Edith Piaf es sinónimo de Canción Francesa, de eso no hay duda. Son pocas las personas que, aún sin saber quién es, no sean capaces de identificar alguna de sus canciones, así de masiva es. El mundo no ha olvidado a Piaf y, especialmente luego del estreno de la película basada en su vida, La vie en rose (2007), se vivió un revival de su música y toda una nueva generación estuvo expuesta a su biografía y a sus canciones.
Su historia es sumamente trágica y está repleta de altibajos. Notablemente, contrasta el éxito supremo en su carrera con su vida personal, tormentosa de principio a fin, cuyos momentos más traumáticos incluyeron la muerte del boxeador Marcel Cerdan, el amor de su vida, y una adicción a la morfina de la que nunca pudo escapar del todo. En el medio de todo el sufrimiento, Piaf siempre creyó en el amor, entregándose a muchos hombres, siempre por completo y sin reparos. Esto, por supuesto, ha llamado la atención de muchísimos investigadores, especialmente porque los hombres con los que se codeaba eran, en general, bastante menores que ella. Sin embargo, más allá del romance o del escándalo, las relaciones que Edith Piaf entabló con ellos muchas veces no estuvieron (solamente) inspiradas por el amor o la atracción, sino por un genuino interés por ayudarlos. Los casos fueron varios y bastante resonados, pero un breve repaso por los más notables ejemplos puede dar una idea del excelente “olfato” de Piaf para el talento.
Una estrella sin luz: Yves Montand
Corría el año 1944, era el momento de la liberación luego del triunfo en Normandía, e Yves Montand era todavía un don nadie que acababa de debutar con un par de canciones sobre los cowboys norteamericanos. Ese año Piaf lo conoció en el Moulin Rouge cuando él se presentó a hacer una prueba para un show de ella. Al escuchar a Montand decir que él pensaba que ella era una cantante horrenda, Piaf respondió rápidamente diciéndole que era un idiota. Entre insultos e injurias, insospechadamente nació el amor. Ese año, incluso, llegaron a compartir pantalla en Étoile sans lumière, una rara aparición de Piaf en el cine.
El lazo que se generó entre ellos ya tenía la marca de la ambigüedad que caracterizó a todas sus futuras relaciones. Esto queda muy claro en los recuerdos que Montand compartió en una entrevista años después de la muerte de Piaf, cuando afirmó que era una mujer encantadora, pero que tenía un costado sumamente cruel. Ella, “por amor a su arte”, como aseguró el cantante, se dispuso a corregirlo y a enseñarle todo de cero: como cantar, como moverse, como armar su repertorio… Todos estos esfuerzos, aunque impartidos sin misericordia, tuvieron su recompensa en febrero de 1945, cuando se presentaron en conjunto y Montand se coronó como estrella. A partir de ese momento, Piaf empezó a notar que su nombre y el de su pareja empezaron a aparecer con el mismo tamaño en los afiches. Quizás por esto, ella dejó de hablarle y cortó la relación de la noche a la mañana sin ninguna explicación. Aunque despótica, sin embargo, Piaf podía ser muy generosa y fue justamente por eso que cuando oyó que el director Marcel Carné estaba buscando un actor para Les portes de la nuit (1946) lo llamó para insistirle que le hiciera una prueba a Montand. Él quedó seleccionado y, luego de este rol, su carrera como actor también despegó.
Nueve hombres, un corazón: Les Compagnons de la Chanson
Otra de las grandes asociaciones romántico-musicales de la vida de Piaf fue con el grupo folklórico Les Compagnons de la Chanson y, especialmente, con Jean Louis Joubert, uno de sus integrantes. Cuando Piaf escuchó al grupo, quedó muy impresionada con sus voces, pero le pareció que el repertorio, básicamente compuesto de canciones tradicionales francesas, era completamente inadecuado si esperaban alcanzar el éxito. Con la idea de ayudarlos, en 1945 ella se acercó con la canción de Jean Villard, “Les trois cloches”. Sintiendo que era demasiado diferente a su estilo y sin estar del todo seguros, los miembros del grupo le pidieron que ella interpretara el tema con el conjunto. Insospechadamente, nació un éxito. Se vendieron cerca de un millón de discos, y “Les trois cloches” se volvió un himno de la inmediata posguerra. Tal fue la popularidad alcanzada, que Piaf y el grupo aparecieron juntos en una película llamada Neuf garçons, un cœur (1948) y partieron juntos de gira por los Estados Unidos, durante la cual Les Compagnons de a Chanson obtuvieron su consagración. Años más tarde en una entrevista a Joubert y otros miembros, ninguno dudó al afirmar que Edith les había enseñado todo lo que sabían sobre el espectáculo y que sin ella no habrían llegado tan lejos.
Más azul que tus ojos: Charles Aznavour
El mítico cantante también recibió un empujón de Piaf al inicio de su carrera. Ella lo conoció en 1946, cuando él estaba haciendo un show con su entonces compañero Pierre Roche. Impresionada, lo alienta a abandonar a Roche y lo adopta como su protegido, manteniéndolo cerca por los próximos ocho años, período en el que él actuó como su secretario personal y confidente. Aunque varios creen que eran amantes, Charles Aznavour siempre aseguró que la relación no pasó de una gran amistad. En todo caso, su convivencia era complicada y su lazo estaba marcado por una, cuanto menos, leve incomodidad, generada por los apodos insultantes que caracterizaban el estilo bromista de Piaf y la crítica constante a él y a las composiciones que le ofrecía. En esta línea de la sinceridad brutal, no llama la atención que ella, durante una gira en los Estados Unidos, llevó a “su pequeño genio idiota”, como lo llamaba, a hacerse una rinoplastia luego de asegurarle que con su nariz nunca podría triunfar en el mundo del espectáculo.
Cansado, harto o simplemente con ganas de independizarse, luego de 1954, él abandonó su casa, pero según Aznavour se mantuvieron cercanos hasta la muerte de Piaf en 1963. Al día de hoy, la relación sigue siendo sumamente misteriosa y los testimonios del cantante argelino, claramente consciente de la importancia de la Piaf en la historia de la chanson, no son ricos en detalles sobre su convivencia. Él siempre fue muy discreto y, en vez de hablar mal de ella, prefirió destacar momentos como la producción de “Plus bleu que tes yeux”, una canción suya que Piaf grabó en 1951 y que, gracias a la magia de la tecnología, pudieron interpretar juntos en 1997.
Haya sido buena o mala su relación, más allá de todo, él reconoce haber aprendido muchísimo de Edith Piaf, más que nada a nivel de la interpretación y el respeto al público. Como recordó hace unos años, para entretener a las personas durante una performance, hacía falta, según le dijo Piaf, “un solo bello gesto en una canción, con eso alcanza”.
Milord: Georges Moustaki
Corría el año 1958, cuando Moustaki, un cantautor ignoto quién sólo contaba con 24 años entonces, se acercó a Piaf para ofrecerle algunas de sus canciones y para expresarse como su admirador. Ella, de 42, no sólo se enamoró de él, sino que también se mostró muy interesada en su talento como letrista y guitarrista. Moustaki fue un bálsamo en su vida, la vuelta de la felicidad luego de la muerte de Cerdán, pero como en muchas de sus relaciones previas, en ésta no faltó el despotismo. Creyendo en su talento Piaf lo presionó y lo reeducó para hacer de él una estrella. Él a cambio, le regalaba canciones que escribía para ella. Aunque compartieron un año como pareja, para fines del ’58 Moustaki claramente había tenido suficiente. Para él ya no había nada más que hacer, pero el representante de Piaf le rogó que, por su salud mental, la acompañara a los Estados Unidos a hacer su gira. Medio obligado, el accedió y viajó. Una vez allá, aún en este momento de decadencia en la pareja, él escribió una última canción para Piaf: “Milord”. Por supuesto, el sencillo fue un éxito y Moustaki entró en el olimpo de la chanson.
No me arrepiento de nada: Charles Dumont
El lazo que se estableció entre Piaf y Charles Dumont, aunque nunca fue romántico, puede considerarse como uno de los más significativos de la carrera de ambos. Vale la pena recordar que, luego de sufrir una enfermedad durante su última gira en los Estados Unidos, para 1960 Piaf había perdido su voz y su salud se había deteriorado inmensamente. El diagnóstico no era bueno y la única esperanza que le quedaba de volver a cantar implicaba que se produjera un milagro. Casi como una encarnación del destino, el compositor Charles Dumont llamó a su puerta y se presentó con una canción: “Non, je ne regrette rien”. Piaf, al escucharla, sintió que volvía a vivir. Dumont recuerda que él había ido pensando que no se quedaría más de 15 minutos, pero que ese día terminó quedándose 12 horas con ella. No había duda, este tema fue lo que la sacó de la oscuridad y logró que fuera posible su regreso a los escenarios en 1961. Luego de este revival, Piaf despidió a quién había sido su compositora y amiga hasta ese momento, Marguerite Monnot, y la reemplazó con Dumont. En los siguientes tres años, él escribió 42 canciones para ella, incluidas “Mon Dieu” y “Les Amants”, que interpretaron y grabaron juntos en 1962. Luego de la muerte de Piaf, la carrera de Dumont como cantante y compositor despegó y continuó creciendo, llegando a escribir para el cine y para personalidades como Barbra Streisand.
¿De qué sirve el amor?: Théo Sarapo
La última relación romántica de Piaf fue, además, una de sus últimas grandes colaboraciones artísticas. En 1962, Théophánis Lamboukas era un joven griego de 26 años que cortaba el pelo de día y bailaba en discotecas de Saint-Germain-des-Prés de noche. Théo soñaba con ser cantante, por lo que un amigo le presentó a Edith Piaf, quién no creyó que tuviera una gran voz inicialmente, pero viendo su potencial, lo contrató como su secretario. Una vez más, la reina de la chanson se dispuso a ayudar a un joven prometedor. Le cambió el nombre, llamándolo “Sarapó”, “te amo” en griego, y grabaron juntos la exitosísima “A quoi ça sert l’amour?”. Théo le pidió casamiento y ella, 20 años mayor, dijo que sí pensando que era un chiste. Parece que el amor iba enserio, porque no sólo se casaron en una boda multitudinaria, sino que continuaron haciendo shows juntos y llenando salas. Él estaba enteramente dedicado a ella, cuidándola tanto arriba del escenario como en el hospital, a donde Piaf volvió a inicios de 1963, con su salud sumamente deteriorada. La devoción de Sarapo fue inmensa y la cuidó hasta el final, llegando al punto, según se dice, de llevar su cadáver de Plascassier a París horas después de morir el 11 de octubre, sólo para que la gente pensara que Piaf había muerto en su ciudad natal. Más allá del amor que sintió por su esposa, la vida de Sarapo terminó mal. Luego de un largo duelo, habiendo heredado sólo deudas de Piaf, él se dedicó a cantar para pagarlas e, incluso, apareció en algunas películas. Nunca se volvió a casar, y murió trágicamente en un accidente automovilístico en 1970.