Parecen existir suficientes indicios para establecer una conexión entre la casa real británica y los asesinatos. El escritor Stephen Knight escribió un libro al respecto (“Jack The Ripper: The Final Solution”) en el que vierte material sobre las posibles conexiones; a su vez, la famosa escritoria Patricia Cornwell ha investigado en forma extensa y meticulosa los crímenes, llegando a conclusiones similares. Testimonios de personas relacionadas con la investigación original también llegan a la misma conclusión.
Esta versión sostiene que el príncipe Albert Victor, duque de Clarence (hijo de Alberto, príncipe de Gales y Alexandra, princesa de Gales, y nieto de la reina Victoria), tuvo un acalorado romance con una joven llamada Annie Elizabeth Crook, empleada en una confitería y modelo del pintor Walter Sickert, amigo del príncipe. La amistad entre Sickert y el príncipe Albert Victor fue más que propicia para que este se acercara a los círculos en los que abundaban bohemios, libertinos y prostitutas, con quienes los amigos satisfacían sus inclinaciones sexuales desenfrenadamente. Sickert le abrió a Albert Victor la puerta del Londres de los placeres ocultos; le presentó a Annie Elizabeth Crook al príncipe y éste se enamoró de ella. Sickert le ocultó a ella la verdadera identidad de su amante diciéndole que era su hermano, a quien llamaba Eddy.
Annie y el príncipe se casaron en secreto, y en abril de 1885 tuvieron una hija a quien llamaron Alice Margaret Crook. Sickert fue testigo por parte del novio y Mary Kelly, la mejor amiga de Annie, testigo de la novia. Enterada de la situación, la reina Victoria intentó acallar algo que podía transformarse en escándalo mandando internar a Annie en un manicomio, donde murió olvidada en 1920. Su amiga, Mary Kelly, advertida por Sickert del peligro que corría por conocer la verdad, huyó a su Irlanda natal, llevándose a la pequeña Alice. “Eddy” fue enviado al extranjero y el matrimonio fue borrado de los registros, pero sí existe el acta de nacimiento de Alice Margaret Crook, fechada el 18 de abril de 1885, acta en la que no figura ningún dato sobre el padre de la niña.
Todo habría terminado acá, si Mary Kelly se hubiera quedado en Irlanda manteniendo el silencio sobre el secreto que conocía. Pero no fue así, porque Mary Kelly regresa al East End huyendo de la hambruna que sufría Irlanda. En Londres no consigue trabajo; la única fuente de ingresos viable parece ser la que está debajo de su pollera, y Mary pasa a engrosar la legión de prostitutas de los barrios bajos londinenses. Visita a Sickert y le entrega a la pequeña Alice. Sickert localiza a los abuelos maternos y la deja a su cuidado; la visitará con frecuencia, se ocupará de ayudarla económicamente y años después se casará con ella.
Mientras tanto, Mary Kelly se hace de un grupo de amigas compañeras de trabajo con las que comparte cervezas y confidencias. En una de esas charlas, Mary les cuenta a sus amigas la historia de la boda secreta y de su desdichada amiga Annie Crook. Sus amigas le sugieren un plan para sacar rédito económico a ese secreto, y a ella le parece buena idea. Conseguir dinero sgnificaría poder evitar la dependencia de los “Old Nichol”, la banda de proxenetas que cada vez exigían más dinero por “protección”. De hecho, cuando comenzaron las investigaciones sobre los crímenes de Jack, ésta y otras bandas similares fueron los primeros sospechosos.
Inconscientes del peligro en el que se colocaban, pusieron en marcha un ingenuo plan de chantaje. Los integrantes del grupo chantajista eran Mary Kelly y sus amigas Polly Nichols, Elizabeth Stride y Annie Chapman (las cuatro serían víctimas de Jack el Destripador). Kelly le contó sus planes a Sickert, quien hizo de portavoz de sus pretensiones ante el palacio de Buckingham, ya que era muy amigo (se dice que incluso algo más) de la princesa Alexandra, la madre del príncipe (Sickert pintaría un cuadro al que llamó “El chantaje”, cuya protagonista es notablemente parecida a Mary Kelly). La disputa era muy desigual: cuatro prostitutas de Whitechapel contra la corona británica y la masonería (que mucho tendría que ver).
Enterada del chantaje, la reina Victoria puso el asunto en manos de lord Robert Salisbury, primer ministro y uno de los masones de mayor rango de Inglaterra. Su posición política era delicada y su interpretación del caso fue que si se llegaba a saber sobre la boda secreta del duque de Clarence, el escándalo también lo arrastraría a él. Además, su lealtad a la masonería, a la que debía su carrera política, lo empujaba a solucionar el problema de la manera más rápida y definitiva posible (en Gran Bretaña, la monarquía y la masonería tienen sólidos lazos de unión).
Para resolver el asunto había que escoger a alguien de extrema confianza y que fuera un hermano masón altamente comprometido. El encargo recaería en sir William Gull, el médico de la familia real, que ya había mostrado su discreción y lealtad en más de una ocasión, ya fuera curando al díscolo Eddy de alguna enfermedad venérea o practicando algún aborto oculto. El doctor Gull recibió plenos poderes para llevar a cabo su tarea y éste hizo pleno uso de ellos, en especial ante el jefe de Scotland Yard, sir Charles Warren, también masón, cuya colaboración fue solicitada nada más y nada menos que para encubrir profesionalmente los hechos. Como cómplice de su tarea, además, el doctor Gull escogió al cochero John Netley, hombre de confianza que ya había sido cochero en algunas de las excursiones nocturnas de Eddy cuando conoció a Annie Crook.
Puesto en marcha el “operativo limpieza”, es llamativa la saña con la que fueron cometidos los crímenes; saña que parece exceder la fría eficacia necesaria, acercándose más a la de un psicópata que disfruta de lo que hace. En 1887, el doctor Gull había sufrido un pequeño infarto cerebral, lo que podría haber alterado sus facultades mentales; es posible pensar que ese trastorno lo haya llevado a extremar su crueldad al cumplir su misión.
Hay otro actor importante en esta versión, y es Walter Sickert, amigo del príncipe e intermediario en el chantaje. Un “camino colateral” de esta versión (sostenido por Patricia Cornwell, mencionada como inestigadora exhaustiva del tema) sugiere que el mismo Sickert fue en realidad Jack el Destripador. Expone como pruebas que Sickert pintó una serie extensa de cuadros inspirados en los asesinatos de Whitechapel; que en uno de ellos se observa un collar idéntico al de una de las víctimas y que en otros, las heridas en la cara de las mujeres mutiladas eran idénticas a las que el asesino les infligió y que Sickert no podía saberlo con tanta precisión.
Una frase escrita en un muro cercano a uno de los crímenes (“a los juwes nadie les echará la culpa de nada”), lleva a interpretar que el crimen fue cometido por un masón, ya que la palabra “juwes” estaba relacionada con “los tres Juwes”, asesinos que torturaron y asesinaron a Hiram Abiff, el primer mártir reseñado en los mitos de la masonería. La forma y dirección de los cortes (de izquierda a derecha, en forma similar a como se ejecuta sun signo de reconocimiento entre masones) y el hecho de que el tracto digestivo de la cuarta víctima, Catherine Eddowes, fuera colocado sobre su hombro, igual que como ocurrió en aquel primitivo crimen de Abiff, hacen pensar que el ejecutor no era ajeno a los ritos masónicos.
El ensañamiento sobre el cadáver de Eddowes, única víctima que no pertenecía al grupo original de las desafortunadas chantajistas, es otro punto a explicar. Eddowes fue confundida con Mary Kelly, ya que habiendo sido detenida en la comisaría dio un nombre falso: el de Mary Kelly, justamente. Seguramente alguien de la comisaría avisó al asesino que la última mujer que estaban buscando estaba detenida. Confundida con Kelly, quien era para ellos la mayor responsable del chantaje, el ensañamiento fue especial, como para poner un notable punto final a la serie de crímenes. Luego comprobaron que se habían equivocado de víctima, y por eso el último crimen, el de la verdadera Mary Kelly, fue cometido recién 39 días después (39 es un número considerado “perfecto” por las tradiciones masónicas: el 3 sagrado y perfecto multiplicado por el sagrado 13).
Cuando finalmente Mary Kelly fue asesinada, su cuerpo fue el que sufrió las peores mutilaciones. Se estima que el asesino trabajó horas sobre el cadáver, dada la magnitud de amputaciones y cortes efectuados. Hubo connotaciones interpretadas como rituales y su corazón nunca fue encontrado.
Jack el Destripador no abusó sexualmente de ninguna de sus víctimas. Las mutilaciones se llevaron a cabo de forma metódica y pausada, lo que parecería descartar la rabia como motivación. Tampoco parece evidenciarse sadismo, ya que las víctimas fueron asesinadas en forma rápida y eficaz, sin sufrimiento innecesario, y las mutilaciones se perpetraban sobre el cadáver, nunca en vida.
La historia de Jack el Destripador sigue siendo estremecedora. Si bien los crímenes fueron horrorosos, el profundo misterio que los rodea es lo que mantiene vivo el mito.
Y seguramente seguirá por mucho tiempo más.