El 8 de febrero de 1834 nacía en una ciudad de Siberia un hombre llamado a revolucionar no sólo el mundo de la química (¿qué no es química en este planeta?), sino la economía y la agricultura.
Fue el menor de 17 hermanos de una familia acomodada que sufrío un abrupto quiebre económico cuando su padre quedó ciego primero y más tarde muere. La madre de Dmitri debió dejar sus tareas hogareñas para ponerse al frente de una fábrica de cristal. Cuando esta se incendió, Dmítrievna (tal el nombre de la progenitora) decidió no invertir su dinero en la reconstrucción de dicha fábrica sino invertirla en la educación de Dmitri. A tal fin viajaron a San Petersburgo para que éste ingresara al Instituto Pedagógico, donde permanecerá hasta 1855. Su madre, la impulsora de su educación, lo empujó a “buscar la verdad divina y científica”.
A los 23 años Dmitri ya era docente de química en la universidad de esa ciudad y había publicado su primer artículo sobre las combinaciones silíceas. Gracias a una beca pudo perfeccionar sus conocimientos en Heidelberg. Vuelto a Rusia continuó con sus trabajos gracias a un laboratorio que había adquirido en París.
En 1862 se vio obligado a casarse con Feozva Nikítichna Leschiova con quien tuvo 3 hijos. Las frecuentes peleas lo llevaron a divorciarse en 1871 y unir su destino a Anna Ivánovna Popova, 26 años menor que él. La pronta convivencia con su nueva pareja desembocó en una acusación de bigamia, ya que no esperó la finalización del trámite de divorcio para casarse con Anna. Afortunadamente para Mendeléyev, sólo fue amonestado por este apresuramiento.
Dmitri siempre fue un hombre de posiciones liberales que defendía con coraje a punto de granjearse la enemistad de las autoridades haciendo peligrar su posición académica.
El 17 de febrero de 1869, mientras preparaba su libro “Principios de Química”, encontró la solución al problema que lo intrigaba: el ordenamiento de los elementos químicos. Ese día escribió los nombres de los 65 elementos conocidos en tarjetas individuales junto al peso atómico y el número de valencias de enlace y las distribuyó en una mesa, como un gran juego de solitario. Allí percibió que había espacios libres, saltos que sólo podía explicar como faltantes. Había elementos por descubrir. A la misma conclusión llegó Julius Lothar Meyer (quien en 1864 había esbozado una tabla pero con 40 elementos) un año más tarde.
En 1871 Dmitri difundió su tabla y 3 años más tarde Paul Émile Lecoq de Boisbaudran descubre el galio, llenando uno de los espacios que Mendeléyev había dejado libre, a los cuales le siguieron el escandio y el germanio. Desde entonces, a la tabla original de 65 elementos se le han agregado otros hasta llegar a los 109 divididos en 18 grupos y con un código de colores que indica el estado habitual en que se encuentran en la naturaleza.
Sin embargo, el aporte de Mendeléyev no se limitó a la descripción de esta tabla periódica en la que imprimió su capacidad profética. Gracias a sus conocimientos se convirtió en asesor del ministro de hacienda Serguéi Witte y publicó no menos de 70 artículos sobre el desarrollo económico y social de Rusia. De hecho, fue también un próspero productor agropecuario que utilizaba sus conocimientos de química para mejorar el rendimiento de las cosechas.
A pesar del reconocimiento de academias extranjeras, no recibió los mismos honores en su país natal. Es más, en 1890 fue obligado, debido a una carta en la que explicaba su disenso con la conducción de la Universidad, a renunciar a su puesto de profesor.
Mendeléyev murió de neumonía en 1907.
Si bien no recibió el Premio Nobel, en 1955 un grupo de físicos encabezados por Glenn T. Seaborg, nombró en su honor al elemento 101, el mendelevio, algo que Dmitri no había profetizado.