11 febrero: El día de la mujer médica

Desde la antigüedad hubo mujeres especializadas en el arte de curar, como Hagnódica en Grecia en siglo IV a. C., que debió hacerlo disfrazada de hombre tanto para estudiar como para ejercer el oficio. Cuando fue descubierta, los jueces querían condenarla pero las mujeres de Atenas la defendieron y pudo continuar con la práctica de la profesión como mujer.

Hildegard de Bingen (1098-1179) tuvo una larga experiencia clínica y escribió textos médicos y de biología además de ejercer como abadesa, compositora y filosofa. También se la recuerda por sus visiones místicas razón por la que fue beatificada. Bingen no cursó estudios académicos y fue, en gran medida, una autodidactica.

Algunas mujeres eran admitidas a las guildas de barberos –sangradores– si sus padres habían ejercido ese oficio, pero su formación académica era de pobre a nula.

En el sur de Italia las mujeres podían ejercer como parteras. Trota de Salerno (1050-1097) escribió un libro basado en su vasta experiencia.

Muy pocas, y en forma excepcional, accedieron a posiciones académicas como Dorotea Bucca (1360-1436), quien llegó a conducir la Universidad de Bolonia, pero fue Elizabeth Blackwell la primera en completar los estudios en una facultad de medicina donde no solo no era bien aceptada, sino que sus profesores y compañeros le hacían la vida más difícil como para que desistiera. Pero no pudieron con ella …

Esta joven había nacido el 3 de febrero de 1821 en Bristol, Inglaterra, en el seno de una familia acomodada dedicada a la refinería de azúcar. Su padre se vio obligado a emigrar con su familia a Estados Unidos después de que el fuego destruyera su fábrica. En su nuevo país, Samuel Blackwell se convirtió en un ferviente abolicionista, un hecho curioso ya que el azúcar, entonces, se producía en plantaciones que usaban mano de obra esclava… No era infrecuente que en la mesa familiar se discutiesen temas como la esclavitud, los derechos de las mujeres y el trabajo infantil. Este ambiente liberal influyó en el espíritu de los miembros de la familia por eso Elizabeth fue la primera, pero también su hermana, Emilia, fue la segunda mujer en obtener el título de médica.

Samuel Blackwell ejerció una notable influencia en la educación de sus hijos que incluía la contratación de tutores para estimular el desarrollo intelectual de sus vástagos.

Lamentablemente, los negocios del Sr. Blackwell no progresaron (quiso producir azúcar de la remolacha) y sus hijas se vieron obligadas a involucrarse en la docencia para ganarse la vida. Su padre les dejo el contundente mensaje que un marido no era sinónimo de seguridad económica …

En 1844 Elizabeth pudo acceder a un puesto de maestra en Kentucky donde tomó contacto con esclavos que le relataron su forma de vida y los horrores de la servidumbre.

Como sus trabajos eran bien remunerados, en poco tiempo pudo juntar los 3000 dólares necesarios para sus estudios de medicina. En Asheville, Carolina del Norte, Elizabeth conoció al reverendo John Dickson, quien también era médico. Elizabeth le comentó sus intenciones y Dickson aprobó su proyecto, proveyendo libros, consejos y apoyo espiritual a la joven. Dickson la introdujo a su hermano Samuel, quien era un prominente médico en Charleston. Samuel la asesoró sobre la mejor forma de acceder a una educación médica.

A fin de ser admitida a un colegio médico, viajó a Filadelfia y comenzó a escribir cartas para ser admitida. Los rechazos se sucedieron argumentando que como mujer no tenía el nivel intelectual para llevar adelante una carrera universitaria. Otra dama con menos ahínco hubiese renunciado, pero Elizabeth era brillante, no la convencían los prejuicios y tenía una alta autoestima.

Blackwell coincidía con los dichos de Margaret Fuller (1810-1850), una periodista, escritora y traductora norteamericana que sostenía que la humanidad no alcanzaría la iluminación hasta que las mujeres mostrasen su capacidad. Por esta razón, Elizabeth no se amilanó cuando nueve universidades rechazaron su solicitud de ingreso y hasta le sugirieron viajar a París a fin de inscribirse en alguna casa de estudios que aceptase mujeres.

Al final, el Geneva Medical College (actualmente depende de la universidad de New York) aceptó su candidatura a condición de ser aceptada por todos sus compañeros. Si uno de ellos se sentía incomodado por su presencia, Elizabeth no sería aceptada. Pero ninguno se opuso (aunque muchos creían que era una broma).

Ilustración de 1847 que muestra a Blackwell en el Geneva Medical College leyendo una nota “muy impertinente” que un estudiante le dejó caer en el brazo, durante una conferencia en la sala de operaciones.

Después del primer año de estudios, Elizabeth volvió a Filadelfia donde ingresó como practicante a una institución benéfica a pesar de la resistencia de algunos jóvenes colegas que le negaron apoyo.

De a poco fue ganándose la confianza de médicos y personal, especialmente después de demostrar su valía y coraje durante un brote de tifus. La experiencia adquirida en esos días le sirvió para redactar su tesis doctoral sobre el tema. Ya en este, su primer escrito, denota su interés por el perfil socio-moral de la enfermedad.

El 23 de enero de 1849, Elizabeth Blackwell se convirtió en la primera mujer en obtener el título de médica. Durante su primer año como profesional de la salud viajó por Europa, visito hospitales en Gran Bretaña (dónde conoció a la enfermera, escritora y estadística británica Florence Nightingale) y fue a trabajar a Paris. A pesar de su título, debió sortear dificultades y solo fue admitida en una maternidad como partera y no como médica. A cabo de un año había ganado tanta experiencia que Paul Dubois (1829-1905), el obstetra más conocido de Francia sostuvo que Elizabeth estaba llamada a ser la mejor obstetra de Estados Unidos, “sea hombre o mujer”.

En 1849 atendiendo un parto con una oftalmía neonatorum (conjuntivitis bacteriana de origen gonocócica adquirida en el canal de parto, que causaban pérdida de la visión), Elizabeth adquirió la infección y perdió la visión del ojo izquierdo. También perdió así la esperanza de convertirse en cirujana.

En 1851 volvió a New York donde obtuvo el apoyo de algunos medios que alabaron su actividad asistencial. Entonces comenzó a dar conferencias sobre educación para las jóvenes preparándolas para su función como madres.

En 1853 instaló un dispensario junto a una joven estudiante de medicina de origen polaco, Marie Zakrzewska (1829-1902), y su hermana Emilia, destinado a ofrecer atención médica a las mujeres indigentes de New York. Al cabo de dos años el dispensario había duplicado la cantidad de pacientes atendidos.

Cuando se desató la Guerra Civil, Elizabeth Blackwell ofreció sus servicios al gobierno de Lincoln, dada su ferviente orientación como abolicionista. Sin embargo, tuvo resistencia de la Comisión Sanitaria que no veía con entusiasmo la formación de médicas ni enfermeras. Una vez más Blackwell luchó contra los prejuicios y organizó la Woman’s Central Association of Relief (WCAR, la organización civil más grande durante la guerra) con la inestimable colaboración de Dorothea Dix (1802-1887), fundadora de los primeros asilos psiquiátricos en Estados Unidos y una entusiasta formadora de enfermeras. También participó Rebecca Cole (1846-1922) la segunda mujer de color en recibirse de médica (la primera fue Rebecca Lee Cumpler (1831-1895) .

Terminada la conflagración, apoyó la gestión de otra médica británica, Elizabeth Garrett Anderson (1836-1917), también una ferviente sufragista y fundadora del primer hospital atendido por mujeres. Inspirada en la propuesta de Anderson, Blackwell desarrolló el proyecto de crear una facultad de medicina solo para mujeres en 1866. Como la propuesta no prosperó en Estados Unidos, marchó a Inglaterra donde estableció The London School of Medicine of Woman. En esta facultad estaban prohibidas las vivisecciones.

A pesar de contar con el apoyo de un grupo de mujeres extraordinarias surgieron diferencias con algunas de ellas como Sophia Jex-Blake (1840-1912) (que había pertenecido al primer grupo de estudiantes mujeres de medicina en Edimburgo) por su espíritu beligerantes y sin tacto. También tuvo diferencias con una de sus alumnas, Mary Putnam Jacobi (1842-1906), una rigurosa científica que creía que las mujeres debían participar como iguales a los hombres, mientras Blackwell creía que las mujeres triunfarían en la medicina gracias a sus valores intrínsecamente femeninos.

Retirada del ejercicio asistencial, Elizabeth viajó por toda Europa exponiendo sus perspectivas de reformas sociales y morales, higiene y educación médica, especialmente preventiva (más vale prevenir que curar era su lema). Sus ideas de pureza sexual, socialismo cristiano y la evangelización de la perfección sexual ponían la vara muy alta para el común de los mortales. Por eso es que quiso transformar al mundo real criando dos comunidades utópicas, Starnthwaite y Hadluge, ambas llamadas al fracaso como todas las sociedades utópicas de un idealismo platónico.

Dirigió varias campañas contra la prostitución y la anticoncepción (su propuesta se basaba en los ciclos menstruales). Proponía el control de las enfermedades sexuales a través de la monogamia sosteniendo que tanto los hombres como las mujeres debían controlar sus pasiones (en esos años era común pensar que las mujeres tenían poco o nada de “pasión sexual”).

A lo largo de su vida tuvo una relación epistolar con muchas de las mujeres notables de su tiempo como Florence Nightingale (1820-1910), Lady Byron (1792-1860) (la primera programadora científica), Elizabeth Cady Stanton (1815-1902) (luchadora de los derechos civiles de las mujeres).

En 1856 había adoptado a una niña irlandesa huérfana a la que educó como una hija, aunque nunca le dio la libertad suficiente para independizarse como proponía en sus libros y conferencias. Kitty Barry permaneció junto a Elizabeth hasta el final de sus días.

Como todas sus hermanas, Elizabeth nunca se casó. Pensaba que el cortejo era una pérdida de tiempo y ella quiso permanecer independiente toda su vida. Jamás aceptó los avances galantes de sus colegas.

En 1876 conoció a un tal Alfred Sachs, un joven de Virginia con quien Blackwell mantuvo un vínculo amistoso aunque el joven tenía interés en Kitty, quien se había enamorado de Alfred. Esta confusa situación sentimental fue cortada abruptamente por Elizabeth que terminó todo vínculo con Alfred.

En 1895 Blackwell publicó su autobiografía basada en su experiencia como médica, donde se la ve como una heroína complicada, espinosa, sin intención de ser adorable o complacer a nadie.

Elizabeth no era ni adorable ni estaba interesada en complacer a nadie.

En 1906 visitó los Estados Unidos y se dedicó a viajar extensamente hasta que un accidente en Escocia limitó su actividad tanto física como intelectual. En 1910 sufrió un accidente cerebrovascular y murió el 31 de mayo de ese mismo año. Fue enterrada en Kilmun, Escocia, y Kitty fue su única heredera que finalmente cambió su apellido a Blackwell.

Desde 1949 en adelante varias instrucciones norteamericanas auspician los premios Elizabeth Blackwell a las mujeres que se destacan en la medicina.

“Lo que una mujer aprende o consigue, se convierte, en virtud de su condición de mujer,

en propiedad de todas

Elizabeth Blackwell

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