Muchos médicos han sido cómplices de regímenes totalitarios, como los psiquiatras soviéticos en la era stalinista, o los médicos japoneses que hacían experimentos sobre los prisioneros de guerra y llegaron a realizar prácticas de vivisección en sus víctimas. También sabemos que los médicos sudafricanos falsificaban las causas de muerte de los prisioneros de color encerrados por causas políticas y que hubo médicos argentinos y chilenos que asistieron en las torturas durante las dictaduras militares de sus respectivos países. En Estados Unidos muchos profesionales colaboraron con la CIA en experimentos psicológicos y en la administración de drogas alucinógenas para la manipulación de prisioneros y extracción de información siguiendo las experiencias de los nazis en los campos de concentración.
Hubo médicos americanos que esterilizaron a débiles mentales y epilépticos, amparados por leyes eugenésicas impulsadas en la década de 1920, y existió un grupo de profesionales que analizó el curso de la sífilis sin tratamiento por casi cuarenta años (Tuskegee Syphilis Study (1932-1970) en gente de color durante la era antibiótica, solo para establecer fehacientemente la evolución natural de la enfermedad.
En el Jewish Chronic Disease Cancer Experiment, realizado en Nueva York durante el año 1964, se inyectaron células cancerosas en adultos para ver cómo respondía el cuerpo ante estas células atípicas, sin que los pacientes fueran advertidos y prestasen su consentimiento para llevar adelante este experimento.
Willowbrook es un instituto para niños retardados ubicado cerca de la ciudad de Nueva York. En 1956 cientos de jóvenes discapacitados mentalmente, pero sin enfermedad orgánica, fueron inyectados con el virus de la hepatitis y después tratados con gamma globulina para conocer la efectividad del tratamiento. Ni los padres ni los tutores estaban al tanto del estudio que se dio en llamar Willowbrook Hepatitis Experiment (1956-1970).
Fueron también médicos idealistas los que prepararon la pócima a base de cianuro que terminó con la vida de casi mil miembros del People’s Temple en Guyana.
Podríamos seguir citando casos, pero ninguno de ellos llegó a los extremos que llegaron los médicos alemanes durante el gobierno nazi, sin cuya colaboración jamás se hubiese logrado la “Solución Final”.
La medicalización de la muerte a grandes escalas propuesta por Hitler y su entorno respondía a una visión biomédica de la política con obvias connotaciones raciales, deficientes conocimientos de genética y mecanismos de la evolución, además de una interpretación muy particular de la historia alemana reciente basada en la Dolchstoßlegende (o puñalada por la espalda).
El surgimiento de un régimen fuerte, ordenado y nacionalista que mejoró las condiciones de vida de millones de alemanes y resucitó su alicaído orgullo, creó una ola de entusiasmo a todo nivel. Debemos recordar que los profesionales universitarios provenían en un 70% de las clases menos acomodadas.
El nuevo orden mejoró las condiciones económicas de los profesionales médicos que habían sufrido un retroceso en sus remuneraciones durante los tiempos de la República de Weimar. Las medidas de austeridad del canciller Heinrich Brüning habían disminuido los honorarios médicos y también había disminuido la cantidad de pacientes por falta de medios. Cuando en 1933 se prohibió ejercer al 15% de los médicos que eran judíos, los restantes mejoraron sus condiciones de trabajo. De allí el entusiasmo de estos profesionales por las políticas del Führer.
Editores de libros médicos, como Julius Friedrich Lehmann (1864-1935), también generaron cierta influencia sobre los profesionales, facilitando la difusión de textos racistas como los de Alfred Ploetz (1860-1940), Hans F. K. Günther (1891-1968) y J. Arthur de Gabineau (1816-1882).
Los nazis hablaban del Estado ideal como una “biocracia” y, a diferencia de una teocracia o una democracia, anteponían la salud de la nación a la de los individuos. Como dijo claramente Rudolf Hess, el nacionalsocialismo “no es otra cosa que biología aplicada” y los nazis la aplicaron para eliminar a los que consideraban “seres inferiores”, y convirtieron esta consigna en el credo de un régimen que algunos de sus miembros más fanatizados pretendieron transformar en una nueva religión.
No resulta extraño, entonces, que esta cosmovisión atrajese a los médicos, convocados a ser jueces y parte de una gesta evolutiva. En la época de mayor efervescencia, es decir, de 1933 a 1938, casi el 45% de los profesionales de la salud adhirieron al partido, mientras que lo hicieron el 25% de los abogados y solo el 7% de los maestros. Ningún otro grupo adhirió con tanto entusiasmo a este Gleichschaltung o proceso de sincronización de los profesionales y técnicos con las nuevas ideas del nacionalsocialismo, un partido que no solo prometía más trabajo y mejores remuneraciones, sino que los involucraba en un compromiso político.
Ellos encabezaron un genocidio. Sin los médicos hubiese sido imposible proceder a los campos de concentración en eficientes fabricas de muerte.
Un grupo de médicos alemanes, reconocidos por sus estudios sobre enfermedades nombradas en su honor, fueron denunciados por sus actividades pronazi y sus nombres eliminados de la memoria colectiva. Entre ellos se encuentran Friedrich Wegener (1907-1990), Hans Reiter (1881-1969) y Hubertus Strughold (1898-1986). El primero fue médico del Ghetto de Lodz donde murieron 40.000 prisioneros. Por más que el American College of Chest Physicians le haya dado el título de maestro en clínica, este fue removido cuando se conoció su pasado nazi y el nombre de la granulomatosis que llevaba su nombre fue reemplazado por el nuevo título de “granulomatosis con poliangeitis” (2011).
Hans Reiter, quien describiera el síndrome de uretritis, con artritis y uveítis asociada, participó en los experimentos con tifus en prisioneros del campo de Buchenwald donde, por lo menos, murieron 250 personas. Fue apresado y cumplió una condena.
Por último, Strughold era considerado el padre de la medicina aeroespacial en Estados Unidos, aunque gran parte de los conocimientos fisiológicos sobre el efecto de la altitud y la aceleración los adquirió experimentando con internos del campo de Dachau, circunstancia que el doctor negó en más de una oportunidad. Después de muerto, varias instituciones que lo tenían como referente, quitaron su retrato de los pabellones que evocaban su apellido.
El profesor Julius Hallervorden (1882-1965), conocido neuropatologo, al enterarse que 700 pacientes de treinta hospitales psiquiátricos de Görden en Brandenburg iban a ser muertos siguiendo el Aktion T4, solicitó que le fuesen enviados los cerebros porque de otra forma sería “una pérdida para la ciencia”. Lo que no se sabe es si el mismo Hallervorden estuvo involucrado en la elección de los casos que podían tener más interés científico. Vale aclarar que fue en Görden el hospital donde se comenzó a aplicar eutanasia en niños y adolescentes. ¿Cómo juzgar a alguien que se aprovechó de las actividades delictivas de otros? ¿Es cómplice?
Hallervorden continuó su actividad profesional sin ser molestado, aunque su caso fue extensamente comentado.
A esta lista habría que agregar a Hans Asperger (1906-1980), pediatra austriaco famoso por describir el trastorno del espectro autista que lleva su nombre. Sin embargo, durante el régimen nazi apoyó públicamente las políticas de higiene racial y más de una vez colaboró con los nazis en el programa de eutanasia de niños, como señala Herwig Czech (de la Universidad de Viena), con documentos a la vista.
Los niños con trastornos psiquiátricos de Viena eran trasladados al Steinhof donde eran asesinados con inyecciones letales o por inanición según el programa Aktion T4. No menos de 800 niños murieron allí, y varios de ellos (más de 35) por consejo del Dr. Asperger.
Muchos autores han tratado de explicar cómo se llega con tanta facilidad a actos tan perversos. Robert J. Lifton en su clásico Nazi Doctors busca una explicación en un mecanismo psicológico de desdoblamiento que les permitía a los médicos nazis ocupar dos mundos morales distintos, curar pacientes en un momento y matar a otros, segundos más tarde.
Prinz y Zhelman señalaron que a pensar de los experimentos en seres humanos los logros y avances obtenidos por los nazis fueron muy semejantes a los adelantos en otros países sin la necesidad de incurrir en tremenda barbarie, dato que sirve para entender que son perfectamente viables los adelantos científicos sometidos a normar éticas y que “acortar” los caminos o tomar atajos a la larga ofrece pocos resultados esclarecedores.