La izquierda latinoamericana, antes y después de Cuba

Antes de la revolución cubana había tres sectores principales en los que anidaban las ideas de izquierda: los anarcosindicalistas, muchos de ellos inmigrantes europeos; los partidos comunistas, formados sobre todo en la década del ’20 y subordinados al Komintern de Moscú (la III Internacional fundada por Lenin en 1919, que derivaría más tarde en la IV Internacional de Lenin y Trotsky), y los partidarios más radicales de los líderes populistas de la región.

En algunos países los comunistas eran seguidos por algunos sectores de los sindicatos; en Brasil tuvieron incluso algún apoyo en las filas del Ejército en 1935, cuando el partido comunista de Brasil intentó un golpe de Estado contra el presidente Getúlio Vargas y fue apoyado por tres bases militares. El levantamiento fracasó y le dio pie a Vargas para declarar el “Estado Novo”, que no fue otra cosa que una dictadura cuasifascista.

En todas partes la izquierda enfrentaba el mismo problema: lograr hacer una revolución desde sectores débiles, como lo eran por entonces las clases obreras urbanas y los sindicatos. La decisión de los sectores de izquierda para lograr su objetivo de “entrar en la gente” fue cautelosa: aliarse primero con los sectores de la “burguesía nacional”, oponiéndose a la “oligarquía” agraria y al “imperialismo” (términos más que conocidos a lo largo del tiempo).

Sin embargo, no en todos lados esa propuesta tuvo aceptación. En Perú, José Carlos Mariátegui, periodista, político y filósofo fundador de lo que luego sería el Partido Comunista de Perú, pensaba de otra manera. Inspirado en el ejemplo mexicano, combinó el marxismo con el indigenismo sosteniendo que la revolución debería surgir del campesinado en alianza con los trabajadores. Términos como “socialismo práctico” y “comunismo agrario” eran utilizados para sostener que en una economía semi-feudal como la peruana no podían funcionar instituciones democráticas. “Sólo el socialismo puede traer desarrollo a Perú”, decía, pero en un modo “heroico”, no como los modelos europeos. Mariátegui murió en 1930, pero su visión, que contemplaba la búsqueda de una utopía indígena andina, se vio reflejada mucho tiempo después en líderes indigenistas como el boliviano Evo Morales.

Treinta años después, los sectores de izquierda de América Latina pensaron que la revolución cubana era la solución a su búsqueda. Ernesto “Che” Guevara, cuyos escritos tenían amplia circulación, sostenía que la revolución no había ocurrido antes por falta de coraje de los revolucionarios. Además, consideraba que la revolución cubana había hecho tres aportes fundamentales a los movimientos revolucionarios de izquierda: primero, había demostrado que las fuerzas populares podían ganar una guerra contra el Ejército constituido; segundo, que no es necesario esperar que estén dadas las condiciones ideales para hacer la revolución, sino que la misma insurrección puede y debe crearlas; tercero, que en la América “subdesarrollada”, es el campo el lugar básico para la lucha armada.

Esto tenía su lógica. Después de todo, en América Latina había decenas de millones de campesinos pobres, y la revolución de Mao Tse-Tung en China se había afirmado exitosamente en el campesinado y la guerra rural. Sin embargo, inicialmente el mensaje de Guevara fue más receptivo entre los jóvenes de las clases medias, muchas de ellas conscientes de las injusticias en sus sociedades, que entre los campesinos. La Iglesia católica también se sintió tocada, y estimulada por las reformas del Concilio Vaticano II surgió una nueva corriente que predicaba que la Iglesia latinoamericana debía preocuparse principalmente por cambiar la sociedad ayudando a los pobres; así surgió la “teología de la liberación”. A pesar de las muy buenas intenciones iniciales, algunos de sus defensores coqueteaban con la violencia, y en algunos países, sobre todo en Centroamérica, la intención de cambiar las cosas a través de la violencia generó muchísimas muertes.

En las décadas posteriores a la revolución cubana aparecieron focos de guerrilla rural en varios países (Guatemala, Colombia, Venezuela, Perú, Honduras). Pero ocurrió que la mayoría de las guerrillas, que decía tomar como modelo los escritos del Che, no reparó en que en Cuba la revolución necesitó para su victoria final de una serie de alianzas: con profesionales de la clase media, con sectores de la Iglesia, con sindicatos, con otras organizaciones políticas; las huelgas, la agitación y los sabotajes fueron factores importantes que torcieron la revolución a favor de Castro y su gente. A diferencia de la revolución cubana, estas guerrillas no consideraban esa necesidad. Por otra parte, una cosa era levantarse contra una dictadura corrupta como la de Fulgencio Batista (que había transformado Cuba en una especie de neocolonia estadounidense) y otra bien distinta era intentar una guerra de guerrillas contra un Ejército poderoso de naciones más grandes. Si bien Guevara reconocería a medias esa diferencia, en la práctica la ignoraría, transformándose en un kamikaze revolucionario basado en el voluntarismo.

Guevara se fue al Congo y después a Bolivia, donde fracasó, ya que su propuesta revolucionaria no encontró demasiado eco entre el campesinado. Los Boinas Verdes norteamericanos entrenaron tropas bolivianas de contrainsurgencia, aniquilaron el foco revolucionario y el Che encontraría finalmente la muerte. El Che se volvió un ícono mundal, se hizo leyenda y su figura obstinada y dogmática se transformó en una especie de mártir cristiano que murió luchando por una utopía.

A todo esto, por entonces EEUU se obsesionó en evitar la aparición de “una segunda Cuba”. Para EEUU, el primer candidato a generar una nueva Cuba era República Dominicana. Más aún después del asesinato del abyecto déspota y criminal Rafael Trujillo en 1962. Luego de sucesivos gobiernos débiles y golpes de Estado observados atentamente por los EEUU, los norteamericanos mandaron más de veinte mil soldados a la isla “para proteger a los civiles dominicanos”, tanto como para evitar que los comunistas se aliaran con Juan Bosch, débil figura posterior a Trujillo pero que había ganado las elecciones. Y lograron su cometido, ya que terminó llegando al poder Joaquín Balaguer, un abogado anticomunista que había sido miembro del gobierno de Trujillo. Un problema menos para EEUU.

Mientras tanto, Fidel Castro veía “la exportación de la revolución” como una manera de defenderla en su propia casa. Así, Cuba armó, entrenó y asesoró a miles de revolucionarios de otros países latinoamericanos. Y como era de esperar, esto despertó el interés de la Unión Soviética; no se la iban a perder. En 1961, la KGB diseñó un plan para “activar levantamientos armados contra gobiernos reaccionarios pro-occidentales” en todo el mundo, poniendo a Centroamérica bastante arriba en la lista. Otro ring para la Guerra Fría.

En El Salvador también surgió un poderoso movimiento de izquierda teniendo como bases a sindicatos, sacerdotes radicales y grupos de campesinos. Desde 1972 El Salvador sufrió una guerra civil interminable entre los grupos guerrilleros y las Fuerzas Armadas, apoyadas (para variar) por EEUU. Los guerrilleros del Frende Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) tenían mucho apoyo popular y lucharon contra el Ejército salvadoreño por más de una década. Un acuerdo final en 1992 derivó en democracia, pero el trágico tendal de muertos manchó de sangre la tierra salvadoreña.

En Chile, Salvador Allende, impulsor de la fórmula conocida como la “vía chilena al socialismo”, asumió la presidencia en en 1970 al frente de una coalición de izquierda algo heterogénea. Sólo duró tres años, durante los cuales enfrentó la oposición del Congreso mientras su propia coalición le brindaba cada vez menos apoyo político.

La creciente tensión social se sumó a una política económica recibida con hostilidad y miedo por empresarios y terratenientes. En 1971 Allende promulgó la Ley de nacionalización del cobre, decidió la expropiación de haciendas, aumentó el control estatal de empresas y bancos, nacionalizó empresas extranjeras y decretó medidas de redistribución de la renta. La inflación aumentó mucho y gobernar se hizo más difícil aún. En diciembre de 1972 Allende denunció en la ONU una agresión internacional y un boicot económico a Chile; finalmente, meses antes del golpe, una prolongada huelga de camioneros que se oponían a sus planes de nacionalización produjo un gran desabastecimiento y los comerciantes se unieron a la protesta en medio de un creciente malestar social.

Washington participó activamente en el derrocamiento de Allende. Los documentos de la CIA, el Pentágono, el Departamento de Estado y el FBI señalan que la CIA realizó operaciones encubiertas en Chile desde 1963 a 1975, primero para impedir que Allende fuera electo, luego para desestabilizar su gobierno y, tras el golpe, para apoyar la dictadura de Pinochet, todo autorizado por el presidente Richard Nixon. Las razones, las mismas de siempre: impedir que se instalara el comunismo.

En Nicaragua se repetiría algo parecido a la revolución cubana: la insurgencia sandinista en 1979. Nicaragua estaba gobernada por un dictador corrupto (Anastasio Somoza) y EEUU había entrenado a las tropas de su Ejército. Los sandinistas eran una coalición de marxistas, teólogos de la liberación, socialdemócratas y nacionalistas, algunos con un compromiso idealista con la justicia social. Ronald Reagan, por entonces presidente de EEUU, vio el peligro de una segunda Cuba y organizó una contraguerrilla para derrotar a los sandinistas. Pero Cuba y la URSS armaron un ejército de más de cien mil soldados. Reagan fue impedido de redoblar la apuesta por el Congreso norteamericano y fue expuesto por su apoyo a los Contras con dinero producto de la venta de armas a Irán. Todo mal, Ronald. Así que los sandinistas terminaron superando a los Contras, pero la forma en que ejercieron el poder los sandinistas fue errónea, alejándose del campesinado, y como frutilla del postre EEUU los embargó. Para colmo Mikhail Gorbachov les dijo que no tenía más plata para apoyarlos (tenía sus propios problemitas) y que tenían que arreglárselas solos. Perdieron las elecciones y dejaron el poder en 1990.

Como vemos, la historia de la izquierda latinoamericana en el siglo XX tiene muchas aristas; este es apenas un breve esbozo resumido. Bajo la influencia de Castro y Guevara, más de una generación de izquierdistas dio prioridad a la justicia social, el nacionalismo y el anticapitalismo, pero muchos utilizaron la violencia como método y desdeñaron la democracia y el estado de derecho.

Y así se pasó el siglo.

Ya en el siglo XXI encontramos a Hugo Chávez, Pepe Mujica, Rafael Correa, Evo Morales, Luis Inácio da Silva (Lula), Michelle Bachelet, Andrés López Obrador, Pedro Castillo, el regreso de Daniel Ortega, todos en lugares de poder en sus países; en otros, heterogéneas alianzas utilizan espacios populares para coquetear con ideas afines a la izquierda.

Pero esta es otra historia.

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