Un atardecer soleado y frío de agosto de 1948, Juan Ramón Jiménez, con su mujer, Zenobia Camprubí, y dos o tres poetas jóvenes visitó, llevando un ramo de flores como homenaje, al poeta Vicente Barbieri, postrado en su lecho de enfermo en un pequeño departamento de la Avenida Alem al 500 (que años más tarde se llamaría Del Libertador). Era entonces Barbieri una de las voces más importantes de la poesía argentina y ahora que se cumplen 64 años de su fallecimiento parece raro recordarlo en un país tan afecto a la desmemoria literaria. Para quienes lo conocimos, Barbieri estará siempre presente: fue un creador apasionadamente original en un siglo donde surgieron las obras esenciales de nuestra lírica.
Vicente Barbieri nació el 31 de agosto de 1903 en una zona rural del partido bonaerense de Alberti. Muerta su madre a pocos días de nacer, su padre lo confió al cuidado de la propietaria de una pequeña estancia en la que se crió y vivió hasta los dieciséis años. Esa etapa inicial de su vida influyó en el destino ulterior del poeta, pleno de vagabundeos y de incertidumbres. Se sabe que estudió en Alberti y en Chivilcoy. Su servicio militar lo realizó en Campo de Mayo y luego recorrió al azar poblaciones de las provincias de Buenos Aires y La Pampa. Fue peón de cuadrilla, cargador de bolsas, tipógrafo, periodista, maestro rural. “¡Qué días! -dice en sus memorias- Un montón de hombres de toda catadura que por la noche se amontonaban para dormir en un pequeño cuchitril. Era en julio y hacía un frío maldito. Yo, imprevisor y miserable, no tenía nada en qué dormir. Dormía en el suelo, sobre el cemento. […] “Lo más terrible para mí eran las horas de trabajo, sobre la loma de las vías, al viento helado, con el pico en las manos! Tenía las palmas de las manos destrozadas…”
Así, un día Barbieri volvió a las orillas del Salado y se estableció de nuevo en Alberti, donde fundó, a fines de 1930, un periódico. “Lo único que me brindó fue hambre, persecución y pérdida de tiempo”, diría después el poeta. Entabló por entonces una sólida amistad con Juan G. Ferreyra Basso, y luego, en Chivilcoy, donde trabajó en un periódico, publicó sus primeros versos y conoció a uno de los compañeros de grupo de la llamada generación del 40: León Benarós. Hacia 1935, el poeta se estableció en Buenos Aires. Poco antes, Borges le había publicado un cuento en el suplemento que dirigía en Crítica. Son años de crisis y de penuria. Su amigo Octavio Rivas Rooney lo introdujo en una especie de bohemia literaria y en 1939 editó su primer libro de poemas, Fábula del corazón .
En 1941 comenzó a publicar en el Suplemento Literario del diario La Nación, dirigido entonces por Eduardo Mallea; allí aparecieron la “Oda a Franz Schubert” y “Corazón del Oeste”. La poesía de Barbieri coincidió con la obra de otros líricos, más jóvenes que él, pero que parecían encontrarse en una misma línea que se denominó neorromántica: Juan Rodolfo Wilcock, Enrique Molina, César Fernández Moreno, Olga Orozco, Castiñeira de Dios, Jorge Calvetti, Sola González y muchos otros. Ya en 1940 el poeta había publicado Arbol total , al que siguieron Corazón del Oeste , que contenía su “Balada del Río Salado”, hermoso canto de remembranzas infantiles (1941), “La columna y el viento” (1942) -editado por la revista Sur -, al que siguieron Número impar (Losada, 1943), Cabeza yacente (1945), Cuerpo austral (un poema, 1945), Anillo de sal (1946) y El bailarín (1953).
Su obra poética completa fue publicada por Emecé en 1961 con comentarios de Carlos Mastronardi y Juan Carlos Ghiano. La creación en prosa de Barbieri es también válida; destacaremos sólo algunos títulos: El río distante . Relatos de una infancia ( 1945), Desenlace de Endimión (1951) y El intruso (1958). Buena parte de su labor periodística -que fue sostenida a través de los años- la publicó la Universidad Nacional de La Plata en 1970: Prosas dispersas de Vicente Barbieri. Su último trabajo fue la obra Facundo en la ciudadela , estrenada por Orestes Caviglia en la Comedia Nacional, a cuyos ensayos pudo asistir.
En 1942 el poeta se casó con Irma Ester Nóbile, apellido que parece premonitorio calificativo de la admirable y sacrificada existencia que le tocaría vivir junto a Barbieri. Pues al poco tiempo él enfermó de tuberculosis; vinieron años de internaciones, de temporadas en Córdoba, de operaciones y de reposo absoluto, hasta que el mal causó su muerte el 10 de septiembre de 1956. Quizás un anticipado sino determinó que en apenas quince años la obra del poeta creciera y se consolidara en calidad y en número.
Yo recuerdo haber oído en mi adolescencia audiciones por Radio El Mundo en las que recitaron sus poemas Vicente Barbieri y Rafael Alberti. Es raro el destino de los poetas y la influencia de sus obras. En los años cuarenta la poesía de Barbieri fue la que tuvo mayor resonancia, la que más eco despertó entre los jóvenes, la que más imitadores tuvo. Y aunque las décadas hayan pasado y las modas se hayan sucedido, su valor está intacto y su sitio sigue siendo inconmovible para quienes todavía quieran refugiarse en el mundo eterno de la palabra poética.
La poesía de Barbieri parece estar hecha de alusiones: hay en ella una exaltación vital del paisaje, siempre unido al recuerdo de lo vivido. “Era en la infancia en juncos y rocíos / cuando lo vi pasar, arrodillado”: así se inicia la densa y sostenida evocación de su vida espejada en el río Salado, cuyas aguas parecen augurarle en reflejos su porvenir de poeta: “Y la canción estaba, yo sabía / que estaba la canción y mi destino. / Ya crecía en mi pulso, ya subía / por mis arterias, zumo cristalino…” Se puede seguir, a través de su obra, una “biografía lírica” de Barbieri. En su extenso poema “Territorios de la Esmeralda”, la pampa y la ciudad entablan una especie de misterioso contrapunto: aquélla es todo “territorios del trébol perenne y su rocío, como una flor del aire” y se extiende en versos musicales y labradas imágenes, en tanto que la ciudad es una niña representada por endecasílabos blancos cuyo tono se quiebra a veces en una velada atmósfera de pesadilla.
Barbieri forjó su mundo en una especie de irrealidad de la que participan un trasfondo de sueños próximos al surrealismo y una atmósfera imprecisa de magia que da a sus poemas un color indefinido y sugerente. El poeta creó su propio vocabulario, escogiendo palabras que servían luminosamente a sus designios. Si alude a algo sobrenatural, emplea “sésamo”, “brújula”, “laberinto”, “amuleto”, “zodíaco”, “amatista”. El mundo vegetal es el más representado en su poesía, en tanto que del reino mineral es asiduo su empleo de la palabra “sal”. Podríamos seguir citando: “costado” simbolizaba el corazón, la sangre, el alma y aun la vida misma en la profusa parafernalia del poeta.
Barbieri fue el lírico de la llanura bonaerense, de sus paisajes, de sus habitantes. En el extenso y hermoso poema “Donde lo pisa el ganado”, escrito en octosílabos y en estrofas de dieciséis versos, hace hablar al paisano Juan Sebastián Ribero, de los pagos del río Salado, que “pensó como Santos Vega: entiérrenme en campo verde”. Es conmovedor y apasionado el amor de Barbieri por su tierra, su paisaje infinito y sin fronteras al que pobló de fantasías, de invocaciones, de constantes peregrinajes de la memoria. Era un ser menudo, delgado, trabajado por una enfermedad que lo impulsaba a expresarse urgidamente, a hablar con una opaca voz que nacía de lo más recóndito de su ser, a mirar con sus grandes ojos cuyas pupilas parecían querer salírsele de las órbitas, ojos impresionantes de un destino signado que no se resigna a la desaparición. °Qué admirable era el espíritu de este hombre que nunca volcó en su obra decepción ni amargura, permanentemente dispuesto al asombro del misterio poético! Como el paisano de su canto, la voz de Vicente Barbieri continúa creciendo. Sus versos siguen resonando en el ámbito eterno de la belleza y seguirán diciéndonos que nada es vano mientras exista un instante de nuestra vida en el que experimentemos, aunque no logremos traducirla en palabras, esa cosa estremecedora e inexplicable que llamamos poesía.
TEXTO PUBLICADO ORIGINALMENTE EN https://www.lanacion.com.ar/cultura/vicente-barbieri-la-memoria-del-paisaje-nid523056/