“Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún sitio del mundo”
Federico García Lorca
El 16 de agosto de 1936, Ramón Ruiz Alonso y Juan Luis Trescasto tocaron a la puerta de la familia Rosales, donde Federico se había mudado en busca de seguridad. La militancia de los Rosales en el Movimiento Falangista prometía una inmunidad que demostró ser precaria. “Esto es un error… un abominable error”, alcanzó a protestar el poeta.
Luis y José Rosales fueron en defensa de su amigo y movieron sus influencias para salvarlo, pero pesaba sobre este el cargo de ser “un espía ruso”. Mucho había hablado Federico sobre sus simpatías por la República y muchas frases había dicho que irritaron a sus enemigos: “Soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista, abstracta, por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos”.
Al día siguiente, por la mañana, José Rosales llevó la orden para liberar al poeta firmada por el coronel González Espinosa, pero llegó tarde: le dijeron que a Federico se lo habían llevado, sin precisar dónde. José creyó que Federico ya estaba muerto pero, en realidad, se encontraba en La Colonia, un centro de detención donde transcurrieron sus últimas horas. Cerca de allí, en Víznar, a pocas millas de Granada, lo fusilaron junto a un maestro y dos banderilleros. Juan Luis Trescastro se ufanó de haberle pegado “dos tiros en el culo, por maricón”. Era el 18 de julio de 1936.
En esa España de desencuentros, García Lorca había hecho más daño con su pluma que muchos con sus armas.
Aquí comienza la historia de sus restos, supuestamente enterrados en una fosa, con un maestro nacionalista y dos banderilleros anarquistas, en un paraje llamado Fuente Grande, en el municipio de Alfacar. A pesar de las precisiones y testigos, las búsquedas y declaraciones y de los libros escritos sobre su muerte (que comienzan con el crimen de Granada de Antonio Machado), nunca se ha dado con el cadáver de Federico o, al menos, nunca se lo ha hallado oficialmente, pero “esa voz secreta del amor oscuro” labró sus caminos en esta vida de senderos que se bifurcan para volver a encontrarse…
A fines del año 1953, diecisiete años después de la desaparición del poeta, a orillas del río Uruguay, en la tranquila ciudad de Salto, el escritor Enrique Amorim, amigo y amante de Federico, citó a cientos de personas para depositar una urna tras un mural blanco de tres metros con una inscripción que decía:
Labrad amigos
de piedra y sombra en la Alhambra
un túmulo al poeta sobre una fuente donde llore el agua
y eternamente diga: el crimen fue en Granada
en su Granada.
Frente a la audiencia, la actriz Margarita Xirgu, una amiga y admiradora de Federico, recitó sus Bodas de sangre. En el momento cúlmine del encuentro, un demacrado Amorim dijo a los presentes: “Aquí, en un modesto pliegue del suelo que me tendrá preso para siempre, está Federico”.
Texto extraído del libro Trayectos Póstumos de Omar López Mato – Disponible en la tienda online de OLMO Ediciones.