Guerra en los Balcanes

El contexto geopolítico nos lleva un poco más lejos en la geografía y un poco antes en el tiempo: Libia, 1911. Los turcos del Imperio Otomano estaban bastante ocupados sofocando una revuelta (una más) en Yemen, y los italianos le habían echado el ojo a Libia, última tajada del norte de África disponible para alguna potencia europea con ansias invasoras. Francia controlaba Marruecos y le había arrebatado Túnez al Imperio Otomano treinta años antes. Así que los italianos decidieron apropiarse de Libia. Algún pretexto tenían que poner, y adujeron que en Trípoli (capital de Libia) se vivía en medio de un “desorden negligente” que ponía en peligro las vidas de los italianos que vivían allí. De ahí en más, la escalada de siempre: el sultán otomano envió armas a los jefes libios, los italianos se ofendieron y dijeron que ese hecho era claramente hostil hacia ellos, y en septiembre de 1911 Italia invadió Libia. Los libios se defendieron, el sultán no mandó tropas suficientes y así Italia tomó el control político de Libia. El Imperio Otomano acusó el golpe, así que hacia 1912 la Turquía otomana resultaba claramente vulnerable. La revolución de 1908 había producido heridas en el Imperio y trascendentes cambios políticos que llevaron a una transición en la que el denominado “Comité de Unión y Progreso” (que más tarde, en 1915, sería responsable del genocidio armenio) se transformó en el centro de poder en la política otomana. Si a esa situación interna se le suman las disputas en Yemen y en Libia, se entiende por qué los países de la Liga Balcánica (Bulgaria, Grecia, Serbia y Montenegro) decidieron que ese era su momento. Así que decidieron olvidar (más que olvidar, posponer) sus enemistades, interminables a lo largo de la historia, y unirse contra el Imperio Otomano. Rusia los había instigado durante bastante tiempo a tomar esa decisión, y finalmente los países balcánicos se decidieron.

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Las fronteras balcánicas a comienzos de 1912, antes del estallido de la guerra
Las fronteras balcánicas a comienzos de 1912, antes del estallido de la guerra

 

A tales fines, Bulgaria y Serbia firmaron un pacto en marzo; en mayo firmaron otro pacto Bulgaria y Grecia; después, también Montenegro estampó su firma. Bueno, ya estamos todos. No los unía el amor sino el espanto; más aún, el deseo de aplastar a los turcos. Todos querían detener la “otomanización” política y cultural que los turcos ejercían en los enclaves serbios, griegos, búlgaros y montenegrinos, así como en Macedonia y Albania, dos países dominados por los turcos que están geográficamente en el medio (“sandwich”, digamos) de los países mencionados. Las potencias europeas habían advertido que no tolerarían invasiones o alteración de fronteras (esas cosas que tan acostumbrados estaban a hacer ellas). Sus advertencias fueron ignoradas, y el puntapié inicial lo dio Montenegro, que atacó a los turcos en Macedonia el 8 de octubre de 1912. El resto de los países de la Liga entró en acción diez días después. El ejército turco tenía todas las de perder: eran menos (en proporción de tres a uno) y tenían muchos soldados inexpertos, ya que por su reestructuración política interna los aguerridos soldados derechistas habían sido removidos del ejército por el propio gobierno. Así, en apenas un mes la Liga Balcánica había tomado todas las posesiones europeas del Imperio Otomano. En diciembre se declaró una tregua, pero los nacionalistas violentos de Turquía se rebelaron, atacaron en enero de 1913 y la lucha se reanudó. Cuando terminó la guerra, en mayo de 1913, el Imperio Otomano había perdido bastante territorio, Creta se había unido a Grecia y Albania declaró su independencia del Imperio Otomano. Pero (siempre hay un pero) los Balcanes son uno de los lugares del mundo de mecha más corta. Y resultó que Bulgaria no estaba conforme: la parte de Macedonia que quería para sí había sido reclamada también por Serbia y Grecia. Y esto llevó, en junio (o sea, casi inmediatamente)… a la segunda guerra balcánica, que enfrentó a Bulgaria con los que habían sido sus aliados hasta cinco minutos antes.

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En el sentido de las agujas del reloj desde la parte superior derecha: tropas otomanas en la batalla de Kumanovo; las fuerzas serbias entran en la ciudad de Mitrovica; el rey griego y el zar búlgaro en Tesalónica; artillería pesada búlgara.
En el sentido de las agujas del reloj desde la parte superior derecha: tropas otomanas en la batalla de Kumanovo; las fuerzas serbias entran en la ciudad de Mitrovica; el rey griego y el zar búlgaro en Tesalónica; artillería pesada búlgara.

 

De hecho, Grecia y Serbia se dividían Macedonia y no estaban dispuestos a ceder nada de su territorio. Bulgaria, que se consideraba el líder de la coalición que había derrotado a los turcos, declaró la guerra. Rusia trató de mediar en la situación para evitar la guerra, pero no lo logró. Y el 29 de junio, instigada por Austria, que era enemigo de Rusia -qué casualidad-, Bulgaria atacó a sus “ex-compañeros de armas”. Esta segunda guerra balcánica fue breve y sangrienta. Éramos pocos… y llegó Rumania, que se unió a Grecia y Serbia en contra de Bulgaria. Y cuando hay baile todos se acercan, así que los turcos, ya que estaban, se acercaron también a combatir, junto con sus recientes enemigos, en contra de Bulgaria, que quedó sola contra todos. Las batallas se transformaron en masacres, los búlgaros pegaron la retirada, y en agosto terminó la lucha. Las dos guerras balcánicas cambiaron el mapa del sudeste europeo: el Imperio Otomano perdió dos tercios de su población europea mientras Grecia, Serbia y Montenegro y hasta Bulgaria aumentaron su territorio. El nacionalismo aumentó más que nunca, y con el desmembramiento del Imperio Otomano en Europa el equilibrio de poder se volvió frágil e inestable. Cuando el gato ya no está, los ratones se divierten; en este caso, se pelean. Bulgaria estaba de buenas migas con Austria, que controlaba a Croacia, Bosnia y Herzegovina, y era a su vez era una amenaza para Serbia. Así que Serbia se arrimó a Rusia, por las dudas. Para no quedarse afuera, Grecia y Montenegro también se acercaron a Rusia; la cuestión era no quedarse sin padrinos. Un solo incidente empujaría a Austria y a Rusia (los padrinos) a un enfrentamiento directo. Y en cuanto eso ocurriera, era cuestión de disparar la primera ficha del dominó; después, la mecha encendida sería imposible de detener y arrastraría a todas las potencias aliadas a una gran guerra. El desliz necesario para ello ocurrió menos de un año después, y empezó la Primera Guerra Mundial.

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