El islam está presente actualmente en todos los continentes, siendo la religión dominante en Medio Oriente, Asia Menor, sur de Asia y norte y este de África.
Antes del islam, en las regiones árabes convivían el politeísmo semítico, el judaísmo y el cristianismo bizantino, y las regiones atravesadas por las grandes rutas comerciales estaban influidas por el helenismo y los romanos. Los cultos tribales ejercían adoración a los dioses bajo la forma de una piedra o un árbol; se construían santuarios, se presentaban ofrendas y se sacrificaban animales. La existencia de espíritus omnipresentes maléficos llamados jinns también era reconocida desde antes de la llegada del islam.
Alá (al-lah, “Dios”) era venerado junto a diosas árabes y se hacían ayunos, fiestas y peregrinaciones como prácticas religiosas. Importantes grupos judíos se habían ido estableciendo en centros urbanos como el oasis de Yatrib, que más tarde se llamaría Medina (“La Ciudad”) (hoy en el territorio de Arabia Saudita). En el siglo VI a.C., La Meca (Makka) (hoy también en Arabia Saudita), con su santuario de la Kaaba (Ka’ba) en torno al famoso meteorito negro, era, además del centro religioso de la Arabia central, una importantísima ciudad comercial.
Mahoma (Muhammad) nació en una familia de comerciantes de La Meca (familia de los Hachemitas, tribu de los Qurayshitas) hacia el año 570 d.C. Luego de morir sus padres y su abuelo, Mahoma se lanzó a diversas actividades comerciales. A los 25 años de edad se casó con su patrona, que era una viuda rica de 40 años llamada Khadija (Jadiya).
Hacia el año 610, en una de las meditaciones solitarias que hacía con frecuencia en las cuevas cercanas a La Meca, Mahoma comenzó a tener visiones y a escuchar revelaciones. Según dice la tradición del islam, se le apareció el arcángel Gabriel, le mostró un libro y le ordenó leerlo. El relato islámico dice que Mahoma se resistió varias veces con el argumento de que no sabía leer, lo cual era cierto. Pero el ángel insistió y finalmente Mahoma pudo leer sin dificultad. Así, Dios le reveló a Mahoma su incomparable grandeza y la bajeza de los mortales en general y de los habitantes de La Meca en particular (luego, durante toda su vida, Mahoma criticaría con frecuencia las estructuras sociales y la decadente moralidad de los habitantes de La Meca).
Durante algún tiempo, Mahoma sólo habló de esas revelaciones y de su misión como Profeta a los miembros de su entorno inmediato, pero ese círculo fue creciendo en cantidad de fieles y las reuniones se hicieron cada vez más frecuentes. Al cabo de tres años, Mahoma empezó a predicar públicamente su mensaje monoteísta, con muy poco éxito; incluso los miembros de su clan llegaron a tener que protegerlo de reacciones hostiles.
En los años siguientes Mahoma tuvo muchas más revelaciones, muchas de las cuales terminarían constituyendo el contenido del Corán. A medida que Mahoma iba teniendo más partidarios también aumentaban sus opositores, que lo acusaban de mentiroso y que le pedían que hiciera milagros para demostrar su condición de Profeta. Esa agresión creciente puso su vida en riesgo. Por esa razón, Mahoma buscó para él y su movimiento nuevos lugares para establecerse.
Algunos lugares para establecer sus “cuarteles” le fueron ofrecidos por clanes de Medina, ciudad a 400km de La Meca. Así, los partidarios comenzaron a asentarse en Medina, lugar al que finalmente, en el año 622 (el calendario religioso islámico es lunar y tiene 354 días) se dirigieron el mismo Mahoma y su consejero Abu Bakr. Este acontecimiento, llamado “Hijira” (“emigración”) (Hégira, “huida”), señala el punto de partida de la era islámica.
En los diez años que vivió desterrado en Medina, Mahoma continuó recibiendo revelaciones. Puestas las mismas por escrito al lado de sus palabras y acciones (y conservadas en las Hadith, que también forman parte de los cuatro pilares de la tradición islámica), esas revelaciones constituyen el conjunto de códigos que rigen la vida musulmana.
Durante ese tiempo, el establecimiento de las pautas sobre la vida religiosa y el asalto a las caravanas de sus enemigos, sobre todo a los de La Meca, eran las actividades principales de Mahoma y su grupo. Estas acciones desembocaron en una guerra entre Medina y La Meca, y finalmente Mahoma y su (a esta altura) ejército ocuparon La Meca, ciudad que se convirtió en centro de oración (qiblah) y lugar de peregrinación (hadj) de todos los musulmanes.
Mahoma, que transformó el islam no sólo en una religión sino en una estructura poderosa y temida, murió en Medina en el año 632, sin dejar un heredero varón.
El Corán (Qur’an) -de “qara’a”, “leer, recitar”- es para los musulmanes la palabra de Dios transmitida por Gabriel al profeta Mahoma. El Corán presenta, como el Evangelio de San Juan, la función de “logos”, de Verbo eterno del Dios creador. Mahoma no asume personalmente en ningún momento la función de intérprete; es más, no acepta que la misma pueda ser asumida por ningún personaje humano. Aunque él es “elegido” y sin tacha (ejem), se asume enteramente humano. El mismo Profeta y varios de sus “secretarios” redactaron la mayoría de las revelaciones.
El Corán consta de 114 capítulos, llamados “surahs” (suras, azoras), cada uno con un número variable de versículos, llamados “ayahs” (ayats, ayas, versos). Estos capítulos no están dispuestos en orden cronológico o temático, sino por orden de longitud: las surahs más largas al principio; así, las primeras revelaciones de las cuevas de La Meca se encuentran hacia el final. El libro está escrito en prosa rimada; cada surah lleva un título, y todas menos una empiezan con el versículo llamado “Basmallah” (“en nombre de Dios, el clemente, el misericordioso”) (“Ba-sm-allah al-rahman al rahim”).
El Corán hizo que los árabes pasaran también a formar parte de los “pueblos de Libro”, es decir, los que tienen un libro como referencia de sus creencias, como los judíos (la Torah) y los cristianos (los Evangelios). Los dos grandes temas del Corán son, en primer lugar, el monoteísmo y el poder de Dios (el Omnisciente, el Todopoderoso), y en segundo lugar, la naturaleza y el destino de los hombres en su relación con Dios, benévolo, justo, creador del universo, los hombres y los espíritus.
El Corán reinterpreta algunos relatos bíblicos (Adán y Eva, José, Abraham, Ismael) y contiene numerosos preceptos morales que forman, junto con las tradiciones referentes a la vida del profeta, la base de la ley islámica (sharia, shari’ah). Las prácticas fundamentales de la vida religiosa del musulmán son las oraciones cotidianas (salats) -que cada varón musulmán está obligado a realizar cinco veces al día orientándose hacia La Meca-, la limosna, el ayuno en el Ramadán y la peregrinación a La Meca.
La reforma religiosa de Mahoma fue seguida de reformas sociales y legales. Así, la tradición musulmana fundamenta en “lo religioso” la justicia civil y las reglas de comportamiento de esposos, padres, hijos y propietarios de esclavos (eso sí, los esclavos están permitidos, eh). La situación de las mujeres requiere un tratamiento especial (es un decir), y la tradición islámica fija un máximo de cuatro esposas permitidas, aunque recomienda que sólo se tome una (ah). La sharia introduce implicancias religiosas en cada una de las cuestiones cotidianas; en el islam, la religión tiene una implicancia directa y visible en la vida de las personas.
A la muerte de Mahoma (632 d.C.) se planteó al situación sobre el sucesor o califa (Khalifab, de khlf, “seguir”). El califa sería el responsable de dos funciones: la militar (ser el “comandante” de los fieles) y la religiosa (ser el imam -imán- de los musulmanes). Luego de largas deliberaciones, la asamblea decidió que el primer sucesor de Mahoma sería Abu Bakr, suegro y secretario de Mahoma, quien había sido su compañero en la Hégira a Medina. Abu Bakr ejerció dos años de califato, y aseguró el dominio musulmán sobre las regiones árabes. Abu Bakr fue sucedido por Ornar (634-644), de ascendencia sunnita, que conquistó Siria y parte de Egipto y Mesopotamia. A su muerte comenzaron escisiones religiosas que desembocarían en muchísimas sectas religiosas (más de 250). Los partidarios de Alí, primo y yerno de Mahoma (casado con su hija, Fátima), esperaban que éste fuese elegido, pero el elegido fue Otman (644-656), de la familia Umayyas (Omeyas) de La Meca, antiguos adversarios de Mahoma. Alí y su gente (chiítas, “partidarios de Alí”) exigían que la sucesión se siguiera de acuerdo a los parentescos más cercanos.
Y entonces empezó la violencia, hasta allí latente. En 656, Otman fue asesinado por los partidarios de Alí, quien hizo la de Pilatos (ja) y no desautorizó ni criticó a los asesinos. Elegido finalmente califa, Alí tuvo que hacer frente a dos enemigos que lo acusaban de haber sido cómplice en el asesinato de Otman: el gobernador de Siria, Mu’awiyah y su general ‘Amr ibn al-As, conquistador de Egipto. Alí combatió contra ellos, y el astuto general tuvo la inesperada idea de colocar páginas del Corán en las lanzas de sus hombres, ante lo cual el ejército de Alí retrocedió (sí, sí, como se lee). El general obligó a parlamentar y Alí y sus chiítas se dieron por vencidos. Pero no todos, porque una facción disidente, los Jariyitas (Jariyíes, Jarichitas) sostenían que el califa debía ser el musulmán más piadoso (piedad no era precisamente la virtud más demostrada en aquellos tiempos de peleas), sin distinción de tribu o raza. Argumentaban que la fe no bastaba, que eran necesarias obras para asegurar la fidelidad de los creyentes. Así que Alí (que bastantes problemas tenía ya) se volvió contra los Jariyitas, que no se anduvieron con vueltas y asesinaron a Alí en 661.
El califato recayó entonces en el ya vencedor Mu’awiyah, quien fundó la dinastía de los Omeyas de Damasco, que duró hasta 750.
El islam tuvo varios cismas posteriores y muchísimas más cosas ocurrieron. Pero así fue como empezó la cosa.