Aunque solamente permaneció mil días en el cargo, del 20 de enero de 1961 al 22 de noviembre de 1963, pocos presidentes americanos han dejado una huella tan profunda como John Fitzgerald Kennedy.
Su matrimonio con Jacqueline Bouvier y las radiantes imágenes de la idílica familia ocultaron las peculiaridades de su vida privada, a la vez que engrandecieron una glamurosa presidencia que se truncó, un mediodía de otoño, con su asesinato.
El secretismo de las agencias de inteligencia, la muerte del principal sospechoso y las conclusiones de la Comisión Warren alentaron todo tipo de teorías conspirativas sobre los instigadores y otros autores materiales de su muerte.
Tras dos comisiones de investigación directa al más alto nivel, tres comisiones indirectas, un juicio, una ley federal de recopilación de datos y centenares de libros, todavía quedan lagunas sobre las circunstancias que rodearon el atentado.
Las últimas desclasificaciones de documentos apoyan la tesis de que el asesinato fue tramado por poderosos mafiosos. Sin embargo, 51 años después del magnicidio, el caso sigue abierto.
John F. Kennedy, de 43 años en el momento de la jura del cargo, es el presidente electo más joven de Estados Unidos. Inicia un mandato intenso, tanto por las consecuencias de la guerra fría (Muro de Berlín, fallidas invasiones y crisis de los misiles en Cuba…) como por convulsiones internas (manifestaciones por la igualdad de derechos civiles…).
Por si fuera poco, las relaciones con el vicepresidente Lyndon B. Johnson son tensas. Para relajarlas, en verano de 1963 los dos planifican visitar diversas ciudades de Texas, plaza fuerte de Johnson. El 16 de noviembre los diarios de Dallas publican el itinerario, casi exacto, que el viernes 22 realizará la comitiva por la ciudad.
La mañana de ese día, el presidente y su esposa llegan a Dallas en avión. Montan en la parte posterior de la limusina presidencial. En el asiento de en medio están el gobernador John Connally y su esposa Nellie, y delante dos agentes del Servicio Secreto, agencia federal encargada de la protección del jefe del Estado.
Como ya no llueve, se decide bajar la capota, para que la multitud pueda ver al presidente durante el trayecto del aeropuerto al centro de convenciones, donde se celebrará un almuerzo con empresarios.
Alrededor de las 12.30 h, segundos después de pasar frente al Almacén de libros escolares de Texas, se oyen unos disparos. Provienen de una ventana de la sexta planta del edificio. En la plaza Dealey, delante de donde el empresario Abraham Zapruder está filmando con su cámara muda, Kennedy se desploma sobre Jackie, al mismo tiempo que el gobernador Connally cae inconsciente sobre el regazo de su esposa. El vehículo acelera camino del hospital, donde media hora más tarde se certificaría la muerte del presidente.
Si bien la policía acordona el Almacén, el autor de los disparos, Lee Harvey Oswald, sale fácilmente. Se dirige a su piso de alquiler, recoge un revólver y deambula por la calle.
A las 13.15 h, un policía que circula solo en un coche patrulla desciende y se acerca a Oswald. Éste, sin mediar palabra, le descerraja tres tiros. Sigue caminando, retrocede donde yace malherido el agente y le dispara en la cabeza. El policía, J. D. Tippit, muere en el acto. Oswald carga de nuevo el revólver y se refugia en un cine, donde es detenido.
Oswald es interrogado diversas veces por la policía y el FBI. Los jefes de estos organismos aparecen en diversas convocatorias de prensa, a las que asiste Jack Ruby, propietario del Carousel Club, un local de striptease.
Sin embargo, su presencia no provoca extrañeza en policías ni periodistas, pese a que conocen su actividad. A las once de la mañana del domingo, Oswald está en el sótano de la comisaría para ser transferido de la celda al furgón de la prisión. Reporteros, fotógrafos y cámaras de televisión cubren el recorrido del pasillo. Es un lugar de acceso restringido, pero Ruby está allí, y dispara una bala al pecho de Oswald.
Evacuado al hospital, el magnicida morirá, con 48 horas de diferencia, en la misma sección de urgencias que el presidente Kennedy. El acto contra Oswald es insólito por otro motivo: es el primer asesinato retransmitido por la televisión americana.
En pocos días, rumores contradictorios, la escasez de información oficial y la eliminación del único sospechoso acrecientan las especulaciones.
Para aclarar unas dudas que afectan a la esencia del Estado, el nuevo presidente Lyndon B. Johnson crea, una semana después del atentado, la conocida como “Comisión Warren” (por su presidente, Earl Warren, jefe del Tribunal Supremo, en la imagen entregando el informe al presidente Johnson), de la cual también forman parte políticos, como el futuro presidente Gerald Ford.
La comisión comete diversas equivocaciones. Por un lado, porque la CIA (la agencia de inteligencia) y el FBI (la agencia federal de investigación y contraespionaje), inmersos en operaciones secretas, le ocultan datos. Por otro, por la incompleta comprobación de pruebas, según reconoció en 1998 el informe final sobre el asesinato.
La celeridad en señalar a Oswald como un homicida solitario es determinante para que la opinión pública desarrolle conjeturas paralelas, como la de que agentes de la CIA hubieran disparado desde un montículo cercano.
La comisión formula, además, teorías polémicas que casi nadie cree. Una, que en seis segundos Oswald dispara tres tiros y acierta dos, algo increíble en un rifle en que es necesario accionar una palanca para cargar cada bala, así como por la distancia al blanco.
Otra, la teoría de la “única bala”, por la cual un solo proyectil penetra por la espalda del presidente, atraviesa su cuerpo, sale por debajo de su garganta, penetra en la axila del gobernador, perfora su pulmón, sale por el pecho y rasguña su muñeca y muslo. Llamada “bala mágica” por los escépticos porque, según ellos, tuvo que hacer un giro imposible para herir a los dos políticos, la hipótesis centrada en ella se validó años después: el presidente y el gobernador estaban en línea recta respecto a la trayectoria del proyectil.
Será en 1975 cuando la Comisión Rockefeller, dirigida por el vicepresidente Nelson Rockefeller, trate indirectamente, y descarte, tanto la posible participación de la CIA en el asesinato como la idea de que el presidente fuera herido frontalmente por una bala.
La comisión hace público, por primera vez, el visionado completo de la película del empresario Zapruder, lo cual provoca el surgimiento de más teorías conspirativas, tan originales como la de convertir un paraguas en arma secreta de la CIA, la del agente del Servicio Secreto que conduce la limusina y se gira para disparar o, más extravagante, la del tirador situado dentro de una alcantarilla.
El mismo año, el Senado constituye el Comité Church, presidido por el senador Frank Church, que, después de una laboriosa investigación, determina que la CIA ocultó información relevante a la Comisión Warren.
Aunque el Comité Church hace públicos muchos datos, persiste la sospecha ciudadana de que se siguen reteniendo datos. Para remediarlo, en 1976 se crea el Selecto Comité del Congreso sobre asesinatos, que revisa los de Kennedy y Martin Luther King. En el caso del primero, el comité extrae contundentes conclusiones: “Es probable que el presidente fuera asesinado como resultado de una conspiración”. Pero no puede identificar a otros autores aparte de Oswald.
Excluye la participación del FBI y la CIA, de la URSS, del gobierno cubano y de grupos anticastristas, así como de la mafia como organización, aunque no descarta que algún jefe mafioso esté involucrado.
Además, el comité da respuesta a uno de los mayores enigmas: Lee Harvey Oswald dispara tres balas. La primera se pierde, la segunda impacta en el presidente y el gobernador –validando la teoría de la “única bala”– y la tercera, que perfora el cerebro del presidente, le causa las lesiones letales.
En 1991, basado en el libro del fiscal Garrison On the Trail of the Assassins (JFK: tras la pista de los asesinos, Ediciones B, 1992), se exhibe el filme JFK, del director Oliver Stone. Su factura es excelente (gana dos Oscars), pero la trama, desvirtuada, lleva al espectador a la conclusión de que la CIA y el FBI conspiraron para matar a Kennedy.
Sin embargo, la película proporciona una impactante reflexión: ¿se puede confiar en las comisiones de investigación si los documentos en que se basan son secretos? Stone da en el clavo.
Toda la documentación continuaba bajo llave, excepto una pequeña parte que se haría pública en 2029. La cinta eleva las suspicacias hacia las instituciones hasta tal punto que provoca inquietud gubernamental, lo que conlleva la promulgación de la ley de 1992 de Recogida de informes sobre el asesinato del presidente John F. Kennedy.
Para “restaurar la confianza pública en que el gobierno no oculta información secreta relevante”, la ley crea una junta independiente que compile los datos oficiales sobre el magnicidio para hacerlos accesible al público, como máximo, en 2017.
¿Qué escondían la CIA y el FBI a las comisiones? Según el Comité sobre Asesinatos, durante la administración Eisenhower la CIA recibe la orden de matar a Fidel Castro, tarea que planifica valiéndose de jefes mafiosos.
Mientras tanto, Kennedy acumula relaciones con distintas mujeres. La que mayor repercusión supone es la que mantiene con Judith Campbell. El cantante Frank Sinatra, socio del poderoso capo de Chicago Salvatore “Sam” Giancana en el casino Cal-Neva del lago Tahoe, se la presenta a JFK en 1960.
Campbell y Kennedy mantienen relaciones íntimas hasta 1962, cuando (según descubrió el Comité Church) el director del FBI informa a Robert, hermano del presidente y ministro de Justicia, de que Campbell es a la vez amante de Sam Giancana. Pero existían más vínculos. El padre de Kennedy había pedido ayuda al mafioso para que su hijo ganara las elecciones de 1960. En Illinois, JFK obtuvo 27 delegados harto sospechosos, que su rival, Richard Nixon, estudió impugnar.
La mafia no soporta la idea de haber contribuido al triunfo electoral de Kennedy y de que su hermano Robert, a través del Departamento de Justicia y del FBI, los persiga hasta la extenuación.
Antes de ser ministro, Robert ya había formado parte de importantes comisiones de investigación, en las que mostró especial vigor a la hora de destapar las relaciones delictivas de James R. Hoffa, presidente del sindicato de camioneros, con Sam Giancana.
Espoleados por la CIA con la idea de matar a Castro y asediados judicialmente por Robert Kennedy, algunos mafiosos encuentran la válvula de escape a su rabia. Robert es el objetivo principal, pero con la muerte del presidente saldarían todas las cuentas con la familia.
Para sellar el acuerdo con el líder soviético Nikita Kruschev sobre la crisis de los misiles en Cuba, JFK se compromete a no interferir en la isla. Viendo truncadas sus aspiraciones de recuperar el poder, los anticastristas y sus aliados americanos de extrema derecha se vuelven extremadamente rencorosos con Kennedy.
Sus intereses, junto con los de la mafia, forman una extraña nebulosa que confluye en un mismo objetivo: eliminar al presidente.
No sabemos si los misterios sobre el asesinato del presidente se desvelarán algún día. Desde 2017 la documentación oficial está a disposición del público, pero ¿podemos esperar que la mafia dejara registros escritos de sus acciones?