La Noche de los Cuchillos Largos

El 29 de enero de 1933, Adolf Hitler recibía la noticia de que al día siguiente sería nombrado canciller. Sin embargo, su aspiración de ostentar el poder absoluto estaba aún lejos de consumarse. Necesitaba el apoyo del Ejército para obtener el poder absoluto cuando el presidente Paul von Hindenburg, ya enfermo, muriera. Pero los generales insistían en que primero dominara a las SA (“Secciones de Asalto”), que intimidaban desde hacía tiempo a los enemigos del nazismo y que ahora reclamaban la dirección militar y el manejo del Ejército.

El gabinete elaborado por Hitler era mayoritariamente conservador, y para afianzarse en el poder se dedicó a atacar abiertamente a todo aquel que se le opusiera, aunque sin enarbolar aún la bandera del antisemitismo, que ya empezaba a tomar forma tanto entre las capas más pudientes e ilustradas de la sociedad alemana como entre los pequeños industriales y el campesinado.

Hitler tuvo que lidiar entonces con Ernst Röhm, el líder de las temibles y mencionadas SA, la organización paramilitar más importante dentro del partido nacionalsocialista. Los más allegados colaboradores de Hitler señalaron a las SA (una organización que en poco tiempo había alcanzado una gran relevancia y tenía más de tres millones de militantes), como un peligro potencial para sus aspiraciones. A su vez, la llegada al poder del partido nazi generaba cierta preocupación en Röhm, que acusó al partido de haber alcanzado un acuerdo con las fuerzas tradicionales y con el Ejército para acabar con todo vestigio de la República de Weimar. No le faltaba razón.

Röhm, viejo amigo de Hitler y el único de su entorno que se atrevía a tutearlo, pretendía fusionar a sus SA con el Ejército regular, a fin de crear unas Fuerzas Armadas que fueran verdaderamente nacionales y que, naturalmente, estuvieran bajo su mando. A pesar de la antigua amistad que le unía con Hitler, en sus círculos más íntimos Röhm vertía opiniones como ésta: “Si él (Hitler) cree que puede estrujarme para sus propios fines eternamente y algún día echarme a la basura, se equivoca. Las SA pueden ser también un instrumento para controlar al propio Hitler”.

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Adolf Hitler, ya canciller imperial de Alemania, junto a Ernst Röhm, cofundador y comandante de las SA, haciendo el saludo fascista en 1933.
Adolf Hitler, ya canciller imperial de Alemania, junto a Ernst Röhm, cofundador y comandante de las SA, haciendo el saludo fascista en 1933.

 

Inicialmente Hitler no pareció percatarse del alcance del pensamiento de Röhm, pero dentro del partido varios empezaron a preocuparse seriamente y por eso se alzaron voces contra Röhm y su entorno más cercano. La enemistad que Hermann Göring sentía por Röhm era por todos conocida y manifiesta, pero de quien nadie podía sospechar animadversión era de Heinrich Himmler. Himmler siempre había apoyado a Röhm, pero ahora se le presentaba la oportunidad no sólo de quitarlo de en medio, sino de alcanzar una cuota de poder que no pensaba desaprovechar.

Hitler finakmente concluyó que Röhm era una amenaza y debía desaparecer para allanar su camino hacia el poder absoluto, y para ello se decidió la llamada “Operación Kolibri”. Con ella dio inicio una de las más maquiavélicas acciones de Hitler a lo largo de su trayectoria política. Himmler ordenó a Reinhard Heydrich (siempre encargándose del trabajo sucio, el amigo Reinhard), jefe del servicio de inteligencia de las SS, que recopilara toda la información que pudiese sobre Röhm y los suyos. Muy pronto, lo que en realidad eran datos intrascendentes terminaron convirtiéndose en pruebas “fehacientes” de que se estaba urdiendo un complot de las SA (la forma de presentar los datos a veces puede hacer que uno saque las conclusiones… que quiera sacar). En ese contexto, Hitler organizó una reunión entre el alto mando del Ejército, los jefes de las SA y los de las SS. En esa reunión Röhm fue presionado para que firmara un documento en el que reconocía y acataba el poder de la Reichswehr (las Fuerzas Armadas alemanas) sobre las SA. En esa misma reunión, Hitler hizo saber a los convocados que las SA se iban a convertir en una fuerza “auxiliar” del Ejército. Röhm se negó, dijo que no acataría dicha resolución y continuó abogando por lo opuesto: un Ejército dirigido por las SA.

Ante aquella situación, Hitler se vio sometido a numerosas presiones para que limitase el poder de las SA y actuase rápidamente contra Röhm. Sin embargo, Hitler no terminaba de tomar la decisión de descabezar las SA. Pero la gota que colmó el vaso fue el discurso del aún vicecanciller Franz von Papen en la Universidad de Marburgo. En una inusual muestra de coraje político impropio de su personalidad, Von Papen pidió decencia, la vuelta de algunas libertades y el fin de la aún no comenzada “Segunda Revolución”. El contenido del discurso mojaba la oreja de Hitler, que meas que restaurar libertades era partidario de restringirlas.

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Ernst Röhm rodeado de integrantes de las SA.

Ernst Röhm rodeado de integrantes de las SA.

 

A pesar de los esfuerzos del ministro de Propaganda Joseph Goebbels para evitar su difusión, el texto del discurso se extendió por Alemania. Eso enfureció a Hitler y, ante el temor a una intervención presidencial, decidió ir a ver al presidente von Hindenburg a su residencia de Neudeck. El canciller fue recibido con frialdad por Blomberg, el ministro de Defensa. Este le advirtió, de parte del presidente, que se declararía el estado de sitio y el Ejército impondría el orden en el país si no acababa con las SA. Hitler accedió, pues necesitaba del apoyo del Ejército para la consecución de sus planes.

Luego de esa reunión, Hitler ya tenía la clara intención de acabar con la vida de Röhm y zanjar cuentas con todos sus adversarios. Himmler y Göring, sus colaboradores más estrechos, empezaron a organizar la “limpieza”. Comenzaron creando una falsa denuncia en la que acusaban a Röhm de haber recibido doce millones de marcos del gobierno francés para que las unidades de las SA derrocaran a Hitler. La denuncia incluía una lista de personas, miembros o no de las SA, que debían ser eliminadas, entre las que figuraban los nombres de algunos altos oficiales del Ejército. La operación para eliminar a toda esa gente se puso en marcha la noche del 30 de junio de 1934, y lo ocurrido esa noche modificaría la estructura de poder del nacionalsocialismo para siempre. Esa noche del 30 de junio representaría el fin de las SA, y sería conocida como “la Noche de los Cuchillos Largos”, en la cual la conspiración se puso en marcha.

A las 22 hs, de la noche del 30 de junio, Goebbels llama a Göring a Berlín, le da la contraseña “Kolibri” y el plan se pone en marcha. Era la señal para que éste empezara la búsqueda, captura y ejecución de los hombres que aparecían en la lista y que debían ser eliminados. La propaganda que siguió a estos asesinatos pretendió justificar dichos crímenes como “un golpe a la inmoralidad y la traición”. Las SS y la Gestapo salen en busca de quienes figuran en las listas entregadas. Miembros de las SA de Munich son llevados por las SS a la prisión de Stadelheim, donde algunos serían fusilados. En los cuarteles berlineses de Lichterfelde ocurriría algo similar.

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Las SA desfilan frente a la Cancillería del Reich la noche del 30 de enero de 1933.
Las SA desfilan frente a la Cancillería del Reich la noche del 30 de enero de 1933.

 

Hacia la una de la madrugada, Heinrich Himmler y Hermann Göring informan a Hitler de un intento de rebelión de las SA en Berlín y Munich. No era cierto. A las dos de la madrugada, Hitler, Goebbels y otros miembros de su banda toman un avión hacia Munich en el aeropuerto de Hangelar. Aterrizan en el aeródromo de Oberwiesenfield en Munich y se dirigen a la oficina de los líderes de las SA de Baviera, August Schneidhuber y Hans Schmidt. Hitler les arranca las insignias, Schmidt hace un gesto brusco y es acribillado. La comitiva viaja a Bad Wiessee, donde se encuentran Röhm y los suyos. Los jefes de las SA son atados y hechos prisioneros; otros son muertos en su misma cama y sus cuerpos arrastrados a la calle. Ernst Röhm es detenido y enviado a la prisión Stadelheim, en Munich. A pesar de saber que la supuesta “conspiración” en su contra era sólo una argucia para abrirse camino y deshacerse de posibles rivales, Hitler se mostró iracundo y rabioso (para dramatizar mentiras era genial, Adolf). Al llegar a la sede del partido en Munich junto a Goebbels, en un discurso improvisado a sus seguidores informó: “Los sujetos indisciplinados y desobedientes, así como los elementos antisociales y enfermos serán ‘inhabilitados'”.

Durante el camino de vuelta, Hitler y los suyos se cruzan con los vehículos de otros jefes de las SA que se dirigen a una reunión que ya no se celebraría. Sus coches son interceptados por las SS y allí mismo se lleva a cabo la selección de los que morirán y de los que vivirán, y es en ese momento cuando Hitler decide que su antiguo amigo debe ser eliminado. Este sería asesinado en su celda al día siguiente por dos hombres de las SS, tras rehusar suicidarse, opción que le fue ofrecida.

El 13 de julio, Hitler pronunció un discurso ante el Ejército en el que defendió su actuación: “Di orden de cauterizar la carne cruda de las úlceras de los pozos envenenados de nuestra vida doméstica para permitir a la Nación conocer que su existencia, la cual depende de su orden interno y su seguridad, no puede ser amenazada con impunidad por nadie. Y para hacer saber que en el tiempo venidero, si alguien levanta su mano para golpear al Estado, la muerte será su premio”. Uau, qué retórica la de Adolf.

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