Giacomo Casanova: Memorias de un seductor – Parte II

PARTE I: https://historiahoy.com.ar/giacomo-casanova-memorias-un-seductor-parte-i-n1840

 

Giacomo Casanova se convirtió en el escritor corsario de cartas de amor que el cardenal después enviaba a las damas que frecuentaba. Por su parte, Casanova aprovechó una entrevista con el Papa para que le diese una dispensa a fin de leer los libros prohibidos por el Index y no comiese pescado ya que “le ponía los ojos rojos” (evidentemente era alérgico a los frutos de mar). Cuando se desató un escándalo por las relaciones del cardenal con una joven actriz, Acquaviva lo acusó a Casanova, quien se prestó a ser el chivo expiatorio a cambio de una módica suma. Este fue el fin de su carrera eclesiástica. Una nueva vida se abría ante los ojos del Giacomo y su opción más potable fue cambiar la sotana por la casaca militar. Luciendo su elegante uniforme blanco y azul se unió al regimiento veneciano en Corfú. Fue comisionado para viajar a Constantinopla a fin de entregar una carta al cardenal, quien lo recibió como un hijo. Pronto se aburrió de la pasividad de la vida militar y volvió a Venecia donde se convirtió en un jugador profesional. La suerte no lo acompañó y se vio obligado a recurrir a su antiguo benefactor, Alvise Grimani, en búsqueda de trabajo. De esta forma, comenzó Casanova un nuevo oficio, de violinista en el Teatro de San Samuele.

Este trabajo le encantó porque sus compañeros eran tanto o más disolutos que el joven libertino. A poco de comenzar su nueva profesión andaba de juerga todas las noches, haciendo todo tipo de fechorías, como desatar las góndolas de los distintos palacios venecianos, para que estas fuesen arrastradas por la corriente.

Una noche se encontró con el senador Bragadin quien se descompuso en su presencia. Casanova lo llevó a su palacio y además, poniendo en práctica sus conocimientos de medicina logró que el senador se recuperase a pesar de la oposición del médico tratante sobre el método propuesto. Desde entonces comenzó con Bragadin una larga amistad y por los tres años venideros fue su asistente legal. Esta nueva posición le permitió aumentar notablemente sus ingresos, dineros que el joven volcó en ropas elegantes, apuestas exuberantes y, obviamente, mujeres de vida airada.

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Su existencia licenciosa le ganó poderosos enemigos, entre ellos una joven que lo denunció a las autoridades por estupro. Antes de ser arrestado debió escapar a Parma, donde cayó en una trampa impensada: se enamoró. La fuente de sus desvelos se llamaba Henriette. Mujer bella, inteligente y culta además de perceptiva, pronto Henriette se percato de la verdadera naturaleza de Casanova y supo de la volatilidad de sus afectos, por más que le prometiera amor eterno. Henriette siguió su camino y Casanova volvió a Venecia, con el amargo sabor que le dejaba su propia medicina.

Después de una racha de buena suerte en el casino, decidió recorrer el mundo y se dirigió a París, sembrando el camino de amantes y escándalos sexuales. En la Ciudad de la Luz se unió a la masonería, a la que adhirió por el resto de sus días, y fue una fuente de contactos y conocimientos sin censura. Por dos años vivió en París donde proliferaron sus aventuras a tal punto que la policía lo empezó a seguir, quizás por alguna denuncia de una dama desairada o un marido celoso.

Atento al hecho que era vigilado, viajó con su hermano a Dresden, donde vivían su madre y su hermana María Magdalena. Allí estrenó una obra de teatro, “La Moluccheide” (hoy perdida), en la que su madre interpretaba el rol principal. Visitó Praga y Viena donde el mayor recado moral de la sociedad no le agradó (y le resultó peligroso). Volvió a Venecia en 1713 donde sus antiguos enemigos denunciaron su conducta a la inquisición. La policía llevó un pormenorizado registro de sus peleas, blasfemias y conquistas amorosas y hasta dispuso un espía para seguirlo y reportar todos sus movimientos. De esta forma se conocieron sus inclinaciones de libre pensador y hasta se supo la lista de libros prohibidos que atesoraba en su biblioteca. Su antiguo mentor, el Senador Bragadin, miembro también de la inquisición, le advirtió sobre este espionaje y le aconsejó, en tono paternal, abandonar la ciudad antes que fuera demasiado tarde. Lamentablemente para Giacomo los acontecimientos se precipitados y el 26 de julio de 1755 fue arrestado por afrentas contra religión y la decencia. Juzgado y condenado fue conducido al Piombi, la prisión sobre el Palacio Ducal, cárcel reservada para políticos corruptos, estafadores consuetudinarios, curas libertinos y usureros.

Su nombre (Plomo) se debía a las placas de ese metal que cubrían el techo. Allí debería Casanova pasar los próximos 5 años de su vida en confinamiento solitario, una perspectiva espantosa para un hombre de hábitos tan liberales… pero ni el plomo, ni los guardias, ni las rejas podían contener a este seductor indomable…

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