Tratado de Maastricht y nacimiento de la Unión Europea

Si bien ya en 1946 Winston Churchill había hablado en un discurso sobre la necesidad de una unión entre los países europeos, se considera que el primer paso declamatorio reclamando la unión de países lo dio el político francés de origen luxemburgués Robert Schuman en 1950, cuando hizo un llamado concreto (la Declaración Schuman) a los países europeos, incluyendo a Alemania Occidental, a unirse bajo una autoridad común para mejorar sus perspectivas productivas. Luego de varios encuentros (París, Roma, Bruselas) que generaron acuerdos al respecto, en 1992 se firma el Tratado de Maastricht, siendo el mismo el comienzo de la concreción del proyecto más ambicioso para crear una Europa unificada.

En un plazo relativamente corto (7 años), los 12 países miembros de la Comunidad Económica Europea acordarían varias cosas trascendentes: la creación de un mercado único en todos sus ámbitos, garantizar la libre circulación de personas y bienes, llevar a cabo una unión monetaria a través de una moneda común que sustituyera a las de cada país, la creación de un banco central europeo, sostener una política exterior y militar común y desarrollar una intensa cooperación en los asuntos internos.

Los cambios producidos en los años anteriores, con la desintegración de la URSS y la radical modificación en Europa oriental, tuvieron gran influencia en el proceso de unificación. Europa unida aparecía como la única alternativa posible (política y económica) a la hegemonía mundial de EEUU, y las nuevas condiciones mencionadas ofrecían tanto oportunidades como problemas.

La reunificación alemana ampliaba el espacio de la Comunidad Europea pero generaba incógnitas debido a la preocupación alemana por financiar, sin caer en la inflación, la incorporación de la ex Alemania Oriental. El tiempo que tardó Alemania en lograr el equilibrio generó la necesidad de hacer el proceso en etapas, que fueron consensuadas en Maastricht.

El Tratado de la Unión Europea fue ratificado en octubre de 1993, casi dos años después de haber sido firmado por los doce países (Francia, Alemania, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Bélgica, Dinamarca, Reino Unido, Irlanda, Grecia, España y Portugal), habiendo sido aprobado en referendums nacionales en cada país pero por márgenes estrechos, ya que había cierto escepticismo debido a fracasos de intentos anteriores por lograr una “Europa sin fronteras”.

Desde la firma del Acta Euopea en 1986, a pesar de que habían caído muchísimas barreras económicas en Europa occidental, los costos laborales habían aumentado más que la productividad, el porcentaje de participación de la CE en los mercados mundiales era menor y el desempleo promedio era algo mayor al 10%. Además, los pasos hacia la unificación monetaria dependían de los esfuerzos de Alemania para contener la inflación disparada por la reunificación de su territorio. Los desacuerdos sobre la postura ante la guerra en la ex Yugoslavia, por otra parte, disminuían las esperanzas de alcanzar una política exterior común. Gran Bretaña, además, no quería que le tocaran su moneda, que consideraba un símbolo de su soberanía nacional, y rechazó la cláusula sobre la moneda única.

Finalmente, el 1 de noviembre de 1993 el TUE entró en vigor y nació formalmente la Unión Europea, pero llevó bastante tiempo afianzarla definitivamente.

A fines de 1995 se reunió en Madrid el Consejo de Europa, que aprobó el calendario para unificar las diferentes monedas europeas en una sola unidad monetaria: el euro. Esto era fundamental para la unidad económica definitiva de la naciente UE. El calendario preveía una incorporación gradual para cada uno de los países, dependiendo del cumplimiento de las exigencias económicas previamente acordadas en el Tratado de Maastricht.

En mayo de 1998, once países proclamaron el nacimiento del euro como moneda común de la UE, un espacio económico que por entonces tenía más de 300 millones de personas de buen poder adquisitivo. El euro sería introducido el 1 de enero de 1999 pero sólo para operaciones que no requirieran de la presencia física de monedas y billetes. A partir del 1 de enero 2002, y durante seis meses, coexistirían el euro y las monedas nacionales; desde el 1 de julio de 2002, las operaciones financieras sólo podrían realizarse con la nueva moneda, finalizando la integración financiera y económica planeada.

Esto implicaba la renuncia a una política monetaria propia de cada país, siendo sustituida por otra política común, más rigurosa. Desparecerían las devaluaciones como instrumento para mejorar la competitividad comercial y la política fiscal debería ajustarse a un equilibrio permanente.

En el comienzo hubo una disputa entre Francia y Alemania por la designación del titular del Banco Central Europeo. El mismo, que finalmente instaló su sede en Frankfurt, tendría la misión de “mantener la estabilidad de los precios”, o sea, controlar la inflación, nada menos; para ello, debía poner en práctica una política monetaria única. A partir de la creación del euro, la responsabilidad de la política monetaria de la UE quedaría en manos del “Sistema Europeo de Bancos Centrales” cuyo principal organismo ejecutivo sería el Banco Central Europeo y cuyas unidades operativas serían los bancos centrales de los países miembros de la UE.

El escalonamiento en la incorporación de los países a lo largo del tiempo en función del cumplimiento de cada uno de las exigencias planteadas sería origen de tensiones entre los mismos, ya que sólo aquellos países que lograran cumplir con las prerrogativas dispuestas podrían beneficiarse con las ventajas que significaba la creación de un macroespacio económico estable y predecible, como sería el de la UE.

A pesar de todos los problemas, las etapas se cumplieron y la UE es hoy una realidad que tiene sus rajaduras pero sus enormes ventajas para los países que la componen, que son muchos más que los que iniciaron el proyecto.

Hoy en día, la UE está compuesta por 27 países: Alemania, Austria, Bélgica, Bulgaria, Chipre, Croacia, Dinamarca, Eslovaquia, Eslovenia, España, Estonia, Finlandia, Francia, Grecia, Hungría, Irlanda, Italia, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Malta, Países Bajos, Polonia, Portugal, República Checa, Rumania y Suecia.

Lo que se dice “un montón”.

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