Leyendas uruguayas: el charrúa Miterrand, el apéndice de Chaplin y Sinatra

Entre quienes más ha trabajado el tema de las fábulas y las tradiciones, se encuentra el psicólogo Néstor Ganduglia. “Toda comunidad humana atesora una tradición oral de extraños relatos llenos de poesía que le dan un encantamiento especial a la realidad, y son el soporte de la memoria e identidad de los pueblos. Montevideo tiene un universo de leyendas y mitos que desafían nuestra racionalidad y la imagen que nos hemos creado de ciudad gris y monótona. Casas encantadas, animales extraordinarios, esquinas y sitios mágicos, ángeles de barrio, curaciones imposibles, relatos del mar, apariciones, sucedidos y alquimias descubren una ciudad desconocida que sólo late en las voces de la gente, y que fueron documentadas durante una década de trabajo en todos los barrios. El viejo dicho de que somos esa “Suiza de América” donde campea la razón y la modernidad globalizada del siglo XXI, no ha impedido que nuestra gente conserve sus relatos mágicos -y reales a la vez- y que esté mucho más cerca de los conjuros populares que de la fría lógica mercantil y utilitaria”, dice el investigador en su libro Historias de Montevideo mágico (Ed. Planeta, 2006).

Hace algunos años, una leyenda montevideana tomó fuerza a raíz de la difusión que dio la dirección del Hospital Maciel. Una vez más, se volvió a contar la historia del apéndice de Chaplin. La idea de instalar este relato pertenece fue del entonces director del Hospital, Alvaro Villar, como forma desarrollar otros aspectos, en este caso culturales, del centro sanitario más antiguo de la ciudad.

Según la información distribuida por el Maciel en aquel momento, “un ‘vagamundo’ en Montevideo. Charles Chaplin, aquel hombrecito de bombín y bigotito, nacido en el fondo del mundo, el barrio más pobre de Londres el 16 de abril de 1889, pudo haber dejado su apéndice en Montevideo. Es una historia probable pero no imposible”. El médico e historiador de la medicina Juan Gil Pérez explica, con entusiasmo, detalles de lo que se comenta. Según en declaraciones a La República, “la tradición oral tomó más fuerza en los últimos diez o quince años de vida de Chaplin, ya que según las anécdotas, el doctor Osvaldo Bello conoció a Chaplin allá por los años setenta y este habría corroborado la historia de su operación en Montevideo. “Lo que recuerdo bien -le habría dicho Chaplin a Bello- es que cuando vino el cirujano a verme yo no sabía si me iba a operar con la nariz o con un bisturí'”.” La leyenda indica que el médico era un cirujano de cierto prestigio en la época, el Dr. Horacio García Lagos, cuya nariz se destacaba por su tamaño. Una vez extirpado el apéndice, éste habría sido enterrado bajo la magnolia que hoy está en el patio del Hospital Maciel, cuenta el Dr. Gil.

El Chaplin que habría venido a Montevideo era un desconocido integrante de una troupe de circo. Habría visitado la ciudad entre febrero de 1909 a diciembre de 1910. La operación se habría realizado en el Hospital Extranjero, hoy Hospital Británico, ubicado en la calle Lindolfo Cuestas muy cerca del Maciel.

La periodista Sofi Richero recordó, en una nota en Brecha, que César di Candia escribió, a partir de una entrevista aparecida en Búsqueda (1997) que “la versión de que Charles Chaplin estuvo en nuestro país y fue operado de apendicitis ha circulado siempre aunque nunca se ha podido comprobar. La referencia que más se aproxima a su veracidad la dio el doctor Federico García Capurro, ministro de Salud Pública de Batlle Berres, y de Educación y Cultura primero, y Defensa después, en el gobierno de Pacheco Areco, y miembro del Consejo de Estado de la Dictadura: ‘Una noche vinieron a buscar a papá porque un saltimbanqui de una compañía que estaba dando funciones estaba muy enfermo en una pensión que estaba mirando la plaza Independencia (…) Papá lo fue a ver, diagnosticó apendicitis y lo hizo llevar al Hospital Inglés, que estaba en la calle Lindolfo Cuestas, donde lo intervino con éxito. Chaplin era aún desconocido y a papá ni su nombre le quedó en la memoria. Muchos años después, los rotarios uruguayos Joaquín Serratosa y Mario Real de Azúa, que habían ido como delegados a un congreso muy importante en Londres, encontraron allí a Chaplin y éste les relató el episodio mencionando incluso el nombre de papá. Quien después fuera el actor más famoso del mundo trabajaba, como saltimbanqui en un circo, haciendo piruetas en la plaza Independencia para llamar la atención de la gente y hacer que ésta concurriera al circo'”.

Más allá de los testimonios, ninguno de los datos que consignen la presencia de un tal Charles Chaplin y de su internación, pueden comprobarse. Aunque hace algunos años, en un programa de televisión, el tema estuvo presente.

Que nunca falte era nombre de un programa emitido por TV Ciudad, conducido por el escritor Mauricio Rosencof, entre 2001 y 2004. Algunos cuentos de los que se generaron allí, están recogidos en un libro de la periodista Virginia Arlington, productora del programa, editado en 2005 (Ed. Aguilar). En uno de los programas, Rosencof, junto a los escritores Milton Fornaro y Mario Delgado Aparaín se dedicaron, con creatividad delirante, a abonar, aun más, la leyenda de Chaplin y otras que circulan o ellos mismos, quizás, han inventado.

“Con la compostura que exige la academia, consigna Arlington, Rosencof, Fornaro y Delgado Aparaín “aseguraron que el apéndice de Charles Chaplin estaba enterrado en el patio del Hospital Maciel, al os pies de un limonero. Aquella fugaz visita del legendario actor a Uruguay fue fermental, tuvo una hija ilegítima con una nurse. La niña es hoy una vieja y reconocida actriz de la Comedia Nacional. Sus nietas van mensualmente a dejar una modesta ofrenda de flores a los pies de aquel limonero. EL limonero que esconde el apéndice de Chaplin, su abuelo. Fornaro, blandiendo su índice, agradece a José Pedro Barran el rescate de esta historia.”

Consultados por Jaime Clara de Delicatessen.uy, Rosencof y Fornaro, declinaron dar más detalles sobre el asunto y mantuvieron un enigmático silencio. “Tanta gente cree y habla de cosas que no ve, como las religiones, así que difícilmente se puedan desmentir estos detalles”, respondió el conductor del programa.

En aquel recordado (¿y fantasioso?) programa, cuenta Arlington que “Delgado Aparaín se emociona y congratula al conductor del programa por rescatar esas historias `que nos están esperando` y todos coinciden en que los historiadores no han sabido recoger y elaborar los datos que nos rodean para dar a la luz nuevos relatos. Como el obvio parentesco que hay entre Francois Mitterrand y Guyunusa, nuestra última charrúa. Resulta que la hija que concibió con Tacuabé -la misma que Toulouse-Lautrec inmortaliza en uno de sus cuadros- logró que el mismísimo Conde de Mitterrand cayera prendado ante sus encantos. De esa unión nació Francois. Y ahí está, parecido a Vaimaca con carácter firme, reconcentrado y taciturno, como cualquier charrúa de nuestra penillanura. Delgado Aparaín revela entonces un dato hasta ahora desconocido del ex presidente galo: debido a una costumbre ancestral de su abuela, la de agacharse para prender los fuegos de cada campamento, cada vez que prendía un cigarro se agachaba. Singular costumbre la de Francois, que le debe haber traído no pocos inconvenientes. Los escritores se preguntan desconcertados qué se puede hacer con la intelectualidad francesa, tan reticente a aceptar ese capítulo de su historia.”

Sinatra y Gardel

El escritor Carlos Maggi, gran amigo de Rosencof, también hizo su aporte a una leyenda inventada, divertida, que como las anteriores, se les fue de las manos y forma parte de la cultura popular: Frank Sinatra, medio hermano de Carlos Gardel. El “Pibe” Maggi y el “Ruso” Rosencof inventaron un viaje del Coronel Carlos Escayola, padre de Gardel, a Nueva York. Dieron detalles increíblemente precisos, como por ejemplo, que Escayola se alojó en una pensión frente a donde vivía Greta Garbo, donde conoció a una italiana, limpiadora de la pensión. El Coronel y la empleada tuvieron un breve pero fogoso romance hasta el regreso del hombre a Tacuarembó. Al despedirse ella le preguntó a Escayola qué pasaría si quedaba embarazada, a lo que respondió “Sólo te pido que le pongas el nombre de mi padre, Francisco.” Escayola y la mujer jamás volvieron a hablar. Ella se casó con un inmigrante italiano de apellido Sinatra. Nació un hijo que se llamó Frank, que también fue cantante. En su momento, el escritor tacuaremboense Tomás de Mattos y el historiador José Pedro Barrán, siguieron la broma y el dislate se transformó en algo verosímil.

Ciertas o no, estas historias existen porque alguien las inventó, quién sabe cuándo, otro las recreó y más de uno las repitió. Como dijo Galileo Galilei -y esto se dice que es verdad, aunque nadie pueda asegurarlo a ciencia cierta- “digamos que existen dos tipos de mentes poéticas: una apta para inventar fábulas y otra dispuesta a creerlas.”

 

Este texto fue publicado con con expresa autorización de su autor. Originalmente publicada en delicatessen.uy

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