El conde Ferdinand Von Zeppelin (Constanza, 8 de julio de 1838-Berlín, 8 de marzo de 1917) fue un oficial de caballería que sirvió en la convulsa Alemania de finales del siglo XIX. Trabajó para los ejércitos de Württenberg, Prusia y, finalmente, el Imperio Alemán. Pero pasó a la fama por sus trabajos en el desarrollo de los globos dirigibles, montados sobre un armazón metálico relleno de gas, y que luego adquirieron su nombre: los zepelines. No solo los diseñó, sino que también los pilotó y dirigió. Hoy se cumplen 103 años de la muerte de este inventor al que debemos, a pesar de todos sus problemas, una de las estructuras más extraordinarias y deslumbrantes que han surcado los cielos.
Von Zeppelin fue oficial del ejército de Wurttemberg, un estado alemán situado en Suabia, desde los 20 años. En 1863, cuando apenas tenía 25 viajó a Estados Unidos, como observador en la Guerra de Secesión. Recibió una autorización por parte del presidente Abraham Lincoln para visitar el frente y los ejércitos, y unos meses después, tuvo su primera experiencia con un globo aerostático usado por el ejército de la Unión para tareas de observación. En el primer ascenso, subió hasta casi los 200 metros.
Ahí debió de empezar su fascinación, porque en 1874 escribió en su diario sobre una aeronave maniobrable, constituida por un chasis rígido y aerodinámico, compuesto por anillos y travesaños longitudinales llenos de gas. En 1887 envió una propuesta al rey de Wurttemberg para fines militares, pero sin éxito. Poco después, retirado del ejército con 52 años, se volcó en el diseño del dirigible. Por entonces faltaban más de dos décadas para el primer vuelo del aeroplano, diseñado por los hermanos Wright.
Antes de aquello, el conde Von Zeppelin logró iniciar la construcción de su primer dirigible, el LZ-1 (“Luftschiff Zeppelin” 1), en 1898. Montado sobre un hangar flotante, en el lago constanza, al sur de Alemania, los operarios podían mover el hangar en función de la dirección del viento.
La nave fue finalizada en 1899 y voló por primera vez el 2 de julio de 1900 durante más de 18 minutos. Medía más de 130 metros de largo y 11 de diámetro y estaba provista de una góndola en la que iban los tripulantes y dos motores (uno a proa y otro a popa) de 14 caballos de potencia. Iba inflada por gas de hidrógeno y logró volar una distancia de más de cinco kilómetros sobre el lago. Sin embargo, en el primer vuelo se observó que la estructura era frágil y que los motores no tenían potencia suficiente, de modo que la nave era inestable y extremadamente difícil de maniobrar. El conde Zeppelin no logró seducir a los militares, así que se quedó sin fondos y tuvo que desmantelar su invento.
Transporte de pasajeros
Cinco años después construyó el LZ-2. Reforzó el chasis (usó vigas triangulares en vez de tubulares) e instaló motores más potentes de 80 caballos de potencia. Pero el 17 de enero de 1906 la nave tuvo que aterrizar de emergencia por el fallo de un motor y al caer la noche una tormenta la destruyó.
En 1907, el siguiente dirigible, el LZ-3, logró volar durante ocho horas, y el 1 de julio de 1908, el LZ-4 voló durante 12 horas en Suiza. Ambos eran mucho más maniobrables, potentes y pesados que los anteriores, en gran parte gracias al uso de timones y estabilizadores.
En 1909 Ferdinand von Zeppelin creó una compañía de transporte aéreo de pasajeros mediante dirigibles (DELAG). Más de cien aparatos fueron construidos durante los años veinte y treinta, que transportaron a numerosos viajeros por todo el mundo. Alemania los empleó durante la Primera Guerra Mundial (1914-18) en tareas de reconocimiento y bombardeos. Sin embargo, su lentitud, su tamaño y su fragilidad los hacía muy vulnerables a la artillería antiaérea, por lo que dejaron de emplearse para los bombardeos después del fracaso de un ataque sobre Londres en 1917
En 1919, un zepelín atravesó el Atlántico, y en 1926, el italiano Umberto Nobile, a bordo del dirigible Norge, sobrevoló el Polo Norte. Fallecido en 1917, Ferdinand von Zeppelin no llegó a ver cumplido su sueño de organizar vuelos trasatlánticos, que se hizo realidad entre 1928 y 1937. Los dirigibles siguieron utilizándose con fines comerciales hasta 1940. Pero el riesgo de incendio por inflamación del gas que servía para la sustentación y el gran desarrollo que alcanzó el aeroplano, relegaron a los zepelines. En mayo de 1937, la famosa catástrofe del Hindenburg, un enorme aparato que medía unos 248 metros de longitud y que se incendió al aterrizar cerca de Nueva York, marcó el declive de estas aeronaves.