Para los griegos la enfermedad era una dolencia de todo el cuerpo, no de una parte, sino un desequilibrio de los humores corporales y su interacción con el medio. Fue Giovanni Battista Morgagni quien localizó la enfermedad en el órgano: Uno está enfermo del riñón, del hígado, o del cerebro.
Xavier Bichat, el gran cirujano francés, apunta al tejido: la enfermedad es de la piel, las articulaciones, etc. Le tocó al eminente patólogo Rudolf Ludwig Karl Virchow (1821 – 1902) identificar a la célula como la unidad básica de la vida y, por lo tanto, de la dolencia.
Rudolf Virchow era un miembro de la nobleza prusiana, los junker que habían logrado la integración de Alemania bajo la conducción de Bismarck.
A pesar de su formación académica como médico militar ( o mejor dicho, quizás por esta causa) aprendió a mirar la realidad con ojo crítico.
El concepto era revolucionario hasta entonces los médicos creían que la enfermedad venía de afuera del cuerpo, ahora el mismo organismo creaba la dolencia.
A los 26 años, Virchow había creado una revolución en la medicina, jamás pensó que también terminaría involucrado en una revolución social.
Cuando fue enviado a investigar una epidemia de Tifus en Silesia, su informe fue contundente. El problema radicaba en la miseria en la que debía vivir la clase trabajadora. Para combatir el tifus era necesario combatir la pobreza.
El legado de Virchow apareció en 1848, el mismo año que Marx y Engels publicaron el manifiesto comunista. Europa era un polvorín a punto de estallar, incluso en las calles de Berlín, donde Virchow ocupaba su puesto en las barricadas y desde las páginas del periódico Reforma Médica, que él había fundado.
Las autoridades de la Universidad de Berlín respiraron aliviadas cuando su brillante, pero inquieto profesor, se trasladó a Würzburg, en Baviera, donde se concentró para escribir el libro que lo consagraría, Die Celularpathologie.
Curiosamente, gran parte de los principios expresados por Virchow pertenecían a Matthis Schleiden (un ex abogado que había sufrido un intento de suicidio que lo condujo al estudio de la medicina).
Basado en las ideas de Schleiden y Schwarn, Virchow propuso su estudio, y promovió a la célula como unidad básica del organismo y sede de la enfermedad.
En 1859, Virchow volvió a la política, primero como miembro del Consejo Urbano de Berlín y después en la Cámara de Diputados de Prusia, donde propuso sus ideas de saneamiento urbano.
Si bien las ideas entre Virchow y Otto von Bismarck no discrepaban mucho (kulturkampf le decían a este conflicto, que también tenía a la Iglesia y sus seguidores como opositores a Bismarck y su tendencia al protestantismo), la posición del médico y sus exigencias exasperaron el ánimo del Canciller de Hierro, quien desafió a Virchow a duelo (1865). Cuando los padrinos le comunicaron la intención de Bismarck, el patólogo no se amedrentó y eligió el arma que mejor sabía usar: dos salchichas, una contaminada, y otra sana. ¿Cuál elegiría el Canciller? El duelo nunca se llevó a cabo.
Interesado en la antropología, Virchow fundó el Museo Etnológico de Berlín, bajo la dirección del célebre sociólogo, Franz Boas (años después profesor de Margaret Mead).
Virchow también intentó realizar un estudio entre los niños, comparando su etnia con los resultados académicos. La conclusión fue terminante: no había diferencias. Rudolf Virchow llegaba a esta conclusión con casi 40 años de anticipación a la diletancia racial de Hitler.
Hasta los últimos días de su vida, Virchow siguió con su rutina de trabajo, que incluía clases, consultorio, estudios de laboratorio y asistencia al Reischstag, desde donde exponía su posición con la crudeza y vehemencia que lo había puesto al borde de un duelo con salchichas, con el hombre más poderoso de Alemania y Europa.