Caído Napoleón, fue imprescindible para los Reyes reafirmar mediante un acuerdo político el derecho divino para gobernar a sus pueblos. A tal fin se reunieron en Viena (en Le Palais de Ballhausplatz) actuando como anfitrión el barón Klemens von Metternich, Ministro de Relaciones Exteriores de Austria.
El representante británico, Robert Stewart, vizconde de Castlereagh y el mismísimo Zar Alejandro, y su consejero Andréi Kirílovich Razumovski, imprimieron los principios absolutistas que habrían de regir Europa por los siguientes años, además de dividirse el continente entre estas potencias. Rusia consolidó su poder sobre Polonia y para imponer una barrera a las pretensiones francesas, instó a unificar los principados alemanes evitando la hegemonía de Prusia.
Todo apuntaba a la Europa de la Restauración con Alejandro de Rusia como garante.
Las tratativas se realizaron en un marco festivo, en tertulias, bailes y cenas elegantes, donde los representantes intercambiaban opiniones y trenzaba alianzas. Hubo conferencias, y se redactó un acta general que no fue suscripta por todas las delegaciones presentes. Bastaba afirmar que no tolerarían otra insubordinación al orden monárquico instituido. De esta desconcertante actitud (aunque hubo concierto en los que más se hablaba de lo que se gozaba de la música) surgió la frase “el Congreso baila, pero no marcha…” aunque si marchó años más tarde en auxilio de Fernando VII (aunque España haya tenido una participación casi nula durante el Congreso). Fernando fue el primero en reclamar el auxilio ofrecido por la Santa Alianza para alejar la amenaza liberal a su régimen que pretendía ser absolutamente absolutista.
Los Cien Mil Hijos de Luís hicieron el trabajo sucio y de allí en más, Fernando hizo lo que quiso, perdiendo la mayor parte de sus colonias y sembrando el germen de una guerra civil al imponer a su hija Isabel como Reina de España. Las guerras carlistas terminaron de destruir el poco poder que le quedaba a los Borbones.
En Norteamérica, donde subsistía el único modelo republicano exitoso, la propuesta monárquica sonaba con aires colonialistas, razón por la cual surgió la doctrina Monroe, que rechazó la injerencia de las potencias europeas sobre América.
Belgrano volvió al país y explicó a los diputados reunidos en Tucumán la extensión del convenio pro monárquico europeo. De allí sacaron de la galera la idea peregrina de nombrar un Rey incaico, que poco duró como proyecto. Pueyrredón, años más tarde, insistiría en traer un Rey francés gracias a la constitución del ’19 que hubiese permitido su coronación (dentro de una monarquía parlamentaria). La resistencia a tal propuesta puso fin al régimen directorial y el país entró en anarquía.
A pesar de los reclamos de España para que Europa la asista en la conservación de sus colonias, poco se quiso hacer, ya que las potencias europeas veían muy débil la posición española y los británicos ambicionaban conquistar las ex colonias con sus mercados más que con las armas.
La situación en Europa se agudizó cuando Napoleón volvió del exilio y amenazó retornar al poder. El duque de Wellington que asistía al congreso en Viena se vio obligado a ir de campaña para terminar con los cien días de Napoleón en Waterloo.
Curiosamente, el delegado de Luís XVIII no fue el otro que el mismo Talleyrand, un obispo de noble origen y costumbres licenciosas que había servido de Ministro de Relaciones Exteriores de Napoleón. El Corso no tenía muy buena opinión de su ex ministro, ya que lo llamaba Gusano de Seda. Sin embargo, Talleyrand fue quien reconoció el miedo de Inglaterra y Austria ante el creciente poder de Alejandro de Rusia y permitió que una Francia derrotada fuese incluida dentro de las grandes potencias.
La nueva patriada de Napoleón dejó en la nada algunas concesiones territoriales que Talleyrand había obtenido y Francia volvió a las fronteras que tenía en 1792.
Las vigencias de estos acuerdos permitieron la predominancia del absolutismo ante el avance del liberalismo como heredero de las Revolución de 1789 y que tendrían eco en las revoluciones de 1830 y 1848. Estas alteraron profundamente los logros del congreso, impulsor de un imperfecto equilibrio de poderes que años después se rompería por las ambiciones colonialistas de los distintos poderes y haría eclosión durante la Primera Guerra Mundial.