Cuando el 12 de febrero de 1924 el clarinetista Ross Gorman hizo oír en el Acolian Hall las notas agudas que preludian a la “Rapsodia en Azul”, anunció que George Gershwin dejaba de ser el simple autor de música popular para ingresar en el grupo de compositores modernos cuyas obras perdurarán. Gershwin tenía por entonces 26 años.
Sentado al piano, como solista de la Orquesta de Paul Whiteman para su propia Rapsodia, el joven vivía plenamente ese momento que tanto significaría en su vida. Sabía que en la sala llena de bote en bote había músicos de la talla de Stravinsky, Rachmaninoff y Stokowski; y que estaban críticos como Gilbert Seldes y Carl van Vechten, que analizarían su obra. Pero sobre todo sabía que entre el público se hallaban diseminados sus amigos y todos aquellos que le alentarán desde un principio en su ascenso hacia las candilejas de Broadway. Por ellos, más que por nadie, debía triunfar esa noche. Confiaban en él y ahora ahí estaban para presenciar la coronación de su éxito.
Y también debía triunfar por Paul Whiteman quien, visto desde el piano, parecía un mago sacando de su orquesta las armonías, arreglo de Ferde Grofé, que inmortalizarían su “Rapsodia”.
MANOS A LA OBRA
Fue Paul Whiteman quien impulsó a Gershwin a escribir esta obra.
La incluyó en su concierto anual junto a composiciones de Herbert, Berlín, Thomas, La Rocca, Kern y otros, cuando Gershwin aún no la había escrito. Faltaba menos de un mes pero esto no amilanó al joven compositor quien, de inmediato, puso manos a la obra.
Gershwin escribió su Rapsodia al correr de la pluma y, por ello, es toda inspiración. En menos tiempo del previsto fue compuesta por Gershwin, orquestada por Grofé y ajustada en ensayos dirigidos por Paul Whitemann. Fueron días dinámicos. Hoja por hoja, con la tinta aún fresca, sacaban las copias de manos de Gershwin para dárselas a Grofé, quien a su vez, envuelto en una inspiración de disonancias modernas y audaces acordes, hacía la orquestación. Y desde allí las llevaban al club nocturno Palais Royal, donde a la sazón tocaba Paul Whiteman. De noche -durante los descansos- y por las tardes -rodeados de sillas sobre mesas con aspecto de objetos trasnochadores- los músicos ensayaron en el Palais Royal sin darse tregua. Sabían que estaban construyendo una nueva concepción del jazz norteamericano al elevarlo a la categoría de jazz sinfónico y se esmeraron…
DEBUT EN BROADWAY
Y ahora ahí estaba la obra en todo su esplendor. Mientras ejecutaba los solos -muchos de los cuales debieron improvisarse la noche del estreno por falta de tiempo- Gershwin habrá recordado más de un pasaje de su vida. Sin duda habrá acudido a su memoria el primer concierto en público -en 1914- cuando a la edad de 16 años presentó en el Finley Club una de sus primeras composiciones: un tango. Y luego habrá desfilado por el teclado la trayectoria de su vida, desde que naciera en Brooklyn el 26 de septiembre de 1898.
Quizás aquel concierto en el Finley Club y aquel tango que presentó sin confesarse su autor, tal vez por timidez, sean el punto de partida de su carrera artística. Al año siguiente entra en la casa de música H. Remick & Co., donde por un sueldo semanal de 15 dólares ejecuta las piezas populares que quieren escuchar sus clientes. De mala gana, pero para no menospreciar a su empleado, Remick edita en 1917 algunas canciones y varias más en 1918, y la opereta “La Lucille”, en 1919.
Sin embargo estas no serían las primeras obras editadas de Gershwin; tiempo después, la casa editora Harry von Tilzer, rival de H. Remick & Co., había pagado al joven compositor de 18 años la suma de 5 dólares por la publicación de una canción; y el mismo año ya figuraba en un show de Broadway con la melodía “Making of a Girl”, firmada por George Gershwin. Así debutaba en Broadway. Al año siguiente, la cantante Vivienne Segall participaba en sus canciones, y así apuntaló su nombre en los escenarios de la Gran Vía.
A partir de entonces el nombre de Gershwin crece rápidamente y canciones suyas ya figuran en varios shows. Principalmente una de ellas, “Swanee”, recorre el país de costa a costa y hace que se empiece a hablar de su autor.
Y así llega el período 1920-1924, durante el cual George Gershwin escribe la música de los shows que todos los años se renovaban en la cartelera de Broadway. En ellos figuran melodías que siguen siendo de gran actualidad en los siguientes años.
UNA SUCESIÓN DE ÉXITOS
1924 es el año de la “Rapsodia”; sin embargo, antes de escribirla habrá de completar su repertorio popular con dos de sus composiciones más conocidas: “El hombre que amo” y “Rítmo fascinante”. Así se ha ido abriendo el surco musical que conduciría a la “Rapsodia en Azul”, esa composición precursora de lo que se llamaría el jazz sinfónico.
Una ovación recibió a los últimos acordes de la “Rapsodia en Azul” la noche de su estreno en el Acolian Hall. De pie, apoyándose ligeramente en el piano, Gershwin agradeció las aclamaciones que venían de todos los rincones de la sala; y a la mañana siguiente pudo descansar arrulllado por la unanimidad de una crítica favorable.
Había triunfado. A partir de ese entonces y hasta su muerte prematura, como la de muchos predestinados, la vida de Gershwin es una sucesión de éxitos. La Rapsodia triunfa en Europa y Gershwin ya quiere superarse. Viaja y al mismo tiempo compone. Parecería que supiera que va a morir joven y que ha entablado una carrera con la muerte. Compone y compone: es como un torrente.
Su “Concierto en Fa”, de gran belleza pero al que le falta la frescura de la espontaneidad de la Rapsodia, se estrena al año siguiente en el Carnegie Hall, donde sólo llegan los grandes. Reedita su “Blue Monday Blues”, escribe sus preludios y sucesivamente presenta diversas operetas, hasta que en 1928 viaja a la capital de Francia, donde escribe otro concierto que marca un jalón más en su carrera artística: “Un Americano en París”. En el año 1931 compone diversas operetas y, además, su segunda Rapsodia y la Obertura cubana, que no alcanzaron el éxito de sus composiciones anteriores.
Y así llegamos al año 1935 en que presenta la que sin dudas habría sido la primera y más importante de sus óperas, “Porgy and Bess”, basada en el folklore negro. Con la “Rapsodia en Azul”, el “Concierto en Fa” y “Un americano en París”, este es el cuarto jalón en la obra de Gershwin.
HASTA SUS ÚLTIMOS MOMENTOS
Tiempo después se traslada a California y en Hollywood trabaja sin descanso asistiendo a fiestas donde toca el piano hasta las primeras horas de la madrugada; se diría que se consume en su música.
Gershwin era muy delicado de salud y por entonces estaba ya bastante enfermo; no obstante sigue escribiendo y componiendo varias canciones, pero es Vernon Duke quien la finalizará.
Ya de regreso en Nueva York, el 11 de julio de 1937 George Gershwin muere de agotamiento cerebral, de un absceso a la cabeza. Tenía 39 años. En sus cajones se encontraron unos apuntes musicales para una próxima película. Había trabajado hasta sus últimos momentos.
La víspera de su muerte, sin que él llegara a enterarse, Gershwin recibió la altísima distinción de miembro de la academia de Santa Cecilia de Roma. El día de su funeral llevan su féretro, entre otros, el recientemente asumido alcalde de Nueva York, Fiorello La Guardia. Se tributó así un homenaje a este músico que cantó a los Estados Unidos y principalmente a Nueva York, de quien las notas que preludian la “Rapsodia en Azul” son una larga pincelada que bosqueja el perfil de los rascacielos de Manhattan.