Keiretsu y el Milagro Japonés

     En 1946, un año después del final de la Segunda Guerra Mundial,  Japón modificó su Constitución, dando paso a una monarquía constitucional; al mismo tiempo inició una transformación de su estructura económica tradicional, con EEUU (país que intervenía en forma absoluta en su territorio) como principal proveedor de ayuda técnica y financiera.

   Con la guerra de Corea (1950-1953), Japón “superó” su propia postguerra. En 1951 se firmó el Tratado de San Francisco y un año después Japón volvió a ser plenamente soberano. Mientras tanto, EEUU empleó a las islas del archipiélago japonés no sólo como puntos de suministros a Corea sino como avanzada capitalista en Asia oriental. Esto trajo como consecuencia la llegada de capitales y una rápida reindustrialización.

    Los japoneses encararon esta nueva etapa de manera diferente: la economía japonesa basada en los antiguos zaibatsu fue replanteada y reconfigurada, adoptándose el sistema keiretsu. Veamos brevemente de qué se trata eso.

     Los zaibatsu eran grupos de empresas oligopólicas, habitualmente controladas por familias poderosas, que estaban presentes en casi todos los sectores económicos de la economía japonesa antes de la Segunda Guerra Mundial, siendo las cuatro principales (Mitsui, Mitsubishi, Yasuda y Sumitomo) y sus subsidiarias las que controlaban un tercio del comercio exterior y más de la  mitad de la industria pesada.

  Después de la SGM el panorama cambió: los estadounidenses consideraban que los zaibatsu eran dominados por grupos muy pequeños, los consideraban monopolios antidemocráticos y los acusaron de haber sido responsables del armado militar japonés. Entonces los japoneses transformaron los zaibatsu en estructuras diferentes llamadas keiretsu.

     Los keiretsu son grandes grupos empresariales (algo así como holdings, digamos) japoneses vinculados tanto vertical como horizontalmente. Incluyen una gran variedad de empresas del sector industrial, comercial y bancario. El sistema keiretsu implica la cooperación mutua y evita que las empresas que forman parte del mismo sean adquiridas por otros grupos.

     La idea del keiretsu sostiene que si una empresa es propietaria de una parte de su proveedor y a su vez el proveedor es propietario de una parte de la empresa, se pueden obtener beneficios mutuos, lo cual no es posible con el esquema tradicional. El sistema keiretsu resulta así una estructura corporativa en la que una serie de organizaciones se vinculan entre sí, generalmente tomando pequeñas participaciones las unas de las otras, para construir una relación de negocios duradera en el tiempo y con sus protagonistas muy cerca entre sí.

   Las empresas keiretsu pueden relacionarse entre sí de dos formas diferentes. En el keiretsu horizontal (“yoko”) un grupo de grandes empresas mantienen relaciones de tipo comercial, estratégico, informacional y de distribución, y todas tienen un mismo banco como respaldo. En el keiretsu vertical (“tate”) hay una empresa líder y una serie de empresas más pequeñas, subordinadas a ella y que cuentan con el respaldo de la “empresa madre”, que no las dejará caer. La empresa principal, o cualquiera de las subsidiarias, pueden formar parte a la vez de un keiretsu horizontal.

     Este enfoque transforma de raíz las relaciones entre empresa y proveedor, ya que crea alianzas entre ellos. El resultado (en Japón, claro) es la capacidad de ofrecer un mejor servicio al cliente y tener facilidad para poder transformar cada negocio; es decir, ser adaptable.

     Los keiretsu no son tan diferentes a los zaibatsu; de hecho, las empresas keiretsu más importantes son las mismas que antes eran zaibatsu. Pero lo que sí cambió es que en este nuevo sistema el gobierno adoptó un perfil  marcadamente proteccionista, y además asumió la responsabilidad de  respaldar la creación de las empresas necesarias para desarrollar la industria pesada, de la que derivaban muchas industrias menores. Es curioso comprobar cómo EEUU aceptó este cambio (oligopolios familiares –zaibatsu– por keiretsu –holdings con asistencia del gobierno–), dado que durante su ocupación pretendía una economía liberal para Japón; pero se ve que los japoneses les vendieron bien el proyecto.

     La relación de las empresas keiretsu con el gobierno fue tanto financiera como política, y esta buena convivencia fue la clave de la extraordinaria recuperación económica nacional, conocida como “el milagro japonés”. La sintonía entre el poder político y el poder económico fue total. El partido gobernante creaba el clima político necesario para propiciar la rentabilidad de las empresas; de alguna manera, era como que el gobierno fuera el “brazo político” de las empresas. A cambio, el capital organizado contribuía políticamente solventando políticas de gobierno que a su vez significaba aumento de trabajo para ellos.

  En estas organizaciones empresariales participaban, unidas, entidades industriales, comerciales, de servicios empresariales, aseguradoras y bancos, y esta unión heterogénea pero con objetivos en común permitía realizar todas o la mayor parte de las actividades empresariales “dentro” del keiretsu, generando así un modelo de colaboración asegurado y de préstamos baratos en los que las empresas extranjeras no tenían cabida. O sea: cada keiretsu tiene su banco, su proveedor de materia prima, su fábrica, su logística propia, su distribuidor, sus canales de venta, etc., etc. Todos con la misma camiseta, le piden plata al mismo banco, que a su vez es accionista de cada empresa, mientras que las empresas son parte del board o son accionistas del banco. Así, todo queda en casa.

     Por supuesto, esto ha creado oligopolios que podrían subir los precios para la venta de productos en el mercado interno mientras se hace “dumping” (venta a pérdida) en los mercados extranjeros. Ni que importara… lo más importante era mejorar la economía interna. De todas maneras, eso no ocurrió (es Japón). Y así se produjo “el milagro japonés”.

   Se importaban materias primas del sudeste asiático mientras se exportaban productos manufacturados cada vez de mayor calidad y valor agregado, gracias a la reinversión de los beneficios en la adquisición y el desarrollo de nueva tecnología, prefiriendo eso al reparto de dividendos.

     El mencionado proteccionismo e intervencionismo del gobierno también fue fundamental (frente a las tendencias mundiales de libre comercio) para  proteger las industrias locales hasta que fueran capaces de competir con las extranjeras. Así, este modelo desarrollado por Japón se apoyó en un estos grandes holdings (en definitiva, eso es lo que son los keiretsu) respaldados por el gobierno, que facilitaba su crecimiento y recaudaba en forma proporcional al crecimiento de la economía. En este contexto tuvo un papel importante el Ministerio de Industria y Comercio Exterior, que desarrolló planes para las industrias con préstamos a bajo interés, subsidios fiscales y ayuda en la adquisición tecnológica, pero también dispuso pautas de comportamiento para las empresas, para que dirigieran esfuerzos hacia los sectores que consideraba más necesitados.   

    Las empresas japonesas tuvieron poca presencia internacional hasta la segunda mitad de la década del ’60, en que alcanzaron un nivel tecnológico suficiente que les permitió competir en el exterior. En 1971 el yen quedó desvinculado del dólar y Japón perdió rápidamente su competitividad al revalorizarse su moneda respecto al dólar. Pero lo resolvieron: los keiretsu empezaron a instalarse en países en desarrollo del sudeste asiático, lo que les permitió reducir las desventajas de los nuevos tipos de cambio elevados y contratar mano de obra más barata que la japonesa.

      En 1973, cuando estalló la crisis del petróleo, Japón registró una leve retracción en su crecimiento, pero lo corrigió aumentando la jornada laboral y modificando la actividad industrial: se libró de las industrias que consumían mucho espacio, tenían bajo valor agregado, necesitaban abundante mano de obra, requerían gran cantidad de energía o eran demasiado contaminantes y cedió espacio a los sectores más rentables y con mayor valor agregado, con el consiguiente abaratamiento en la producción de bienes intermedios.

     Entre 1955 y 1973 Japón tuvo tasas de crecimiento de entre el 7 y el 12% anual (promediando el 10% anual), muy superiores a las del resto de los países industrializados. Durante los años del “milagro japonés” se produjo un enorme aumento del nivel educativo técnico y académico. Los planes de educación fueron efectivos para formar personal calificado en todas las áreas del proceso productivo. Fue además un período significativo en la adaptación de nuevas tecnologías y su empleo en la producción. Se produjo un aumento del empleo (la tasa de desempleo llegó a ser apenas del 1,4%) y una  fuerte alianza entre el sector público y privado. Entre 1948 y 1973, la expectativa de vida subió de 57 a 74 años y la mortalidad infantil descendió de 65 a 11 niños cada mil habitantes.

    En los años ’90 Japón comenzó a enfrentar otra crisis: los llamados “tigres (o dragones) asiáticos” –un grupo de países que habían imitado el modelo de desarrollo japonés– empezaron a competir con los productos japoneses. Japón había movido sus industrias a estos países para reducir los costos de producción (lo que le valió transformarse en la segunda economía del mundo), y estos países habían aprovechado eso para adquirir el conocimiento y la tecnología japonesas y, también con un fuerte intervencionismo estatal, lograron elaborar productos de cada vez mayor calidad, hasta el punto de ser ellos los que recurrían a la relocalización de sus empresas para hacer su actividad industrial más rentable.

     Pero eso es otra historia.

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