Hacía falta alguien con una inteligencia diferente para introducir la química en la edad moderna, y ese fue Antoine-Laurent Lavoisier.
Nació en 1743, era miembro de la baja nobleza -su padre había comprado el título para la familia-. Trabajó en la Ferme Générale (la compañía encargada de la recaudación de los impuestos y tasas en nombre del Estado en Francia desde el siglo XVII), una institución despreciada de la época. Aunque Lavoisier era una persona amable y justa, la empresa para la que trabajaba no lo era. A Lavoisier, que llegó a tener una participación importante en esa empresa, ésta le proporcionaba la riqueza necesaria para seguir su principal vocación: la ciencia. Y vaya si se la proporcionaba: llegó a ganar 150.000 libras al año, una verdadera fortuna.
En 1768 fue elegido miembro de la Academia de Ciencias, y posiblemente el momento más trascendental de su vida ocurrió en 1771, cuando se casó con Marie-Anne Pierrett Paulze, la hija de 14 años de uno de sus jefes de la Ferme Générale (Lavoisier tenía 28 años). El matrimonio fue un encuentro de mentes superiores; la señora Lavoisier tenía una inteligencia arrolladora y trabajó más que productivamente al lado de su marido. A pesar del trabajo rutinario y de la activa vida social que llevaban, lograron dedicar 4 o 5 horas por día (mitad a la mañana, mitad a la tarde y el domingo, día al que llamaban “jour de bonheur”, día de la felicidad) a la ciencia.
Lavoisier era un tipo abarcador y encontró tiempo para ocupar diversos cargos públicos; fue comisionado estatal para la fabricación de la pólvora, supervisó la construcción de una muralla alrededor de París para tratar de impedir el contrabando (lo cual le traería problemas más adelante), fue miembro de una comisión para establecer un sistema uniforme de pesas y medidas, fue comisario del tesoro y fue coautor del manual “Método de nomenclatura química”.
La Academia de Ciencias lo impulsó a involucrarse en una serie de temas de la actualidad de entonces, de lo más variados: el hipnotismo, la reforma de las prisiones, la respiración de los insectos (!!), el suministro de agua a la ciudad de París. En síntesis, Lavoisier hizo casi de todo. Sin embargo, en una época en la que parecía que casi cualquiera que tuviera a mano un matraz, un vaso precipitador, un mechero y algunos polvos podría descubrir algo nuevo (y Lavoisier los tenía; de hecho, tenía el mejor laboratorio privado de la época), Lavoisier no logró descubrir ningún elemento. Pero sí dio sentido a descubrimientos de otros: identificó el oxígeno y el hidrógeno como lo que eran, les dio a ambos sus nombes modernos y presentó una teoría química sobre el oxígeno. También llevó a cabo estudios sobre la fermentación alcohólica y descubrió el ácido ascético.
En 1787 presentó, junto con Guyton de Morveau, Berthollet y de Fourcroy, una nueva nomenclatura química. Los cuatro elementos (tierra, aire, fuego y agua) fueron reemplazados por 55 sustancias (elementos químicos) que no pueden ser descompuestas en sustancias más simples.
Junto con su esposa, demostraron que un objeto oxidado no pierde peso sino que lo gana, y los estudios e investigaciones de ambos ayudaron a comprender por primera vez que la materia no se pierde sino que se transforma, lo cual fue un concepto revolucionario para la época.
Y hablando de revoluciones… llegó la Revolución Francesa en 1789, y Lavoisier estaba en el bando equivocado. No sólo era miembro de la odiada Ferme Générale sino que, como fue dicho, había participado activamente en la construcción de la muralla que rodeaba París, una obra que era detestada y que fue lo primero que se lanzaron a destruir los ciudadanos sublevados. Jean-Paul Marat (enemigo de Lavoisier desde que éste había rechazado despectivamente una teoría suya sobre la combustión años atrás), que se había convertido en una de las voces destacadas de la Asamblea Nacional, denunció en 1791 a Lavoisier y pidió su ejecución, y poco después fue clausurada la Ferme Générale. Marat fue asesinado poco después, pero la suerte de Lavoisier ya estaba echada.
En 1793 fue guillotinada María Antonieta, y un mes después, cuando Lavoisier planeaba con su esposa huir a Escocia, fue detenido. Compareció junto a 31 colegas de la Ferme Générale; 8 fueron absueltos, pero el resto, entre ellos Lavoisier, fue ejecutado en la guillotina en la Place de la Révolution (hoy es la Place de la Concorde… cómo cambian los nombres), luego de ver cómo era ejecutado antes su suegro.
En cuanto a la sra. de Lavoisier, se casó en 1805 con Benjamin Thompson, el conde Von Rumford, inescrupuloso pero inteligente personaje norteamericano que había huido hacia Inglaterra, luego a Alemania y finalmente a Francia, abandonando mujer e hijo en América. El conde llegó a ser autoridad mundial en termodinámica y fue el inventor de varios artefactos útiles (una cafetera de goteo, ropa interior térmica y una cocina, por ejemplo). El matrimonio con Marie-Anne mostró facetas creativas (tal como había sido la pareja anterior de Marie-Anne y Antoine Lavoisier) pero no duró mucho y terminó de mala manera. Von Rumford murió en Francia en 1814. Marie-Anne no lo lamentó demasiado.