Maurice Hilleman, el prolífico creador de vacunas

Maurice Hilleman nació en una granja de Montana. Era el octavo hijo de Gustavo y Anna. Su madre y su hermana gemela murieron pocos días después del parto, el 30 de agosto de 1919. El mismo Maurice estuvo a punto de morir en su infancia. Se crió en una zona donde los inviernos son inclementes con temperaturas extremas bajo cero.

Trabajó con sus tíos y se hizo a la rudeza del clima. Fue educado en la fe luterana del esfuerzo y la predeterminación que rechazaba los principios darwinianos. Por tal razón, cuando sus hermanos lo encontraron leyendo “El origen de las especies” fue duramente reprendido. Sin embargo, esos mismos hermanos que lo reprendieron apreciaban la inteligencia de Maurice y lo apoyaron para que estudie en la universidad estatal. Los ingresos familiares eran magros y para ahorrar, Maurice comía una vez al día.

En la Universidad, se recibió con las más altas calificaciones de su promoción, mérito que le hizo ganar una beca en la Universidad de Chicago, donde obtuvo un doctorado en microbiología. Pronto, fue contratado para trabajar en un laboratorio donde investigó la encefalitis japonesa que afectaba a los soldados americanos que peleaban en el Pacífico. Este fue el primer logro en su larga carrera donde desarrolló más de 36 vacunas, creando 8 de las 14 que usualmente debe recibir una persona. La inoculación contra el sarampión, la hepatitis A, hepatitis B, la varicela, fueron algunos de sus logros.

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Mientras trabajaba en el centro de investigación del ejército, descubrió las mutaciones del virus de la gripe justo cuando la gripe de Hong Kong se convertía en pandemia. En 1963, su hija Jeryl Lynn se enfermó de paperas. Otro padre hubiese llamado a un médico, pero él, después de confirmar el diagnóstico, buscó una cápsula de Petri y realizó un hisopado de fauces. Así, aisló el virus con el que más adelante desarrolló la vacuna -de ella, aún se usa la cepa que Provino de la hija de Hilleman- y que hoy se administra en todos los niños: la MMR, del inglés measles, mumps and rubella, más conocida entre nosotros como “La Triple”, porque cubre el sarampión, las paperas y la rubeola.

En 1981, Hilleman desarrolló la vacuna contra la hepatitis B que redujo el contagio en un 95%. Era, en sus palabras, el mayor logro de su carrera. Por el contrario, su mayor frustración fue la incapacidad de obtener una vacuna contra el SIDA.

En este tiempo donde todos esperan que la ciencia acuda en nuestro auxilio para luchar contra la pandemia de COVID-19, debemos ser cautos y no caer en el triunfalismo o realismo mágico. En este momento, hay muchísimas vacunas en desarrollo y muchas preguntas técnicas difíciles de explicar, que seguramente en Hilleman hubiesen desatado una serie de expresiones impropias: era mal hablado, aún en reuniones académicas, y además era de muy mal carácter, un gruñón notable.

Hilleman pudo desarrollar una vacuna en tiempo record -la de las paperas- en sólo 4 años. ¿Y nosotros exigimos tener una vacuna efectiva, inocua y barata en sólo 6 meses, de un virus al que nadie conocía hace un año? La vacuna de Oxford fue confeccionada con una tecnología que no es la clásica. Habitualmente, las vacunas para virus se hacen con partículas atenuadas por sucesivos pasajes por animales, o a virus muerto. La de Oxford se basa en un sistema que introduce el ARN mensajero, es decir, material genético al cuerpo. Este procedimiento se conoce hace menos de diez años y nunca se usó en forma masiva. No existe hasta el momento ninguna vacuna comercial hecha de esta forma.

Desgraciadamente, Hilleman nunca recibió el Premio Nobel y además fue víctima de una controversia que alcanzó ribetes trágicos cuando la prestigiosa revista “The Lancet” publicó en 1998 un artículo de Andrew Wakefield, donde afirmaba que la vacuna Triple ocasionaba autismo. Muchos padres se negaron a inmunizar a sus hijos y el mito pegó fuerte en el imaginario popular.

El tema fue estudiado a lo largo de 10 años hasta que la misma revista “The Lancet” publicó un artículo que negaba contundentemente la versión de Wakefield, quien habría alterado datos para justificar sus afirmaciones. Las autoridades británicas le prohibieron el ejercicio de la medicina. Pero esta rectificación llegó tarde para Hilleman ya que había fallecido pocos años antes.

Los logros de este hombre son inmensos. Su vacuna del sarampión ha evitado 10 millones de muertes en lo que llevamos del siglo XXI. La prevención de la rubeola evita miles de abortos y la posibilidad de malformaciones que incluyen ceguera e hipoacusia congénita.

Este hombre, al que tanto le debemos, en su juventud de pobre granjero en Montana solo aspiraba a ser gerente de un supermercado. Cuando se le preguntaba de qué se sentía más orgulloso en su vida, respondía con esa contundencia que lo caracterizaba: “haber sobrevivido mientras era un bastardo”. Él sobrevivió, y gracias a su existencia se salvaron millones de personas.

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