La espera helada

La suspensión criónica es el conjunto de técnicas utilizadas para preservar cuerpos humanos, a través de bajas temperaturas, a la espera de que la ciencia en un futuro pueda remediar la enfermedad que aqueja al criopreservado.

En las regiones del Cáucaso y del Ecuador se ha constatado la vuelta a la vida de animales que estuvieron congelados en las altas cumbres por muchos años. Habitualmente, se congela esperma, óvulos y embriones que han sido implantados exitosamente hasta diecisiete años después de su preservación. Hoy debemos agregar la conservación de células madre [stem cells] del cordón umbilical, que se guardan para ser utilizadas en caso de padecer su dueño o familiar directo alguna rara enfermedad que pueda ser tratada con estas.

Por más que la criónica ha sido utilizada en perros y gatos, que volvieron a la vida después de ser congelados –aparentemente en buenas condiciones de salud–, ninguno de los 142 cadáveres que se mantienen a 196 grados bajo cero han vuelto de la muerte. La fundación Alcor[1] (Phoenix, Arizona) se especializa en criopreservación de humanos completos o ¡sus cabezas! Uno de sus fundadores, Hugo Hixon, preserva a sus padres de esta forma desde 1981.

En 1964, Robert C. W. Ettinger, en su libro Prospect of immortality, profundizó sobre el tema en un tono más optimista que real, circuntancia que lo convirtió en el “padre de la criónica”. A pesar de este optimismo, esta disciplina no se ha generalizado por varias razones técnicas, religiosas, morales, económicas y prácticas.

En primer lugar, ningún humano ha vuelto de este ataúd helado y se sospecha que, de hacerlo, seguramente sufriría algún tipo de daño cerebral que anularía las ventajas de esta prolongación de la vida. En segundo lugar, no todos disponen de los cientos de miles de dólares que implica esta aventura, aunque la empresa ofrece formas de financiación en cómodas cuotas desde la más tierna infancia del cliente, ya que se ha declarado sin fines de lucro.

Además, existe otro problema del orden práctico: si se puede volver a vivir en el futuro, ¿quién garantiza que los bienes propios subsistan cuando uno esté de vuelta? La mayor parte de estos viajeros del tiempo son gente de buen pasar y no quieren ser mendigos en su nueva vida o depender de la caridad de sus descendientes, que no conocieron en vida. A diferencia de los egipcios, el lugar vacío en la cápsula del criopreservador es bastante restringido (solo pueden entrar algunas fotos, unos CDs y unas joyas, por las que la empresa no se responsabiliza).

Para evitar ser un menesteroso en su futura existencia, David Pizer ‒un empresario de las vacaciones en Arizona‒ ha tomado algunos recaudos. Con ayuda de un especialista en finanzas, ha creado un fideicomiso que manejará sus diez millones de dólares en tierras y títulos bursátiles, hasta que Pizer pueda volver de su fría espera. Si uno calcula el interés compuesto de esos millones por cien años, la cifra es realmente impresionante. Otros, como Don Laughlin, dueño de un casino que lleva su nombre, se conforma con menos y solo ha dejado cinco millones en el fideicomiso.

El tema no es nada fácil y se presta a problemas legales. ¿Qué dirán los futuros herederos cuando, de un día para el otro, dejen de serlo? En caso de fallar la criopreservación, ¿quién será el beneficiario? ¿Hasta cuánto tiempo lo deberán esperar sus deudos? Y si vuelve hecho un idiota, ¿quién lo cuidará? ¿Acaso sus choznos, que no lo conocieron y a los que privó de una cuantiosa herencia?[2] ¿Deberán devolver la plata cobrada en el seguro de vida? Y ya que estamos en terrenos tan aventurados: ¿Qué pasaría si el preservado es además clonado? No es una idea descabellada; para evitar el deterioro mental, sería más fácil hacer un clon a partir de sus células… En este caso, Dan Pizer dejó bien claro que no quiere que su clon usufructúe sus millones, y así lo ha dejado por escrito.

Algunos, para evitar problemas sucesorios, invitan a sus herederos a unirse a su sueño criogénico, tal como propuso Ted Williams, una leyenda del béisbol en Estados Unidos, muerto en julio de 2002 y prontamente congelado, a pesar de que nada decía en su testamento y de la resistencia de los otros hijos, que dilucidaron sus diferencias en los tribunales. Uno de ellos, John Henry, exhibió una nota firmada por Ted, donde anuncia la intención de algunos miembros de la familia para criopreservarse, a fin de reunirse en alegre montón una vez descongelados en fecha futura a clarificar.

Pero ninguna opción es cien por ciento segura. El dinero de un fideicomiso puede ser robado o mal usado por gerentes deshonestos. Peor aún, puede caer en un nuevo “corralito” que lo evapore para siempre.

Un tema no menor son los impuestos. Benjamin Franklin afirmaba con absoluta certeza, que solo dos cosas son seguras en esta vida: la muerte y los impuestos. Al parecer, algunos quieren evitar la primera eternizándose en el hielo, pero será la segunda la que no logren esquivar. ¿El Estado le cobrará al crionauta los impuestos devengados durante su fría espera? De ser así, no creo que les alcance lo obtenido con los intereses de su fideicomiso.

De todas maneras, David Pizer (al parecer, un optimista a prueba de toda desventura) dice que no le preocupa perder su dinero con tal de volver a la vida. Si es tan afortunado para sobrevivir al descongelamiento sin daños neurológicos permanentes, usará esta segunda oportunidad que le da la vida para rehacer su fortuna. “Lo hice una primera vez y lo puedo hacer una segunda”, afirmó con tan pasmosa seguridad que nos ha dejado a todos helados.

[1]. Allopathic Cryogenic Rescue es su nombre original.

[2]. Hace poco tiempo, un juez inglés permitió la criopreservación de una joven de 14 años afectada por una rara forma de leucemia. El juez debió mediar porque los progenitores no se ponían de acuerdo. El padre opinaba que, si la hija volvía de la “espera helada”, nadie de la familia estaría allí para cuidarla.

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