defensoras de los derechos femeninos del período.

Mientras tanto, publica Peregrinaciones de una Paria y sufre un atentado contra su vida: André Chazal, le dispara un tiro por la espalda en plena calle y es detenido, mientras a Flora la internan gravemente herida. Sin embargo, haciendo gala de un altruismo inigualable, apenas se recupera, eleva otro pedido a la Cámara de Diputados para la abolición de la pena de muerte. A este escrito le suceden otros artículos que publica en las revistas socialistas más importantes de la época, como aquel en el que traza una semblanza de Simón Bolívar en base a las correspondencia que el Libertador mantenía con sus padres, añadiendo sus propios recuerdos infantiles. Muy pronto, se reedita Peregrinaciones de una Paria, algunos de cuyos pasajes se leen durante las audiencias del proceso contra Chazal, y aparece su “novela filosófica y social”, Mephis o el proletario.

Por cuarta vez en Londres, asiste a la Cámara de los Comunes disfrazada de hombre y a las sesiones del movimiento cartista de los obreros ingleses. Sus impresiones de la cuna de la revolución industrial, aparecerán plasmadas en Paseos en Londres, que es muy bien recibido por la crítica, logrando no sólo que la prensa publique algunos fragmentos de la obra, sino también, que la misma sea reeditada en dos oportunidades.

Siendo aún jóvenes, su hijo se enrola como mecánico en la Marina y su hija ingresa al taller de una modista, como aprendiza. Por primera vez se libra definitivamente de la persecución y las agresiones de André Chazal; hubo que llegar al extremo de correr el riesgo de perder la vida en manos de este violento hombre para que la justicia lo condenara a veinte años de trabajos forzados. Ahora, sus hijos llevarán el apellido de la madre: aquella mujer que convivió con la aristocracia criolla, en el seno de su familia peruana, paría dos jóvenes proletarios, Ernesto y Aline Tristán.

Unión Obrera

Flora inicia, entonces, la redacción de Unión Obrera, que el fourierista Víctor Considérant adelanta en su periódico La Falange y será definitivamente publicado en junio de 1843. En setiembre del mismo año, un joven judío alemán de tan sólo veinticinco años le escribe a un amigo: “… a final de mes estaré en París, porque el aire que respiramos en Alemania nos esclaviza y me resulta completamente imposible desarrollar una actividad libre.”[27] Era Karl Marx, el jefe de redacción de la Gazeta Renana, publicación que fue intervenida por la censura y por la cual muy pronto, su editor tuvo que marchar al exilio. El amigo en París era Arnold Ruge, con quien fundará la revista Anales Franco-Alemanes y el que, a su vez, le presentará a Flora Tristán.

Con el inicio de la amistad entre Marx y Friedrich Engels, también en París, se estaba gestando el socialismo científico. Pronto, aunarían sus esfuerzos para resolver sus dudas filosóficas por escrito, en una polémica aguda y punzante con la revista que publicaban los hermanos Bruno, Edgar y Egbert Bauer. En esa polémica, dedican un apartado del tercer capítulo a la Unión Obrera de Flora Tristán. Burlándose de Edgar Bauer y en defensa de Flora, escriben: “La propia afirmación de la crítica –si tomamos esta afirmación en el único sentido que ella puede tener-, reclama, pues, la organización del trabajo. Flora Tristán –en la discusión de las ideas de Flora Tristán es donde encontramos por primera vez esta afirmación-, pide la misma cosa, y esta insolencia de haberse atrevido a adelantarse a la crítica crítica le vale el ser tratada en canaille.”[28]

Profundamente impresionada por las experiencias londinenses, Flora se propone colaborar en la organización del movimiento obrero francés. En la ciudad de la miseria y el hacinamiento, de la máquina a vapor y las brumas sobre el Támesis, Flora se había encontrado también con un movimiento obrero organizado, que realizaba mitines públicos y reuniones clandestinas, que luchaba no sólo por reformas sociales, sino también políticas. En 1838, este pujante proletariado británico había elevado sus peticiones en una Carta al Pueblo, reclamando el sufragio universal masculino para los mayores de edad, circunscripciones de igual tamaño, voto secreto, que no fuese imprescindible ser propietario para obtener un cargo en el parlamento, dieta parlamentaria y parlamentos anuales.

De ahí, Flora concluye que, para aunar esfuerzos y experiencias, para avanzar en la emancipación del proletariado, era necesario unirse internacionalmente; pero también, que era necesario contar con un representante parlamentario, como habían tenido los cartistas ingleses, un Defensor del Pueblo que luche en los estrados por las medidas que benefician a la clase trabajadora: el derecho al trabajo y al salario y el derecho a la organización. Para la necesaria transformación social, el proletariado contaba con un instrumento, la Unión internacional de los obreros y las obreras, que pacíficamente, mediante la persuasión y la presión política en las instituciones del régimen, podría combatir la desigualdad y la miseria.

Eso es lo que pensó Flora Tristán y con este propósito redactó, en seis semanas, la Unión Obrera y planificó su tour por Francia, en el que aspiraba a llevar la buena nueva a los obreros galos. “He comprendido que, después de publicado mi libro, tenía otra misión que cumplir: ir yo misma, con mi proyecto de unión en la mano, de ciudad en ciudad, de un extremo a otro de Francia, a hablar a los obreros que no saben leer y a los que no tienen tiempo de leer. Me he dicho a mí misma que ha llegado la hora de actuar…”[29]

A diferencia de los sindicatos franceses, de la herencia del compagnonnage y los gremios por oficio, la Unión Obrera de Flora Tristán aspira a reunir en su seno al conjunto de la clase obrera, sin distinción. La clase que para Saint Simon era la más numerosa y pobre de la sociedad, adquiere una nueva definición en Flora que, parafraseando al maestro, la sindica como la más numerosa y útil. Su unidad haría su fuerza y esta fuerza social es la que permitiría a su representante parlamentario imponer las demandas del proletariado a la burguesía. Los gremios y el compagnonnage permiten socorrer a los trabajadores ante la enfermedad o los períodos de desocupación, pero advierte que “aliviar la miseria no significa destruirla; suavizar el mal no es extirparlo.”[30] Y la única forma de atacar de raíz el problema es superando las asociaciones particulares en una unión universal que comprenda a toda la clase. ¿Acaso no ha sido la disolución de las fronteras mezquinas que dividían al territorio en pequeños feudos, lo que permitió la constitución de los grandes imperios?

Flora argumenta, ante los obreros, de qué modo conquistó el poder la burguesía, constituyéndose como clase: “Obreros, durante doscientos años o más, los burgueses han luchado valerosa y descarnadamente contra los privilegios de la nobleza y por el triunfo de sus derechos. Pero llegado el día de la victoria, aunque reconocieron la igualdad de derechos para todos, de hecho acapararon para ellos solos todos los beneficios y las ventajas de esta conquista. Después del 89 SE HA CONSTITUIDO la clase burguesa. Observad qué fuerza puede tener un cuerpo unido por los mismos intereses.”[31] Su tesis es contundente: a pie de página aclara que si la burguesía fue la cabeza de aquella revolución, había sabido servirse hábilmente de los brazos constituidos por el pueblo; pero que la clase obrera no tiene a nadie más que vaya en su ayuda, que sea sus “brazos”, lo que la obliga a ser la cabeza y los brazos a la vez. Más tarde, Marx y Engels dirán que el proletariado no tiene más que cadenas que perder, estaba emergiendo en la historia, la clase llamada a convertirse en el sepulturero, no sólo de la burguesía, sino de todas las sociedades de clase existentes.

Como puede observarse, la preocupación de Flora, como la de los fundadores del socialismo científico, no es economicista. Está empeñada en contribuir a la constitución de la clase obrera como un sujeto político y para eso, opina que es necesario empezar por lograr su más amplia unidad. Por eso, su edición de Unión Obrera comienza con una frase del obrero tipógrafo Adolphe Boyer: “Hoy en día, el trabajador lo crea todo, lo produce todo y, sin embargo, no tiene ningún derecho, no posee nada, absolutamente nada.” Que es acompañada con un proverbio salido de su pluma: “Obreros, sois débiles y desgraciados porque estáis divididos. Uníos. La UNIÓN hace la fuerza.”[32] Poco tiempo después de su muerte, serían Karl Marx y Friedrich Engels los que también proclamarían “¡Proletarios del mundo, uníos!”, desde las páginas del Manifiesto Comunista.

El internacionalismo proletario que propone Flora Tristán es profundamente político y traza los lineamientos de una nueva praxis. Por eso, nuevamente comienza con un distanciamiento de los socialistas utópicos: ellos ya lo han dicho todo sobre la causa obrera, sobre su desgraciada situación; es imperioso actuar; “no queda más que una cosa por hacer: actuar conforme a los derechos escritos en la Carta.”[33], dice Flora en alusión a la Carta al Pueblo de los obreros británicos. Contra toda construcción utópica al margen de la sociedad, contra toda forma de unidad gremial, Flora Tristán está propugnando la unión del proletariado para su incursión, por la vía pacífica, en la esfera política. Los demás han hablado de los obreros; “pero todavía nadie ha intentado hablar a los obreros.”[34]

Hay otro aspecto sobresaliente del pensamiento de Flora plasmado en Unión Obrera: además del internacionalismo y la prefiguración del partido proletario, Tristán señala que la emancipación de los obreros será obra de ellos mismos, pero que para alcanzarla deberá establecer una suerte de alianza con otras clases y capas oprimidas socialmente.

Esa opresión es la que se sufre por la existencia de los “privilegios de la propiedad” que pesan sobre los desposeídos y expropiados: artistas, profesores, empleados, pequeños comerciantes “y una multitud de gente diversa, incluso los pequeños rentistas, que no poseen ninguna propiedad como tierras, casas, capitales, sufren fatalmente las leyes hechas por los propietarios que se sientan en la Cámara.”[35] Así enumera, en una nota al pie de página, a los aliados del proletariado en su lucha por la emancipación.

Lejos está su concepción de la de Saint Simon, que consideraba entre las clases productoras, llamadas a conducir el destino de la humanidad, tanto a trabajadores como a industriales. Más cerca, en realidad, del marxismo revolucionario del siglo XX, que propone a la clase obrera acaudillar a la nación oprimida, cobrando hegemonía sobre el conjunto de los explotados, en una alianza con el campesinado y los pobres urbanos, en su lucha denodada contra el sanguinario capital.

Quizás pueda decirse que todo su pensamiento acerca de la emancipación proletaria, plasmado en Unión Obrera, fue ampliado y superado científicamente, por el materialismo histórico y dialéctico de Marx y Engels. Sin embargo, Unión Obrera encierra el descubrimiento de una ligazón inédita que aún encuentra eco en las reflexiones de las feministas socialistas contemporáneas: Flora plantea que la mujer es la proletaria del proletario y que no conseguirá su emancipación si no es de la mano de la clase trabajadora, pero los trabajadores mismos no podrán aspirar a su liberación del yugo de la esclavitud asalariada si no es convocando a las mujeres a luchar junto a ellos bajo la consigna de su propia libertad y la lucha por sus derechos.

El feminismo de Flora Tristán, trazado ya desde su primer ensayo, De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras, evoluciona desde el socialismo utópico al científico en los cortos años de producción literaria y política que median entre su viaje a Perú y su temprana desaparición. Este análisis que vincula las categorías de clase y género (“raza”, dirá Flora Tristán) en una única estrategia para la liberación, la convierte en la pionera más ilustre del feminismo socialista de todos los tiempos.

En el tercer capítulo de Unión Obrera, titulado “Por qué menciono a las mujeres”, Flora traza un brillante análisis de la unión entre feminismo y socialismo, entre mujeres y proletarios. Como nadie lo había hecho antes, describe con particular crudeza la inequidad de las relaciones en el hogar, entre el obrero y su esposa. La marginación de las mujeres del progreso y las riquezas sociales la han condenado a ser tratada como una paria por “el sacerdote, el legislador, el filósofo”.[36] Unos la condenaron a representar el pecado de la carne, el mal; otros, la condenaron a la heteronomía, pertenecientes a padres o esposos, las mujeres no podrían acceder a los plenos derechos que otorga la civilización; finalmente, para las ciencias, las mujeres han sido siempre seres inferiores, carentes de inteligencia, lógica y raciocinio. Para ellas no ha llegado aún “su 89”, dice Flora, retomando la analogía con la Revolución Francesa, que le es tan preciada.

La autora deduce que, de mantener estos prejuicios como principios válidos, se refuerza tautológicamente el resultado a todas vistas: se sostiene que las mujeres son ignorantes e incapaces de accede

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