La guerra en Bosnia-Herzegovina

Yugoslavia estaba formada por seis repúblicas: Serbia (la más grande en extensión), Macedonia (en el extremo sur), Montenegro, Bosnia-Herzegovina, Croacia (como un cuerno sobre la costa del mar Adriático) y Eslovenia (en el extemo norte).

El anticipo de lo peor fue el conflicto inicial en la provincia de Kosovo, que formaba parte de Serbia y cuya etnia es predominantemente albanesa. En 1989 la población musulmana de Kosovo se rebeló contra la dominación serbia; el gobierno serbio envió soldados y mitigó la rebelión, pero la misma se repitió al año siguiente, creando gran inestabilidad en la región (lo que se dice una bomba de tiempo).

También en 1990, Macedonia, Eslovenia (la república de mayor riqueza) y Croacia eligieron gobiernos no comunistas. En junio de 1991, después de que el presidente Slobodan Milosevic (serbio, nacionalista y comunista) impidiera que el líder croata Stipe Mesic asumiera la presidencia “colectiva” de Yugoslavia, las repúblicas de Eslovenia y Croacia decidieron separarse.

El ejército yugoslavo, dominado por los serbios, se movilizó en ambas repúblicas. Se fueron de Eslovenia poco después, en julio del mismo año, pero en Croacia se produjo una lucha que derivó en una guerra entre ambas repúblicas, con “limpieza étnica” (peor nombre imposible) incluida, en la que se produjo el asesinato y la expulsión de todos los croatas de las zonas serbias. Esto continuó hasta enero de 1992, cuando tuvo lugar un “alto el fuego” dirigido por una fuerza de 14.000 soldados de la ONU. Para entonces habían muerto 25.000 personas, y las fuerzas federales y la milicia serbia habían ocupado un tercio del territorio croata.

La declaración de independencia de Macedonia en septiembre de 1991 no resultó violenta (aunque Grecia, que tenía una región con el mismo nombre, aplazó su reconocimiento exigiendo que el nuevo país tuviera un nombre diferente – una minucia, digamos -).

Pero (siempre hay un pero)… en abril de 1992, después de la secesión de Bosnia-Herzegovina (que dejaba a Serbia y Montenegro como únicas partes remanentes de Yugoslavia), los serbios atacaron con una violencia sin precedentes, y se produjo en la región balcánica un baño de sangre.

El conflicto europeo más sangriento desde la Segunda Guerra Mundial empezó el 6 de abril de 1992. A pesar de que a principios de ese mes la comunidad internacional había reconocido la independencia de Bosnia, días después el ejército yugoslavo (de mayoría serbia) y las milicias serbio-bosnias se movilizaron para apoderarse de todo el territorio posible, con el objetivo de formar “la gran Serbia”.

Bosnia era un compendio de grupos étnicos y religiosos: 44% de musulmanes, 31% de serbios, 17% de croatas. Su centro político y espiritual era su capital, la histórica y elegante ciudad de Sarajevo, que sufrió un asedio cruento y prolongado. El sitio de Sarajevo, llevado a cabo por las fuerzas del Ejército Yugoslavo (JNA) y de la autoproclamada República Sprska (VRS, una entidad política y militar compuesta por serbios, croatas y bosnios que ocupaba parte del territorio de Bosnia-Herzegovina) duró desde el 6 de abril de 1992 hasta el 29 de febrero de 1996 (tres meses después de haberse firmado la paz). El sitio fue tan prolongado como despiadado; los habitantes de Sarajevo se acurrucaban en sótanos fríos bajo los bombardeos y los francotiradores, sufriendo la falta de comida, medicinas y combustible. Se estima que de las más de 12.000 personas que murieron en el sitio y las 50.000 que resultaron heridas durante el asedio, el 85% fueron civiles.

Otras comunidades bosnias (o “bosníacas”, como se prefiera) también fueron sometidos a la “limpieza étnica” de los serbios. Al resucitar un odio que se remontaba hasta el siglo XIV, cuando los turcos musulmanes conquistaron Serbia, los soldados de Milosevic “vaciaron” de musulmanes pueblos enteros. A veces los mataban directamente, otras veces los sometían a una rutina de torturas y violaciones y los dejaban morir de hambre en campos de concentración. Las fuerzas gubernamentales de Bosnia, de mayoría musulmana, con menos armas que sus enemigos, lucharon tenazmente, pero en vano.

Hacia fines de 1992, un millón de personas había dejado sus hogares y decenas de miles habían muerto.

La Comunidad Europea, Estados Unidos y la ONU impusieron sanciones a Serbia y organizaron misiones de asistencia, muchas de las cuales fueron bloqueadas sistemáticamente por los serbios. Ni los negociadores ni las fuerzas de paz, que llegaron en marzo de 1993, lograron detener la lucha.

Croacia también se involucró en el conflicto. Los presidentes de Croacia, Franjo Tudjman, y de Bosnia-Herzegovina, Alia Izetbegovic, suscribieron en 1992 un acuerdo “de amistad y cooperación” que formalizaba la alianza política y militar de ambas repúblicas en contra de Serbia. Los dos dirigentes, reunidos en Zagreb, pidieron a la ONU, a la Comunidad Europea (CE) y a EE UU la adopción de “medidas eficaces” contra “la agresión de las fuerzas serbias y montenegrinas en Croacia y Bosnia”. El “alto el fuego” (otro más) acordado entre los serbios y los musulmanes de Bosnia en febrero de 1994 fue considerado internacionalmente como el principio de la paz, pero la verdad es que fue solo un acto diplomático sin efecto real. Los “serbio-bosnios” y la VRS, decididos a convertir a la antigua Yugoslavia en “la gran Serbia”, continuaron bombardeando Sarajevo y otras ciudades bosnias.

El ejército bosnio luchaba para conservar el 30% del territorio bosnio aún no ocupado por los serbios. Los dos bandos continuaron matándose, y ni la OTAN ni la ONU podían detener la guerra (tampoco es que se desvivían por terminar esa masacre, eh…). Lo que sí hacían era negociar con Radovan Karadzic (político serbio-bosnio, presidente de la VRS República Sprska entre 1992 y 1996), amenazándolo con ataques aéreos. Se ve que tan amenazantes no fueron, porque Karadzic, respaldado por Milosevic, aumentaba la dureza de su postura, impulsando a sus soldados a consumar el exterminio de los bosnios musulmanes.

Como muestra de esto, y en postura claramente desafiante, los serbios lanzaron una ofensiva brutal conra Bihac, al noroeste de Bosnia, un enclave musulmán que había sido declarado como “zona de seguridad” por la ONU. Eso llevó a la OTAN a bombardear una base aérea serbia (¡uau!), y los serbios respondieron tomando rehenes entre los soldados de la ONU, mientras Karadzic se mofaba: “Bihac volverá a ser una zona de seguridad cuando los serbios la ocupen”.

Para empeorar la cuestión, la OTAN estaba dividida. EEUU culpaba a los serbios y proponía enviar armas a los musulmanes; Inglaterra y Francia culpaban a ambos bandos y decían que el aumento de armamento solo agravaría la situación (gran deducción, sin duda). “Todos somos cómplices”, decían en la ONU. A esa altura, la guerra ya llevaba tres años.

En julio de 1995, las tropas serbias ocuparon otra “zona segura” en Srebrenica, en el este de Bosnia, donde alrededor de 8000 civiles bosnios fueron asesinados, en la conocida masacre de Srebrenica. La mayoría de las mujeres fueron expulsadas, asesinadas y violadas.

De acuerdo con el acuerdo bosnio-croata, las fuerzas croatas operaron en el oeste de Bosnia y a principios de agosto lanzaron la Operación Tormenta, haciéndose cargo de la región de Krajina, que trajo consigo una nueva limpieza étnica, en este caso de serbios.

Después de años de masacre, la comunidad internacional presionó a Milosevic (Serbia), Izetbegovic (Bosnia-Herzagovina) y Tuđman (Croacia) a reunirse de una vez en una mesa de negociaciones, y la guerra terminó con los Acuerdos de Dayton, que se firmaron el 21 de noviembre de 1995. La versión final del acuerdo de paz fue firmada poco después, el 14 de diciembre de 1995, en París.

El número de muertos tras la guerra fue controversial: inicialmente estimado en alrededor de 200.000 por el gobierno bosnio, algo más de 120.000 estimaron los serbios. Se estimó que el 55% de los muertos fueron civiles. También se registraron casi un millón y medio de refugiados y exiliados.

Los números finales de siempre.

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