La gira (“Somewhere back in time” tour) fue una iniciativa del grupo; los productores y los habituales organizadores de giras inicialmente le bajaron el pulgar, por lo cual decidieron organizarla ellos mismos. Para eso consiguieron su propio avión, un Boeing 757 al que bautizaron Ed Force One, que fue ploteado con el nombe del grupo en el fuselaje y con Eddie (la mascota-símbolo del grupo) en la cola del mismo y cuyo piloto fue el mismísimo Bruce Dickinson, el extraordinario cantante del grupo.
El avión fue acondicionado especialmente durante meses para trasladar a los músicos, a las 70 personas de la crew (técnicos, ingenieros y personal operativo) y las 12 toneladas de equipo e infraestructura, que fueron ubicadas en la parte de atrás de la cabina.
Bruce Dickinson (que además de ser músico es piloto comercial, esgrimista, empresario, escritor y creador de cervezas) fue el principal impulsor de la idea de viajar en su propio avión: “he piloteado aviones 757 durante años; lo más difícil fue acondicionar el avión apropiadamente, ya que lleva mucha carga en la parte de atrás. Nuestros contables nos dicen que estos destinos son una locura, que es muy caro ir y que no es rentable, pero la verdad es que no nos importa. Nunca hemos tenido mucho apoyo de las radios ni los medios comerciales y aún así nos quieren y nos escuchan en todos lados. Así que ahora que tenemos nuestra “alfombra mágica”, podemos meter todo en el avión y tocar en lugares a los que no podríamos ir de otra manera. Y estamos muy felices de hacerlo”.
El Vuelo 666 salió el 28 de enero de 2008 de Stansted, Inglaterra. Nicko McBrain, el gran baterista de la nariz única y un buen humor permanente, llevó el vino para celebrar en vuelo lo que sería el inicio de un viaje inolvidable. Las dos azafatas hacían su reglamentaria explicación sobre las cuestiones de seguridad ovacionadas por los pasajeros, que formarían la “familia Maiden” durante más de seis semanas.
Luego de una escala en Bakú llegaron al primer destino: Mumbai (Bombay), India. En la conferencia de prensa le preguntan a Dickinson qué cosas ocurren en el backstage de los conciertos, de esas que nunca se saben; Nicko se anticipa y contesta: “si te lo dijéramos, tendríamos que matarte”. Carcajadas de todos y un ambiente inmejorable para comenzar la gira. 70.000 personas asistieron al concierto: mucho calor, delirio, emoción y un escenario de madera y cañas de bambú recibieron al grupo, que entregó un concierto inolvidable tanto para el público como para ellos mismos.
Siguiente destino: Australia. En el vuelo, la azafata ahora es abucheada al anunciar “prohibido fumar”. En Australia dan un concierto en Perth, dos en Melbourne y dos en Sydney. Steve Harris (el bajista y el principal compositor y arreglador de la banda) y Janick Gears (uno de los tres guitarristas) se enfermaron en India; llevan tres días con diarrea y casi sin probar bocado. Están débiles, además (como todos) han pasado del invierno europeo al verano y la diferencia horaria es enorme. Sin embargo, ambos tocan como si nada. Adrian Smith sostiene con su guitarra los conciertos en Australia y Harris dice en la van de regreso al hotel que “me subió la adrenalina apenas pisé el escenario y eso me mejoró”.
Ed Force One pone rumbo hacia Japón, con escala en Papúa Nueva Guinea. Dickinson dice “pilotear un avión es una lección de humildad; nunca lo dominas del todo, debes someterte a él”; por suerte, los demás solo escucharán eso al ver la película de la gira. Conciertos en Yokohama y Tokio; en este último, Dick Bell, el jefe de productores, los recibe con un cartel (de esos con los que se recibe a los pasajeros en los aeropuertos) que dice “jóvenes tontos, por aquí”, señalando el laberíntico camino hacia el vestuario. Harris se detiene ante el cartel: “¿jóvenes?”
De Tokio a Los Angeles, con escala en Anchorage, Alaska. Las azafatas ya no usan su uniforme, ahora tienen puesta la remera negra de Iron Maiden, y será lo que usen en los tramos de ahí en adelante. Al concierto en el Forum asisten algunos fans “especiales”: Ronnie James Dio, Tom Morello, Lars Ulrich (“Nicko, tu batería es demasiado grande, no puedo ver qué es lo que haces ahí detrás”). Harris está en gran forma de nuevo, apunta con el mástil de su bajo hacia el público, todo sale perfecto.
La siguiente etapa es México: conciertos en Guadalajara, Monterrey y México DF. Adrian Smith dice: “tocar aquí es como tocar ante los hinchas de fútbol”. Bruce refleja lo que siente la banda: “el público de Latinoamérica es genial. La pregunta es: ¿seremos nosotros tan buenos como el público? Tenemos que dar el 150%, tiene que ser una actuación apasionada, que justifique nuestra existencia ante este público…”. Visitan la pirámide del sol y después de recorrer varios metros por el estrecho y oscuro túnel en el interior de la misma, Nicko se saca sus anteojos de sol: “ya decía yo que estaba muy oscuro”.
De México a San José de Costa Rica. En el vuelo, todos los pasajeros les cantan a las azafatas “You’re shiiiit… and you know you are…” con la música de “Go West” de Pet Shop Boys. Hasta las azafatas se ríen.
Es el día 27 de la gira y en San José se desata una locura. Tocan en un estadio de fútbol ante 27.000 personas, que han entrado corriendo a ocupar lugares cerca del escenario apenas se abren las puertas del mismo, a las 11 de la mañana. Nicko McBrain ha ido a jugar al golf y recibe un pelotazo en el antebrazo, que se le hincha inmediatamente. Tiene bastante dolor, pero no hay fractura. Un corticoide inyectable, hielo, y a esperar. A la noche, en el concierto, nadie sabe si le duele o no. Toca su batería como siempre, el concierto es fabuloso, la gente se va impactada y feliz. Ya en la van, de regreso al hotel, el mismo Nicko dice “siempre lo mismo en la van de regreso: hacemos el post mortem del concierto, nos pedimos disculpas y empezamos a discutir porque no alcanzan las cervezas”.
Siguiente destino: Bogotá, Colombia. La gente acampa cerca del parque Simón Bolívar desde una semana antes, y la policía los trata bastante mal; les confiscan cámaras, vituallas y hasta los cinturones. Dickinson se siente mareado, le falta el aire, Bogotá está a 2.600 m sobre el nivel del mar y eso se hace sentir. En el concierto hay dos tubos de oxígeno a los costados del escenario y un tercer tubo oculto al lado de la batería. Iron Maiden toca con la energía de siempre; parece que la adrenalina hizo nuevamente efecto, porque Bruce hace sus clásicos saltos abriendo sus piernas y corre por el escenario de principio a fin. Los músicos se sienten especialmente agradecidos al público que ha pasado días a la intemperie esperando para verlos y arrojan al público púas y palillos en cantidad, que son recibidos como premios inolvidables por un público que llora de emoción.
Día 31, rumbo a Brasil. Tres conciertos esperan: Sao Paulo, Curitiba, Porto Alegre. Continúa el “You’re shiiit…” festivo en el avión, ya lo cantan hasta las mismas azafatas. Steve Harris decide ir a jugar al fútbol, Janick Gears (tremendo guitarrista que además es licenciado en sociología) se va solo a pasear y nadie sabe dónde estea, pero nadie se preocupa porque parece que suele hacerlo con frecuencia. Iron Maiden es adorado en Brasil y eso se nota en los conciertos, calientes y con la gente cantando a la par del grupo. Dice Rod Smallwood, el manager del grupo: “a los Maiden no les importa ser relevantes… por eso son relevantes”.
El día 36, el Ed Force One llega a Buenos Aires. La locura empieza en el aeropuerto y continúa en el hotel. Los músicos se miran: “están locos”. Ya han estado en Buenos Aires antes y siempre ha sido igual; no pueden salir del hotel, que refuerza la seguridad porque los fans están agolpados y gritando en la puerta del Sheraton. El concierto en el estadio de Ferro es impresionante, los tres descomunales guitarristas juntos frente al público desparraman sonido y furia; todos están en plena forma y cumplen largamente con una actuación tan apasionada como su público.
De allí, a Santiago de Chile. Caos en el aeropuerto, hasta la policía aeroportuaria les pide autógrafos. En 1992 el gobierno Chile, a instancias de la Iglesia Católica, les había prohibido la entrada al país por considerarlos nocivos para la juventud chilena debido a sus “claras tendencias satánicas”, poniendo como ejemplo el tema “The number of the beast”. “Se ve claramente que no han leído la letra”, decía Harris sin poder creerlo. En fin. Pero ahora es otra cosa. Son idolatrados, como en toda Latinoamérica, y se van empañados en sudor satisfecho después de otra gran noche.
El día 40 llega en San Juan de Puerto Rico. Por la mañana, pesca y buceo. Por la noche, otra locura de heavy metal.
Y llega la recta final de la gira: New Jersey y Toronto, última escala del Vuelo 666 del Ed Force One. El concierto en Toronto es impresionante. Todos están felices, han cumplido su proyecto, han dado conciertos en lugares en los que jamás había tocado un grupo de rock. “Nos dedicamos a la música porque nos gusta, no es por el dinero. Está bien ganar dinero, pero lo hacemos porque disfrutamos hacerlo. Y la gente lo sabe”, dice Harris. “En algún punto necesitas aferrarte a algo auténtico, que no te defraude. Y Iron Maiden es auténtico”.
Salen al escenario con energía y música de sobra; desparraman ambas cosas durante más de dos horas y después de otro concierto memorable se van tan felices como la gente que ha ido a verlos y que recordarán esa noche por el resto de sus vidas. Después del concierto, como durante toda la gira, en el estadio suena “Always look on the brigh side of life”, la más que relajada canción de los Monty Python, ideal para enfriar la temperatura de la sangre del público.
El Vuelo 666 ha terminado. El Ed Force One irá a descansar y Iron Maiden brindará por haber hecho historia: en resumen y como promedio Iron Maiden ha dado un concierto cada dos días, con unos 3.000 km de distancia promedio entre uno y otro, desatando locura y devoción en cada lugar al que llevaron su música. 23 conciertos en 21 ciudades, los dos hemisferios, las cuatro estaciones, 70.000 km recorridos en su propio avión.
La familia Maiden vuelve a casa, feliz y satisfecha.