El primero en descubrir el ácido acetilsalicílico -tal la denominación científica de la aspirina- fue Charles Frédéric Gerhardt, un químico francés de indudable origen alemán, quien la aisló de la corteza del sauce y de la ulmaria, plantas que desde tiempos inmemorables se usaban para bajar la fiebre. Le cupo a Felix Hoffman y a su colega Arthur Eichengrün la síntesis de dicha sustancia, cosa que permitió su comercialización por la firma que fundara en 1863 Friedrich Bayer.
En realidad, esta empresa se dedicaba a la producción de tinturas, pero como descubrieron que muchos compuestos que manejaban también tenían propiedades terapéuticas se dedicaron a investigar la utilidad de estos productos, incluida la aspirina. Este fue el gran descubrimiento de la firma que, entre otros productos, sintetizó a la heroína, el Prontosil, el ciprofloxacino y el Suramin (un antihelmíntico de suma utilidad para la tripanosomiasis o enfermedad del sueño).
Tenemos la inclinación a homenajear a quienes describieron un nuevo producto y olvidar a aquellos que juntaron la evidencia para mostrar su efectividad. Sin embargo, en este caso fue lo contrario. El único en lucrar a expensas de la aspirina fue Heinrich Dreser, promotor de las bondades del ácido acetilsalicílico. Gracias a sus estudios, este producto se lanzó al mercado en 1899 con el nombre de Aspirina. Su defensa de este remedio fue tan impetuosa que olvidó nombrar a Hoffman y a Eichengrün.
Lo cierto es que el único que cobró regalías por el producto fue Dreser, aunque siempre reconoció a Hoffman (no así a Eichengrün) como el descubridor del formidable antiinflamatorio.
El nombre de aspirina, que era la denominación comercial del producto (AAS, por acetylierte Spirsäure) pasó a ser de uso público después de una complicada historia de patentes y misteriosas transacciones, en la que se vio obligado a participar el Servicio Secreto de los Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial. Por la Ley de Comercio Enemigo se enajenó a las empresas de origen alemán, incluida la que descubrió, sintetizó y promovió la venta de la aspirina.
La ultima parte de esta saga (que seguramente no será la final), la escribió John Robert Vane de la Universidad de Londres, quien en 1982 reveló el modus operandi del ácido acetilsalicílico. Este compuesto inhibe la síntesis a partir del acido araquidónico, de las prostaglandinas, las sustancias naturales encargadas de mediar los procesos del dolor y la inflamación. Así Vane y sus colaboradores develaron el misterio que intrigó a los médicos desde los tiempos en que Hipócrates usó la corteza del sauce para aliviar las penas de sus pacientes.