Lino Enea Spilimbergo es alguien cuyo nombre está íntimamente asociado a la historia de la pintura nacional y, aunque es recordado como un revolucionario, en muchos aspectos su trayectoria no se separó demasiado de la de otros artistas del temprano siglo XX argentino. Hijo de inmigrantes italianos nacido en Buenos Aires un 12 de agosto de 1896, desde muy joven supo que lo suyo era el arte. En 1915, recién egresado del colegio y trabajando como empleado de la Unión Telefónica y del Correo, entró a la Academia Nacional de Bellas Artes y para 1917, en tiempo récord, ya estaba graduado. Armado de las herramientas clásicas, típicas del panorama artístico argentino de aquellos años, empezó a enviar obras al Salón Nacional a partir de 1919, cosa que repetiría religiosamente hasta 1943.
Por el asma que padecía, pasó un par de años en la provincia de San Juan a inicios de la década del veinte e, inspirado por su entorno, desarrolló algunas de sus primeras obras reconocidas, como la premiada Seres Humildes (I) (1923). Poco a poco cosechó algo de éxito y premios, al punto que, para 1925, su carrera comenzó a despegar. Ese año fue merecedor del Premio Único al Mejor Conjunto por las pinturas Vieja Puyutana, Descanso, Paisaje Andino y El Ciego. Con los tres mil pesos del premio y unos dos mil adicionales que recibió por la venta de El Ciego a la Comisión Nacional de Bellas Artes, Spilimbergo pudo entrar en la segunda etapa del proceso de consagración de todo artista nacional y partió a Europa a perfeccionarse.
Para cuando volvió a la Argentina en 1928 acompañado de su nueva mujer, Germaine, ya tenía una clara idea pictórica orientada al estudio de “la forma”, que se caracterizaba, según la investigadora Diana Wechsler, por la unión entre “la búsqueda moderna por una plástica pura con las tradiciones del pasado”. Spilimbergo miraba a la historia del arte con los ojos de la vanguardia y en incontables ejercicios intentó desarrollar un nuevo tipo de figuración. Fue entonces que inició su extensa serie de Figuras -mujeres en actitud de reposo con ojos grandes y miradas inquietantes- que luego tendría una variación casi metafísica a inicios de los treinta en las famosas Terrazas.
Por esos años Spilimbergo comenzó además a interesarse activamente por la política a diferentes niveles. En lo personal, en 1933 se unió al Frente Popular, asociado al Partido Comunista, y fundó con Antonio Sibellino y Luis Falcini el Sindicato de Artistas Plásticos. En cuanto a lo estético, su obra, que siempre había tenido cierto componente social, adquirió entonces ribetes revolucionarios, por lo menos, desde su difusión. Siguió muy de cerca el desarrollo de movimientos como el muralismo mexicano y -según las investigaciones de Wechsler, que analizó su correspondencia personal- para inicios de los treinta Spilimbergo ya estaba buscando paredes para “desarrollar la conciencia del pueblo”. Las cosas, no obstante, alcanzaron un nuevo nivel de seriedad en 1933 cuando David Alfaro Siqueiros llegó a la Argentina invitado por Victoria Ocampo a través de la Asociación de los Amigos del Arte.
El artista mexicano causó revuelo en una sociedad que todavía se mostraba bastante conservadora en materia estética y, sobre el Salón Nacional de ese año, llegó a decir que no encontraba nada de original en la pintura local. Una de las pocas cosas que rescataba, sorprendentemente, fue el trabajo de Spilimbergo, con quién también compartía simpatías ideológicas. Fue en ese contexto de mutua admiración que el pintor argentino -junto con colegas igual de interesados en crear un arte para las masas como Juan Carlos Castagnino, Antonio Berni y Enrique Lázaro- se sumó a Siqueiros con la idea de desarrollar una experiencia muralista.
Durante tres meses en 1933 los artistas trabajaron en el sótano de la quinta de Natalio Botana en lo que se conoció como Ejercicio Plástico. El mural ciertamente es una rareza en la obra de Siqueiros, ya que, aunque se definía como un nuevo tipo de pintura, “una pintura monumental dinámica”, a diferencia de su trabajo más conocido, no es una obra revolucionaria. Lógicamente, esta pintura oculta en el sótano de uno de los magnates más reconocidos del periodismo argentino estaba muy lejos de ser, como los artistas mismos afirmaron, una “obra de utilidad directa inmediata para el proletariado revolucionario en su lucha actual final contra el régimen capitalista”. En cambio, como el mismo nombre indica, Ejercicio Plástico fue una suerte de clase magistral, “un ejercicio colectivo de plástica” para enseñar a los pintores a trabajar en conjunto en aras a la creación, en el futuro, de un fresco colectivo.
No fue sino hasta inicios de la década del cuarenta que volvió a cobrar impulso la idea de fundar un muralismo argentino. En 1944 Spilimbergo unió fuerzas nuevamente con Castagnino y Berni, a quienes se sumaron Demetrio Urruchúa y Manuel Colmeiro, y juntos crearon el Taller de Arte Mural (TAM). Este grupo, desde su mismo manifiesto, se alejaba de su contraparte mexicana en tanto que los artistas que lo componían ofrecían sus servicios con una clara lógica empresarial, aunque sin abandonar su articulación entre el arte y la vida.
Recién en 1946 el TAM logró conseguir su primer y único encargo que consistió en decorar la cúpula del paseo comercial de las Galerías Pacífico. El proyecto era extremadamente ambicioso y, además de plantear la tarea casi imposible de dividir una cúpula de cuatro partes entre cinco artistas, se proponía retratar una suerte de “sinfonía pictórica” que, según observadores de la época, marcara “el ciclo titánico de la humanidad en sus ansias de conquista y de progreso”. Así, el conjunto final incluyó una sección de Spilimbergo titulada La lucha del hombre contra los elementos de la naturaleza, una de Berni que se denominaba La fecundidad de la tierra, La oferta generosa de la naturaleza, que quedó a cargo de Castagnino, y La hermandad de las razas de Urruchúa. El conjunto se completaba con cuatro lunetas que representaban los elementos y cuatro pechinas que aludían a las estaciones del año.
Para cuando murió el 16 de marzo de 1964 en Unquillo, Córdoba -ciudad en la que pasaba largas temporadas por su asma- Spilimbergo dejó esta vida siendo uno de los artistas argentinos más reconocidos en todo el mundo.