Julio César secuestrado

Los piratas existen desde que existe la navegación. Ya en el siglo V a.C. existían grupos que comerciaban con personas y mercancías robadas. La mayoría de los piratas se dedicaban a eso como alternativa a la falta de trabajo.

     En Europa, muchos de ellos eran marinos mercantes que en tiempos de crisis económica se lanzaban al mar en busca de un buen botín, llamándose a sí mismos “los pueblos del mar”. El mar Mediterráneo estaba plagado de estos piratas, cuyas actividades no sólo irritaban y preocupaban a Roma sino que chocaban directamente con sus intereses, ya que ponían en peligro el comercio entre los diferentes puntos del Mediterráneo y el suministro de trigo a Roma.

    Cayo Julio César provenía de una de las familias aristocráticas más importantes de Roma. Pero su familia (y él en particular) cayó en desgracia al enemistarse con Lucio Cornelio Sila Félix (político, militar y luego dictador romano de los últimos tiempos de la república, hacia el año 80 a.C.). Ocurrió que Julio César estaba casado con Cornelia, hija de Lucio Cornelio Cinna, un hombre muy importante, de familia patricia, que gobernaba la república. Luego de morir su suegro Cinna, hubo una guerra civil (otra de tantas) y Lucio Cornelio Sila (nombre y apellido parecidos al del suegro de César) llega al poder. Sila era enemigo de Cinna y su familia, y por esa razón se le ordenó a Julio César que se divorciara de Cornelia. César se negó a hacerlo y Sila ordenó la proscripción de César, lo que hizo que el joven Julio César se alejara de Roma. César fue a Oriente, estuvo en el sitio de Mitilene (Grecia) y luego en Bitinia (Asia Menor).

    Años después, muerto Sila y antes de empezar su carrera política, César, que había estudiado Derecho y había ganado prestigio en esa profesión, viajó a Rodas a estudiar filosofía, retórica y oratoria con el profesor más reconocido de su tiempo, Apolodoro Molón; era habitual que jóvenes aristócratas fueran a formarse a escuelas de filosofía y retórica del oriente romano, y César no fue la excepción. Era el año 74 a.C. y César tenía 25 años de edad.

    En el trayecto de su viaje por mar hacia Rodas, cerca de la costa de Farmakonisi (Farmacusa), una isla cerca de la costa de Asia Menor, su embarcación fue asaltada por unos piratas. Los secuestros de aristócratas o de comerciantes ricos para ganar dinero con los rescates eran frecuentes en esa época. Estos piratas secuestradores provenían de la costa de Cicilia, la región costera meridional de la península de Anatolia, donde tenían su cuartel general, con torres de vigilancia y fortificaciones incluidas.

    Los piratas no sabían muy bien a quién acababan de secuestrar y pidieron inicialmente un rescate de 20 talentos (un talento era equivalente a 31 kg de plata). A César no sólo le pareció poco sino que consideró una ofensa la cantidad pedida por su rescate y entre risas indignadas exigió que se pidiera por él un rescate mayor; les dijo que no aceptaría que se pidiera por él un rescate menor a 50 talentos, y esa fue la cantidad que finalmente pidieron los secuestradores como rescate. César envió a los miembros de su comitiva acompañante a Mileto y a otras ciudades a recoger las partes del rescate, quedándose con él en cautiverio un amigo y dos criados.

     César permaneció 38 días secuestrado. Durante ese tiempo se dedicó a escribir discursos y diatribas que leía a sus captores. Los piratas, hay que decirlo, no se mostraban muy receptivos ni entusiasmados con la retórica de César; sus reacciones oscilaban entre la indiferencia y la burla. César, que pretendía alabanzas y elogios, terminaba insultándolos y tratándolos de ignorantes y bárbaros. Durante su cautiverio, César trataba a los piratas con desdén y hasta les ordenaba que no hicieran ruido para que lo dejaran dormir. César no fue torturado ni agredido, mucho menos mutilado (práctica que era habitual como prueba de vida). Sin embargo, César amenazaba a los piratas, a quienes aseguraba que cuando fuera liberado volvería para matarlos a todos y quedarse con el rescate. Los piratas tomaban esas amenazas en broma, cosa que no deberían haber hecho; no conocían a Julio César, después de todo.

     Y Julio César, entre otras cosas, parece que por entonces era un hombre de palabra. Una vez liberado y pagado el rescate de los 50 talentos, César se  dirigió a Mileto, en la costa de Anatolia. Allí contrató y equipó una pequeña flota de guerra compuesta por barcos mercenarios que se dirigió, bajo las directivas de César, hacia la escarpada costa de Cilicia.

     Cuando los piratas vieron venir la flota se dieron cuenta de que las amenazas entre burlas y sornas de aquel joven romano que habían secuestrado eran ciertas. Los piratas fueron capturados por César, quien se quedó con gran parte del botín cobrado y puso a quienes habían sido sus captores a disposición del gobernador romano de Asia, Marco Junio Junco, quien tenía más interés en el resto del botín que no se había llevado César que en matar a los piratas, ya que sabía que  podría adquirir un buen precio por ellos en el mercado de esclavos. Pero César no estaba interesado en hacer negocio con los piratas.

     Finalmente (y algunos buenos talentos de por medio) el gobernador y dejó a criterio de César el destino de los piratas atrapados. Entonces César ordenó la muerte de sus secuestradores: algunos fueron degollados, otros estrangulados. Y todos, luego, fueron crucificados.

     Un tierno, Julito.

     El joven Julio César había cumplido su promesa.

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