Thomas Dent Mütter (1811- 1859) fue uno de los cirujanos más distinguidos de su tiempo. Egresado de la Universidad de Pennsylvania, visitó los más avanzados centros médicos de Europa. En Londres conoció al Hunter Museum, lugar donde del célebre Dr. John Hunter exhibía su colección de rarezas de la naturaleza con finalidades didácticas. Cuando Mütter se hizo cargo del servicio de cirugía del Jefferson Medical College, comenzó con la exposición de curiosidades médicas e instrumentos quirúrgicos como se hacía en las principales capitales del mundo, siguiendo la tradición de los “cabinet” o museo de anatomía, como el Kunstkámera en San Petersburgo (a cuya puerta, Pedro el Grande, colocó una advertencia para aquellos que contemplasen estas malformaciones, “Esto nada tiene que ver con Dios”), el Museo Vrolik en Ámsterdam, el Museo della Specola en Florencia, con su maravillosa colección de piezas de cera, la Sorbona en París y hasta las catacumbas de esa ciudad que tienen en sus recorridos subterráneos una exposición de rarezas óseas.
A lo largo de su carrera Mütter obtuvo una impresionante cantidad de curiosidades médicas que no se limitaban a las variables anatómicas o patológicas, sino que incluían, por ejemplo, una vértebra de John Wilkes Booth, el actor que asesinó al presidente Lincoln. Permítame el lector que me disgregue, ya que no todos coinciden que esta vértebra haya pertenecido a Booth sino que fue extraída de un cadáver al que así llamaron. Al parecer el actor había escapado de la justicia y murió años más tarde bajo otro nombre. Descubierta la identidad del magnicida, su cuerpo fue momificado y exhibido en circos del sur de los EEUU.
Esta colección que Mütter obtuvo a expensas de su propio peculio para ilustrar sus disertaciones, las cedió a la Universidad de Pennsylvania cuando falleció a causa de la gota que lo atormentaba desde hacía años.
Si bien este hábito coleccionista de los médicos se remonta a la antigüedad, desde el siglo XIX excedió el espíritu didáctico para hacer una zigzagueante evolución hacia un exhibicionismo cuasi circense, que muchas veces linda con el side show americano. Estas exposiciones que mostraban “monstruosidades” de las variables anatómicas, fueron los primeros signos de la medicalización de la sociedad. Con los años muchas de las variables exhibidas apenas ostentaban sutiles diferencias con la normalidad, que requerían el ojo del especialista para descubrirlas. Con el advenimiento de los conocimientos de biología molecular y genética se supo que estas variaciones eran aún más minúsculas, ya que podían deberse al cambio de un solo aminoácido en una cadena proteica. Todos estamos a micrones de la excepcionalidad …
Cada profesión tiende a ver al mundo desde la óptica de su formación académica. Los abogados tienen una inclinación a legalizar todo proceso social y los economistas a cuantificarlos.
El Dr. Freud y su interpretación de las conductas humanas contempladas bajo la clave de la sexualidad, dio lugar a la exégesis de cada acto bajo el dogma freudiano. Y todo el mundo, aún con escasos conocimientos del tema, ya se siente autorizado para hablar de proyecciones fálicas o trastornos edípicos…
Esta medicalización facilitada por Google llega a un paroxismo en esta pandemia, donde la proliferación de vacunas, sus bondades y peligros, se han convertido en un tema excluyente de conversación. ¿Cuándo te das la (primera o segunda) dosis?, se ha convertido en una pregunta obligada –desplazando al tema climático– ya que la mayor parte de nuestra vida transcurre entre las cuatro paredes del hogar.
La medicalización avanza dando nombres y categorías a condiciones o conductas que antes eran consideradas variaciones de la normalidad (y lo siguen siendo).
La medicalización es una óptica para interpretar al mundo y es natural y hasta beneficiosa dentro de ciertos límites pero, como todo proceso, puede desembocar en exageraciones nocivas: la patogenización y su secuela, la biocracia.
Una cosa es entender las variables de la naturaleza y otra es ver cada una de estas variables como patológicas o anormales. Estos excesos interpretativos pueden conducir a políticas restrictivas que limiten los derechos republicanos de los individuos, invocando prioridades biológicas o peligros de “salud pública” (concepto abstracto, evanescente e inasible) siempre sujeto a la interpretación de datos cuyas fuentes pueden ser dudosas, falibles o malintencionadas.
Si alguna vez visita estos museos (no aptos para mentes sensibles o estómagos lábiles) piense en este proceso que estamos viviendo y la tendencia a clasificar lo que vemos bajo los ojos de la medicina.