Traidores (Parte II)

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“Lo peor de la traición es que nunca proviene de tus enemigos”

 En esta segunda parte se describen algunas traiciones conocidas o sospechadas, la mayoría ejecutadas en ámbitos geográfica o temporalmente algo más cercanos que las mencionadas hasta aquí.

     Durante la colonización americana y las luchas por la independencia de los países americanos, las traiciones fueron un ingrediente permanente…

La Malinche traicionó a Moctezuma. Tras su victoria en la batalla de Centla, a Hernán Cortés le fueron entregadas 20 mujeres. Una de ellas era Malintzin (mal llamada Malinche), quien acabaría siendo su traductora, confidente, amante y madre de uno de sus hijos. Gracias a ella Cortés pudo desplegar su “diplomacia” con los caciques de los pueblos sojuzgados por los aztecas y engatusar a los enviados de Moctezuma. Además, la Malinche alertó a Cortés sobre la emboscada que le preparaban en Cholula, lo que le salvó la vida y evitó que los planes de Cortés se desmoronaran. Este aviso desató una feroz represalia contra los cholultecas por parte de Cortés. La Malinche resultó determinante en el avance de la tropa española hacia Tenochtitlán, el corazón del imperio azteca. Fue la voz del conquistador para los indígenas, la encargada de traducir sus palabras, y siempre priorizó los intereses de Cortés por encima de los de sus hermanos americanos.

Francisco Pizarro traicionó a Atahualpa. Pizarro llegó a Cajamarca, se instaló en la plaza con su gente y envió a un mensajero a decirle a Atahualpa que quería entrevistarse con él. Atahualpa le contesta con un emisario propio que sí, que irá a verlo, pero que irá con su gente y que irán armados. Pizarro le contesta al mensajero: “di a tu señor que venga como quiera, que lo recibiré como amigo y hermano”. Un embustero de primera, hay que decirlo. Pizarro mandó a algunos oficiales a ocupar lugares estratégicos y ubicó a tiradores en lugares elevados y ocultos alrededor de la plaza. Lo que se dice una emboscada típica. Sabían que eran muchos menos en cantidad, pero la diferencia de equipamiento (caballos, armas de acero, rifles, armaduras) le daba absoluta confianza.

   Altardecía y Atahualpa no aparecía. Pizarro se impacienta, hasta que al fin llegan Atahualpa y su gente (unos diez mil indios) con banderas, bocinas y coronas de oro. Pizarro envía primero a un fraile (cuándo no) que se acerca a Atahualpa con una Biblia y una cruz en sus manos y le dice (traductor mediante): “soy un sacerdote de Dios, enseño la los cristianos las cosas de Dios y así mismo vengo a enseñar a vosotros. Lo que yo enseño es lo que Dios nos habló. Ve a hablar con el gobernador (Pizarro), que te está esperando; te ruego que seas su amigo, porque así lo quiere Dios”, la conocida perorata conquistadora. Las versiones varían de aquí en adelante: se dice que Atahualpa se quejó al fraile por los saqueos y las matanzas previas de Pizarro y que el fraile le contestó que no, que no habían hecho nada de eso. El fraile se excusó y se alejó. Atahualpa estaba empacado, quería un poco más de respeto (en definitiva estaba en su casa y era el emperador; qué es eso de que soy yo el que tiene que moverse…), y así siguió un conciliábulo de histeriqueos hasta que un tiro de ballesta aterrizó en las huestes de Atahualpa. Se generó una batalla, murieron más de dos mil indios y muchos más fueron heridos. Finalmente Atahualpa fue llevado ante Pizarro y fue tomado como botín de guerra, retenido, chantajeado y asesinado por Pizarro y su gente. Historia conocida.

Benedict Arnold traicionó a EEUU. Benedict Arnold fue un general estadounidense que había dado muestras de coraje y valentía en batalla. Se le confió la jefatura del fuerte estadounidense de West Point en New York, punto estratégico que controlaba el acceso desde las costas atlánticas. Para entonces Arnold ya había tenido conflictos con sus superiores, había perdido el apoyo del Congreso y de los militares estadounidenses y había sido acusado de corrupción; él aducía, en cambio, que el ejército le debía mucho dinero. Su esposa y su suegro, que eran leales a la corona británica, lo presionaban para que dejara el ejército estadounidense. Habiéndose ya dañado sus relaciones con los independentistas norteamericanos, Arnold contactó con el general británico Henry Clinton y ofreció cambiar de bando, rindiendo el fuerte de West Point que se encontraba bajo su mando. Clinton aceptó los servicios de Arnold y le ofreció un alto rango militar en el ejército británico y una elevada suma de dinero. Arnold aceptó, fue nombrado como brigadier general en el ejército británico y recibió 6.000 libras esterlinas. Ya pasado de bando, Arnold dirigió las fuerzas británicas en New York. Tras la derrota británica en Yorktown, Arnold se vio obligado a viajar (huir, digámoslo) con su esposa e hijos a Gran Bretaña.

Simón Bolívar traicionó a Francisco de Miranda. Bolívar había insistido para que Miranda, que ya era una figura de renombre y un declarado enemigo de la monarquía española, regresara a Venezuela para participar de la gesta de la independencia. Miranda regresa a Caracas en tiempos de un proceso difícil y doloroso; se declara la independencia con mucha oposición y se desata una vorágine de confrontación en una auténtica “guerra civil”. Ante la gravedad de los acontecimientos (alzamientos de esclavos, reagrupamiento de tropas realistas, crisis en las finanzas y hasta un terremoto) Miranda es nombrado jefe de los ejércitos para “salvar la República”. En aquel caos, la relación entre Miranda y Bolívar comienza a deteriorarse: Bolívar empieza a cuestionar algunas de las decisiones militares de Miranda y éste, bastante mayor, empieza a ver en Bolívar a un jovencito altanero e indisciplinado. Y en ese interminable enfrentamiento militar contra los realistas se produce un acontecimiento que determina el colapso militar de la República: la pérdida del castillo de Puerto Cabello (punto clave para las comunicaciones y aprovisionamiento de las tropas y el mayor depósito de municiones y pertrechos de las tropas libertadoras), que se produce por un descuido inexcusable del joven coronel Bolívar (encargado de resguardar el fortín), cuya consecuencia fue que los prisioneros realistas tomaran el control. Bolívar pide refuerzos a Miranda pero éstos nunca llegaron; Bolívar logra escapar y le escribe a Miranda tratando de justificar su fracaso y sin admitir su responsabilidad. Miranda nunca respondió. Revitalizados tras apoderarse del fortín, las tropas del realista Domingo Monteverde se acercan a Caracas. Miranda aún dispone de medios bélicos suficientes para resistir, pero la desmoralización de las tropas, las continuas deserciones y los alzamientos de los negros en el litoral lo hacen comprender que todo está perdido y que es necesario rendirse; capitular y marchar al exilio, quizá para plantearse una nueva estrategia. Para ello se asegura de recoger tesoros en Caracas, a fin de financiar nuevas expediciones en un futuro. Éste fue el momento clave para la traición de Bolívar. Dos funcionarios de la república, Peña y Las Casas, en un intento por congraciarse con Monteverde, plantean a Bolívar arrestar a Miranda y entregarlo al caudillo español. Bolívar accede, pero a diferencia de los otros dos conspiradores, su motivación no es estratégica; tampoco tiene ningún interés en congraciarse con Monteverde. La motivación de Bolívar parece ser puramente personal, derivada de su rencor hacia Miranda, a quien ve como un traidor. Bolívar, el futuro Libertador, propone la captura y fusilamiento de Miranda, aunque finalmente acepta apresarlo y entregarlo a las autoridades Españolas. Bolívar jamás se arrepintió de haber traicionado y apresado a Miranda.

Francisco De Paula Santander traicionó a Simón Bolívar. Santander había luchado junto a Bolívar en las batallas por la independencia, pero sus ideas federalistas comenzaron a colisionar con la mentalidad unitaria de Bolívar. Santander fue parte fundamental de la “conspiración septembrina” que atentó contra la vida de Bolívar en el palacio de San Carlos. Bolívar logró escapar de ese atentado, Santander fue encontrado culpable de traición, degradado, expulsado con deshonra y condenado a morir fusilado por la espalda,  pero Bolívar le perdonó la vida y fue desterrado.

El general José de San Martín y el almirante Thomas Cochrane se traicionaron mutuamente. Una vez llegados a Lima, las tripulaciones de los barcos que venían desde Chile no habían recibido el pago acordado, y se sublevaron. Perú empezó a reclutar marinos para formar su propia Armada y San Martín envió a sus emisarios para tentar a los oficiales de la flota chilena (la que hasta llegar a Lima era su propia flota). Casi la mitad de los oficiales aceptaron cambiar de camiseta, y al mismo almirante Thomas Cochrane se le propuso cambiarse de bando. Cochrane se negó y exigió a San Martín el pago adeudado, pero el mismo no se concretaba. San Martín tenía el dinero del tesoro y ordenó que fuera llevado al buque “Sacramento”, anclado en la bahía de Ancón. Cochrane se sintió defraudado y traicionado por el general, se cansó de esperar el pago que nunca llegaba y capturó el “Sacramento”, llevándose lo que consideraba su dinero… y bastante más, digamos. La deuda quedó saldada, y Cochrane hasta extendió un recibo.

Cornelio Saavedra traicionó a Mariano Moreno. Cornelio Saavedra buscaba autonomía de gobierno pero dentro de la monarquía española; sostenía la idea de elegir las propias autoridades en el Río de la Plata y manejar su propia economía pero sin dejar de lado al rey de España como símbolo. Mariano Moreno era renovador y progresista; quería un cambio más radical, abarcando todo el orden económico, político y social. Buscaba romper con España y alcanzar la independencia total. Saavedra era respaldado por “el pueblo” (vecinos con derecho a voto) y por los diputados de las provincias del interior; así, la Junta de Gobierno se transformó en la Junta Grande, donde todos eran saavedristas. Moreno, en cambio, apostaba a que la capital porteña siguiera tomando las decisiones que afectaban a toda la extensión del Río de la Plata. Por esas diferencias, Moreno renunció a su puesto en la Junta. Moreno fue enviado a Londres “para gestionar apoyos para la causa revolucionaria”; oficialmente iba en una misión encomendada por la Junta Grande, pero en la práctica era un exilio de Buenos Aires, donde los saavedristas predominaban y Moreno había perdido influencia. Moreno se embarca rumbo a Europa; luego de un trasbordo se une a su hermano Manuel y Tomás Guido, que eran parte de la misión. La salud de Moreno comienza a deteriorarse durante el viaje. Sus acompañantes piden al capitán que desvíe el rumbo hacia Rio de Janeiro o Ciudad del Cabo para tratarlo ya que no había médico a bordo; éste no sólo se niega sino que le da a Moreno una medicación que agrava su estado de salud dramáticamente. Mariano Moreno fallece en alta mar a los 32 años de edad. El capitán sostuvo que le había suministrado un emético (vomitivo) de uso habitual por entonces. El problema es que parece que la dosis que le dio era mucho (pero mucho) mayor a la que correspondía y, por lo tanto, mortal. Las conjeturas (tanto políticas como de confabulaciones y crímenes por encargo) sobre el hecho son variadas, pero Saavedra aparece en casi todas ellas.

     Un detalle que eventualmente podría abogar a favor de la hipótesis de un asesinato es la firma de un contrato entre Cornelio Saavedra y el norteamericano David Curtis de Forest. En aquel se establecía que Curtis de Forest desempeñaría la misma función que Moreno en Londres, toda vez que “el doctor don Mariano Moreno hubiere fallecido o por algún accidente imprevisto, no se hallare en Inglaterra…”.

-Justo José de Urquiza traicionó a Juan Manuel de Rosas. Rosas había preparado un gran ejército para una guerra con Brasil, porque quería recuperar el territorio que los unitarios habían cedido, sobre todo la Banda Oriental y parte de lo que hoy es Perú y Bolivia. Urquiza, que era jefe de ese ejército, se alía con el emperador de Brasil, da vuelta el ejército y lo hace invadir su propio territorio para derrocar a Rosas en Caseros. Luego de esa traición, Urquiza queda como jefe de la confederación en contra de Buenos Aires. El primer arrepentido de la traición en Caseros fue el mismo Urquiza: “toda mi vida me atormentará constantemente el recuerdo del inaudito crimen que cometí al cooperar a la caída de Rosas. Temo ser muerto con el mismo cuchillo por los mismos que he colocado en el poder”, diría Urquiza. Luego de la batalla que acabó con la vida política de Rosas, el Restaurador se exilió en Inglaterra, despojado de sus bienes y de su honor. En el exilio y en ausencia, Rosas fue acusado de rebelde y de traidor a la Patria, cargos por los que se lo condenó a muerte. Inglaterra nunca aceptó extraditarlo, pero Rosas nunca más pudo regresar a su patria.

El coronel Guajardo traicionó a Emiliano Zapata. La muerte de Emiliano Zapata había sido encargada al general constitucionalista Pablo González. Para emboscar al caudillo, González hizo circular la noticia de que el coronel Jesús M. Guajardo, subordinado suyo, había recibido una fuerte amonestación de su parte. Buscaba con eso que el incidente llegara a oídos de Zapata, quien ya en varias ocasiones había ofrecido a militares enemigos desertar y unirse a su bando. La táctica dio rersultado: Zapata invitó a Guajardo a formar parte de su ejército de rebeldes del sur. Guajardo, siguiendo instrucciones de González, aceptó la invitación y se unió a Zapata con su grupo armado. Zapata, alertado por alguien, comenzó a sospechar del falso desertor, e invitó a Guajardo a una cena que serviría como emboscada. Guajardo, que a su vez se olía que lo habían descubierto, primero rechazó la invitación pero terminó aceptándola para el día siguiente. Ese día fingió emborracharse, invitó a Zapata a beber con él, Zapata accedió y fue recibido por falsos oficiales de tropa que dieron la señal de fuego contra él y su comitiva, matando al gran caudillo del sur.

     La guerra, la política, el poder, la ambición, el dinero, siempre son escenarios de grandes traiciones…

-Augusto Pinochet traicionó a Salvador Allende.  El general Augusto Pinochet era considerado por el presidente Salvador Allende como un militar leal a su gobierno cuando fue nombrado jefe del Ejército de Chile, tres semanas antes de ser derrocado por el golpe encabezado por el mismo Pinochet, que había sucedido en el cargo al dimitido general Carlos Prats, quien ya no tenía apoyo en la cúpula del ejército. Pinochet asumió la jefatura del Ejército recomendado por el mismo Prats, quien le aseguró a Allende que pertenecía al bando de los “leales” y que no participaba de los planes que se fraguaban para derrocarlo. Los representantes de la “Unidad Popular” (coalición que había llevado a la presidencia de la república a Allende) habían destacado “la disciplina y rectitud del general Pinochet”.   

   Pinochet había participado de contactos secretos con la CIA y Washington hasta que finalmente se evidenció su traición al presidente.  “¡Llamen a Augusto, que es de los nuestros!”, gritó Salvador Allende cuando el golpe de Estado ya estaba en marcha, convencido de la lealtad de Pinochet. Pero los militares abrieron fuego contra La Moneda con tanques y francotiradores. “Misión cumplida. Moneda tomada, presidente muerto”, le comunicaron a Pinochet a eso de las tres de la tarde.

Philippe Pétain traicionó a Francia. Pètain llevó a la victoria a las fuerzas francesas en la batalla de Verdún en la Primera Guerra Mundial y fue considerado héroe nacional. Sin embargo, en la Segunda Guerra Mundial su popularidad le permitió liderar con mano de hierro el gobierno de Vichy, colaboracionista de la Alemania nazi.  

Hitler y Stalin se traicionaron mutuamente. Adolf Hitler, que siempre había querido conquistar la URSS, decidió invadir Polonia primero. Pero URSS también quería parte del territorio polaco. Así, para evitar un conflicto inmediato con la URSS a causa de Polonia, revocó sus tratados previos firmados con Polonia y envió a su ministro de relaciones exteriores, Joachim Von Ribbentrop, a Moscú. Iósif Stalin, inseguro acerca de la ayuda de Occidente en caso de un ataque alemán, llegó entonces a un acuerdo con Hitler. Como demostración de sus intenciones, Stalin destituyó a su minisrro de asuntos exteriores, que era judío. Así, el nuevo ministro Vyacheslav Molotov firmó con el ministro alemán Von Ribbentrop un pacto de no agresión ante la sorpresa del mundo, que consideraba que el comunismo y el fascismo eran enemigos irreconciliables. Mientras firmaban el pacto, tanto Hitler como Stalin estaban pensando cuándo y en que circunstancias romperían el pacto; es decir, era cuestión de ver quién traicionaría primero al otro.

    El pacto tenía un protocolo secreto que contemplaba que, en el caso de una “transformación territorial y política” en la región, los alemanes y los soviéticos se repartirían el este de Europa. Nada más y nada menos. Una semana después de la firma del pacto comenzó la Segunda Guerra Mundial con el ataque alemán a Polonia y dos semanas más tarde las tropas soviéticas ocuparon territorios polacos. La victoriosa campaña terminó con una hermandad de las unidades de la Wehrmacht alemana y el Ejército Rojo, pero la luna de miel duró poco: 22 meses después, Hitler invadiría la URSS y Stalin ya había apalabrado a Churchill para que lo ayudara a combatir a los nazis.

Heinrich Himmler traicionó a Adolf Hitler. Cuando la derrota de Alemania era una certeza inevitable, Himmler buscaba la manera de posicionarse políticamente después de la inminente caída de Hitler. Ordenó que se detuviera parcialmente el exterminio en masa de los judíos e incluso comenzó negociaciones con representantes de varias organizaciones internacionales que ofrecían comprar decenas de miles de judíos húngaros y a espaldas del Führer buscó entablar negociaciones de paz con los Aliados. Cuando Hitler, ya en los últimos días del Tercer Reich, se enteró de las negociaciones de Himmler, enfureció y Himmler fue desposeído de todos sus cargos. Himmler no consiguió su objetivo de negociación con los Aliados y tuvo que huir disfrazado cuando los soviéticos tomaron Berlín. Una vez capturado, se suicidó mordiendo una cápsula de cianuro.

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