TRAIDORES (Parte I)

“Amo la traición, pero odio al traidor”

Julio César

Es imposible hacer una reseña completa, pero vale la pena hacer un pequeño recorrido por algunas (pocas, poquísimas) traiciones trascendentes en la historia; seguramente cada uno podría duplicar la cantidad de ejemplos mencionados…

     Las lecturas de La Biblia son un verdadero compendio de traiciones, por lo que sólo mencionaremos algunas:

Caín traicionó a Abel. Según se relata en el Antiguo Testamento, Abel y Caín, ambos hijos de Adán, presentaron sus ofrendas a Dios, y Dios prefirió las ofrendas de Abel. Esto encendió la envidia de Caín, que asesinó a su hermano y después se hizo el zonzo, ya que Dios le preguntó dónde estaba Abel (se supone que debería haberlo sabido, ya que es ominsciente, pero bueh… relatos son relatos) y Caín contestó que no sabía, que él no era el guardián de su hermano. En fin. Un hermano que traiciona por celos y envidia: buen comienzo del libro sagrado, eh.

Los hijos de Jacob traicionaron a su hermano José. Según el Antiguo Testamento, José, que era el penúltimo de los 13 hijos de Jacob, era el más amado por éste, y eso desató la envidia del resto de la prole. Estando en el desierto lejos de su casa, los hermanos planean matarlo: “matémoslo y tirémoslo en una de esas cisternas; luego le diremos a nuestro padre que un animal salvaje se lo comió”. Uno de sus hermanos (Rubén) opinó diferente: “no lo matemos, ¿para qué derramar sangre? Sólo tirémoslo en este pozo. Entonces morirá sin que le pongamos una mano encima”. Pragmático, Rubén. Así que los hermanos tiraron a José en un pozo vacío. Luego levantaron la vista y vieron pasar una caravana de mercaderes que se dirigía a Egipto. Judá, otro de los hermanos, dijo: “¿qué ganaremos con matar a nuestro hermano? Tendríamos que encubrir el crimen. Mejor vendámoslo a esos mercaderes”. Tierno y compasivo, Judá. Sus hermanos estuvieron de acuerdo, así que vendieron a su hermano a los mercaderes (que seguramente regatearon) por veinte monedas de plata. Después, los hermanos encubrieron el crimen: mataron un cabrito, mojaron la túnica de José con la sangre y enviaron la túnica a su padre, quien dio por muerto a José. La historia sigue, pero la traición ya se ha consumado.

Dalila traicionó a Sansón. Cuenta el Antiguo Testamento que Dalila era una bellísima mujer filistea que gracias a sus encantos logró enamorar a Sansón, un temible y poderoso israelita buscado por los filisteos; él, enamorado (ayyy…), le confiesa que el secreto de su gran fortaleza está en su larga cabellera. Rápida para los mandados, Dalila le corta el pelo a Sansón mientras éste duerme. Así, los filisteos lograron capturar fácilmente a Sansón, a quien de paso le sacaron los ojos. Mientras tanto, Dalila, que ya había podido cobrar su recompensa, se olvidó de aquel a quien había traicionado. Ya estaría a la búsqueda del siguiente, seguramente.

Pedro traicionó a Jesús. Según el Nuevo Testamento, en la noche de la Última Cena, luego de que Jesús fuera a rezar al huerto de los Olivos, los romanos aprehendieron a Jesús. Los discípulos, no muy valientes, lo seguían a distancia. Una mujer reconoció a Pedro:

“Este también estaba con él”. Pero Pedro lo niega: “¡No, no lo conozco!” Un rato después, alguien más le dice: “tú también eres uno de ellos”. Pedro contesta: “¡No, no lo soy!”. Un rato después, otro lo señala: “cierto que este también estaba con él, pues además es galileo”. Y Pedro contesta: “¡Hombre, no sé de qué hablas!”. Y en ese momento cantó un gallo, tal como el mismo Jesús le había anticipado a Pedro (“antes de que cante el gallo, me negarás tres veces”). Jesús se volvió y miró a Pedro, que recordó esas palabras de Jesús. Y lloró amargamente. A llorar a la iglesia, Pedro. Bueno, la “Iglesia” aún no existía, si la fundó él…

Judas Iscariote traicionó a Jesús. “Yo os aseguro que uno de ustedes me entregará”, había dicho Jesús a sus apóstoles. Bueno, una vez más tenía razón, ya que Judas Iscariote delató a su Maestro ante las tropas romanas que lo detuvieron, “marcándolo” con un beso traidor en la mejilla y recibiendo a cambio unas monedas de plata. Después las devolvió, de acuerdo. Y se suicidó, también. Tarde, amiguito. La suerte de Jesús ya estaba echada.

     La historia de Grecia y Roma también rebalsa en traiciones…

Efialtes traicionó a Leónidas. Leónidas, el rey guerrero espartano, había derrotado a los persas de Jerjes en el desfiladero de las Termópilas, pero  Jerjes se tomó revancha (y cómo) atacando por una ruta alternativa y masacró a los espartanos. Jerjes obtuvo el dato de aquella ruta sorpresiva porque Efialtes, un espartano, traicionó a Leónidas, quien no lo había aceptado como combatiente a causa de sus deficiencias físicas, que le impedían sostener su escudo. Efialtes se sintió despreciado por Leónidas y lo traicionó sin miramientos.

Leónidas en las Termópilas,

Alcibíades traicionó a Atenas. La asamblea ateniense decidía si invadir o no Sicilia (las razones no vienen al caso). Nicias, pacífico, no estaba muy de acuerdo; Alcibíades, combativo y agresivo, se salía de la vaina por atacar a los siracusanos. Su entusiasmo por ir y arrasar Sicilia hizo que lo ovacionaran (ninguna época ha estado a salvo de la estupidez).

   Así que allí fueron hacia Sicilia, con el veterano Nicias como comandante y Alcibíades como lugarteniente. Mientras Nicias se ponía la palma de su mano en la frente, Alcibíades explotaba de entusiasmo. Pero las cosas fueron todo lo mal que podían ir: Nicias se enfermó y nunca se recuperó, y Alcibíades (que había dejado en Atenas un juicio pendiente por libertinaje y excesos varios) fue llamado a Atenas para dicho juicio (oportunísimo, el llamado). Y el avasallante guerrero desertó, y se fue a… ¡Esparta! El tipo se dio vuelta como una moneda. Un grande.

Bruto traicionó a su padre Julio César. Marco Bruto participó, del lado de Pompeyo, en la batalla contra César en Farsalia. César, victorioso, le perdonó la vida a Bruto, hijo de su amante Servilia. Así que Bruto panquequeó y se pasó al bando de César, que recompensó sus servicios nombrándolo gobernador de la Galia Cisalpina. Al año siguiente, cuando llegó el momento de decidir quién sería el próximo pretor urbano (la máxima autoridad judicial en Roma), César descartó a Casio como candidato y eligió a Bruto; esa muestra de favoritismo hizo sospechar sobre la paternidad secreta de César. Bruto no se siente cómodo en esa situación: se divorcia de su mujer, se casa con la hija de Catón, archienemigo de César, y empieza a ser influido por Casio, que lo insta a sublevarse contra César. Finalmente, Bruto se involucra en la conspiración para matar a Julio César. El día del atentado, Bruto fue uno de los que clavaron su daga en el cuerpo de César hasta matarlo, traicionando a su benefactor y a quien le había perdonado la vida.

Casio traicionó a Marco Aurelio. Casio había tenido una destacada actuación durante el reinado de Marco Aurelio en la guerra contra los partos. Era un gran orador, entró en el Senado, fue cónsul y Marco Aurelio lo nombró gobernador de Oriente, en Siria. Alentado y malinformado por Faustina (la esposa de Marco Aurelio –otra traidora–), que le dijo que su marido había muerto (algo que no era cierto), Casio se proclamó emperador. Y cuando se enteró de que Marco Aurelio seguía vivo… sostuvo su autoproclamación y mantuvo su levantamiento contra Marco Aurelio, quien lamentaba la deslealtad de “su amigo tan querido”.

     La historia europea de reinados, imperios y conquistas rebosa de traiciones…

John de Menteith traicionó a William Wallace. El héroe escocés William Wallace fue traicionado por su amigo y compañero de armas John de Menteith, un noble escocés que inicialmente había combatido contra Edward I, pero que luego se da vuelta y se pone a su favor; en esas instancias es cuando traiciona a Wallace, a quien llevó con engaños hasta el castillo de Carslile donde fue apresado, encerrado en una mazmorra y acusado de ser un forajido y un traidor. Wallace lo negó, gritando furioso que él era escocés, que no reconocía a Inglaterra como su nación soberana y que un rey inglés no tenía derecho a acusar de traición a un ciudadano escocés. Sus argumentos no fueron escuchados y Wallace fue encerrado en una mazmorra y fue encontrado culpable. El castigo por traición era la peor forma de morir: Wallace fue arrastrado varias millas por cuatro caballos diferentes, cada uno de ellos atado a una de sus extremidades. Luego de eso fue colgado casi hasta morir, y entonces fue brutalmente mutilado: le cortaron los genitales y le sacaron las entrañas mientras aún respiraba. Las tripas de Wallace fueron quemadas delante de él antes de ser finalmente decapitado y desmembrado. Tras la ejecución, sus restos fueron esparcidos por todo el país como advertencia a otros posibles traidores. Menteith, el escocés traidor, después de traicionar a Wallace vuelve a panquequear y se pone del lado del otro héroe escocés, Robert de Bruce, quien nunca confía en él y le confisca las tierras por traidor.

Felipe II de España traicionó a Isabel I de Inglaterra.  Felipe había estado casado con María Tudor, por lo cual ya había “reinado” en Inglaterra. Al morir ésta, Felipe se volvió a casa, pero una vez que Isabel I fue nombrada reina de Inglaterra le ofreció matrimonio. Felipe decía que su intención al unir ambos reinados de nuevo era “servir a Dios impidiendo que aquella dama cambiara la religión”, ya que sabía que Isabel tenía planeado reforzar la Iglesia de Inglaterra (protestante) dejando de lado el catolicismo. La propuesta de matrimonio de Felipe II fue rechazada olímpicamente por Isabel, astuta como nadie. Felipe se dedicó a conspirar  aliado con la escocesa y católica María Estuardo, y después de que esta fuera ejecutada (Isabel no se andaba con vueltas) decidió invadir Inglaterra (la tierra de su otrora “futura esposa”). Pero las cosas no salieron bien para Felipe: su “Armada Invencible” sufrió una rotunda derrota. Al regreso de la Armada, Felipe II atinó a decir: “ojalá Dios no hubiera permitido tanto mal, ya que todo se ha hecho para servirlo a Él.” En fin. Convencido de que Dios lo estaba poniendo a prueba ante la adversidad, Felipe pensó en planear otra invasión. “Nunca dejaré de defender la causa de Dios”, insistía el devoto rey, que tenía una fijación con lo celestial, lo que no le impedía pedir la mano de la reina y traicionarla atacándola un rato después.

Robespierre traicionó a Danton. Poco después de la ejecución de Luis XVI, Georges-Jacques Danton viajó a Bélgica para supervisar la batalla en aquel frente. Durante su estadía allí le informaron sobre la muerte de su esposa Gabrielle tras un parto prematuro. Danton volvió enseguida a París sintiéndose culpable por no haber estado junto a su esposa en sus últimos días. Quizá afectado por la muerte de su esposa, quizá comprendiendo que la república necesitaba ingresar en otra etapa, Danton cambia la dirección de su mirada. Comienza a distanciarse del “Terror” (el régimen represivo del cual había sido uno de los impulsores) y se distancia de los asuntos del Estado. Comprende que ese terror que él había desencadenado era un desatino y que había llegado el momento de detenerlo. Pero el pueblo no adhiere a su nuevo mensaje y eso lleva a sus enemigos a encontrar una oportunidad para deshacerse de él. Maximilien Robespierre, su rival más importante, difunde el rumor de que Danton ha perdido su fervor revolucionario y que ya no es confiable como líder. Danton es arrestado por traición y llevado ante el tribunal (o sea ante el mismo “Terror”, claro). Resulta irónico que su destino dependa ahora del mismo tribunal que él ha instaurado; los cargos en su contra son poco sostenibles, pero Robespierre empuja la cosa lo suficiente como para que lo encuentren culpable y lo sentencien a morir en la guillotina. Otro clásico de todas las revoluciones. Mientras lo trasladaban a la Place de la Révolution para su ejecución, gritó a Robespierre, al costado del camino: “¡tú eres el próximo, me seguirás muy pronto!” Y así fue, algo más de tres meses después.

 –Fernando VII traicionó a su padre Carlos IV. Carlos IV, advertido por rumores de que su hijo Fernando conspiraba en su contra, descubre una carta escrita por el mismo en la que se confirman sus sospechas. Encara a su hijo, que lo niega sin mucho énfasis. La conspiración en su contra es evidente e inminente. Entonces el rey Carlos encara a Napoleón, le dice que su abdicación es forzada porque la llevará a cabo para evitar una tragedia de sangre en su reino, y pone como condición para abdicar y entregar España a Napoleón que se siga respetando la religión católica en España y que se le brinde asilo a él y a su esposa María Luisa en Francia. Napoleón no acepta, sostiene una especie de “quiero todo y sin condiciones”. Carlos abdica entonces en favor de su hijo Fernando, mientras Fernando VII le escribe a Napoleón chupándole las medias ostentosamente, incluso pidiéndole ser considerado “hijo adoptivo” del gran corso. Napoleón lo ningunea y al final traiciona a todos, ya que termina poniendo a su hermano José como rey.

Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord traicionó a Napoleón. Cuando Napoléon se proclamó emperador, nombró a Talleyrand ministro de relaciones exteriores, vice-elector del Primer Imperio francés y príncipe de Benevento. Conocía tanto la capacidad como las características personales de Talleyrand y quería tenerlo más bien cerca que lejos. Error, Napo. Napoleón decide arrasar con todo e invadir España y Rusia. Talleyrand no está de acuerdo con esa decisión y renuncia como canciller. Napoleón no se lo perdona y empieza a tratarlo primero con desdén, luego con desprecio. Convencido de que la relación no tiene vuelta atrás,  Talleyrand decide que ha llegado el momento de acabar con él como fuera. Se acerca a Luis XVIII, enemigo de Napoleón, lo asesora y conspira con él. Finalmente Napoleón es vencido en la batalla de Leipzig, pierde el poder y Talleyrand queda a sus anchas con Luis XVIII. Un hombre elástico y pragmático, Talleyrand.

Napoleón recibiendo al embajador de Austria, Baron Vincent. Al medio, se ve a Talleryrand, quien se desempeñó como ministro de Exteriores de Napoleón.
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