Hasta el siglo XX el uso del pantalón estuvo prohibido para las mujeres. Mientras que en algunos países era algo así como una simple regla social asimilada por todas, hubo otros lugares donde esta cuestión se convirtió en una verdadera preocupación de Estado (como el caso de Estados Unidos, donde la Junta de Supervisores de San Francisco aprobó, en 1863, una ley por la que el uso del pantalón en público estaba totalmente prohibido a las damas por considerarse una vestimenta que no pertenecía a su género. Cada cual debía vestir según el sexo que le hubiera sido otorgado al nacer, ya que hacerlo de manera contraria era considerado travestismo, y éste estaba duramente perseguido y penado con la cárcel). Pero más allá de las normas sociales imperantes, para muchas féminas decimonónicas camuflarse como un hombre calzándose un pantalón era la única salida para poder ir a la universidad, no ser menospreciadas en sus respectivas profesiones o simplemente como modo reivindicativo de luchar por sus derechos; los llamaban: “vestimenta de la libertad”. Escritoras, científicas, compositoras, artistas plásticas y hasta deportistas, tuvieron que adoptar un fisic du rol masculino para poder vivir su(s) vida(s) desde una cierta libertad. Por otra parte, muchas escultoras se vieron en cierto modo obligadas a usarlos en sus estudios, no sólo por una lógica cuestión de comodidad, sino porque esos mismos a quienes ofendía verlas de tal facha las criticaron sin piedad y cuestionaron la autoría de sus obras (era impensable que una mujer vestida con sus bonitos ropajes pudiera trabajar la piedra o el mármol, sin duda la mano escondida de un hombre era el verdadero autor).
Una de aquellas rebeldes del pantalón que tuvo que lidiar contra las barreras de sus propias faldas fue la artista alemana Franzisca Bernadina Wilhelmina Elisabet Ney. Nacida en Münster (provincia de Westfalia), el 26 de enero de 1833, hija de Anna Elizabeth y Johann Adam Ney (y sobrina nieta del mariscal de Napoleón, Michel Ney), hizo frente a multitud de obstáculos para convertirse en escultora, entre ellos la propia oposición de sus progenitores, que no querían de ninguna manera que su hija fuera artista, pero su empeño y decisión eran tales que incluso hizo una huelga de hambre de varias semanas, y hasta el obispo local intervino en el asunto. Finalmente, su espectáculo de inanición logró su cometido: en 1852 se convirtió en la primera mujer estudiante de la Academia de Arte de Múnich, donde, bajo la dirección del profesor Max von Widnmann, se diplomó en escultura el 29 de julio de 1854. Una vez concluidos su estudios académicos, se trasladó a Berlín para tomar clases con uno de los escultores más importantes de Alemania, Christian Daniel Rauch, quien la imbuyó de ese realismo tan presente en la escuela alemana, que bien plasmado después quedó en sus retratos escultóricos (y en el hecho de haber sido ella, por expreso pedido del maestro, la encargada de finalizar las obras que él no había podido concluir antes de su óbito; voluntad última que ella ejecutó con impoluta destreza, cinceladas por el escoplo de la admiración y respetuoso afecto de una discípula monumentalmente agradecida). Con tan sólo veintiséis años, Ney abrió su propio estudio y, a poco de inaugurado, recibió un encargo que le significó el puente hacia el éxito que tanto deseaba: un retrato del filósofo Arthur Schopenhauer. El busto fue aclamado como un éxito artístico y dio lugar a otros encargos, entre los que destacaron el del escritor Jacob Grimm (de los Hermanos Grimm), el del líder militar italiano Giuseppe Garibaldi, el del compositor Richard Wagner, el de Cosima von Bülow (hija de Franz Liszt y futura esposa de Wagner), el de la figura política prusiana-alemana Otto von Bismarck y el del rey Jorge V de Hannover (quien, también, le encargó el del compositor Josef Joachim y de su esposa, la contralto Amalie Weiss Joachim).
Una vez alcanzados tanto el respeto profesional como las tres décadas de terrenal existencia, en 1863, aunque no era muy partidaria del matrimonio (sobre todo por el yugo que éste suponía para la mujer) y solía befarse de las labores del hogar (“Yo me tomo un huevo crudo con una limonada y ya he acabado con mis tareas domésticas”, decía divertida), Ney se casó con el médico Edmund Montgomery, pero no adoptó el apellido de éste como dictaban las normas sociales, manteniendo el suyo propio y reafirmándose así en su idiosincrasia. Muchas de sus actitudes eran impropias para una dama de su época, empero a ella poco le importaban las “buenas costumbres” y demás construcciones sociales coercitivas, su connatural incondicionalidad para con su ousía todo lo transcendía; ella era tal cual su pura y nítida esencia, esa misma que fue capaz de captar en todos y cada uno de los retratos escultóricos que creó (y que a la Historia legó) no solo en su país natal, sino también en el que la albergó hasta que la Parca encargada de cortar el hilo de la vida se la llevó. A principios de 1870, tras el inicio de la guerra franco-prusiana, Elisabet y Edmund decidieron viajar a los Estados Unidos, a Georgia, a una colonia creada para tísicos, (él había sido diagnosticado con esa enfermedad), pero no estuvieron mucho tiempo y marcharon a Minnesota. Unos años más tarde, ella recibió la invitación del gobernador de Texas para establecerse en Austin, donde compraron una gran finca y ubicó su estudio, y retomó su labor de retratista con una notable producción (obras como las grandes esculturas de mármol a tamaño real ubicadas en el Capitolio, las cuales forman parte de la Colección Nacional de las Estatuas). Siempre rodeada de intelectuales, músicos, artistas, políticos y hasta sacerdotes (con los que disfrutaba de largas tertulias en su estudio), fue admirada y respetada por una comunidad que al final asumió la figura de una mujer culta, independiente y distinta, ataviada con sus estrambóticos pantalones, botas y levita negra.
En 1905 realizó su última obra: un retrato de Lady Macbeth (hoy en el Museo de Arte Americano Smithsonian), el sumun de su don sumado a la destreza desarrollada a lo largo de media centuria de experiencia escultórica; la plasmación de una profunda comprensión psicoemocional, la materialización de lo inefable, la sensación de movimiento tallada en roca dolomítica- un invisible puñal al corazón cuidadosa y firmemente cincelado en forma del personaje de Shakespeare [1] con el que miles de espejos, emociones, sensaciones y reflexiones debe de haber intensamente experimentado-. Tras su muerte, dos años después de haber concluido la escultural metáfora de su autorretrato, su última voluntad fue que su querida finca “Formosa” (incluido el contenido de su estudio) fuera legada a la Universidad de Texas en Austin (espacio que es hoy la sede del museo que lleva su nombre). Elisabet Ney creó los rostros en 3D de más de una decena de los personajes más significativos del zeitgeist que le fue propio, gracias a ella es que tienen cara (y algunos también cuerpo) muchos de los nombres que figuran en las páginas de la historia occidental decimonónica. Benditos sean sus pantalones -bien puestos- y sus cinceles y su pulso y su sustancialidad artística. Bendita sea ella y su capacidad de haber podido retratar las facciones y captar el carácter de aquellos que devinieron mármol.
Links de interés:
Museo Elisabet Ney: https://elisabetneymuseum.omeka.net/about-museum
[1] que encarna al conflicto entre feminidad y masculinidad, tal como están impresas en las normas culturales. Lady Macbeth reprime sus instintos de compasión, maternidad y fragilidad —asociados con la feminidad— en favor de la ambición, la dureza y una resuelta persecución del poder. Este conflicto tiñe todo el drama y arroja luz sobre los prejuicios de género desde la Inglaterra de Shakespeare hasta nuestros días.