Cyrano de Bergerac: El poeta guerrero

Desede joven Cyrano mostró tener un espíritu conflictivo y conflictuante; el director de su colegio pidió su expulsión por sus constantes transgresiones. La venganza de Cyrano dejó huellas permanentes, ya que caracterizó sin piedad al director en su obra “El pedante engañado”, título de por sí alusivo.

Se incorporó al ejército y compartió batallas y juergas con el mismísimo D’Artagnan. La inmortalidad literaria esperaba a los valientes guerreros, más recordados por sus aventuras en la ficción que por la heroica participación en los enfrentamientos que jalonaron la Guerra de los Treinta Años.

Cyrano era un hombre de excesos, no solo en los campos de batalla, sino en los lances de honor, en las tabernas y burdeles en los que dilapidó su fortuna. En la ruina, sin el apoyo de la familia, Cyrano fue acogido por su amigo (¿y amante?) Charles Coypeau de Assoucy.

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Charles Coypeau de Assoucy

 

Charles Coypeau de Assoucy

 

La herencia que recibió a la muerte de su padre en 1647 le permitió dedicarse a la literatura, donde se destacó por sus escritos polémicos, su defensa del libertinaje y la descabellada ficción que lo llevó describir imperios lunares y hasta viajes al sol. En estos trayectos literarios, debate con los fantasmas de Sócrates y Descartes sobre la naturaleza humana, el respeto a las instituciones y hasta la existencia de Dios. Cyrano de Bergerac fue un libertino que lideró una vanguardia cultural y una filosofía de vida.

Polemista apasionado, sus creencias y sus escritos punzantes le crearon más de un enemigo, que conspiraron para eliminar a este personaje tan controvertido. En circunstancias que nunca fueron debidamente esclarecidas, una viga cayó sobre su cabeza. Fue socorrido por su hermana Catalina, paradójicamente, madre superiora de un convento parisino. A pesar de los cuidados, murió el 28 de julio de 1655, cuando apenas había cumplido 36 años.

Si bien Molière se inspiró en sus obras satíricas y Arthur C. Clarke alabó sus escritos pioneros de ciencia ficción, fue Edmond Rostand quien lo inmortalizó en la obra de teatro que lleva su nombre, estrenada en 1897 donde pinta a este filósofo, poeta, espadachín y polemista, sin llegar a desentrañar por completo su compleja y contradictoria personalidad, “que fue todo y no fue nada”.

Un cráter en la luna lleva su nombre.

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