El voluntario que entró en Auschwitz (y escapó)

En 1940, Witold Pilecki fue detenido en Varsovia y conducido a Auschwitz. A diferencia de los otros 2.000 deportados con los que compartió el penoso viaje en ferrocarril, este capitán del ejército polaco en la clandestinidad se había ofrecido voluntario para entrar en los campos de concentración con la misión de conocer qué sucedía en su interior.

El capitán Pilecki no sólo logró sobrevivir a la misión, sino que, tras pasar tres años en el campo, también consiguió escapar, para participar después en el levantamiento de Varsovia de 1944, ser hecho prisionero por los nazis y liberado con el fin de la guerra. Su frenético recorrido por la década más atroz del siglo XX terminó cuando fue juzgado y ejecutado por el régimen comunista en 1948. Hoy Polonia considera a esta víctima de los dos grandes regímenes totalitarios de la época uno de sus héroes de guerra.

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Tropas alemanas en la frontera polaca en los primeros momentos de la invasión.

Tropas alemanas en la frontera polaca en los primeros momentos de la invasión.

Por mucho menos, la vida de algunos personajes ha merecido superproducciones cinematográficas, pero la historia Witold Pilecki (1901-1948) es sorprendentemente poco conocida fuera de su país. Tras la derrota relámpago de 1939, cientos de militares polacos pasaron a engrosar las redes de la resistencia, mientras los ocupantes alemanes desataban una ola de represión, asesinatos y detenciones.

En primavera de 1940 llegaron a la resistencia las primeras noticias acerca de los campos de internamiento, pero se desconocían todos los detalles y, por supuesto, nadie imaginaba los horrores que trascendieron después. La única manera de obtener información era entrar en uno de ellos y Pilecki se ofreció. Unos meses más tarde se dejaba detener en una redada. Eran tiempos de grandes actos de valentía, pero el valor no le había preparado para lo que viviría allí.

“¡Ah! ¡Así que estamos encerrados en un manicomio!”, pensó poco después llegar a Auschwitz tras un agotador viaje de varios días en tren. Su ignorancia sobre qué era el lugar donde estaba era casi completa, pero rápidamente aterrizó en la realidad a base de palizas, hambre, frío, asesinatos y jornadas agotadoras de trabajo. Es la misma historia que luego han contado millares de antiguos deportados.

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El capitán del ejército polaco Witold Pilecki en una imagen anterior a la Segunda Guerra Mundial.

El capitán del ejército polaco Witold Pilecki en una imagen anterior a la Segunda Guerra Mundial.

Lo que hace a su caso diferente es, además de su entrada voluntaria, la red clandestina que creó allí y que llegó a contar con centenares de miembros. El objetivo de esta organización militarizada era básicamente de inteligencia, pero también pretendía elevar la moral de los internos, administrar los pocos recursos -medicinas y alimentos- de que disponían y prepararse para un eventual levantamiento contra los SS que los custodiaba.

Pilecki creó unidades formadas por cinco hombres -mayoritariamente polacos- que funcionaban de forma autónoma. “Ninguna de estas unidades conocía la existencia de las otras; cada una creía que era el punto más alto de la organización y desarrollaba hacia abajo tan ampliamente como lo permitía la suma total de talentos y energías de sus miembros individuales”, explicó tiempo después en su informe, que el 2012 fue traducido al inglés y publicado bajo el título de The Auschwitz volunteer: beyond bravery (El voluntario de Auschwitz: más allá del valor).

El periodista Jack Fairweather, que, por su parte, acaba de publicar una biografía del militar polaco –The Volunteer (El voluntario)-, destaca en él una cualidad, a su juicio, decisiva: una rara capacidad para confiar en los demás. “En un lugar como Auschwitz, diseñado para romper los lazos entre los prisioneros, su fe en los demás tenía un potencial revolucionario. Cuando reclutaba a un deportado, estaba no solo poniendo la red en sus manos, sino su propia vida”, explica a La Vanguardia.

Esa red empezó pronto a enviar información al exterior, primero a través de los pocos prisioneros polacos que eran liberados y después mediante personal civil que vivía en el exterior pero que realizaba trabajos para el campo. Incluso durante unos meses, llegó a disponer de una radio fabricada con piezas recicladas que finalmente fue desmontada por seguridad.

El caudal de información fue constante y abundante: en octubre de 1940, los órganos de dirección de la resistencia en Varsovia ya tenían los primeros informes, y en marzo de 1941 ya habían llegado a Londres y estaban en manos de los gobiernos aliados. No se puede decir, por tanto, que estos desconocieran lo que sucedía en los campos de concentración nazis.

Otra cosa es que pudieran o quisieran actuar. Pilecki trató de convencer a unos y a otros de que atacaran Auschwitz para liberar a los prisioneros. Por una parte, los mandos de la resistencia en el exterior no estaban seguros de poder librar una batalla de aquellas características, a pesar de que, como aseguraba el militar, incluso desde el interior se podría haber llevado la operación de haber tenido autorización, porque, “durante meses tuvimos la posibilidad, a diario, de tomar el campo”.

Y, por lo que respecta a los aliados, Jack Fairweather, explica que “al inicio de la guerra, una misión para bombardear Auschwitz habría llevado al límite la capacidad de los aviones de la RAF. Más adelante, cuando bombarderos podían haber llegado más fácilmente al campo, explicaron que no podían distraer recursos del esfuerzo bélico”.

“Ambos argumentos -añade— tienen su lógica, pero ocurre también que la mayoría de dirigentes no captaron la dimensión de los crímenes o no aceptaron que estuvieran ocurriendo; como resultado, los informes se archivaron como algo con lo que se tenía que lidiar pasada la guerra”. Y entonces ya sería demasiado tarde.

En 1943, Pilecki urdió un plan para escapar de su cautiverio y tratar de convencer, en persona, a las autoridades polacas en la clandestinidad de que había que atacar el campo. El 27 de abril, en plena noche y con las balas silbando a su alrededor, logró huir junto a dos compañeros a través de la panadería, una fuga de película que en toda la historia del campo apenas lograrían culminar con éxito poco más de veinte internos.

Al cabo de unas semanas contactó con la resistencia y escribió una primera versión de su memorándum, conocido después como el Informe Witold. En sus cien páginas no sólo se narran las infernales condiciones de Auschwitz, sino la evolución del recinto: de un campo de internamiento para presos polacos a un centro de exterminio para judíos, la construcción de los crematorios, la experimentación con seres humanos y la larga lista de atrocidades que hoy conocemos. La resistencia, tras estudiar una operación para liberar a los presos, no la vio posible sin el apoyo de los aliados. En Londres, la delegación del OSS estadounidense (el embrión de la CIA) archivó el informe con una nota que lo calificaba de poco fiable.

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Miembros de la resistencia polaca en el levantamiento de Varsovia, con un blindado capturado a los alemanes.

Miembros de la resistencia polaca en el levantamiento de Varsovia, con un blindado capturado a los alemanes.

La guerra, sin embargo, no se detenía. Casi cinco años después del inicio de la invasión, el 1 de agosto de 1944 el gueto de Varsovia se levantó contra la ocupación alemana. Pilecki participó también en aquel alzamiento finalmente aplastado por los nazis tras una lucha feroz. El Ejército Rojo, que se encontraba a pocos kilómetros de la capital, no intervino: la versión oficial sostuvo que sus ya largas líneas de abastecimiento no aconsejaban avanzar más; otra interpretación más maliciosa subraya, en cambio, que la derrota de la resistencia permitía a Stalin diseñar con más tranquilidad la Polonia de la posguerra. Pilecki fue capturado e internado con otros prisioneros de guerra.

Poco después, fue liberado por las fuerzas aliadas y, tras la rendición alemana, la guerra terminó en Europa. Pero no lo hizo del todo, como recuerda el escalofriante Continente Salvaje de Keith Lowe (Galaxia Gutenberg), que sostiene que las represalias, limpiezas étnicas, guerras civiles y represión, continuaron durante años, sobre todo en Europa Oriental.

“Algunos polacos -escribe Lowe—afirman que la Segunda Guerra Mundial no acabó en realidad hasta épocas aún más recientes: puesto que el conflicto dio comienzo oficialmente cuando los nazis y los soviéticos invadieron el país, no finalizó hasta que el último tanque soviético salió del territorio en 1989”. Por eso Pilecki, de militancia anticomunista, no dio la guerra por acabada y entró clandestinamente en Polonia para ayudar a organizar la red de la resistencia contra la ocupación de la URSS.

Pilecki en el juicio, en 1948, que terminó con su condena a muerte.

Pilecki en el juicio, en 1948, que terminó con su condena a muerte.

Pilecki en el juicio, en 1948, que terminó con su condena a muerte.

Su trayectoria terminó, sin embargo, en mayo de 1947, cuando fue arrestado y al año siguiente juzgado bajo la acusación de espionaje y de estar preparando atentados. Sería ejecutado el 25 de mayo de 1948. Su memoria fue férreamente censurada por el régimen comunista y su historia no se dio a conocer al público polaco hasta su caída en 1989. El informe elaborado entre 1943 y 1945 fue publicado en su lengua original el año 2000.

En este militar polaco se encarna el gran drama vivido por Europa Oriental en el siglo XX, porque, como todos los países de la región, fue víctima de los dos grandes movimientos totalitarios de la época. Fairweather cree que su persona tiene una dimensión muy actual. “El hecho de que los aliados no actuaran refleja más su propio fracaso que el de Pilecki. Mi deseo es que esta historia nos recuerde la necesidad de estar vigilantes y de denunciar el mal que nos rodea”.

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