La Hora Zero o la voz de la nostalgia: ¿quién fue la verdadera Rosa de Tokio?

En las películas sobre la guerra en el Pacifico, se suele escuchar a una locutora hablando en inglés con un ligero acento oriental, dirigiéndose a los combatientes para evocar los recuerdos de sus hogares allá en Kentucky, Arizona Georgia. …la voz de esa mujer en la radio hablaba sobre las familias que los esperaban, las novias que habían dejado para ir a una guerra inconducente. ¿Esperarían su retorno? ¿Volverían para casarse con ellas como habían soñado? ¿O en ese preciso instante los estaban engañando? Y a tras de estas palabras, se escuchaba un blues para exaltar la nostalgia.

Era la “Hora Zero”, un programa organizado por prisioneros de guerra aliados reclutados por la inteligencia japonesa para minar el espíritu combativo de los estadounidenses, australianos, ingleses y neozelandeses que se enfrentaban al Imperio del “Sol Naciente” en esas islas perdidas del Pacifico. Allí eran hostigados por la perseverancia suicida de los comandos nipones, el incesante bombardeo de su artillería y los implacables mosquitos y alimañas que solo los dejaban en paz los días que llovía torrencialmente.

Los conductores del ciclo era el comandante australiano Charles Cousens, capturado en la batalla de Singapur, el capitán norteamericano Wallace Ince y el teniente filipino Norman Reyes. Habían sido reclutados bajo amenaza por la implacable policía militar nipona conocida como Kepeitai para este ciclo que duró hasta el fin de la guerra. Hubo una voz que los combatientes aliados no pudieron olvidar, era la de la “huérfana Ana”, aunque los soldados la bautizaron como la “Rosa de Tokio”. No hubo una sola Rosa de Tokio, por lo menos se registraron 24 jóvenes para interpretar a esa voz que todas las noches se encargaba de evocar los recuerdos de sus hogares. Entre ellas se destacó la historia de Iva Toguri D’Aquino, hija de inmigrantes japoneses nacida en Los Ángeles, California, en 1918. Era la única norteamericana de las voces de Rosa de Tokio.

Iva se había graduado en la universidad de ese estado con el título de zoóloga. En 1941, viajó a Japón a visitar a un familiar enfermo, pero dada la urgencia del caso lo hizo con un certificado de identidad, sin pasaporte. Estando en Japón, pidió al consulado su pasaporte, pero debido al ataque de Pearl Harbour, se suspendió el envío de documentación, e Iva quedó sin posibilidad de salir del archipiélago.

Estando en Japón se casó con un japonés-portugués Felipe D’Aquino. Cabe recordar que el gobierno estadounidense, temiendo una invasión japonesa, recluyó a cientos de miles de inmigrantes e hijos de inmigrantes orientales en campos de concentración, retirándoles sus derechos. Los padres y hermanos de Iva fueron trasladados a Arizona. En el viaje murió su madre por diabetes.

Iva Toguri D’Aquino, fue presionada por las autoridades niponas a renunciar a su ciudadanía estadounidense, pero ella se negó. Por tal razón, se le quitó la tarjeta de racionamiento, sin esta documentación le era muy difícil obtener alimentos, de hecho se enfermó y hasta debió ser internada. Una vez recuperada, se vio obligada a buscar trabajo como secretaria, pero fue denunciada por unos vecinos de sus tíos como colaboracionista norteamericana, pues ella trataba de hacer llegar alimentos a los prisioneros aliados.

Dado su dominio del inglés, le fue ofrecido un trabajo en Radio Tokio, convertida en órgano de propaganda y difusión de mensajes para los soldados que combatían contra Japón. Allí conoció a Cousens quien la invitó a escribir guiones para el programa “Hora Zero”. Iva se negó a escribir guiones antinorteamericanos, y Coussens accedió a tal limitación. De hecho, las emisiones en las que participaba Iva se convirtieron en una farsa; las tropas norteamericanas las escuchaban porque emitían buena música.

“Ana la huérfana” participó de unos 350 programas. A sus oyentes los llamaba “mis compañeros huérfanos” y usaba jerga estadounidense y frases con doble sentido que pasaban desapercibidas para los censores japoneses.

En ningún momento existió la “Rosa de Tokio”; ese fue un nombre que le pusieron los soldados norteamericanos. De hecho, en 1946 se filmó una película así llamada, cuando aún desconocía la existencia de Iva.

Terminada la guerra, algunos periodistas quisieron dar con esta “Rosa de Tokio”. Después de investigar por unas semanas pudieron dar con Iva, a la que le ofrecieron dinero por un reportaje. Ella contó su historia y como se había convertido en la locutora de la Radio Tokio.

Así fue como el FBI y la contrainteligencia norteamericana conocieron la existencia de Iva Toguri, la detuvieron para confirmar su historia y tratar de sacarle información pero al carecer de evidencia en su contra, fue liberada.

Durante su permanencia en la cárcel, cientos de ex prisioneros estadounidenses escribieron cartas en su apoyo y recordaron cómo los había ayudado haciéndoles llegar alimento.

Sin embargo, en 1948, algunos medios sensacionalistas se ensañaron con Iva, y una vez más fue apresada y juzgada. De los ocho cargos presentados, que incluía traición (porque nunca dejó de ser norteamericana), solo uno prosperó, y por tal razón fue condenada a diez años de prisión y multada con 10.000 dólares. A su esposo D’Aquino no se le permitió permanecer en Estados Unidos.

Iva fue liberada seis años más tarde y desde entonces hasta su muerte trabajó en un comercio que su padre tenía en Chicago. En 1976 , una investigación periodística del Chicago Tribune demostró que las acusaciones en su contra habían sido difundidas por dos ciudadanos japoneses obligados a testimoniar en su contra por el FBI.

Un año después, el presidente Gerald Ford indultó a Iva y le devolvió su condición de ciudadana estadounidense disculpándose por los inconvenientes que le había ocasionado esta falsa acusación. Iva murió en septiembre del 2006, en Chicago a la edad de 90 años.

Charles Cousens también fue acusado de traición cuando llegó a Australia, pero sus ex compañeros de prisión testimoniaron a favor, y Cousens fue elegido para dirigirlos en su marcha de celebración de la victoria. Charles Cousens falleció en 1964. Los dos dieron forma a esa voz de la nostalgia que cada noche los hacía volver a los soldados a su hogar…

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Este texto también fue publicado en Ámbito

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