El catalán Alí Bey, pionero del espionaje

La calle de Alí Bei en Barcelona es el corazón de lo que muchos conocen como Little China debido a su profusión de mayoristas del textil orientales y restaurantes chinos. El barcelonés Domingo Badía (1767-1818), el hombre que se ocultaba tras la identidad de Alí Bey (o Bei, en catalán), nunca podría haber soñado con un homenaje mejor.

La vía que su ciudad le ha dedicado se ha convertido en un excelente exponente de la diversidad cultural. Sin duda, eso le encantaría a este sabio, aventurero, políglota y viajero sin par. La variedad de sabores que se pueden degustar en los restaurantes de la zona, y que periódicamente elogian los internautas, le recordarían los platos que descubrió en sus lejanos vagabundeos:

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Domingo Badía fue uno de los primeros occidentales que pisó ciudades y rincones inaccesibles hasta entonces para los no musulmanes. Fue el primer español y uno de los primeros europeos que entró en La Meca. Lo pudo hacer porque no viajó con su verdadero nombre, sino con el de Alí Bey el Abassí. Hablaba tan bien el árabe que nadie dudó de su palabra y lo tomaron por un príncipe abasida de origen sirio.

También fue un pionero del espionaje. No dejó cabos sueltos ni nada al azar. Llegó incluso a circuncidarse para que todo en su aspecto coincidiera con los detalles de su relato. Gracias a su habilidad protagonizó un fantástico viaje por el mundo musulmán. Empezó su viaje en 1803 y lo terminó en 1807. Recorrió Marruecos, Argelia, Libia, Palestina, Siria, Turquía y Arabia Saudí, entre otros países.

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Las dos vidas de Domingo Badía. Wikimedia Commons

Las dos vidas de Domingo Badía. Wikimedia Commons

No visitó por capricho La Meca, la ciudad más santa del Islam. Si lo hubieran descubierto, habría tenido serios problemas. Tampoco viajó exclusivamente por su espíritu aventurero o su sed insaciable de conocimientos. Ni por el prurito de llegar donde no lo había hecho antes que él ningún otro europeo. Lo hizo, sobre todo, como espía al servicio del Gobierno de Carlos IV.

“¡Qué buen vassallo, si oviesse buen señor!”, se dice en el Cantar de Mío Cid . Esos versos, actualizados por Arturo Pérez-Reverte en Sidi (Alfaguara), también se le podrían aplicar a él. Domingo Badía se jugó la vida para cumplir el encargo del primer ministro de España, Manuel Godoy, el favorito de la reina y el factótum de la política española. El mote que le puso el pueblo resume los méritos de Godoy: el Choricero .

Las relaciones entre España y Marruecos iniciaban por entonces el tumultuoso libro que se acabaría de escribir en el siglo XX, con capítulos como el desastre de Annual (1921) o la Marcha Verde (1975). Nunca sabremos cómo hubieran evolucionado los vaivenes entre ambos países si las palabras de Domingo Badía se hubieran escuchado a tiempo.

Pero, para su desgracia, este trotamundos nació en la España de “¡Vivan las caenas!”, el grito con el que sus compatriotas celebraron el fin de la guerra de la Independencia y la vuelta de la monarquía absolutista. Si corrupto era Godoy e inepto Carlos IV, no mucho mejor fue su sucesor, el rey Fernando VII (el de las cadenas).

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Caricatura de José Bonaparte,

Caricatura de José Bonaparte, ‘Pepe Botella’. Wikimedia Commons

En su viaje de cuatro años, nuestro personaje logró ganarse la confianza del sultán de Marruecos, Muley Solimán. A su regreso a casa, ofreció sus conocimientos y experiencias para que España desarrollase una eficaz política exterior en los países musulmanes. Para entonces, Godoy ya se había olvidado de él.

También lo ningunearon los destronados Carlos IV y Fernando VII, más preocupados por hacerle reverencias a Napoleón que por el futuro de su nación. Padre e hijo llegaron a aconsejarle que se declarase al servicio del emperador francés. Napoleón sí supo ver la valía de sus informaciones y lo puso a disposición de su hermano José Bonaparte, Pepe Botella, el rey intruso.

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El Tres de Mayo, de Goya. Wikimedia Commons

El Tres de Mayo, de Goya. Wikimedia Commons

Domingo Badía trabajó para los franceses sin ánimo de medrar, sino de ayudar a la tambaleante España. Pero ya se había condenado. Desde el alzamiento del 2 de mayo, la sociedad de su época le puso el sambenito de afrancesado, lo que equivalía al destierro o algo peor cuando la aventura de los Bonaparte se acabó en España y Fernando VII sucedió en el trono a Carlos IV.

Como otros muchos intelectuales que abrazaron la causa del siglo de las luces, el viajero tuvo que volver a ponerse en marcha. Y esta vez por obligación. Tras la guerra de la Independencia, no le quedó otra que exiliarse a Francia. Allí publicó en 1811 los dos volúmenes de su obra más conocida, Voyages d’Ali Bey en Afrique et en Asie .

El libro recogía su inmersión en el mundo árabe entre 1803 y 1807. Fue un éxito en toda Europa, con ediciones en Inglaterra y Alemania. El lector español actual tiene el texto a su alcance en Viajes por Marruecos, Trípoli, Grecia, Egipto, Arabia, Palestina, Siria y Turquía . La obra, editada por Tierra Incógnita, tiene un prólogo de Juan Goytisolo que es casi un libro dentro del libro.

Fiel a la máxima de que la única patria del viajero es el camino, como dice Amin Maalouf en León el Africano (Alianza Editorial), Domingo Badía volvió a poner rumbo hacia tierras lejanas. En 1818, ya no con su antiguo heterónimo, sino con el de Alí Otman, viajó hasta Oriente. La muerte lo encontró en Damasco.

El sultán de Marruecos me trató como a un hijo y me revistió con su túnica para que todos vieran la estima en que me tenía

El sultán de Marruecos me trató como a un hijo y me revistió con su túnica para que todos vieran la estima en que me tenía Ali Bey(‘Viajes por Marruecos, Trípoli…’)

Ali Bey (‘Viajes por Marruecos, Trípoli…’)

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