Desde el comienzo de los tiempos han existido demonios especializados en todas las maldades imaginables ya que uno solo no podía cargar con tanta perversidad y depravación.
El origen etimológico de la palabra demonio deriva del griego daimon, como sinónimo de espíritu o poder divino, que no siempre tuvo connotaciones de maldad. Otros sostienen que la palabra deriva de daiesthai, que significa dividir. ¿Acaso toda maldad implica una diátesis, una escisión o separación? Al menos los griegos pensaban así.
Existen docenas de demonios y, como decíamos, cada uno se especializa en un pecado: Lucifer es el experto en soberbia, Mammónes el entendido en la avaricia y Leviatán en la envidia. Belcebú quizás es el diablo que más trabajo tiene, aunque no todos vean a la gula como un pecado (no conozco a nadie que se haya confesado por comerse una torta entera; esos terminan en el médico).
Satanás es el demonio de la ira y Asmodeo el de la lujuria. Belfegor es quien nos tienta con la pereza, según algunos, la fuente de todos los males.
Pero existen demonios menores que no necesariamente se especializan en los pecados capitales, pero que colaboran silenciosamente con el Maligno. Algunos son tan poco conocidos que creemos que los males que ellos inducen son parte de nuestra naturaleza.
Titivillus es un demonio enano y feo, cargado con un saco de libros, que recorre editoriales, bibliotecas, periódicos, hogares y ahora ocupa un amplio apartamento en internet. Titivillus se especializa en inducir faltas de ortografía, errores de tipeo y problemas de pronunciación; en definitiva, todo lo que obstaculice la claridad del mensaje. Hoy se ha convertido en el demonio de las fake news, esas que pueblan páginas de periódicos y redes sociales.
Las primeras noticias fehacientes que se tienen de este demonio son de 1285, es decir antes de que Gutemberg inventó la imprenta en 1450. Según Juan de Gales, Titivillus era responsable de inducir errores en los copistas y escribas medievales, cautivándolos con charlas ociosas y falta de atención, trabajando para el Maligo a fin de introducir conceptos equivocados, negando pecados y fomentando a los hombres a caer en faltas y excesos. El empujón necesario para que Belcebú, Mammón y Lucifer puedan cumplir con su tarea.
En tiempos de los escribas y copistas, su trabajo era más fácil. Los monjes –en su mayoría– pasaban horas copiando textos del griego y el latín en lugares mal iluminados, fríos en invierno y calurosos en verano, en una tarea monótona y poco creativa. Cansados y aburridos, los copistas eran fácilmente víctimas de Titivillus, quien también era el encargado de llevarlos al averno, con los libros mal escritos que los inculpaban.
Su hazaña más famosa fue convertir una edición de las sagradas escrituras en la “Biblia Malvada” de 1631. Dos imprenteros ingleses, Barker y Lucas, habían editado la “Biblia del Rey Jacobo” ( “King James Bible”, que algunos traducen como Jacobo y otros como Santiago) por encargo del entonces monarca británico Carlos I (hijo de James l). En la parte de los mandamientos se equivocaron en una palabrita, una nimiedad, casi nada… se olvidaron de poner un “no” …. Y el resultado fue escandaloso: La Biblia del buen rey Jacobo ¡instaba a la lujuria! En lugar de decir “No cometerás adulterio”, habían omitido el “no”. Cuando las autoridades detectaron el error, se abrieron las puertas del infierno para los editores. Las copias fueron destruidas, se retiró la licencia a la imprenta y se les aplicó una multa que llevó a Barker y Lucas a la quiebra. Mientras las víctimas de Titivillus sufrían estas penas, el rey Carlos, para desestresarse por el mal rato vivido, encontró una nueva amante para consolarlo y asistirlo a meditar sobre el poder de las palabras. Entonces no se imaginaba que los fogosos discursos de Oliver Cromwell, que también contaba con la pluma de John Milton, el poeta del Paraíso perdido, lo llevarían a ser el primer rey en perder su cabeza sobre un patíbulo.
Hoy, este demonio feo y pequeño ya no carga solo libros, sino celulares y computadoras, dispersando sus mentiras por las redes y contando con importantes aliados en su misión de confundir al mundo con la estupidez de los hombres que cifran su esperanza en la inteligencia artificial. Una verdadera trampa mortal que casi seguramente habrá de conducirnos al infierno tan temido.
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