Éxitos y desgracias de Ingrid Bergman

Ingrid Bergman nació, de un padre sueco y una madre alemana, en Estocolmo, Suecia el 29 de agosto de 1915. La infancia, marcada por la muerte de sus dos padres y por una timidez aguda, no habrá sido una de idilio, pero ella sin embargo se permitió soñar con ser actriz. Con gran esfuerzo pudo ganar una beca y formarse en la Dramatens elevskola, escuela dependiente del teatro nacional más importante de Suecia, destacándose rápidamente.

Tras dar sus primeros pasos en los escenarios, a mediados de la década del treinta Bergman terminó encontrando el éxito en el mundo del cine sueco. Hizo varias películas, pero sin dudas la más importante de este período, por lo menos en términos de influencia, fue Intermezzo (1936). Casi como si fuera el destino operando, al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, el célebre productor David O. Selznick vio el film y quedó encantado. Además de convencerse de que quería comprar los derechos para hacer una versión estadounidense, se planteó el desafío de traer a Bergman para protagonizarlo.

Con gran paciencia frente a la resistencia de una mujer que no terminaba de estar segura de querer ir a actuar a un país que no conocía en un idioma que no dominaba, Selznick fue seduciendo a Bergman. Finalmente, ganada por el hartazgo, ella fue en 1939. Completamente a contramano con lo que se estilaba en el Hollywood de entonces ella se negó a ser transformada en otra persona. Mantuvo su nombre, no dejó que le depilaran las cejas y prefirió mantener un estilo más bien natural. Con esta imagen de anti-ídolo, ella rodó la película y volvió a Suecia, todavía pensando que ésta sólo sería una experiencia aislada. Cuando Intermezzo (1939) se estrenó, sin embargo, quedó claro que iba a tener que hacer las valijas de nuevo y retornar a Hollywood.

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Ahora acompañada de su marido, Petter Lindström, y su hija Pia, Bergman se instaló en Estados Unidos. Allí, trabajó en el teatro en Nueva York y luego realizó tres nuevas películas en 1941 – Los cuatro hijos de Adán, Alma en la sombra y Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Ninguna de estas obras fue un éxito ni representó un hito en la carrera de la actriz, pero sirvieron como preludio para lo que sería su rol más memorable: Ilsa Lund en Casablanca. Este papel obligaba a Bergman a encarnar una mujer dividida, alguien que se debatía entre vivir un romance apasionado con el personaje de Humphrey Bogart, o partir con su marido, un ícono de la resistencia interpretado por Paul Henreid. Así, con un guión espectacular y una premisa de triángulo amoroso atravesado por la coyuntura, a pesar de los limitados recursos de la película, Casablanca resultó un éxito insospechado. Y, con su heroína de corazón roto y mirada ausente, la carrera de Bergman adoptó definitivamente una trayectoria ascendente.

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Bergman y Bogart en Casablanca.
Bergman y Bogart en Casablanca.

 

En los siguientes años se sucedieron grandes roles. El primero, aparentemente por pedido expreso del autor, fue como el personaje de María en la adaptación de la novela homónima de Ernest Hemingway Por quien doblan las campanas (1943). Después vinieron participaciones memorables en Gaslight (1944), de George Cuckor, que le valió su primer Oscar; La exótica (1945), Las campanas de Santa María (1945), la memorable Juana de Arco (1948) y las películas en las que fue dirigida por Alfred Hitchock: Cuéntame tu vida (1945), Tuyo es mi corazón (1946) y Bajo el signo de Capricornio (1949).

Esta seguidilla de éxitos parecía no tener fin, pero terminó acabando cuando Roberto Rossellini apareció en la vida de Bergman. Aparentemente ella había visto Roma, ciudad abierta (1945) y Paisà (1946) y había quedado tan impactada con las imágenes tomadas por el director italiano, que le envió una carta ofreciéndole sus servicios. Rossellini, sorprendido por su disposición, sacó a Ana Magnani de los planes para su próxima película, Stromboli, y puso a Bergman en su lugar. Cuando la sueca llegó al rodaje los testigos dicen que la tensión entre ella y el director ya era clarísima, por lo que no sorprendió demasiado que en poco tiempo la cuestión pasara a mayores.

En este punto, vale la pena recordar que Bergman ya había tenido amoríos importantes que habían sido manejados de forma mucho más discreta que el que tendría con Rossellini. Por ejemplo, debieron pasar años, incluso después de la muerte de Bergman, para que se supiera que había contado entre sus amantes a figuras como Cary Grant o Gregory Peck. La cuestión, argumenta el biógrafo de Bergman, David Simt, se vio modificada a partir de su affaire con el fotógrafo Robert Capa en 1945. Aunque no estuvieron demasiado tiempo juntos, él le demostró que había una forma más libre de vivir la vida y ella, parece, se lo tomó a pecho.

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Fotos promocionales de Bergman y Grant en Notorius tomadas por Robert Capa.
Fotos promocionales de Bergman y Grant en Notorius tomadas por Robert Capa.

 

 

Yendo en contra de todas sus actitudes previas y de la imagen que ella misma había ayudado a crear de sí como una mujer virginal y honesta, casi una santa, Bergman se descuidó. La prensa empezó a revolotear sin cesar por el rodaje en Italia y, lo que ya era obvio, se transformó en una explosión descontrolada cuando se supo que la actriz estaba embarazada de un hombre que no era su marido.

Si bien encontró muchos aliados que reconocieron que lo suyo no era más que un mero error humano, unas minorías muy ruidosas (básicamente asociadas a grupos religiosos) se pusieron en pie de guerra contra Bergman. Llovieron cartas en su contra (cerca de 200 por día), se intentó boicotear Stromboli (1950) y se llegó hasta el punto de demonizarla en el Congreso, dónde un senador la definió como “un horrible ejemplo de mujer” y “una poderosa influencia para el mal”.

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Después del escándalo, sin embargo, como siempre pasa en estos casos, las cosas retomaron su curso. Bergman, ahora casada y formando familia con Rossellini, se ajustó al ritmo del neorrealismo y actuó en cuatro más de sus películas, destacándose Europa ’51 (1952) y Viaje en Italia (1954). En 1956, se separó del director italiano y participó en Elena y los hombres (1956) de Jean Renoir y en Anastasia (1956), película que le valió su segundo Oscar.

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Bergman, Rosellini y sus hijos.
Bergman, Rosellini y sus hijos.

 

Disfrutando de este pequeño revival, Bergman realizó varios exitosos proyectos para la televisión y para el teatro en diferentes ciudades. Se mantuvo bastante alejada de la pantalla grande y sólo apreció esporádicamente en películas como la comedia Flor de Cactus (1969), la adaptación del libro de Agatha Christie, Asesinato en el Orient Express (1974) – que resultó en una nueva estatuilla para Bergman – y la sublime Sonata de Otoño (1978), de Ingmar Bergman.

Ya para la década del ochenta Bergman estaba enferma de cáncer de mama y, así y todo, tuvo la fortaleza para actuar en un último gran rol caracterizando a Golda Meir en la película televisiva Una mujer llamada Golda (1982). La interpretación fue muy celebrada y hasta mereció un premio Emmy, pero Bergman no tuvo la oportunidad de disfrutar este triunfo dado que murió el día de su cumpleaños número 67, en el año 1981.

Con su desaparición, todos los escándalos que había tenido que soportar en su vida se volvieron un mero detalle anecdótico. Finalmente, su trayectoria profesional pudo imponerse y hoy, cuando sólo nos quedan los registros de sus performances y de su cara radiante, parece difícil imaginar que hubo un momento donde los chismes fueron capaces de tapar una presencia tan imponente.

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