Ligeramente desequilibrado

Esto es lo que pasó con Henry Ford, una persona circunspecta, con intereses muy específicos. De hecho más allá de la fabricación de automotores, poco le importaba el resto del mundo. Residió toda su vida en un radio menor a 20 Km de donde nació. Estrecho de mente, poco educado y menos interesado aún en cultivarse era, según afirmó el New Yorker, midly unbalance (ligeramente desequilibrado… danos en suponer que se refería al equilibrio mental del susodicho).

Henry había asumido posiciones muy particulares que eran más fáciles de definirse por las cosas que le disgustaban como ser: despreciaba a los banqueros, y a los especuladores de Wall Street, no le gustaba el alcohol, ni el tabaco, ni el ocio de cualquier índole (raramente se tomaba vacaciones), también despreciaba a la gente con sobrepeso, los libros en general, los rascacielos, los universitarios, los católicos… y los judíos. El resentimiento contra estos últimos lo compartió con un político alemán que lo incluyó en el único libro que escribió (Mein Kempf) y cuando fue gobierno, lo condecoró por sus coincidencias ideológicas y porque Henry Ford invirtió sumas enormes en fábricas en Alemania (que asistieron al despliegue económico de esta nación cuando Hitler fue canciller). Los camiones salidos de sus establecimientos ayudaron a transportar las tropas nazis por Europa, mientras sus connacionales dejaban sus vidas luchando en las playas de Normandía, Italia, las Ardenas, etc.

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Las afirmaciones poco felices de este millonario y su ignorancia casi enciclopédica creó cierta inquietud entre sus congéneres, quienes se preguntaban cómo podía ser que este hombre hubiese acumulado una fortuna colosal y pretendiese cambiar el mundo (Bueno… hoy tenemos otro buen ejemplo). Pensaba que los rascacielos “hundirían al mundo”, desconocía la fecha de la declaración de Independencia de EE.UU., no le interesaba la política y se ufanaba de haber votado una sola vez en su vida.

Entre sus biógrafos el debate se reducía a una gran pregunta ¿era tonto o distraído? La calificación más cruda pertenecía, nada más y nada menos, que a John Kenneth Galbraith, “(la vida de Henry Ford) estuvo marcada por ser un individuo obtuso y estúpido, responsable de terribles errores”. En la biografía que le dedicaron Neues y Frank, aunque intenta ser laudatoria, no puede menos que llamarlo “un ignorante fuera de su campo de interés”. Y su interés era la producción en masa, mecanismos que algunos atribuyen a su genio. Sin embargo, este concepto se inspiró en la “línea de ensamblaje” de los frigoríficos. El mérito de Ford fue su aplicación obsesiva.

Sobre su logro más comentado, el mítico Ford T, vale recordar es que después de haber fabricado docenas de millones (15.348.781, según la empresa) a lo largo de más de 10 años, de un día para otro, se percató que su modelo había quedado obsoleto frente a los competidores como Chevrolet y Chrysler ¿Qué decisión tomó Ford? Pues detener la producción sin tener un modelo de reemplazo, razón por la cual suspendió a decenas de miles (60.000 solo en Detroit) de trabajadores y muchas de las concesionarias que vendían sus productos fueron a la quiebra por falta de objetos para vender… Solo la inmensa fortuna amasada le permitió a la empresa sobrevivir a esta improvisación hasta la aparición del Ford A.

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Ford T.
Ford T.

 

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Línea de montaje de Ford T en 1913.
Línea de montaje de Ford T en 1913.

 

Su concesión de pagar el doble a sus empleados para mejorar su nivel de vida y que de esta forma pudiesen acceder a un automóvil se hizo famosa por esconder el concepto de un altruismo reciproco: te pago más con tal de que compres más productos. También contrató personas con discapacidad, ex convictos y hasta gente de color, pero para todos ellos había establecido el “departamento de Sociología” de su empresa que se encargaba de explorar la vida privada de sus empleados y “orientarla”.

A través de este departamento impartía consejos sobre cómo debían llevar adelante su vida, el orden en sus hogares, la dieta que debían ingerir y las costumbres que Ford consideraba deseables o moralmente aceptables. Como Henry creía que sus consejos debían llegar a todo el mundo, invirtió en el periódico The Independent de circulación obligatoria entre empleados y concesionarios. El magnate pretendió aplicar a los medios sus criterios mecanicistas. Por ejemplo, un artículo no era escrito por un solo periodista… ¡No! Debían hacerse en una línea de ensamblaje: un autor se encargaba de describir los hechos, otro en agregar un toque humorístico, otro le encontraba la vuelta para exaltar la moral y las buenas costumbres… ustedes se imaginarán que por cada artículo aceptable había 3 o 4 que no tenían ni pies ni cabeza. The Independent era un engendro que costaba cientos de miles de dólares para mantenerse, pero que Ford gastaba gustosamente a fin de influenciar sobre la sociedad.

Así lo hizo hasta que en 1927 atacó en un artículo a un abogado llamado Aaron Sapiro, acusándolo de pertenecer a una “banda de banqueros y abogados judíos” que conspiraban contra los agricultores americanos, manejando el mercado del trigo a su conveniencia. Sapiro lo demandó por difamación, exigiendo en el juicio una cifra millonaria. Convocado a declarar, Ford faltó a la primera audiencia aduciendo haber sufrido un desafortunado accidente. Antes de la segunda citación, Ford escribió una carta apologética que distribuyó entre los medios de difusión, lamentando haber herido los sentimientos de Sapíro y de toda la colectividad hebrea. Obviamente, junto a las disculpas envió un cheque de U$S 140.000 para cubrir las costas de la demanda y prometió no volver a tocar este enojoso tema.

Poco después cerraba The Independent, el periódico con el que había perdido más de 5 millones de dólares.

A pesar de que nunca volvió a explayarse sobre el antisemitismo, en 1935 recibió en su cumpleaños número 75, la Gran Cruz del Águila, una condecoración concedida por el Führer a su admirado industrial.

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No terminan acá las desventuras de Henry, quien en su obsesión por poseer todos los productos que requerían sus automóviles, se lanzó a la conquista del mercado del caucho, adquiriendo extensiones en Brasil para construir Fordlandia y la mítica ciudad Z (nadie sabe por qué la llamaba así). Construida a imagen y semejanza de un pueblo americano, tenía cine, heladerías, un parque de diversiones… Eso sí, nada de alcohol, ni cigarrillos (o al menos que lo hiciesen a ojos vista). Dada la incapacidad de sus administradores (elegidos directamente por Ford, quien sentía una animadversión hacia todo lo que fuera especialización) y los magros sueldos que pagaba a los miles de empleados brasileros (75 centavos en Brasil, 5 dólares en USA, lo de la utopía del automóvil quedaba en el país del norte), Fordlandia terminó en un rotundo fracaso.

Estimados lectores, no todo lo que hacen estos “genios” se convierte automáticamente en oro. La historia de algunos de ellos solo registró los éxitos, convirtiendo sus fracasos y tonterías en secretos que pronto se olvidaron pero que es muy bueno recordarlos.

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