El movimiento talibán (el significado de la palabra “talibán” es algo así como “estudiante religioso”) fue fundado por veteranos de la guerra de Afganistán en la invasión de la URSS. Los talibanes siguen una doctrina islámica extremista cuya idea de sociedad está basada en las reglas estrictas de lo que debe ser la vida de un musulmán, sin dar cabida a otras interpretaciones.
Pero volvamos a los hechos. Los talibanes (una facción política y paramilitar fundamentalista islámica sunnita) lograron hacerse con el control de Kabul después de dos años de guerra contra el gobierno de los muyaidines de Burhanuddin Rabbani (un musulmán moderado), que huyó de la capital. Los talibanes tomaron la ciudad sin hallar apenas resistencia; las tropas gubernamentales habían abandonado la capital afgana “para evitar un baño de sangre” y por eso los nuevos dueños de Kabul no tuvieron necesidad de hacer uso de sus armas. Después de tanto tiempo de guerra tras guerra, la población (recontra harta de muerte y violencia) los recibió sin mayor entusiasmo. Tras hacerse con el control de la ciudad, los talibanes se dirigieron al edificio de la ONU en el que Mohammad Najibullah, último presidente pro-soviético de Afganistán, permanecía refugiado desde su derrocamiento en abril de 1992. Najibullah fue ejecutado de un tiro en la cabeza en el mismo edificio de la ONU; luego de fusilar también a su hermano, ataron los cadáveres de ambos a un jeep y los trasladaron hasta la céntrica plaza de Ariana, donde colgaron ambos cuerpos de un poste de luz. La gente salió a la calle recién en ese momento, para ver los cuerpos colgados cuyas bocas fueron rellenadas con billetes de afganis, la depreciada moneda local.
Najibullah fue condenado a muerte unánimemente por los “ulemas” (doctores de la ley islámica) y por el “consejo central talibán” por haber “violado los derechos del pueblo afgano”, dijeron los extremistas islámicos para justificar la ejecución. “Najibullah ha traicionado el islam y nosotros lo hemos castigado”, declaró el Mohammad Omar (el mulá Omar) para justificar la muerte del ex presidente afgano. Tampoco perdonaría al fugado Rabbani, a quien describió como “criminal” por no aceptar la amnistía que le fue ofrecida a cambio de que su rendición.
Mohamad Omar, líder de los talibanes, nombró al nuevo gobierno del país, integrado por seis mulás (nombre que recibe el que dirige la plegaria en la mezquita). Rápidamente se instalaron una serie creciente de medidas tendientes a instaurar lo que denominaron “un régimen islámico completo, integral y puro”, basado en una estricta versión de la Sharia, la ley islámica.
Las abrumadoras prohibiciones y castigos, predominantes entre los preceptos implantados, ubicaron a las mujeres como primer blanco: no se les permitió trabajar, usar baños públicos ni ir a la escuela; un decreto instó a la población a pintar de negro las ventanas de las casas para que las mujeres no pudieran ser vistas a través de ellas y fueron obligadas a respetar la “hejab”, es decir, mantener su cuerpo cubierto por completo, incluida la cara. También se les prohibió usar medias blancas (según ellos, atraían la atención de los hombres) y recibir atención sanitaria si no iban acompañadas por un hombre, por lo cual treinta mil viudas sin parientes masculinos quedaron fuera del sistema de salud. Los castigos por no cumplir estas leyes iban desde el apaleamiento hasta la muerte. Así como se lee.
La radio Charia, (encargada de la comunicación de los decretos del gobierno talibán) anunciaba constantemente nuevos preceptos a cumplir. Se dispuso la prohibición de beber, jugar al fútbol, gritar, ver videos, escuchar música y sacar fotos, ya que todas esas actividades son consideradas “contrarias al Islam”. Tampoco se permitió remontar barriletes porque “interfiere con las oraciones” ni usar flequillo porque si el pelo toca la frente “se instala el demonio” (como todo el mundo sabe, claro).
Los talibanes lograron rápidamente el control del 80% del territorio afgano, y en dos años todo el territorio estaría bajo su dominio. El cambio de régimen político en Afganistán no sólo supuso el fin de las libertades en el país, sino el inicio de un nuevo e inestable período en sus relaciones internacionales. El asalto al edificio de la ONU y la muerte de Najibullah sembraron la desconfianza en los países vecinos; la situación generó preocupación en Irán, que reforzó sus fronteras, y en Rusia, que advirtió que respondería con dureza a cualquier intento de incursión afgana en su territorio (el que avisa no traiciona). A la condena de los vecinos se sumaron la ONU y otros muchos países (lo de siempre). La excepción fue Pakistán, que envió enseguida una delegación a Kabul para ponerse en contacto con el nuevo Gobierno.
El nuevo Gobierno se dirigió de inmediato a la comunidad internacional. “Hemos capturado Kabul y controlamos la mayor parte de Afganistán. Llamamos a la comunidad internacional a reconocernos como el Gobierno del Estado Islámico de Afganistán”, declaró el portavoz talibán, Wakil Ahmad, desde la sureña ciudad de Kandahar.