Entre 1810 y 1825, la mayor parte del imperio español en el continente americano se independizó. La situación que precipitó el inicio de los primeros movimientos independentistas fue la ocupación de España por las tropas napoleónicas. A partir de 1814, el intento de Fernando VII de volver a la situación anterior como si no hubiera pasado nada, produjo un imparable proceso emancipador. Buenos Aires ya había dado muestras de su firme decisión de luchar por su soberanía. Durante ese período, sus gobiernos enviaron, desde la misma Primera Junta, campañas para obtener el apoyo de otras zonas del Virreinato, y se convocó a una Asamblea Constituyente, que a pesar de no lograr su objetivo de redactar una Constitución, si eliminó la imagen de Fernando VII de las monedas y documentos oficiales, encargó el himno nacional, declaró la soberanía del pueblo. La chispa soberana, agrandada tras la caída de España puso en marcha la determinación. Pero volvamos a Mayo de 1810.
Estamos cursando la semana de mayo, gesta basal del largo camino que nos constituyó como país soberano. Esta semana debería ser de actos en las escuelas y de celebración. Pero Argentina se dirige día tras día hacia el devaneo de un poder omnímodo cuyo objetivo es destrozar la libertad que abrazamos hace tan sólo 210 años, con la excusa de la pandemia. En honor a quienes debemos lo que somos, no podemos entregar nuestra historia sin intentar un nuevo comienzo. No es aceptable el retroceso.
Fenomenal revolución
Lo acotado de estas líneas nos obliga a un repaso un poco vertiginoso. Larguemos recordando que las independencias hispanoamericanas fueron procesos políticos que comenzaron en 1808 en los virreinatos y capitanías generales españolas de América y que dieron a luz a nuevas naciones. Ante los avances imparables del poder napoleónico que se había apropiado del rey Fernando VII y con él de sus facultades, como mecanismo de defensa, se constituyeron juntas de gobierno. La legitimidad de estas juntas se heredaba de la tesis escolástica tradicional sobre la soberanía. O sea, que si el Rey no estaba en condiciones de ejercer porque el amigo Bonaparte se había asegurado de ese particular, la soberanía en el mismísimo Rey depositada revertía al pueblo, que debía hacer uso de ella para cubrir el vacío de poder, clarísimo. Bueno, clarísimo pero no tanto, porque en lo político esto generó una fenomenal revolución: la soberanía nacional estaba ahora en manos del pueblo, mientras que en el Antiguo Régimen pertenecía al rey absoluto.
En nuestras tierras se armó un lindo tironeo entre quienes hoy reconocemos como nuestros patriotas y los representantes del poder español. ¡Y entonces Mayo!
El 18 de ese mes, el virrey Cisneros dibujaba como podía lo que estaba pasando en España en proclamas que trataban de apaciguar los ánimos, pero su labor era infructuosa y por el contrario, inflamaba los sueños de los revolucionarios entre quienes crecía la idea de reemplazar al virrey.
El fervor del clima político alcanzaba niveles muy pocas veces visto, en los cuarteles se reunía la gente y los oficiales debían esforzarse para controlar que no se actuara al margen de las acciones que planificaba el comando revolucionario. Los jóvenes se reunían en las fondas arengando a los comensales a derrocar al virrey. La tensión crecía y las casas de los criollos se convirtieron en verdaderos foros de debate. Entonces, el 19, en la casa de Nicolás Rodríguez Peña, tanto Belgrano como Castelli, Paso, Chiclana y Beruti; decidieron transmitir a los oidores del Cabildo, la idea de exigir que se convocara a un Cabildo Abierto.
La revolución se respiraba en el aire, el poder virreinal estaba herido de muerte. French y Beruti hacían base en los barrios, Francisco Planes gritaba en las fondas encendidos discursos. En ese clima, el 20 le transmitían a Cisneros las exigencias del comando revolucionario, entonces el virrey pidió consultar a los jefes militares, creía que podría convencerlos para que actuaran de igual forma que un año y medio antes, cuando salvaron a Liniers de ser derrocado por una rebelión. Pero los patriotas habían aprendido la lección.
A Cisneros, Saavedra le manifestó: “No queremos seguir la suerte de España, ni ser dominados por los franceses, hemos resuelto reasumir nuestro derecho y conservarnos por nosotros mismos. El que a V.E. dio autoridad para mandarnos, ya no existe por consiguiente V.E. tampoco la tiene, así, que no cuente con las fuerzas a mi mando para sostenerse en ellas”.
Belgrano fue el encargado de tomar las precauciones y en las puertas del Cabildo fueron apostadas tropas con el objetivo de amedrentar a los españoles y permitir el ingreso de los revolucionarios. Repartieron 450 invitaciones, aunque el Cabildo Abierto del 22 de mayo contó con 251 presentes, porque muchos españoles no quisieron verse involucrados en la gesta revolucionaria. Castelli denunciaba la ilegitimidad del Consejo de Regencia. Junto a Moreno, Paso y Belgrano defendieron la idea esencial que el pueblo era soberano para decidir sobre su destino. Este pregón los convierte en merecedores de nuestra admiración aunque no siempre respetamos su legado.
El 23 se urdió la trampa artera que colocaba a Cisneros dentro de la nómina de la nueva junta. Acción chapucera que no hizo más que insuflar los ánimos de los revolucionarios. Cuestión que el 24 la nueva Junta, que había nacido muerta, prestó un juramento que duraría pocas horas. Al difundirse la composición que incluía al derrocado ex-virrey, los revolucionarios se lanzaron a denunciar la maniobra para arengar a los vecinos y a la tropa. Un 24 de mayo como hoy, pero hace 210 años teníamos a Chiclana, a Moreno y a Larrea a los gritos dando discursos emancipadores en el Regimiento de Patricios. Castelli y Saavedra renunciaban para obligar a que Cisneros los imitara. Beruti y French se encargaron de repartir los panfletos con una proclama con 476 firmas y seiscientos apoyos más de la gente de los barrios. La proclama se elevó al Cabildo, ahí figuraban desde comerciantes hasta sacerdotes. El 25, finalmente, se reunió el Cabildo para tratar la proclama y las renuncias.
Ese 25, frente al Cabildo, en nuestra plaza, esa plaza que hoy tenemos prohibido pisar y que paradójicamente fue cuna de nuestra libertad, la gente reclamaba a viva voz la renuncia de Cisneros y la formación de una nueva junta. Los revolucionarios entraron a la sala de sesiones, invadieron las galerías y pasillos. Detrás del cambio en la soberanía palpitaban la ideas liberales que lucharon por la instauración de un régimen liberal que terminara con el Antiguo Régimen.
Orígenes y objetivos
Existen muchas visiones acerca de los orígenes y objetivos del ansia independentista hispanoamericana. Tal vez el germen viniera del siglo XVIII producto de los abusos fiscales y políticos del mando peninsular sobre Indias. La restricción a los altos cargos de los criollos al poder virreinal, el monopolio comercial y las reformas borbónicas que ampliaban la presión fiscal. Las Cortes de Cádiz supusieron una ruptura con la tradición de los dos reinos bajo una misma corona, ya que al ser las Cortes Generales las depositarias de la soberanía nacional, ésta se ejercería únicamente desde la Península quedando las Indias fuera de ese ejercicio. En los papeles era decir que se incorporaba, sin más, América a España. Argumentos a favor y en contra tanto respecto del poder real de los cabildos virreinales como de los beneficios comerciales que crecían luego del Reglamento de Libre Comercio de 1778 de Carlos III. Sin duda no colaboró la creación de las Intendencias que restringía el poder de los cabildos en materia fiscal y militar. Pero aplauso más, pataleo menos, al final hubo independencias y eso significa que algo hizo saltar la chispa. Finalmente fuimos esta república legada de los sueños de esos patriotas y de su ideario liberal.
Hoy ese ideario está preso. Un brutal consenso político ha olvidado o peor, ha tachado la mayor conquista de nuestros revolucionarios. La soberanía es, sola, pura y exclusivamente del pueblo. No se delega ni se regala, por nada, menos por un virus. Dentro de la representación política no existe oposición, todas las fuerzas políticas gobernantes están bajo el mismo, despreciable consenso. Nadie se atreve a enfrentarse a la tiranía del consenso ni a sus consecuencias.
Como nadie rompe el consenso no se vislumbra una oposición decidida a denunciarlo. Como hace 210 años, sólo el pueblo puede salvarse a sí mismo, como lo hicieron nuestros próceres en la Semana de Mayo. Los enemigos de la libertad no necesitan ser especialmente capaces cuando son ya los dueños de la máquina estatal. Huyen hacia adelante y les basta el instinto de poder que sabemos que les sobra. El coronavirus les proporcionó la oportunidad de ejercer su poder y por eso comparan a una simple estrategia sanitaria con una guerra. No los avalan los números ni las proyecciones. Tienen que agrandar y amedrentar porque en la guerra todo es admisible, en la guerra todo vale. Están en guerra ahora contra quienes protestan contra la cuarentena. No hay caso, pasan los siglos y siempre el lenguaje bélico ayuda.
Y hablando de guerra, se vislumbra un ejército de famélicos, dependientes del Estado que lo apoyarán por atávica necesidad. Un Estado que se sueña dueño de empresas y vidas a las que habrá destrozado. El único propietario legal de todo. ¿De dónde va a sacar el Estado la plata?, no se sabe, misterio: ¿Del impuesto a los ricos, que pactarán unánimemente actuando ficcionales matices entre los distintos espacios políticos? ¿Fabricando billetes que tanto les gusta? No importa, no se puede preguntar, están en guerra.
Luego del desconcierto inicial, los gobiernos republicanos comienzan a trabajar para que la crisis no arrase la actividad económica, que causará tantas o más muertes que el virus. En cambio, en Argentina se coacciona cada vez más absurdamente la libertad de trabajar y, para mayor abundamiento, paralelamente se aumenta el gasto de acuerdo con la consigna: “ojalá que llueva café”. Premian que no se trabaje, que no se estudie y que no se socialice, para que sea cada vez mayor la dependencia y la alienación.
No sea cosa de que hayamos luchado por nuestra independencia de España para caer, un par de siglos después (un pestañeo en la historia), bajo el imperio totalitario de la dictadura chavista. La prosperidad de los países la construyen día a día los individuos que los habitan, con su iniciativa, con su libre albedrío, asumiendo riesgos, asociándose con quien se les cante, creando empresas, generando empleo y buscando su propia felicidad, no una felicidad diseñada desde los más trasnochados sueños tiránicos. La salida depende, pues, exclusivamente de los individuos, de su voluntad y por tanto no hay salida que se construya sobre el quebranto de la libertad de las personas. La libertad no se negocia, se lo debemos a los próceres de Mayo.