Cromwell: el verdugo de la monarquía inglesa

Con la muerte de Isabel I, la Reina Virgen, terminó la dinastía Tudor, tan respetada y querida por la mayoría de los ingleses. A partir de entonces, estos tuvieron que soportar la inex­periencia y la tendencia al despotismo de los dos primeros re­yes de una dinastía extranjera, la de los Estuardo, procedente de la veci­na Escocia.

El primero de ellos, Jacobo I, úni­co pariente vivo aunque lejano de Isabel I, fue aceptado y mantenido en el trono sin protestas ni dificultades insuperables. Pero el segundo, Carlos I, mal orientado por sus consejeros, implantó lo que se conocería como la “larga tiranía”.

Quiso convertirse en un rey absoluto prescindiendo de la tradición y la voluntad de sus súbditos ingleses. Estos ya conta­ban con una ley fundamental, la Common Law, y un Parlamento legíti­mo con dos cámaras, Lores y Comu­nes, que no renunciarían a la defensa de los derechos y libertades del pueblo que represen­taban.

Carlos I clausuró el Parlamento en 1629. Quería reforzar el poder político de la monarquía por encima de cualquier otra institu­ción. Al mismo tiempo, impuso el anglicanismo en Escocia e Irlanda, de mayoría presbi­teriana y católica respectivamente. Ello acarreó una vio­lenta reacción, especialmente de los escoceses, que decidieron invadir Inglaterra.

Para financiar su ejército, el rey recurrió al Parlamento, que reabrió en 1640. La tensión entre el monarca y la institución se hizo en última ins­tancia intolerable. Se produjo una ruptura abierta que desembocó en un largo enfrentamiento militar.

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La intervención de Cromwell en la batalla de Marston Moor fue decisiva.

La intervención de Cromwell en la batalla de Marston Moor fue decisiva.

La caída del monarca

Carlos I, rodeado de enemigos en Londres, se retiró con toda su corte a Oxford, y la capital quedó entonces a mer­ced del Parlamento, en cuyas tropas destacaban por su valor unos soldados conocidos como Ironsides (costillas de hierro). Estos, que no bebían alcohol, no jugaban ni blasfemaban, aparecían agrupa­dos en torno a un hombre singular, valiente y puritano hasta el fanatismo: Oliver Cromwell.

Este personaje, capaz de con­vencer a gran­des masas de población, y espe­cialmente eficaz como jefe militar, había nacido en el seno de una fa­milia de la clase media en Hun­tingdon. Al frente de sus Ironsides y al ser­vicio del Parlamento, la inter­vención de Cromwell fue decisiva en las batallas de Marston Moor y de Na­seby contra los realistas. Estas accio­nes militares debilitaron la fuerza y los ánimos de los defensores de la monarquía absoluta.

El mismo rey, que había rechazado un acuerdo razonable con Cromwell, se encontró al final prisionero, desasistido e impotente frente al Parlamento. Algunas voces reclamaban la instauración de una república, pero todavía no tenían demasiado apoyo. Sin embargo, el intento del rey de aliarse con los escoceses y franceses para salvar su trono a costa de la libertad del pueblo inglés fue pronto descu­bierto, y desacreditó de un modo de­finitivo a todos los monárquicos.

El Parlamento abrió en ene­ro de 1649 un proceso al rey, respon­sable de la guerra civil y por tanto “culpable de todas las traiciones, muertes y rapiñas cometidas durante la misma”. En él se resolvió su conde­na a muerte. Carlos I de Inglaterra fue ajusti­ciado en la horca levantada junto al palacio de Whitehall, en Londres, el 30 de enero de 1649.

La dictadura de Cromwell

La victoria de Cromwell planteó serios problemas a todos los ciudadanos ingleses. Ha­bían eliminado a su rey absoluto, pero no tenían la menor experiencia republicana ni habían conocido una dictadura militar. Inventaron un sis­tema que bautizaron con el nom­bre de Commonwealth (término que entonces no aludía, ni mu­cho menos, a lo que significa hoy). Y dejaron que Cromwell, convertido en lord Protector y asesorado por un grupo de partida­rios, conocidos como los “san­tos”, asumiese la responsabilidad del gobierno.

La sociedad cambió rápidamen­te. El puritanismo, hasta entonces un movimiento minoritario, al ser defendido en aquel momento por el poder militar y por el civil, pudo aplicarse -de buen grado o por la fuerza- en la vida cotidiana, econó­mica, social y política de todo el te­rritorio británico.

Como según Calvino, maestro de todos ellos, la Biblia era la ley de Dios, debía vivirse literalmente de acuerdo con ella. Se prohibieron los pla­ceres favoritos de los ingleses: el teatro, las carreras de caballos, las riñas de gallos… Para respetar el descanso del domingo, el Parla­mento impidió que en ese día se vendiesen mercancías, se viajase, se tocasen campanas, se abriesen cantinas, se practicasen bailes y juegos… Los puritanos o “santos” presi­dían entonces la vida inglesa. Pero no todos los ciudadanos estaban de acuerdo con aquella rígida tute­la moral.

Guerras útiles

El gobierno de Cromwell fue discutido. Pero él, que era mejor jefe militar que go­bernante, supo crear las gue­rras necesarias para aumentar su prestigio. Venció a los católicos irlandeses en 1649 tras una matanza en la que murieron más de cuaren­ta mil personas, a los monárquicos escoceses entre 1650 y 1651 y se enfrentó con éxito, en el conti­nente, a los holandeses, los espa­ñoles y los franceses. Las victorias militares en el exterior hacían per­donar sus acciones más dudosas en política interior.

Al mismo tiempo, el lord Pro­tector se mostró como un eficaz impulsor del crecimiento econó­mico. El Acta de Navegación dictada en 1651, que reservaba a las naves británicas la entrada en exclusiva a los puertos del país, estaba destinada a convertir In­glaterra en una gran potencia co­lonial y en la dominadora del co­mercio marítimo mundial.

Cromwell fue siempre secunda­do por sus partidarios puritanos y especialmente por su familia, numerosa, discreta y leal, formada en la doctrina calvinista. Su yerno, Henry Ireton, fue durante muchos años el mejor colaborador de Cromwell, tanto en la guerra co­mo en la paz.

Cuando murió Oliver Cromwell, enfermo de fiebres palúdicas y precozmente envejecido, su tercer hijo, Richard, ocupó su puesto en el gobierno, con un respeto absoluto a los de­seos paternos, aunque con escasa fortuna. Apenas dos años después del fallecimiento del lord Protector, no les resultó difícil a los partidarios de Carlos II, primogénito del ajusticiado Carlos I, traerle a In­glaterra y ayudarle a consolidar la monarquía restaurada. Empezaban los treinta años de gobierno de los dos últimos Estuardo (Carlos II y Jacobo II).

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