Introducción
A un año de haberse elegido un presidente que rigiera los destinos de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el 8 de febrero de 1827, se libraba no muy lejos de Buenos Aires el combate naval de El Juncal. Ante todo daremos un vistazo a las causas primeras y más inmediatas que desencadenaron la guerra con el Imperio del Brasil, como así también veremos la situación interna del país durante la misma.
Bien dice Carranza en su obra “Campañas Navales de la República Argentina”, que esta guerra no tuvo sus comienzos con la campaña del general Lavalleja cuando cruzó el río Uruguay con sus 33 orientales en abril de 1825, sino que .se remonta al año de 1680, en el cual los portugueses fundaron la Colonia del Sacramento, siendo arrojados de esas tierras por las tropas de la Gobernación de Buenos Aires. En 1720 reanudaron sus intentos, que por su reiteración y magnitud obügaron a Carlos III a crear en 1776 el Virreinato del Río de la Plata.
Sin embargo, la causa remota o primera de todos esos conflictos, fue el duelo que comenzó con la necesidad de llegar con mayor rapidez a las Indias Orientales y el descubrimiento de las tierras americanas por los españoles. El reino de Portugal, creyendo que los españoles habían encontrado una ruta más corta y menos costosa, y que por la conquista usurparían sus derechos adquiridos en el Oriente, pidió al Papa la concesión de una bula, mediante la cual se dividirían las tierras entre ambas coronas. La Bula Papal fue expedida en el año de 1493 por el pontífice Alejandro VI.
Durante el transcurso del año siguiente, y al ver los portugueses que no se beneficiaban en nada, pidieron se les concedieran 270 leguas más hacia el Oeste de la línea anterior. Por este último Tratado, llamado de Tordesillas, ocuparon por primera vez territorio americano.
Las subsiguientes conquistas españolas en la América del Sur no fueron obstáculo para que los portugueses, haciendo caso omiso de aquel Tratado, avanzaran hacia el Sur por las costas hoy brasileñas. En 1777, después de la conquista de la Colonia por el virrey Cevallos, se firmó el Tratado de San Ildefonso, por el cual se otorgó a Portugal la soberanía sobre la isla de Santa Catalina y la zona del actual Estado de Río Grande, quedando bajo la Corona española las tierras hoy uruguayas.
Es aquí donde entra a jugar, es decir, en donde nos tenemos que apoyar para que resulte válida esta posición, la Teoría de la causalidad, que fue expuesta por Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII.
La teoría nos dice que tenemos un hecho, nacido como consecuencia de otro hecho llamado causa, que a la vez es consecuencia de uno anterior, por lo que llegaríamos a tener una interminable cadena de causas y efectos-causas.
Considerando que la historia es también una cadena de sucesos o hechos relacionados entre sí, a la manera de perfectos engranajes, podemos afirmar que sin duda fue el Tratado de Tordesillas el principio y causa remota de esta herencia. Y decimos herencia, puesto que ambos países, el Brasil y la Argentina, han recibido como tal el duelo iniciado cinco siglos atrás, y que en la historia reciente se ve claramente reflejado en la lucha por la preeminencia de uno de los dos países más grandes de esta parte de América. Para terminar, podemos decir que el Brasil ha reclamado como suya una parte del continente antartico, parte que se yuxtapone al Sector Antartico argentino; he aquí la vigencia latente de la “herencia”.
De esta manera quedan expuestas las causas primeras, faltando ahora por exponer las causas inmediatas de la guerra.
En 1816 los portugueses ocupan definitivamente la Banda Oriental, pasándose a llamar desde entonces Provincia Cisplatina; con la independencia del Brasil, ocurrida el año 1822, aquella se incorpora al Imperio. En 1825, el general Lavalleja cruza el Uruguay al mando de un grupo de patriotas; no sólo esto, que bien pudo ser considerado como una insurrección, sino también la Declaración de la Florida (Declaración por la cual la provincia oriental se declaraba incorporada a las del Río de la Plata), como así también la dada por el gobierno de Buenos Aires, fueron las causas que precipitaron la guerra. Fueron las mismas invocadas por Pedro I en su declaración de guerra, la cual comienza así: “Viéndose reducido el Emperador del Brasil á la extremidad de recurrir á las armas en justa defensa de sus derechos, ultrajados por el gobierno de Buenos Aires, después de haber hecho con el mayor escrúpulo todos los sacrificios posibles para la conservación de la paz. . .”
El 19 de enero de 1826, el general Las Heras, gobernador de la provincia de Buenos Aires, declara la guerra al imperio en los siguientes términos:
“EL GOBIERNO DE LA REPÚBLICA DE LAS PROVINCIAS UNIDAS DEL RIO/DE LA PLATA. CONCIUDADANOS:
“El emperador del Brasil ha dado al mundo la última prueba de su injusticia y de su política inmoral e inconsistente con la paz y con la seguridad de sus vecinos. Después de haber usurpado de una manera la más vil e infame que la historia conoce, de una parte principal de nuestro territorio; el peso de una tiranía tanto más cruel cuanto eran indignos y despreciables los instrumentos de ella; después que los bravos orientales han desmentido las imposturas en que pretendió fundar su usurpación, no sólo resiste a todos los medios de la razón, sino que a la moderación de las reclamaciones contesta con el grito de guerra; insulta e invade nuevamente, y con la furia de un tirano sin ley y sin medida reúne cuantos elementos puede arrancar de sus infelices vasallos para traer venganza, la desolación y la muerte sobre nuestro territorio.
“¡CIUDADANOS! respondamos todos al grito de guerra y de venganza. Sonó la hora. Desde hoy no tendremos que responder al mundo de los desastres de este medio funesto: caerán todos sobre la cabeza de quien lo provoca.
“¡CIUDADANOS! desde hoy todos sin excepción somos soldados. Que los tiranos conozcan otra vez cuál es la fuerza tremenda de un pueblo libre cuando defiende su honor y sus derechos. Si el emperador en la embriaguez de su orgullo ha equivocado la moderación con la pusilanimidad, que se desengañe. Que los pueblos brasileños tengan en nosotros un ejemplo que reanime su coraje para arrojar al monstruo que los desgarra y los consume; y que las repúblicas aliadas vean siempre las banderas de las Provincias Unidas del Río de la Plata flamear a la vanguardia en la guerra de la libertad. Si hay alguno de entre nosotros que no se conmueva a este noble sentimiento, la execración caiga sobre él y lo confunda.
“Bravos que habéis dado la independencia a nuestra Patria! descolgad vuestras espadas. Un rey, nacido del otro lado de los mares, insulta nuestro reposo y amenaza la gloria y el honor de nuestros hijos. ¡A las armas, compatriotas! ¡a las armas!
Fdo. Juan Gregorio de Las Heras.”
Pese a los esfuerzos de los congresales, el país pasaba por un período en el cual la paz interna se veía amenazada continuamente por los roces que se suscitaban entre los caudillos. Estas luchas internas hacían de éste un país débil, que sólo el espíritu de libertad y lucha de quienes combatieron pudo superar.
Fue sobre todo en el litoral donde se produjeron con mayor frecuencia las desavenencias con el gobierno de Buenos Aires, debido a que era el paso obligatorio de las tropas y pertrechos, bajeles y provisiones. No pocas veces estas caravanas fueron atacadas por verdaderas bandas que se formaban al amparo de los caudillos. Oportunidad ésta que no fue desaprovechada por el enemigo, que consiguió sobornarlos, con el fin de debilitar la frágil unión. Desgraciadamente para el país, el problema que ocasionaron los tiranos y caudillos no tuvo solución hasta 1853, salvando los casos aislados que se presentaron con posterioridad a esa fecha.
Con anterioridad a la declaración de guerra, y a pedido del Congreso, el general Las Heras formó un ejército que estaría acantonado en el Arroyo del Molino, formado por 7.000 hombres y al mando del general Martín Rodríguez. Las causas que determinaron su creación fueron: la incorporación de la Banda Oriental al resto de las Provincias, el cruce del río Uruguay por Lavalleja, y la intención de servir de apoyo a las operaciones de éste en el territorio mencionado.
Las hostilidades comenzaron el día 13 de febrero de 1826, con el encuentro de Bacacay, que, dicho sea de paso, fue nuestro primer golpe dado al Imperio. Nuestro ejército iba al mando del general Carlos María de Alvear, nombrado en reemplazo de Martín Rodríguez a causa de los problemas de manejo de tropas que se presentaron entre éste y Lavalleja. Al contrario de lo que ocurrió en tierra, las hostilidades en el mar comenzaron un tiempo antes, encontrándose la escuadra brasileña en las cercanías de Buenos Aires en enero del año 26, declarando por consiguiente el bloqueo de la misma.
Creemos que no cabrían mejores palabras que las que Lord Wellington empleó después de la batalla de Waterloo, al referirse con ellas al estado de sus tropas y maniobras: “Ellos (los franceses) planean sus campañas como quien fabrica finos arreos para cabalgaduras. Son muy vistosos y responden a maravilla. . . hasta que se rompen; entonces está uno perdido. Ahora bien, yo ataba mis campañas con cordeles. Si algo salía mal, hacía un nudo y seguía adelante”. Y no hay duda que nuestra escuadra se formó “haciendo nudos”. Así y todo, disponiendo los brasileños de una escuadra como la que tenían, no ganaron la guerra; esto demuestra que de nada valen los mejores medios, si las tropas y sus oficiales no tienen la suficiente fuerza moral y espíritu de combate tal como para llevar a cabo su cometido, venciendo también los obstáculos que se presentaren durante las operaciones.
Nuevamente se requirieron los servicios del Almirante Guillermo Brown (contaba por entonces 49 años de edad), que con tanta hidalguía y coraje había defendido estas tierras durante las campañas de la Independencia, secundado por valientes caballeros y marinos como Azopardo, Francisco Seguí, Silva, Pinedo, Riccitelli, Robinson, Rosales, Juan F. Seguí, Monti, Fonrouge, Jorge, Espora, Masón, Parker, King, Shannon, Granville y muchos otros que ofrendaron sus vidas en aras de la libertad y la patria por la cual lucharon y merecen el saludo de la Historia.
En las condiciones anteriormente expuestas, asumía el 7 de febrero de 1826 la primera magistratura de la Nación Dn. Bernardino Rivadavia. No hubo peor momento en la historia de nuestro país para un cambio de instituciones y la asunción de presidente alguno. Este ilustre ciudadano se había desempeñado con anterioridad en cargos de la Provincia de Buenos Aires y como Ministro Plenipotenciario en Europa, donde adquirió conocimientos e ideas de progreso, las cuales intentó trasladar al país.
El combate
En diciembre de 1826, el informe que elevó el Juez de Paz de Zarate a la Comandancia General de Marina, decía que merodeaba por los ríos interiores la Tercera División de la Escuadra imperial, comandada por el capitán Roque Senna Pereyra. Sin embargo, la Comandancia, a los pocos días de haber recibido el aviso, ordenó a la goleta “Río de la Plata” una misión en la Banda Oriental. Esta zarpó el día 20 del mismo mes a las órdenes del Capitán Antonio Riccitelli, y a su bordo iba embarcado el Teniente Coronel de Ingenieros Trole y un contingente de hombres a su mando.
A las tres horas de navegación, y con proa al puerto de Las Conchillas, fue avistado hacia barlovento un grupo de naves enemigas, debiendo hacer una bordada en vista de su superioridad numérica. No obstante ello, al tiempo de haberlos perdido de vista, se toparon con otros que estaban fondeados cerca del puerto al cual se dirigían. Estas naves, al avistarlos, levaron con presteza poniendo proas a la “Río de la Plata”, en pos de su captura. Eran las naves de la 3a División, con un total de 21 velas prestas a combatir.
La “Río” y su valiente tripulación debieron hacerles frente sin dar un paso atrás, no obstante la cantidad del enemigo, cuyo fuego pronto transformó a la goleta en despojos de lo que había sido. Al tiempo de sostener este desigual combate, Riccitelli ordenó dirigirse a la costa donde encallarían, significando de este modo el fin de la nave. Dispuso entonces el abandono de la misma que, maltrecha por las olas y la metralla enemiga, nunca supo de rendiciones ignominiosas.
En el parte que elevó el ingeniero Trole después del combate, se manifestó de la siguiente manera al referirse al coraje con que se luchó: “Si hubiera algo que nos pudiera consolar de este triste acontecimiento sería el valor del capitán y toda su tripulación que no arriaron el pabellón nacional y todo su grito fue el de ¡Viva la Patria!”.3
A los cinco días de la pérdida de la “Río” llegó a la rada de Buenos Aires el Almirante Brown de regreso de su victorioso crucero por las costas del Brasil. Tal fue la magnitud del desconcierto que produjo en el litoral brasileño, que el gobierno de aquel país debió destacar al comodoro Norton para darle caza.
A su llegada, el gobierno le envió una nota en la cual se le dio las más amplias facultades para pertrechar y armar una escuadra con el fin de limpiar los ríos interiores de enemigos, “. . .tanto por la importancia positiva del suceso como por el decoro y honor de nuestras armas. . .”.
Así, pues, se formó una Escuadra de Río, dejando en Los Pozos a los buques que por su calado presentarían problemas en la navegación, y completando las tripulaciones con las de aquéllos.
Transcribimos a continuación una nota de Brown haciendo un llamado a comandantes y tripulaciones: Se transcribe aquí la orden del día para mostrar todo el ascendiente que un carácter como el del Almirante podría ejercer para inspirar a sus subordinados un generoso aliento.
“El jefe de la bahía, Cap. Dn. Leonardo Rosales, inmediatamente se presentó a bordo para completar las tripulaciones de buques que se disponen a salir; con piquetes sacados del “Congreso”, “Independencia”, “República” y “25 de Mayo”. La gloria nos convida en esta ocasión. Son invitados todos los comandantes de todas las embarcaciones de guerra para acompañarme en un corto pero honroso crucero. Firmado W. Brown.”
Después de haber conseguido el permiso presidencial, la escuadra se dispuso a zarpar; iba formada de la siguiente manera:
Al tercer día día de navegación, es decir el día 29, se hallaba en las bocas de Río Negro, donde encontró naves enemigas fondeadas. Después de algunas andanadas, las naves fondearon frente a aquellas, e inmediatamente después el Almirante envió al comandante de su nave insignia para intimar la rendición de la División brasileña. No obstante haber ido éste bajo bandera blanca, el Cap. Senna Pereyra ordenó su encarcelamiento; esto significó el quebranto de las reglas y leyes de la guerra y la caballerosidad, quedando una mancha imborrable sobre la memoria del Cap. Senna Pereyra.
Este episodio en parte tuvo su justificación; su hijo, para librarlo de toda culpa, hizo hincapié en que fue una equivocación, pero como veremos, fue más que una equivocación. El Cap. Senna Pereyra retuvo al Cap. Coe, no creyendo que fuera el parlamentario de Brown, por suponerlo aún en su campaña de corso. Así es que envió a un parlamentario propio, el cual recibió del Almirante la intimación de rendición y el plazo perentorio de una hora para la devolución del Cap. Coe.
Viendo que el enemigo no tenía la menor intención de entregar al parlamentario y habiendo transcurrido ya dos horas más de la fijada, dispuso los preparativos para el ataque. Pero viendo que el viento amainaba, envió en su reemplazo a las cañoneras. Estas, una vez cerca, comenzaron un vivo cañoneo, que duró aproximadamente una hora. Durante el transcurso de éste se verificó la formación y ubicación del enemigo, que en total formaba una escuadra de 17 naves. Se comprobó entonces que un ataque a fondo hubiera comprometido seriamente a nuestra escuadra, por quedar el enemigo detrás de un banco, teniendo por único acceso al lugar un estrecho canal.
Ante esta alternativa, la Escuadra argentina optó por navegar río abajo y fondear en Punta Gorda (lugar donde el río se hace más angosto), y esperar allí a la Tercera División; antes bien, se ordenó sacrificar toda la hacienda de la isla del Vizcaíno y del pueblo de Santo Domingo del Soriano, donde se reaprovisionarían de carne fresca los brasileños. De esta manera les dificultó las tareas de aprovisionamiento, que por un tiempo les causó problemas; sin embargo, no faltaron esos “misteriosos aliados”, que cita Carranza en su obra, que les dieran una mano y los ayudaran a salir del paso.
La medida de Brown fue muy discutida por el gobierno de Buenos Aires, considerando que se debía batir al enemigo en forma continua, pues se corría el peligro de que recibiera ayuda del Este en corto tiempo, siendo en cierto modo la consigna la de vencer o morir.
Mientras los brasileños se reaprovisionaban en el Arroyo de la China, Brown se dirigió a Buenos Aires en la “Sarandí”, dejando a cargo de la Escuadra al Cap. Espora. Una vez llegado a su destino, pidió al gobierno que le facilitara un contingente de artillería con la intención de fortificar la isla de Martín García.
Habiendo conseguido a duras penas unos 40 artilleros y unas piezas de artillería, tomó nuevamente el derrotero del Uruguay, pero al llegar a las inmediaciones del canal del Paraná de las Palmas encontró una División enemiga que obstruía su paso. Decidió entonces pasar las líneas enemigas en una ballenera, con el fin de retomar el mando de la Escuadra, y envió a la goleta de regreso a la rada, comandada por Rosales, quien después de aligerarla debía quedarse en Los Pozos, al mando de una pequeña división para la defensa de la ciudad.
Una vez retomado el mando, Brown ordenó que se desmontaran las piezas de artillería de Punta Gorda, destinándolas a la fortificación de Martín García. Para ello se emplearon los planos y las instalaciones que los brasileños dejaron abandonados allí después del combate de La Colonia, que si bien significó una derrota naval, no lo fue desde el punto de vista táctico, dado que obligó en cierta forma al enemigo a abandonar la isla, clavando en su apuro a la artillería allí existente.
Pero también debemos hacer notar que nuestro gobierno no aprovechó aquella circunstancia para ocuparla, quedando abandonada hasta la decisión de Brown de fortificarla, significando un baluarte artillado que le ofrecería apoyo en caso de que la acción principal se desarrollara cerca de la isla, como había ocurrido en 1814 durante el combate de Martín García, oportunidad en la que faltó poco para perder a la “Hércules”.
Por aquellos días se aceptaron los servicios del Cap. Drummond, que había servido como oficial en la Escuadra imperial, y se le otorgó el mando de la “Maldonado”. Con la fortiifcación de la isla, tarea en la cual estuvo empeñado el Cap. Espora, Brown dividió virtualmente al enemigo, como luego veremos, con una división en los ríos interiores (3a División) y la otra al mando del Cap. Mariath en el Río de la Plata.
Ante la reiteración del Almirante, el gobierno nacional le envió 50 hombres del 4o Batallón del Regimiento de Milicia Activa de Infantería, haciéndole la recomendación de un buen uso de los mismos.
El 17 de enero la división de Mariath, compuesta por una corbeta, tres bergantines y varias goletas, se propuso atacar, pero habiendo varado la corbeta, el resto de la División optó por fondear a retaguardia de la misma. A las 2 de la mañana del día siguiente se inició el cañoneo, que fue breve; una vez zafada de la varadura, la corbeta se reunió con el resto de la División, reiniciándose el combate a las 10 de la mañana, el que duró más de una hora, no habiendo mayores consecuencias para ninguna de las partes. El día 24 del mismo mes se capturó al “San José Americano”, que llevaba pertrechos de guerra para la escuadra del Cap. Mariath.
Por intermedio de los chasquis que le enviaba el Cnel. Hortiguera, el almirante Brown se mantenía continuamente informado de los movimientos de la división enemiga; así el día 7 de febrero supo que la 3a División imperial navegaba aguas abajo con intención de presentar combate. No bien enterado de ello, se embarcó de inmediato el contingente que trabajaba en la fortificación de Martin García y se levaron anclas con proas a su encuentro. Pero el viento no favoreció la navegación por ser del sector Norte, debiendo fondear en la boca del Guazú, sin formar línea; otro tanto hacía el enemigo cerca de Higueritas.
En la mañana siguiente se divisaron las velas de las naves brasileñas, que formaban de la siguiente manera:
En la mañana del día siguiente Brown ordenó formar en línea de combate desde el canal de las Dos Hermanas al Grande; el ala derecha comandada por el Cap. Seguí, el ala izquierda por Drummond, y el centro bajo las órdenes directas del Almirante. El enemigo formó su línea en la misma forma, es decir, paralelamente a la nuestra, iniciándose el combate a las 3 de la tarde. Durante el transcurso de las dos horas que aproximadamente duró, la valentía y el coraje con que se luchó fueron parejos por ambas partes. El “Balcarce”, la “Sarandí” y tres cañoneras acometieron contra el “Januaira”, yendo en su auxilio la “Libertade do Sul”, que al tiempo de llegar varó, quedando al margen de la acción.
Cuando el viento cambió al sector N.E., los brasileños aprovecharon la oportunidad para lanzar un brulote, que al rato fue hundido por el fuego de la artillería del ala izquierda. En tanto que la División del Cap. Senna Pereirra se batía con denuedo contra los nuestros, el Cap. Mariath, en la tentativa de colocar nuestra escuadra entre dos fuegos, levó anclas y se dirigió hacia el lugar de la acción, debiendo antes forzar el paso por el canal del Infierno, ya que la isla, como sabemos, estaba fortificada. En el intento una de las goletas varó, yendo en su auxilio otras dos que luego de ayudarla a zafar, dispararon unas andanadas sobre la isla para luego volver con el restó de la división.
Por un momento nuestras fuerzas se vieron seriamente amenazadas, ya que de haberse concretado el desembarco sobre la isla que en determinado momento se planeara, nuestra escuadra hubiera quedado entre dos fuegos, como en un principio lo pensó el Cap. Mariath. Pero la debilidad de carácter y el poco espíritu de combate de la oficialidad brasileña no permitieron que aquello pudiera suceder, abandonando el teatro de operaciones para refugiarse en la Colonia. Al respecto dijo más tarde el Almirante Brown: “Jamás más débil tentativa había sido débilmente sostenida”.
La que luego, con el correr de los años, fue considerada como la primera jornada de El Juncal, debió terminar cuando se desató un fuerte ventarrón del sector S.O., dispersándose las naves y fondeando cada cual donde pudo. Por la noche el barco-hospital brasileño, pese a sus esfuerzos, no logró evitar que su ancla garreara, quedando al garete, a merced del viento y la corriente, quienes lo llevaron hacia el lugar donde estaba fondeada nuestra Escuadra, por la que fue apresada. Esa misma noche, haciendo provecho de la oscuridad y la confusión que reinaban, amén de la poca guardia en la Escuadra enemiga, el Cap. Coe logró escapar de sus manos, regresando no sin pocos esfuerzos a la Escuadra patria.
Según las crónicas escritas por el hijo del Cap. Senna Pereyra, “nunca hubo posición más favorable por lo mismo que era tan crítica para inspirar coraje y deseo de pelear, puesto que la alternativa fluctuaba entre vencer y salvarse saliendo al Río de la Plata, o perder y rendirse…”.
La segunda jornada de El Juncal se desarrolló al día siguiente, 9 de febrero, fecha ésta que define la acción y da la victoria a los argentinos.
Se presentó combate a las 8 de la mañana con viento moderado del sector S.E., que favorecía a los nuestros. En un principio hubo torpeza y confusión en las líneas enemigas, suscitadas por un cambio de opiniones entre el Cap. Senna Pereyra y sus capitanes subordinados, acerca de si el combate se haría al ancla o a la vela.
El jefe de la división ordenó la formación de una línea de E. a O., pero fue mal interpretada por los capitanes de la retaguardia, que de inmediato se alejaron en vez de acercarse a la línea de fuego. El Cap. Senna Pereyra, que intentó rectificar posiciones en tres oportunidades, y no logrando nada con ello, abandonó la suerte de la Escuadra a la destreza de cada uno. Por lo que el combate en esta oportunidad se desarrolló en forma individual, es decir, de buque a buque.
El “Balcarce” se batía con el “Januaira”, que al rato de iniciar el combate perdía su mastelero de proa; ambas naves fueron protagonistas de un duelo encarnizado, hasta que la segunda, viendo flaquear sus fuerzas, pidió ayuda a una cañonera para que la remolcara, cosa que intentó sin resultado alguno. Al tiempo de ocurrido esto, el “Januaira” se rindió, después de ser abandonado por su capitán y tripulación. La “Uruguay” tomó los trabajos de amarinamiento, no sin antes reparar la avería del casco y apagar el fuego.
Sólo quedaban las goletas “Bertioga” y “Oriental” luchando por parte del enemigo; la segunda se batía con el “Balcarce”, y no teniendo hombre sano a bordo que pudiera desclavar el pabellón, debió sufrir durante dos horas más nuestro fuego. Al rendirse, el comandante de la goleta le entregó a Francisco Seguí su espada, la que después del combate le fue devuelta por el Almirante Brown en mérito a su valentía y coraje durante el mismo.
Poco antes de la rendición de la “Oriental” se rindió al Cap. Drummond la “Bertioga”, tras arduo y sangriento combate. En tanto que todo lo relatado sucedía, la “Sarandí”, junto con las cañoneras, capturaba en lucha no menos heroica a las cañoneras y unidades menores del enemigo que aún quedaban en el escenario del combate.
Muchas de estas unidades, como así también tres goletas, huyeron del lugar remontando el Paraná de las Palmas y el Uruguay, llegando algunas hasta la población de Gualeguaychú.
Después del combate el Almirante dispuso que las reparaciones se efectuaran en la isla de Martín García, y los prisioneros, entre los cuales se encontraban los capitanes Senna Pereyra y Broom, fueran conducidos hasta Buenos Aires. Habiendo dejado los muertos y heridos en la isla, Brown, acompañado por Drummond, se dirigió aguas arriba en pos de las naves aún no capturadas.
Ya en camino a Gualeguaychú encontraron tres, que después de varar fueron quemadas por sus tripulaciones, las que con el resto de la maltrecha División se dirigieron al puerto mencionado. El día 13 de febrero el Almirante dejó fondeadas sus naves de mayor calado en la desembocadura del río del mismo nombre que la villa, y se dirigió hacia los barcos enemigos en dos botes. Las autoridades del lugar se opusieron a la idea de entregar las presas a Brown, y viéndose desde el agua movimientos sospechosos de gente armada, tomó por sorpresa las naves brasileñas, y desde ellas, las que contaban con un cañón giratorio cada uno, exigió la entrega de los prisioneros.
Terminaron entonces las amenazas desde tierra, y ante la perspectiva de ser cañoneados, trataron de conferenciar para llegar a un acuerdo, por lo que invitaron al Almirante a desembarcar, a lo que Brown no accedió, por considerar que “… el carácter de tales huéspedes no inspiraba la menor confianza”, según escribió en sus Memorias. Agotadas las tentativas para la entrega de los prisioneros, Brown abandonó el lugar, llevándose consigo las presas.
Creemos que bastan las palabras del Almirante para calificar la conducta de las autoridades del lugar en aquella oportunidad; por consiguíente, transcribimos este párrafo de sus Memorias:
“La conducta de los entrerrianos en esta emergencia fue tan injustificada como antipatriótica, no sólo en proteger a los brasileños y privar a la fuerza marítima de la República de tan considerable adición, sino en valerse de una política caprichosa para arrebatar a los vencedores las presas que su gallardía y sus trabajos habían merecido.”.
Epílogo
No hubo de pasar mucho tiempo para retomar las armas; una vez en camino a Buenos Aires, y después de dejar un fuerte contingente de hombres en Martín García, debieron enfrentarse con la División del Cap. Norton, que se encontraba en las cercanías de Los Pozos.
El cañoneo se desarrolló frente a la ciudad, a las cuatro y media de la tarde del día 24 de febrero. A pesar de la superioridad numérica de los brasileños, un nuevo triunfo se agregó a la victoria, haciéndola aún mayor dada la expectativa que vivió la población de Buenos Aires y la campaña. Esa noche la Escuadra fondeó en Los Pozos, mientras que el enemigo, a las órdenes del Cap. Fritz, lo hacía río afuera.
En la mañana del día siguiente el Almirante, junto con los oficiales y la tripulación, desembarcó en las proximidades del antiguo Fuerte. El caluroso recibimiento de la población, los vítores y los burras, transformaron la ciudad en la clamorosa Roma imperial. El entusiasmo de la población fue tal, que en un arranque de júbilo desengancharon los caballos del coche que conducía al Almirante y a tiro lo llevaron hasta su casa-quinta de Barracas.
El “British Packet” del día 24, expresa con los siguientes términos la victoria sobre los brasileños: “Tales son los resultados de una expedición que, aunque en pequeña escala, en referencias a sus juiciosas y diestras disposiciones, a la constancia y valor que ha señalado su dirección y a su glorioso y decisivo resultado, no desmerecerá comparándola con algunas de las acciones más brillantes de la historia naval. De la 3^ División de la Flota brasileña sólo han escapado dos buques, el resto ha sido tomado o destruido. . .”.
Nos resta decir que fue ésta, sin lugar a dudas, la mayor victoria naval sobre el enemigo durante la guerra con el Brasil.
Las presas, el “Januaira”, la “Bertioga” y la “Oriental”, respectivamente, fueron rebautizadas con los nombres de “8 de Febrero”, “9 de Febrero” y “29 de Diciembre. Las consecuencias de esta “corta” campaña fueron, en primer lugar, la de despejar los ríos interiores de enemigos, consecuencia que beneficiaba a las provincias del litoral y a Buenos Aires, por el renacimiento del comercio y del tráfico marítimos. La fortificación de la isla de Martín García no sólo sirvió por el resto de la guerra como refugio a las naves que, habiendo forzado el bloqueo, eran perseguidas por los brasileños, sino que también sentó un precedente de soberanía sobre la misma.
La guerra terminó en 1828 con la firma de los tratados de paz; la victoria nos tomó de la mano, pero pronto todas las penurias y glorias, los sacrificios y las satisfacciones, se empañaron. La renuncia del Presidente, el gobierno del Gral. Dorrego y el regreso de las tropas, trajeron el caos, y la anarquía retornó, surgiendo entonces de la sombría noche la figura de una primera tiranía.
Texto extraído del sitio: https://www.histarmar.com.ar/InfHistorica-2/Juncal.htm